‘No pueden cancelar el Orgullo’: la lucha por los derechos de la comunidad LGBT+ durante la pandemia
Una bandera de arcoíris  fuera del centro comercial de Bangkok durante las celebraciones de este mes. Foto: Peerapon Boonyakiat/Rex/Shutterstock

Este mes, por segundo año consecutivo no se realizó el desfile del Pride en San Francisco, que es la ciudad más cargada de historia y simbolismo de la comunidad LGBTQ+.

Se trata de una decisión que Fred Lopez, quien asumió el cargo de director ejecutivo del San Francisco Pride, la marcha LGBT+ famosa a nivel mundial, a principios del año pasado, describe como muy “dolorosa”.

Los críticos acusaron a la organización de “vivir en un estado de miedo”, confesó. Pero la incertidumbre que prevalece a causa de la pandemia significa que había pocas opciones. Al final, comentó, solo se trata de asegurar que el evento sea un espacio seguro para todos.

“Un año o dos sin desfile no quiere decir que no hay Pride”, argumentó. “No se puede cancelar el Pride. El orgullo está en nuestros corazones. Y pronto volveremos a tener desfiles y grandes festivales”.

La cancelación del desfile del San Francisco Pride es una medida que se ha replicado en otras ciudades del mundo. No habrá desfile en Brighton, la capital gay no oficial de Gran Bretaña, ni en Nueva York. En muchas ciudades, las celebraciones de la comunidad LGBT+ serán más tranquilas, algunas en línea, y por segundo año consecutivo, menos visibles que de costumbre.

Los organizadores del Pride tomaron estas decisiones en medio de una pandemia que ha colocado bajo una presión sin precedente a las comunidades y personas LGBT+, ya sea socioeconómica, psicológica o política.

En mayo de 2020, un reporte de OutRight Action International, durante el pico de la primera ola de Covid-19, advirtió que la comunidad LGBTQ+ iba a sufrir desproporcionadamente, especialmente los que viven en países en donde “el estigma, la discriminación, la criminalización de las relaciones de personas del mismo sexo o de las identidades transgénero prevalecen”.

“Estuvimos haciendo sonar la alarma y tratando de prevenir la crisis”, dijo Jessica Stern, directora ejecutiva de OutRight Action International. Agregó que muchas de las tristes predicciones se han cumplido. “Desafortunadamente, tuvimos razón cuando emitimos la advertencia”, confesó.

Frank Mugisha, presidente de Sexual Minorities Uganda (SMUG por sus siglas en inglés) coincide con esa postura. Uganda es uno de los muchos países en donde los prejuicios se han visto fortalecidos y facilitados por nuevas leyes y restricciones para detener los contagios de Covid-19. La vida ya era suficientemente difícil para la gente LGBT+ en este país del este de África en donde el sexo gay es ilegal y se castiga con cadena perpetua. Además la pandemia trajo consigo más problemas.

En marzo de 2020, la policía detuvo a 20 personas de la comunidad LGBT+ y los acusó de desobedecer las reglas sobre distanciamiento social y de propagar los contagios del coronavirus. Mugisha declaró que la acción fue “un caso claro de discriminación” en contra de la comunidad, aunque la policía lo niega. El mes pasado, 44 personas, la mayoría hombres gay, fueron arrestados en un refugio LGBT+ en las afueras de Kampala y los acusaron de participar en actividades que podrían dar lugar a contagios de la enfermedad. En julio se enfrentarán a un juicio.

“Se trata de otro ejemplo de cómo las leyes Covid-19 se usan como cacería de brujas y para acosar a la comunidad LGBT+”, afirmó Mugisha.

Cuando se enteró de los arrestos, Mugisha fue a la estación de policía en donde estaban detenidas las 44 personas. Dice que 17 de ellos fueron sometidos a revisiones rectales. Varios días después los liberaron bajo fianza.

Un vocero de la policía dijo a Reuters que los arrestos no estaban motivados por la sexualidad de la gente que participaba y que no se les sometió a ningún examen rectal.

