El Partido Comunista Chino: 100 años que sacudieron al mundo
Un vasto mundo de logros de Mao Tse Tung, un póster de propaganda de 1967. Foto: Shawshots/Alamy.

1921: La primera reunión

Cualquiera que visite el Primer Congreso Nacional en Shanghai, el museo que recrea el lugar del primer cónclave del Partido Comunista Chino en 1921 se encontrará también en uno de los distritos más elegantes de la ciudad.

El momento preciso de la reunión no está claro pero Mao TseTung escogió el 1 de julio para su conmemoración porque no podía recordar exactamente la fecha en que se reunieron los más de 10 camaradas en un cónclave.

Además de los chinos en la reunión en la Concesión francesa de la ciudad, incluyendo a Mao, había un representante del Comintern, o Partido Comunista Internacional. Durante un tiempo, algunos de los asistentes fueron eliminados de los relatos oficiales, ya que después se les acusó de colaborar con el ejército imperial durante la guerra civil y la ocupación japonesa en la década de los 30.

En el siglo XXI, China, entre todas sus incongruencias, permite que uno de los “sitios sagrados” del partido esté en medio de la tierra de los yuppies y de tiendas y restaurantes de lujo y nadie dice pío, mucho menos lo critican.

“La gente puede ver el progreso del partido”, me dijo Xia Jiannming, la directora general de las escuelas del partido de Shanghai, cuando estuve de visita hace unos años. “El escenario está en armonía. En nuestra sociedad la gente de diferentes niveles tiene diferentes formas de cubrir sus necesidades”.

1934: La Gran Marcha

Como todas las historias de orígenes, La Gran Marcha es una historia difícil de superar. Los nacionalistas de Chiang Kai Shek dominaban la lucha por el poder y el ejército comunista se embarcó en una serie de largos retiros al interior del país.

El historiador Jonathan Spence escribió a razón de la mitología y los adornos que después se agregaron a la historia que la Gran Marcha “era una impresionante saga de peligro y supervivencia con todo en contra”.

El objetivo era Yan’an en la provincia de Shaanxi, en el norte de China, el campamento base comunista de 1935 a 1947 que preparaba la revolución. En 1935 Mao se asumió como líder e instó una serie de purgas que se volverían típicas en su liderazgo del partido comunista hasta su muerte en 1976. Estar escondidos lejos de los japoneses invasores tenía sus ventajas, aunque el partido comunista no le dé importancia, la carga de la lucha en contra del imperio de Japón estuvo a cargo de Chiang y sus ejércitos, quienes sufrieron el monto de las muertes.

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1949: Revolución

Tras la derrota de los japoneses en 1945, el liderazgo de China estaba de nuevo en disputa. El aislamiento relativo de los ejércitos comunistas les había permitido conservar su fuerza, con la capacidad no solo de realizar campañas de guerrilla sino también de emprender una guerra en contra de Chiang.

Los nacionalistas tenían un equipo más moderno pero los comunistas tenían mejores generales. Para 1949, Beijing, o Pekín, como se conocía entonces, cayó casi sin pelear en las manos comunistas. El retrato de Mao reemplazó el de Chiang sobre las Puertas de la Paz Celestial, a la entrada de la Ciudad Prohibida.

El Partido Comunista tomó un país devastado por décadas de conflicto. Tuvieron que enviar ejércitos para calmar Xinjiang y a Tibet para plantar la bandera de la nueva república. El primer viaje de Mao fue a la Unión Soviética, con lo que estableció una sociedad incómoda para contrarrestar las sanciones de Estados Unidos.

Mientras tanto, Chiang estableció su gobierno en exilio en la antigua colonia japonesa de Taiwán, una isla que Beijing sigue ambicionando.

1958/1965: Calamidad

El Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural van juntos. Dos desastres humanitarios de Mao para su país. Hasta la fecha, su legado tiene cicatrices en el cuerpo político de China.

La primera fue una hambruna creada por el hombre que propició Mao en su intento de industrializar rápidamente a China. Los campesinos se vieron obligados a construir hornos en sus patios. Se colapsó la producción de granos y entre 35 y 40 millones de personas murieron de hambre, una cifra confirmada por los historiadores chinos. No se trata de un plan de la CIA.

