Para revertir la desigualdad tenemos que exponer el mito del ‘libre mercado’
El fundador y CEO de Amazon, Jeff Bezos, la persona más rica del mundo. La riqueza de los multimillonarios del mundo ha aumentado en más de 10 billones de dólares desde el inicio de la pandemia. Fotografía: Lindsey Wasson / Reuters

¿Cómo es posible que unos cuantos multimillonarios cuyas vastas fortunas han seguido creciendo incluso durante la pandemia hayan convencido a la mayoría de la gente de que no deben pagar impuestos para ayudar al bien común?

Utilizan uno de los métodos más antiguos de los ricos para mantener su riqueza y poder: un sistema de creencias que dice que es natural e inevitable que la riqueza y el poder queden en las manos de unos cuantos.

Hace algunos siglos, lo llamaban el “derecho divino de los reyes”. El rey Jaime I de Inglaterra y Luis XIV de Francia, entre otros, aseguraban que su autoridad provenía de Dios y que por tanto no eran responsables de sus súbditos terrenales.  La doctrina terminó con la Revolución Gloriosa de Inglaterra en el siglo XVII y con las revoluciones de EU y Francia en el siglo XVIII.

Su equivalente moderno podría ser el “fundamentalismo del mercado”, un credo que promueven los súper ricos con la misma pompa que la vieja aristocracia y su derecho divino. Mantiene que lo que te pagan es simplemente una medida de lo que vales en el mercado.

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Si logras amasar mil millones de dólares entonces te lo mereces porque el mercado te lo dio.  Si apenas te alcanza entonces es tu culpa. Si millones de personas no tienen empleo o sus cheques no alcanzan o tienen que trabajar dos o tres turnos y no tienen idea de lo que van a recibir el siguiente mes, o la siguiente semana, pues es mala suerte, pero es el resultado de las fuerzas del mercado.

Pocas ideas han envenenado más la mente de la gente que la idea del “libre mercado” que existe en algún lugar del universo y en el que se “entromete” el gobierno.  Según este punto de vista, cualquier cosa que hagamos para reducir la desigualdad o la inseguridad económica, para que la economía nos funcione, corre el riesgo de distorsionar el mercado y hacer que sea menos eficiente, o con consecuencias que terminan lastimando.  El “mercado libre” es preferible que el “gobierno”.

Las leyes del mercado no son neutrales ni universales. Reflejan en parte la evolución de las normas y valores de la sociedad.  Pero también reflejan quién tiene más poder en la sociedad para hacer o influir las leyes del mercado subyacentes.

El debate interminable sobre el “libre mercado” es mejor que “el gobierno” nos hace imposible examinar quién ejerce este poder, cómo se beneficia de hacerlo y si esas reglas tienen que cambiarse para que más gente pueda beneficiarse. El mito del fundamentalismo del mercado es muy útil para aquellos que no quieren que se realice un examen.

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No es accidental que los que tienen una influencia desproporcionada sobre las reglas del mercado, que son lo más beneficiados por la forma en que las leyes se diseñaron y adaptaron, son también los apoyadores más vehementes del “libre mercado”, y los defensores más ardientes de la relativa superioridad del mercado sobre el gobierno.

El debate sobre mercado y gobierno sirve para distraer a la gente de las realidades que subyacen bajo la forma en que se generan y se cambian las reglas, del poder de los intereses monetarios sobre este proceso y todo lo que ganan por los resultados. Dicho de otra forma, no sólo quieren los defensores del “libre mercado” que el público esté de acuerdo con ellos sobre la superioridad del mercado, sino también en la importancia central del debate interminable y distractor sobre si el mercado o el gobierno deben prevalecer.

Por eso es muy importante exponer la estructura subyacente del llamado “libre mercado” y demostrar cómo y dónde se ejerce poder sobre él.

Es por esto que escribo una columna semanal en The Guardian, una de las pocas publicaciones en el mundo que están comprometidas a revelar la verdad sobre la economías y a exhibir los mitos que distraen la atención del público de lo que en realidad sucede. The Guardian puede hacerlo porque no tiene patrocinadores comerciales, ni de un partido con intereses financieros o cualquier otro interés en lo que reporta porque sólo existe para servir al público.

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La desigualdad de ingreso, riqueza y poder político son cada vez más grandes en todas las economías avanzadas. No tiene que ser el caso. Pero para revertir la situación, necesitamos un público informado capaz de ver a través de los mitos que protegen y mantienen a los súper ricos de la misma forma que los derechos divinos de los reyes de siglos anteriores.

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