“Es tan desgastante”, dice Mugisha, un veterano de la lucha de los derechos de los gays en Uganda. Mugisha era amigo de David Kato, fundador de SMUG, quien fue asesinado en 2011.

“La semana pasada, mientras hablaba con los 44, faltó poco para que me detuviera. No podía seguir después de hablar con algunos de ellos, escuchando sobre las violaciones… y sobre todo lo que tuvieron que pasar cuando estaban bajo custodia de la policía. Estaba muy cansado, pero cuando veo eso entonces apoyo a la gente. Por ejemplo, ayudé a estas 44 personas a salir de prisión y eso es reconfortante”.

A miles de kilómetros de distancia, cruzando el mar Arábigo, Aijaz Ahmad Dfund también está tratando de hacer lo mejor por la gente a la que le quitaron la vida. No deja de añorar el regreso de algo parecido a la normalidad para que la comunidad con la que trabaja en el estado indio de Jammu y Kashmir pueda levantarse. “Sueño con eso”, apuntó vía Zoom desde su hogar en Srinagar.

Director de Sonzal Welfare Trust, una organización civil de derechos de las personas gay y tránsgenero, Aijaz trabaja con algunas de las personas más marginadas de esta región de la India, que en su mayoría es musulmana. Dice que estas personas ya estaban “viviendo vidas invisibles” antes de la pandemia. El territorio de Jammu y Kashmir, que perdió su estatus de semiautonomía en 2019, ha estado en confinamiento durante una gran parte de los últimos dos años.

El resultado ha sido desastroso para la comunidad LGBT+, aseguró Aijaz. “La situación es muy triste porque ya habíamos podido crear pequeños espacios, pero desafortunadamente, a causa del confinamiento, la gente ya no pudo tener acceso a esos espacios. Estamos viendo un incremento en temas de salud mental porque la gente no puede ventilar sus sentimientos reprimidos”, aseguró.

“El impacto en la comunidad trans fue particularmente duro. No solo perdieron la interacción social”, agregó Aijaz, “perdieron sus formas de vida”. Se piensa que Jammu y Kashmir son hogar de miles de personas transgénero, según un censo de 2011, y la mayoría no podían encontrar trabajo en la economía formal. En tiempos normales muchos se ganan la vida juntando parejas y actuando en ceremonias de casamientos. “Ahora están al borde de la hambruna”, confesó Aijaz.

Khushi Mir es testigo de todo esto. Es un hombre trans de 19 años que quería trabajar en fisioterapia y encontró trabajo en una clínica para apoyar a su familia y la educación de su hermano. Pero, tuvo que dejar el trabajo porque lo molestaban los compañeros de trabajo. “Algunos compañeros se burlaban de mí todos los días y las cosas empeoraron cuando uno de ellos me empezó a molestar físicamente y a tocar mis partes privadas”, dijo Mir, quien sigue vistiendo como mujer y usa su nombre de nacimiento para evitar el escrutinio.

Con pocas opciones por delante, Mir se convirtió en artista de maquillaje autodidacta. Su empresa estaba creciendo pero el confinamiento militar de 2019 y las restricciones del Covid llegaron. “Desde entonces he tenido muy poco trabajo”, apuntó Mir. “Resulta frustrante”.

Ha logrado sobrevivir pero solo con la ayuda de la comunidad.“No tienen quien los cuide”, recalcó. Empezó una campaña en línea para la comunidad local LGBT+ y lleva suficiente dinero reunido dinero para más de 200 paquetes de raciones.

En todo el mundo, la pandemia ha llevado a muchos a la pobreza pero la situación es peor para las personas LGBT+ que no cuentan con la ayuda del gobierno. Stern, cuya organización estableció un fondo de emergencia para Covid-19, declaró que 60% de las solicitudes de ayuda son para necesidades humanitarias básicas.

