Opinión

La región del mañana

¿Qué representa la guerra en Ucrania para los países latinoamericanos?

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La oportunidad económica que abre la guerra en Ucrania es grande en principio para los países latinoamericanos. Con los precios del petróleo y el gas por los cielos y una clara proyección de demanda europea orientada a conseguir alternativas de suministro más allá de Rusia, la mesa debería estar puesta para un auge regional similar al de la primera década de este siglo.

Ese fue un periodo de precios crecientes de materias primas y alimentos, impulsado sobre todo por el vigoroso crecimiento de la demanda china y las bajas tasas de interés en Estados Unidos. Los grandes exportadores latinoamericanos de crudo, gas, metales y granos gozaron de años de exportaciones holgadas que contribuyeron a mantener alta la popularidad de muchos de sus gobiernos que aprovecharon para gastar más.

Fue además la época de un singular activismo de política exterior, cuando había excedentes para ganarse o comprarse un espacio de liderazgo en los procesos políticos regionales o mundiales. Venezuela penetró en Centroamérica y el Caribe como quizá nunca lo había logrado; Brasil extendió su influencia en América Latina y África, además de sumarse al entonces promisorio grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Los ingresos daban para aliviar la factura petrolera, apoyar obras de infraestructura o simplemente conseguir la alianza de gobiernos en foros internacionales.

¿Podría ocurrir de nuevo algo similar?

La disponibilidad de recursos naturales sigue siendo abundante. México, Venezuela y Brasil destacan por sus reservas petroleras, seguidos de Argentina, Colombia y Ecuador. A estos podríamos sumar a Guyana y Surinam que si bien no son latinoamericanos, son países de la región donde las reservas y la producción aumentarán notablemente en esta década.

El cobre y el litio se encuentran en grandes cantidades en Argentina, Bolivia, Chile y hasta México. Son requeridos para apoyar la transición energética, vista ahora no solo como necesaria para combatir el cambio climático sino como instrumento para reducir la dependencia de los combustibles fósiles.

Ahora bien, si solo se tratara de tener los recursos, la historia estaría llena de experiencias exitosas de desarrollo económico. América Latina y África brindarían al mundo ejemplos sobre la manera indicada de aprovecharlos, pero a estas alturas la evidencia es apabullante: la producción de barriles de crudo o toneladas de cobre, así como el aprovechamiento de los ingresos que generan, depende de la calidad de las políticas públicas. Y es en este rubro donde para no romper con su tradición bicentenaria, las cosas no están claras en América Latina.

Nuevamente la región cruza por un periodo de transición política que plantea más incógnitas que respuestas. No es que el viraje de sus principales economías hacia la izquierda sea problemático en sí mismo –hay gobiernos de izquierda capaces de atraer inversiones de largo plazo–, sino que la transición política acentúa o prolonga la duda respecto al futuro de las reglas energéticas regionales.

Ni México ni Venezuela atinan a atraer inversiones en un volumen que corresponda a su potencial. México no termina de decidir si prefiere un modelo energético abierto o cerrado. Venezuela sigue a la deriva entre la ideología y las sanciones económicas, aunque menos cerrada que México a las inversiones extranjeras.

Argentina, Bolivia y Perú facilitan y luego complican la actividad petrolera y minera, sea por ajustes de política recurrentes o crisis económicas. Brasil, Colombia y Chile han destacado por su mayor estabilidad y apertura, pero es prácticamente un hecho que sus gobiernos planteen un nuevo marco de inversión. Mientras esas nuevas políticas se materializan, la espera es la postura preferida de la mayoría de los inversionistas, salvo por uno que otro temerario.

Frustra que el presente se parezca a tantos pasados latinoamericanos. Las líneas anteriores no serían novedad en varias décadas del siglo XIX ni en el XX. Cierta voluntad de no perder la oportunidad de perder la oportunidad acompaña una y otra vez a los procesos políticos regionales.

Quizá esta vez sea distinto y los beneficios del auge en el precio de las materias primas se acumulen para el largo plazo y no solo para un episodio, pero es difícil asegurarlo a estas alturas. Son muchas las variables sujetas a cambio y por lo mismo la incertidumbre es alta.

Quizá América Latina siga siendo la región del mañana.

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