“Sólo los ilusos se desilusionan” y otras formas de conservadurismo

Lunes 23 de junio de 2025

Raymundo Espinoza Hernández
Raymundo Espinoza Hernández

Es licenciado en Derecho, especialista y maestro en Derecho Constitucional por la Facultad de Derecho de la UNAM. Además, es especialista en Derecho de Amparo y candidato a doctor por la Universidad Panamericana, así como politólogo por la UAM. Se ha desempeñado como profesor en la UACM, así como en las Facultades de Economía y Derecho de la UNAM. En su ejercicio profesional como abogado, ha impulsado la educación jurídica popular y la práctica de litigio participativo en diversos procesos colectivos de defensa del territorio. Cuenta con más de 70 publicaciones, entre libros, capítulos de libros y artículos.

“Sólo los ilusos se desilusionan” y otras formas de conservadurismo

La conciencia social crítica no puede quedarse estancada en el pesimismo.

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Ser de izquierda hoy en México significa defender la democracia plebeya y autogestiva.

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Ilustración: Majito Vázquez/La-Lista.

El realismo político suele justificar la realidad política tal y como es en lo inmediato sin más elementos de valoración que la crudeza de disputar el poder institucional en contextos de competencia por su posesión, distribución, ejercicio y mantenimiento. Los teóricos realistas, sobre todo cuando son también actores políticos interesados, fácilmente se convierten en voceros complacientes del pragmatismo político y hasta de un cierto quietismo social. La real politik suele pisotear con cinismo la utopía al perder de vista el horizonte normativo de la sociedad y asumir una visión meramente instrumental de la acción política guiada por poco más que la ambición de los políticos.

De aquí que, con frecuencia, el discurso de los analistas más apegados al realismo termine compenetrado con una realidad en apariencia insuperable, frente a la cual sólo queda la resignación adaptativa en aras de acciones más efectivas dentro de los códigos y prácticas políticas vigentes. Los realistas, incluso, renuncian a pensar en las condiciones de posibilidad del cambio social o simplemente en los límites del sistema, pues la política se reduce a la lucha por el poder sin fines ulteriores o con independencia de éstos.

Por su parte, la conciencia social crítica no puede quedarse estancada en el pesimismo. Las injusticias mueven el mundo hacia delante y son ellas el principal motivo de que la historia avance. Son precisamente las voluntades humanas conscientes y organizadas, que han experimentado el mundo como negación, las que enfrentan, incluso a muerte, las contradicciones materiales del presente en aras de un porvenir distinto. Los sujetos subalternos no pierden la ilusión de un mundo distinto y no pueden renunciar a esa ilusión por el simple hecho de no arriesgarse a sufrir una desilusión.

De lo que se trata es de que la esperanza de emancipación social se convierta en acción colectiva reflexiva, capaz de definir objetivos concretos orientados a la afirmación positiva de la comunidad política, a partir del diseño e implementación de tácticas y estrategias fundadas en un conocimiento profundo y riguroso de la sociedad y sus contradicciones, de las leyes que rigen su desarrollo.

Pese a los avances recientes, lo cierto es que la política mexicana “tal cual es” se encuentra plagada de prácticas atávicas, incluso antidemocráticas. La acción política efectiva, realmente existente, que llevan a cabo políticos de carrera y operadores sigue impregnada de la cultura política heredada por el priísmo. Un analista comprometido con el realismo no puede más que dar cuenta de ello en términos de fuerzas sociales que se imponen sobre otras en la búsqueda de poder institucional, sea por los recursos materiales y técnicos de los que disponen o, en general, por sus capacidades organizativas y de movilización.

Pero, esta política mexicana “tal cual es” también puede mirarse desde una perspectiva crítica, no idealista ni ingenua, donde las preguntas por la justicia en la política y la legitimidad de la acción política son elementos fundamentales en un análisis comprometido no sólo con la descripción precisa de la realidad política sino principalmente con su transformación conforme a los criterios normativos que identifican a la sociedad en cuestión.

Reconocer la persistencia de la cultura política priísta en México y no quejarse ni hacer nada es una postura muy realista que, en todo caso, impele a la ciudadanía a actuar de manera mucho más efectiva dentro de los estándares de comportamiento del sistema político de referencia, o bien a rechazar la política y deslindarse de los procesos políticos en absoluto. En cambio, dar cuenta de dicha persistencia y sus implicaciones negativas en términos de principios y valores democráticos supone asumir una actitud crítica respecto de la acción política instrumental y los procesos sociales afectados por prácticas políticas atávicas con miras a su corrección y eventual superación en congruencia precisamente con parámetros democráticos de legitimidad y desarrollo político.

La política mexicana “tal cual es” todavía no es una política efectiva de principios democráticos orientada a la emancipación social, pues sigue atada al pragmatismo ramplón y al oportunismo político que caracterizan la cultura política nacional. Justo por ello es que vale la pena seguir dando la batallas en aras de hacer real la democracia anhelada.

El pueblo de México ya cambió, sí cambió y ha cambiado, pues ahora no está dispuesto a tolerar las prácticas asociadas con la cultura política heredada por el priísmo que manchan los procesos populares de construcción y redefinición de la vida y los espacios públicos. Por decirlo así, el conservadurismo político ya no cabe en la política nacional que el pueblo consciente y organizado espera, menos aún es un ingrediente bien visto en la acción política popular. Con la revolución de las conciencias, la “democracia dirigida”, secuestrada, de fachada o simulada dejó de ser una opción legítima para el pueblo de México en el camino de su autodeterminación como sujeto político.

La emergencia histórica de Morena expresa una reacción popular genuina contra el neoliberalismo y la corrupción estructural. De aquí que la eventual colonización priísta del partido deba alertar a su militancia y simpatizantes sobre una posible contraorganización desde arriba del pueblo en contra del pueblo mismo.

Entre otras cosas, ser de izquierda hoy en México significa defender la democracia plebeya y autogestiva, por lo que implica también asumir una actitud crítica frente al juego manipulador de las élites políticas y la verticalidad de las decisiones unilaterales. De lo que se trata es de que la vida pública nacional esté protagonizada por el pueblo como sujeto político que se autoconstituye en la multiplicidad de procesos que tienen lugar en la sociedad mexicana.

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