Otra barrera es la falta de reconocimiento de las sociedades de personas del mismo sexo. En Filipinas, que impuso uno de los confinamientos más largos del mundo, muchas familias con padres del mismo sexo no reciben ayuda del gobierno porque no se les reconoce como familias, dice Danton Remoto, un antiguo profesor universitario que lucha por los derechos de la comunidad LGBT+ de Filipinas.

“En los pueblos, los funcionarios se saltan las casas de parejas de gays y lesbianas que viven juntas porque no los consideran hogares”, dijo, ni a las parejas que han adoptado hijos.

La pandemia también ha provocado que las personas LGBT+ regresen a las casas de sus familias llenas de homofobia y estigma. “Hemos visto una caída precipitada de la salud mental”, señaló Stern, y recuerda el ejemplo de un joven de Santa Lucía que habló con una organización civil local cuando vivía con su familia homofóbica. “Estaba muy deprimido”. Les habló para pedir apoyo y le preguntaron: “¿Estás en un lugar seguro? ¿Cómo estás hablando?”. A lo que contestó: “Bueno, entro a un cuarto, me meto al clóset y cierro la puerta para que nadie me oiga cuando les hablo”.

Matthieu Gatipon-Bachette es presidente de Inter-LGBT, una organización de grupos LGBT, y director del centro LGBT+ en Metz. Comentó que los confinamientos repetidos han afectado la salud mental de los jóvenes, especialmente la de aquellos que se ven obligados a vivir con familias que no los aprueban. “Esto ha hecho mucho daño, daño inmediato pero también, en mi opinión, daño a largo plazo, y las organizaciones van a tener que lidiar con esto”.

También existe el temor por la salud física de la gente. En Brasil, los investigadores que estudian los efectos de las restricciones por Covid en la salud sexual y mental de la comunidad LGBT+ encontraron un decremento en el número de personas que toman medicamentos como profilaxis para reducir el riesgo de la transmisión de VIH.

“Los que tenían problemas para tomarlos estaban en casa de sus padres o familia y muchos esconden el hecho de que los necesitan porque eso significa aceptar que tienen una vida sexual. Les cuesta mucho hablar de eso porque son jóvenes”, dijo Dulce Ferraz, una psicóloga social de la Universidad Lumière Lyon 2, una de las investigadoras que rastreaban el uso de profilaxis de preexposición (medicamentos contra el VIH) en 2000 personas antes de la pandemia.

La letanía de los males que trajo la pandemia es larga: crisis de salud mental, violación de los derechos humanos, barreras para el cuidado esencial de la salud, pobreza, estigma, exclusión. Pero en medio de la oscuridad aparecen destellos de luz.

Gatipon-Bachette expresó que su organización ha logrado llegar a más gente, especialmente en las zonas rurales de Francia, que antes de que tuviera que trabajar con la mayoría de los usuarios en línea. Stern cree que los eventos del Pride en línea ayudarán a que los que no pueden asistir a una marcha en persona se conecten y se sientan parte de una comunidad más amplia.

Aún así, no hay sustituto para el impacto político del Pride con todo su alboroto y audacia. Como dice Stern, hay que tomar un espacio público, acabar con la idea de que sólo se puede ser de una forma que es la de heterosexual y cisgénero. Es por eso que en Hungría, en donde los activistas se encuentran en medio de una creciente batalla en contra del gobierno de Viktor Orbán, se llevará a cabo una marcha por el Pride el próximo mes: las apuestas son muy altas.

Un día, Mugisha espera que un evento así /que celebra y desafía) regrese a las calles de Kampala. Algunos intentos previos han salido mal. Mugisha estuvo entre las 20 personas que arrestaron en 2016 cuando la policía disolvió un evento del orgullo gay. Este año, considera que no vale la pena el riesgo debido al miedo y al estigma que desató el temor al Covid-19. “Creo que de esa forma el gobierno tendría la oportunidad de decir que estamos violando las leyes Covid”, recalcó. “Pero vamos a encontrar otra forma de hacerlo”.

Aakash Hassan en Srinagar y Carmela Fonbuena en Manila contribuyeron a este reportaje.

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