Exclusión y rezago, los efectos de la pandemia en la educación especial en México
Foto: Pixabay

Juan Francisco Velasco no entiende qué es una pandemia, pero al igual que todo el mundo sufre sus efectos. Tiene autismo severo. Desde los siete y hasta los 21 años, su educación ha estado en manos de una institución privada especializada. Con la emergencia sanitaria, su vida ha dado un giro total.

‘Pato’ no es el mismo. Con el encierro, la falta de una rutina establecida y una convivencia con compañeros y maestros, se han perdido los avances que había conseguido. Se muestra irritable y agresivo, su comportamiento social ha mostrado una regresión importante y su formación académica es casi nula.

“Mi hijo no entiende por qué se tiene que encerrar. A diario me pregunta cuándo se irá el coronavirus y no puedo decirle una fecha. Se altera porque extraña la escuela, a sus maestros y a sus compañeros”, cuenta su mamá Mónica Mesa, y añade que esta situación ha llevado a su hijo a perder parte de los avances que había logrado en los últimos meses.

Él es uno de los miles de niños y jóvenes que con la pandemia han perdido toda posibilidad académica y de adaptabilidad social, porque la educación a distancia, como el programa Aprende en Casa, no es un esquema que se adecua a sus necesidades.

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“Uno de los pilares con los que funcionamos es la responsabilidad familiar. No podemos funcionar sin la familia”: Guadalupe Maldonado, directora de APAC. Foto: Cortesía APAC.

Mientras que muchos padres de familia, alumnos y maestros tuvieron una alternativa de clases a distancia, los niños y jóvenes con una o más discapacidades no tuvieron la misma posibilidad. Han tenido que ajustarse a una nueva realidad en la que no cuentan con los elementos y herramientas necesarias para seguir aprendiendo a interactuar en la sociedad.

Incluso antes de la Jornada Nacional de Sana Distancia, diversas instituciones de educación especial optaron por dejar a estos alumnos en casa, pero para ellos la formación a través de una computadora o un dispositivo inteligente no es una opción. Muchos no pueden utilizarlas por las discapacidades con las que viven: visual, auditiva, motriz, trastorno de espectro autista, entre otras, y que requieren de una atención presencial que la pandemia frenó casi totalmente.

Este fue el caso de la Asociación Mexicana Anne Sullivan (Asomas), la Comunidad Educativa y Psicopedagógica Integral (CEPI) y la Asociación Pro Personas con Parálisis Cerebral (Apac), cuyo personal contó a La-Lista las diversas problemáticas que enfrentan a raíz de la pandemia y destacan la falta de una oferta educativa para estos niños y jóvenes.

Aprendiendo en pandemia

Papás y docentes

“El programa con padres está basado en tratar de ponernos en su dinámica familiar. Tiene más hijos y tienen que trabajar; y por eso tratamos que todos los contenidos sean académicos funcionales, es decir, que además del contenido académico lo lleve a la práctica con cuestiones reales”. Mariana Cerrillo, maestra de Asomas.

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Foto: Cortesía ASOMAS.

Clases en línea, una modalidad incompatible con la educación especial

Las rutinas que tenían con los niños se perdieron con la pandemia. Para hacer frente a la situación, las instituciones se volcaron en encontrar las dinámicas para seguir atendiendo a este grupo vulnerable. Las opciones eran pocas. Los padres de familia tendrían que adoptar el rol de los docentes y, para ello, se les capacitó en línea con programas de acuerdo a las necesidades de sus hijos, con los que tendrían que trabajar y atender todos los días para que el impacto en su formación fuera el menor posible.

“Con la modalidad en línea vimos que la atención de los niños no duraba ni siquiera 10 minutos. No hay un seguimiento, no hay una estructura organizada, no funcionaba para el 90% de nuestros alumnos. Entonces decidimos hacer un cambio, que las maestras hicieran trabajos individualizados de acuerdo a cada caso y mandarlo a cada una de las familias, para que los papás trabajaran con ellos. Esto nos funcionó hasta que se cerró el ciclo escolar”, menciona Marcela Echeverría, directora de la CEPI.

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Foto: Cortesía APAC.

“Es muy complicado explicarles que este aparato se llama computadora o celular, y que dentro de este se va a encontrar a sus compañeros y a su maestra. Nos hemos apoyado muchísimo en la familia, porque están tomando el papel de un docente; y ahora lo que hacemos es apoyar un poco más a la familia con actividades que vayan desarrollando la independencia del alumno”, comenta Mariana Cerrillo, maestra especialista en el área motriz de la Asomas.

Las especialistas añaden que esta situación es preocupante, ya que derivado de estos cambios en su formación y aprendizaje comienzan a mostrar un rezago en lo que habían aprendido. Algunos alumnos que ya habían logrado ser autosuficientes dejaron de serlo por el impacto de los cambios de su rutina diaria.

