Marie Kondo por fin se dio cuenta de lo que cuesta ser ordenado y, al igual que yo, decidió relajarse por completo
'Marie Kondo vino a mi casa y ordenó mi escritorio, cuyos dos pies cuadrados le llevaron tres horas y media'. Zoe Williams con Kondo, noviembre de 2022. Foto: Alecsandra Raluca Drăgoi/The Guardian

Veo con cierto disgusto que Marie Kondo se está convirtiendo en noticia internacional con la bomba de que prácticamente dejó de ordenar su casa desde el nacimiento de su tercer hijo: “Hasta ahora, era una profesional del orden, así que hacía todo lo posible por mantener mi casa ordenada todo el tiempo”, comentó al periódico Washington Post. “renuncié en cierto modo a eso, en el buen sentido para mí. Ahora me doy cuenta de que lo importante para mí es disfrutar pasar tiempo con mis hijos en casa”.

Casi se podía escuchar al mundo exhalar de alivio ante este cambio de actitud: Kondo quizás es la principal evangelizadora del orden y la organización, la escritora y la imagen de la buena vida de Netflix. Si ella no puede poner orden con tres niños a su alrededor, cuando esta es su marca, su identidad y el trabajo de su vida, el resto de nosotros estamos bien. Es como si el gurú anticigarros Allen Carr hubiera vuelto a fumar. Por una parte, vergüenza, pero por otra: qué impresionante reivindicación de la debilidad humana.

Mi disgusto en particular proviene de la vez que Marie Kondo vino a mi casa, ordenó mi escritorio, cuyos dos pies cuadrados le llevaron tres horas y media, y me dijo exactamente esto –que había dejado de ordenar en su casa–, incluso se tomó la molestia de señalar que nunca antes le había dicho esto a nadie, y yo seguía sin darme cuenta de que se trataba de una noticia. ¿Cómo podría serlo? Cuando tienes tres hijos y uno de ellos es un bebé, lo estás haciendo fenomenal por el simple hecho de no acabar todos los días en urgencias. La naturaleza humana –de hecho, toda la naturaleza– tiende a la entropía. Las personas que creen que pueden dominar el caos simplemente no tienen suficientes hijos, perros o aficiones.

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‘Marie Kondo quizás es la principal evangelista del orden y la organización, escritora e imagen de la buena vida en Netflix’. Kondo en la serie de Netflix ¡A despertar la felicidad!, con Marie Kondo. Foto: Netflix

En ocasiones me pregunto hasta qué punto me dejaría llevar por mi desorden si viviera sola. ¿Dejaría que realmente se cayeran trozos de mi casa, de modo que fuera un colorido alboroto de cubetas debajo de goteras? ¿Lo convertiría en un artículo (una declaración de interiores, quiero decir, no un artículo, por supuesto que lo convertiría en un artículo)? Mi padre pasó una vez 11 años sin lavar las fundas de sus almohadas, y estaban tiesas como una chaqueta Barbour con la acumulación de grasa de la cabeza. Imagino que a mí me pasaría algo parecido.

En cambio, se trata de una negociación perpetua entre mi bajo nivel de exigencia y las demandas de los demás: la tendencia al orden del cónyuge, la fuerte preferencia de los niños por que el desorden desaparezca mágicamente mientras están en la escuela. Creo que mantengo la compostura, con la advertencia de que la única superficie totalmente despejada de la casa sigue siendo el escritorio que Marie Kondo ordenó, y eso solo porque lo percibo como una acusación y he empezado a trabajar en otra parte (en la cama; últimamente también hace bastante frío).

“Casa ordenada, mente ordenada” parece algo muy intuitivo. Naturalmente, cuando hay un sitio para cada cosa y cada cosa está en su lugar, uno se siente más en control de su entorno, pasa menos tiempo buscando las llaves. Sin embargo, el lado negativo de esta imagen del que no se habla es que conlleva una vigilancia constante sobre cuestiones en última instancia banales: ¿volví a colocar correctamente el tomillo entre las hierbas mediterráneas, en lugar de ponerlo aleatoriamente a la altura de los ojos, probablemente junto a la Nutella? ¿Cuál es el lugar perfecto para colocar las toallas? ¿Qué haces con un libro que crees que deberías leer, pero sabes que nunca lo harás? El lenguaje de las prioridades no solo constituye la religión del socialismo, es la religión de todo: cada vez que doy prioridad a quitar una mancha rara de una mesa, existen cosas mucho más fascinantes en las que no estoy pensando, y si esas cosas son a su vez también banales, ¿qué te importa a ti?

Esto es de lo que Kondo finalmente se ha dado cuenta: que cada decisión conlleva un coste de oportunidad, y que la oportunidad es relajarse por completo. Si ella no hubiera tenido ya esta epifanía cuando nos conocimos, me gustaría pensar que quizás se la contagié un poco.

Zoe Williams es columnista de The Guardian.

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