La Revolución Cultural comenzó en 1965 cuando Mao, por temor a sus rivales, convirtió a los jóvenes de la Guardia Roja en su sistema político. “Bombardeen los cuarteles”, decía el eslogan, una táctica que después copió con éxito Donald Trump. Citando a un sinólogo (los que estudian el mundo chino) se trató de “una revolución en una revolución que no era lo suficientemente revolucionaria”. Millones murieron, las familias estaban devastadas y la economía cayó por los suelos.

Al partido comunista no le gusta hablar de ningún evento y todavía evita las críticas a Mao, todavía más con Xi Jinping. Como dijo Justin Trudeau la semana pasada, China no tiene comisiones de verdad y reconciliación.

La violencia, la destrucción y el caos siempre se han apoyado en el partido comunista para mantener su mano dura. La alternativa, dicen los funcionarios chinos, es el regreso al caos de entonces.

1976: El arresto de la Pandilla de Cuatro

Hay momentos en la historia en los que genuinamente se cambia un país y la dirección de la historia del mundo. La muerte de Mao en septiembre de 1976 fue uno de esos momentos de cambio.

La atmósfera en Beijing ya era febril. Zhou Enlai, su ministro del exterior, murió pocos meses antes lo que desató continuas expresiones de dolor en las calles de la capital china. Las protestas dieron lugar al aumento del descontento público por la depredación de la dictadura.

La muerte de Mao desató una lucha de poder entre la Pandilla de Cuatro: los ultraizquierdistas encabezados por Jiang Qing, o Madame Mao; y los reformadores que incluían a Deng Xiaoping y Hua Guofeng, el sucesor designado de Mao.

La Pandilla de Cuatro eran maestros de la manipulación, de los medios y de la Guardia Roja, y expertos en la invención política que era la esencia misma de la política radical de China.

Los reformadores se ganaron la lealtad de la Oficina Central de Seguridad, conocida también como la Oficina Central de Escoltas. Un mes después de la muerte de Mao, una unidad del ejército, el equivalente del servicio secreto de Estados Unidos, arrestó a Jiang Qing y a sus camaradas en Beijing. Los cuatro fueron a prisión y los juzgaron en 1980 y 1981, un juicio que se realizó en público cuando China comenzaba a abrirse.

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1978: La reforma y la apertura

Gente al interior del partido comunista lo conoce por su nombre oficial como el tercer pleno del décimo primer Comité Central. Se realizó en diciembre de 1978 en el hotel Jingxi en el oeste de Beijing, y la reunión trataba sobre la reforma energética que desató el arresto de la Pandilla de Cuatro tres años antes. El pleno repudió el estilo político de Mao y su legado económico y empezó el proceso de reforma que convirtió a China en la superpotencia económica en esper que es hoy.

Una serie de líderes que habían sido desterrados durante la Revolución Cultural, colectivamente se les conocía como “los que cayeron del escenario”, fueron reinstalados. Acabó la lucha de clases en masa. Las reformas de mercado que habían empezado en el campo siguieron creciendo.

Al año siguiente, China aprobó sus primeras zonas económicas especiales, pequeños bolsillos del capo como Shenzhen, cerca de Hong Kong, en donde se le dio libertad al mercado. Deng Xiaoping, en el relato convencional de la historia, obtiene el crédito de estas reformas y de varias portadas de “Hombre del Año” en la revista Time. Investigaciones más recientes le dan crédito al predecesor que tanto criticaron, Hua Guofeng. El padre de Xi Jinping, Xi Zhongxun, también ayudó a instrumentar las primeras zonas económicas en el sur de China.

Aún así, los instintos de Deng eran correctos. Como dijo uno de sus asesores: “Deng no sabía mucho de economía. Sólo sabía que quería un rápido desarrollo”.

1989: La Plaza de Tiananmen

Las protestas masivas terminaron en lo que ahora se llama la masacre de la Plaza de Tiananmen aunque es más exacto llamarla Masacre de Beijing ya que los manifestantes fueron desplazados antes de que comenzaran los disparos. Las protestas tenían muchas razones. Se dieron al final de la década más liberal del comunismo chino. Los negocios privados podían prosperar por primera vez y se discutían abiertamente las reformas políticas. Al final de la década, sin embargo, los estudiantes y los trabajadores estaban enojados por la corrupción, la inflación y las importaciones, la electrónica japonesa y con cosas que sólo los nuevos ricos podían comprar, y la falta de democracia.