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Educación especial

“La parte social y adaptativa se da por hecho en un niño regular, pero en nuestros niños no es así y hay que enseñarles todo día a día”.

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Marcela EcheverríaDirectora de la CEPI.

“Nada sustituye el salón de clases. Las interacciones que se dan entre profesor y alumnos, y entre los compañeros de clases, son muy importantes”.

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Guadalupe MaldonadoDirectora de APAC.

El acceso a la tecnología es otro de los obstáculos que enfrentaron estos estudiantes. El factor económico suele ser una barrera constante en las familias con integrantes con discapacidad, destaca Guadalupe Maldonado, directora general de Apac. Esto debido a que sus ingresos se destinan también a medicamentos, tratamientos y demás necesidades especiales de estas personas.

“Es complicadísimo que pudieran tener acceso en casa a internet y a una computadora o un dispositivo que les pudiera permitir conectividad de tener clases en línea. Y esto no es un tema de pandemia, porque esto era la realidad desde antes. Éste fue uno de los retos más dolorosos”, relata.

“La educación especial en México enfrenta un rezago muy importante. Hablo de un rezago educativo impresionante y que ya enfrentaban las personas con discapacidad antes de la pandemia”.Guadalupe Maldonado, directora general de APAC.

Un grupo vulnerable y sin oferta educativa

La parálisis cerebral (PI) se presenta en cuatro de cada 1,000 nacimientos. Y aproximadamente el 80% de los 200 millones de niños del mundo que tienen alguna discapacidad viven en países en desarrollo, de acuerdo con cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

Y aunque no hay cifras oficiales, se estima que cada año se registran 12,000 nacimientos de niños que tienen este trastorno, que es la primera causa de discapacidad motora infantil en el país, señalan las estadísticas de la Oficina de la Representación para la Promoción e Integración Social para personas con Discapacidad de la Presidencia de la República.

En México, se calcula que hay casi 900,000 niños de cero a 18 años con una discapacidad; sólo el 46.5% asiste a la escuela y únicamente el 5.2% ha cursado cuando menos un año de educación superior, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

“Voy a poner un número: sólo el 0.4% de las mujeres con discapacidad en México concluyen una licenciatura. En materia de educación, las personas con discapacidad han sido excluidas y marginadas. La pandemia vino a resaltar lo que ya había en la sociedad: barreras de exclusión más que de inclusión”, destaca Maldonado.

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De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación (Coneval), 48% de la población con discapacidad se encuentra en rezago educativo, en contraposición al 15% de la población sin discapacidad.

“La educación tiene que ver cuáles son las habilidades para potencializar de acuerdo a las necesidades del alumno y no viceversa, no poner un canal en televisión para que todos los niños aprendan de la misma manera. Hay poblaciones enteras que se están quedando segregadas”, advierte la directora de APAC.

No hay una oferta educativa para ellos ante la pandemia, enfatiza Marcela Echeverría. Señala que a diferencia de otro niños que se pueden conectar a una clase en línea y seguir las indicaciones de la maestra, los estudiantes de educación especial necesitan de la interacción presencial con un maestro o un compañero.

La lucha por sobrevivir

La crisis económica derivada de la pandemia ha colocado a estas instituciones contra la pared, pues sus principales fuentes de ingresos –las colegiaturas y los donativos– se han visto afectadas. Esto las ha obligado a reducir su plantilla docente, recortar salarios y realizar solo los gastos mínimos indispensables para seguir operando.

En el caso de la CEPI, en común acuerdo con los padres de familia, se decidió suspender el pago de colegiaturas, aunque algunos accedieron a pagar sólo un porcentaje menor para que la institución tuviera cuando menos recursos para sus gastos administrativos y operativos. En Asomas, que se mantiene a través de las donaciones, en los momentos más fuertes de la contingencia, dejaron de recibir estos donativos y tuvieron que compactar su funcionamiento.

“Tenemos muchos gastos que siguen en la escuela, como la renta, el internet, agua, teléfono, luz, un contador y tenemos que seguir pagando muchas cosas que no pueden dejar de pagarse”, relata Echeverria, quien agrega que sí se llegó a pensar en un cierre de la CEPI.

Sin embargo, esta opción se ha podido aplazar gracias al apoyo de la comunidad: el arrendatario redujo la renta, los papás comenzaron a hacer donativos e incluso algunos de sus alumnos realizaron un concierto vía Zoom para reunir fondos. Con ese tipo de acciones han podido seguir en pie. “La escuela no tiene nada de mantenimiento, pero al menos se está cubriendo lo básico”.

A más de un año de la pandemia y de la falta de clases presenciales, el llamado de estas instituciones civiles es atender las necesidades académicas de los niños y jóvenes con discapacidad. Pero no sólo por la crisis sanitaria. Demandan la construcción de políticas públicas que permitan a este grupo vulnerable gozar de las opciones para su desarrollo y formación.

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