El sencillo encanto de la comida corrida

Domingo 9 de marzo de 2025

El sencillo encanto de la comida corrida

La idea más común es que el formato de comida corrida se remonta al Porfiriato

comida corrida
Aunque el estereotipo dice que la comida corrida es para oficinistas, nuestros famosos godínez, la realidad es que todos la hemos degustado.
Especial

Las pocas veces que vino a casa de mis padres a estudiar, escuchar música o tomar una cerveza, mi amigo Gabriel entraba primero a la cocina y me preguntaba si había agua de fruta. Si encima de la estufa había alguna cacerola, me preguntaba qué habíamos comido aquel día. A veces se comía un taco.

Cuando nos quedábamos a clase por la tarde en el ITAM, Dafne, Raúl, el “Norteño” y algunos otros compañeros, íbamos a comer tortas (la imperdible de lomo adobado, de don Chucho), tacos (con Jovita) y si había presupuesto, bajábamos a San Ángel por una hamburguesa o una pizza. Gabriel siempre buscaba una fonda para comer una comida corrida.

Después de algunas semanas de prepararme cualquier cosa para comer, esta semana comí cuatro días en fondas. Extrañaba una buena sopa (dos días de pasta, un día de verduras y otro consomé con verduras), un arroz bien preparado y un guisadito: pastel de carne el lunes; entomatado de res el martes; tacos dorados de pollo el miércoles, y costilla con chilaquiles verdes, el viernes. No faltaron los frijoles, la ensalada y en la comida del miércoles hubo flan como postre. El agua de frutas, infaltable. El costo cambió de acuerdo al lugar, pero puedo decir que la mejor comida, de 90 pesos por el menú completo, fue en una fonda a cinco calles de mi casa. La de 130 fue en un pequeño restaurante de la colonia Cuauhtémoc.

Aunque hace varios años que no lo veo, esta semana recordé a Gabriel y su gusto por comer en pequeñas fondas durante los años en que compartimos aulas en el ITAM. Sus papás, separados desde que él era pequeño, trabajaban, y en su casa comía cualquier cosa: un sándwich, huevos o algún antojito. Quizá por eso él buscaba un menú completo antes que un bocadillo. Para mí, acostumbrado a la comida casera toda la vida, degustar un snack dos o tres veces por semana era la novedad.

fonda de comida rápida

Los orígenes

Aunque busqué su origen en varios sitios, la idea más común es que el formato de comida corrida se remonta al Porfiriato, cuando surgió como una solución para los trabajadores que, por tiempo y distancia, no podían regresar a casa a comer.

De acuerdo con el Diccionario Enciclopédico de la Gastronomía Mexicana, publicado por Larousse, la comida corrida “se acostumbra al mediodía, principalmente en las grandes ciudades donde existe un gran número de trabajadores que necesitan comer fuera de casa. La comida corrida es muy buscada por ser económica y rápida. Tal vez el motivo por el que se le llama corrida es que todos los tiempos se sirven uno tras otro, según va terminando el comensal”. De acuerdo a otro sitio especializado, El Dadaísta Gastronómico, este tipo de comida en España se conoce como menú del día.

Aunque el estereotipo dice que la comida corrida es para oficinistas, nuestros famosos godínez, la realidad es que todos la hemos degustado. No es el tipo de comida que recomendarías a tus amigos gourmet, pero al final quedas satisfecho por unos cuantos pesos.

¿Costumbre chilanga?

Al filo del mediodía, las calles y los mercados de la Ciudad de México comienzan a llenarse de coloridos pizarrones en donde las cocineras anuncian el menú del día; otra opción más moderna es que te tu fonda de confianza te lo envíe por WhatsApp.

En el primer tiempo se sirve sopa aguada, de verduras o de pasta, o consomé de pollo; algunas veces de res. En ocasiones especiales se sirven lentejas, caldo de habas, sopa de tortilla o alguna crema.

El segundo tiempo es para la sopa seca: arroz blanco, rojo o verde; espagueti en jitomate o a la crema. En algunos lugares se ofrece una ensalada sencilla y alguna vez me tocó que sirvieran chícharos o ejotes con huevo.

El arroz es punto y aparte. A la mexicana (rojo), blanco o verde (al cilantro), lo puedes pedir con un huevo estrellado encima, con banana fresca o plátano macho frito; en algunos lugares te ofrecen ponerle mole negro o frijoles aguados, las posibilidades son infinitas.

El tercer tiempo es para el guisado, de cerdo, res, pollo o pescado durante la vigilia; chiles rellenos de queso, tortitas de papa, chicharrón en salsa, croquetas de atún o algún otro guiso sencillo, como salchichas en jitomate en los lugares más económicos. Siempre habrá, claro está, la opción de carne o pechuga asada y milanesa por algunos pesos más. No pueden faltar los distintos tipos de salsa, un bolillo y tortillas al gusto, además de una jarra de agua, generalmente de fruta. Las bebidas envasadas como refrescos y jugos se cobran aparte. En las fondas, generalmente no se sirven bebidas alcohólicas. Aunque cada vez es más raro, a veces se ofrece un postre sencillo como gelatina o plátanos con crema. El menú ejecutivo, una variación de la comida corrida, incluye una taza de café.

Las Juanitas: como estar en casa

Cuando comencé a trabajar entendí a mi amigo Gabriel. No todos los días podía regresar a comer a casa, tampoco matar el hambre a diario con antojitos o snacks. Por instinto comencé a buscar pequeñas fondas, porque nunca me han gustado los insípidos comedores de las empresas en las que he trabajado y llevar comida en un tupper para calentarla en el microondas de la oficina me parece más triste que una cuba tibia de Viejo Vergel.

Durante mi estancia de año y medio en Puebla, las primeras dos semanas sufrí para encontrar un buen sitio para comer al medio día, hasta que encontré un pequeño restaurante llamado “Las Juanitas”, en el barrio de El Alto, una cuadra atrás de Casa Aguayo.

Aunque cerró sus puertas después de la pandemia y ahora sólo tiene servicio a domicilio, los manjares que aún prepara doña Dolores Orozco Cuautle me recordaban la sazón de mi mamá y, en menor medida, de mis abuelas. Todos los días me mandaba el menú por WhatsApp, pero cuando cocinaba albóndigas (en caldo de chilpotle, al guajillo o en crema de queso), me preguntaba si iba a querer una más. La exquisita comida de “Las Juanitas” y las pláticas de sobremesa con doña Lolita me hicieron sentir en casa.

La memoria no me da para recordar en esta ocasión todas las buenas fonditas que he conocido a lo largo de mi vida, pero sí que mi papá comía todos los días en un restaurante de Avenida Montevideo, en Lindavista, llamado “Tingüindín” (como el pueblo en el que nació mi abuela María Luisa). Algún sábado que lo acompañamos al trabajo nos llevó. ¡Nunca volví a comer unos tacos de tuétano con chile verde picado y cebolla como los de aquel lugar!

Acostumbrado a los buenos haberes de mi abuela en la cocina y luego a la buena sazón de mi madre, mi viejo era exigente para la comida. Por eso en fin de semana pedía que le cocinaran algo diferente. Albóndigas o tortas de papa, nunca en sábado o domingo. Para esos días estaba el cuete mechado, un entomatado o un mole. Creo que en eso salí igual de payaso que él. ¡Buen provecho!

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