La muerte de Hu Yaobang, el popular secretario del partido que había sido derrocado en 1987, los envió a las calles. Meses después, la capital estaba paralizada por las protestas que aplastó el Ejército de Liberación Popular. El impacto de la acción militar fue profundo, como se ve en el hecho de que el partido comunista lo ha tratado de borrar de la memoria popular china. La reputación de los militares tardó años en recuperarse. La posición de China en el mundo se vio afectada inmensamente. Y lo peor fue que el liderazgo decidió que mientras continuara la reforma económica el gobierno del partido tenía que apretarse.

2001: El sector privado

La ironía, al menos para los occidentales, es que el comunismo chino sobrevivió y prosperó por lo que el marxismo quería eliminar: un sector privado hambriento de ganancias.

Jiang Zemin, el jefe del partido de 1989 a 2002, era lo suficientemente listo para reconocer el valor de los empresarios, que habían empezado a florecer en la década de los 80. En 2001, Jiang buscó un cambio de políticas para que los miembros del partido los aceptaran por las buenas.

Siempre ha habido “capitalistas rojos” en el partido comunista que sobrevivieron con la entrega de sus propiedades tras la revolución y ayudaron a administrar los bienes del estado y el intercambio internacional. Pero esto era diferente. Se trataba de una reforma que iba a cambiar literalmente la cara del partido.

Al mismo tiempo, el primer ministro de Jiang, Zhu Rongji estaba negociando la entrada de China a la Organización Mundial de Comercio, otra reforma que transformaría la economía global.

Atacaron a Jiang por “antimarxista” por dejar que los empresarios entraran al partido. Zhu fue atacado por poner la economía a merced de los depredadores extranjeros. La fuerza del partido y de la economía china en estos momentos reivindican ambas reformas.

2008: Occidente en crisis

Si se buscan los momentos en los que Beijing tomó decisiones fundamentales para competir cara a cara con occidente, y en especial con el poder militar de Estados Unidos, se vienen a la mente dos confrontaciones.

En 1996, Beijing bombardeó las aguas cerca de Taiwán para demostrar su furia por la primera elección democrática de la isla y por su eventual ganador aunque se vio humillada por su incapacidad para influenciar en el proceso. Juró que no volvería a suceder.

En 2013, China construyó islas en las aguas en disputa en Mar del Sur de China y las convirtió en bases militares sin que Estados Unidos dijera nada serio, con lo que demostró la fuerza del país.

Pero en 2008, la crisis financiera global, fue el evento que unió psicológicamente estos sentimientos de revancha. Mientras occidente se hundía en una crisis prolongada, Beijing lanzó un estímulo masivo y el crecimiento económico regresó muy pronto. Para los líderes del país este fue un momento decisivo.

Su sistema probó su valor. En contraste, Estados Unidos que durante años enseñó a China cómo manejar un sistema financiero y administrar los riesgos, demostró que tenía pies de arcilla.

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2018: Líder de por vida

La visión convencional de muchas democracias es que China practica la reforma económica pero no la política. Desde la perspectiva china, se equivocan.

Dentro del Partido Comunista, se han dado reformas sustanciales desde finales de la década de los 70, cuando Deng Xiaoping introdujo medidas para asegurar que el país nunca tuviera un dictador como Mao.

La piedra angular son los límites de facto en la posición más alta del país: la del secretario general del Partido Comunista, dándole efectivamente (y siempre ha sido él) dos mandatos de cinco años y no más

El Partido Comunista Chino, en efecto, resolvió el gran problema que enfrentan la mayoría de los estados autoritarios, sobre cómo asegurar la transición política de poder. Nadie se ha beneficiado más con esta reforma que el mismo Xi cuando asumió el poder en 2012.

En 2018, al abolir los límites del período de la presidencia, Xi desechó esa reforma y se nombró a sí mismo líder a perpetuidad. Xi tiene enemigos por todos lados, pero nada los ha unido más que esta medida que los remite a los días de la dictadura.

Xi termina su periodo de cinco años hacia el final del próximo año. Nadie espera que deje el poder y no queda claro si ya está preparando un sucesor.

Xi puede mantener estable a China. De la misma forma puede estar preparando al partido para su más grande temor, una crisis de sucesión a todo lo que da y un terrible rompimiento en la cima.

Richard McGregor es miembro senior del Lowy Institute. Es periodista y autor y fue jefe de la oficina de corresponsales en la oficina de Beijing y de Washington del Washington Post.

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