El sueño de las criptomonedas de escapar del sistema financiero global se está desmoronando
Encadenadas a la Tierra por medio de cables y alambres, las criptomonedas tienen mayor probabilidad de vivir como una extensión del estado-nación que como medio de escape del mismo. Foto: Toya Sarno Jordan

Desde que un personaje misterioso llamado Satoshi Nakamoto creó el bitcoin después del colapso financiero en el 2008, las criptomonedas se han multiplicado. Actualmente hay miles de monedas en circulación, con nombres que suenan como misiones intergalácticas abandonadas: Libra, Ethereum, Stellar y Auracoin. Aunque se diferencian en la marca, casi todas las criptomonedas comparten una fantasía en común: eliminar la oferta monetaria de manos de los políticos y eludir a las instituciones financieras que gobiernan el movimiento de efectivo en la Tierra. Pero recientemente se ha hecho obvio que las criptomonedas no pueden escapar de ninguna de estas situaciones.

De hecho, el sueño que compartieron sus primeros promotores parece estar muriendo al mismo tiempo que las criptomonedas se han abierto paso a través de las tendencias. Las “monedas estables” están vinculadas al valor de las divisas nacionales, mientras que la Reserva Federal de Estados Unidos está desarrollando su propia moneda digital.

En otros lugares, el Banco de Pagos Internacionales recientemente dio su apoyo a las monedas digitales del banco central por primera vez. Estos avances cambian el propósito original del dinero apátrida. Incluso el reconocimiento del bitcoin como moneda de curso legal por parte de El Salvador está siendo criticado por los verdaderos creyentes, ya que obliga a los consumidores a aceptar la criptomoneda, lo que debilita el principio fundamental de elección.

A pesar de la marca futurista de la criptomoneda, el origen de su historia intelectual resulta más mundano. La idea de una oferta monetaria apátrida surgió en los debates sobre una moneda europea común. Si bien el Tratado de Maastricht de 1992 allanó el camino para la introducción del euro en 1999, este no era el único modelo de divisas que se encontraba sobre la mesa en aquel tiempo. Una idea menos conocida, propuesta por el economista alemán Herbert Giersch en 1975, consideraba una moneda paralela llamada europa que circularía y competiría con las monedas nacionales en lugar de reemplazarlas. Junto con otros economistas miembros de la neoliberal Sociedad Mont Pelerin, Giersch pensó que lo que llamó “competencia de divisas” en el título de un libro en 1978 alejaría gradualmente a las personas de sus liras, francos y dracmas.

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El estudiante de Giersch, Roland Vaubel, quien ayudaría a fundar el partido Alternative für Deutschland (AfD, por sus siglas en alemán), casi cuatro décadas después, fue reclutado por la Comisión Europea para explorar su idea. Mientras tanto, en 1976, Friedrich Hayek, quien se mantenía en frecuente contacto con Giersch y Vaubel, publicó dos folletos con apoyo del Instituto de Estudios Económicos. El primero de los ensayos de Hayek trata sobre “la elección de divisas” y el segundo sobre “la desnacionalización del dinero”, ambos se volvieron referentes para aquellos que querían traer el dinero apátrida a la vida.

Pero una vez que quedó claro que el euro había vencido a europa, los libertarios comenzaron a buscar otros sitios donde pudieran experimentar. En la segunda mitad de la década de 1990, el internet parecía ofrecer un espacio que estaba más allá de la soberanía nacional y del territorio terrenal. En 1996, el ciberactivista John Perry Barlow declaró que “los conceptos jurídicos de propiedad, expresión, identidad, movimiento y contexto” no se aplicaban en el campo del internet. Algunos libertarios llegaron incluso más lejos que Barlow al hacer la observación pragmática de que las viejas leyes de propiedad podían ser más seguras que nunca dentro del ciberespacio, lugar donde los usuarios podrían escapar del alcance de los gobiernos y los impuestos nacionales. En 1998, el subcampeón del premio Hayek de la Sociedad Mont Pelerin pronosticó que el internet “debilitaría la oferta monopolística de dinero de los gobiernos y permitiría a la gente elegir entre diferentes proveedores privados de dinero”.

Esta visión del dinero sin estados fue registrada en un manifiesto libertario de 1997 escrito por el asesor de inversión James Dale Davidson y el exeditor del Times William Rees-Mogg. Disfrazado como un libro de bolsillo de aeropuerto, el The Sovereign Individual: How to survive and thrive during the collapse of the welfare state predijo que el internet “desnacionalizaría” el dinero. La gente podría abstenerse de utilizar la moneda de curso legal aprobada por los gobiernos y en su lugar utilizar “dinero cibernético” intangible, que los autores imaginaron como “secuencias encriptadas de números primos de varios cientos de dígitos”. Argumentaron que el ciberdinero “dará vida a la lógica de Hayek”.

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Su libro se volvió popular entre los inversionistas de riesgo pocos conocidos en el Área de la Bahía de San Francisco. El joven Peter Thiel estaba entusiasmado por la visión de Davidson y Rees-Mogg sobre una moneda digital sin nación y en 1999 lanzó PayPal, acercando en mayor medida su profecía a la realidad. La compañía de Thiel fue solo es inicio de lo que después se convertiría en una proliferación de diferentes monedas digitales. Pero en los últimos meses, el foco se ha centrado en un futuro menos brillante para las criptomonedas. El primer defecto en el modelo bitcoin utilizado por la mayoría de las criptomonedas es, irónicamente, una consecuencia de su propio éxito. Resolver las ecuaciones para adquirir nuevas bitcoins (lo que se conoce como “minería”) requiere grandes volúmenes de hardware de computadoras que frecuentemente se sobrecalienta y consume una enorme cantidad de energía. Las estimaciones exponen que el uso anual de energía de la minería de bitcoin está entre el nivel de uso de Suecia y Malasia.

Y mientras estas “minas” se multiplican, sus operaciones comienzan a extenderse e incluso a sobrecargar las redes eléctricas nacionales. Irán prohibió la minería de bitcoin el mes pasado después de que provocó un apagón y posiblemente el cierre de un reactor nuclear. Varias provincias de China, uno de los productores más grandes del mundo de bitcoin, también prohibieron la minería, lo que resultó en reportes sobre mineros que estaban reubicando sus hardware a sitios más tradicionales de extracción subterránea en Canadá, Dakota del Sur y Texas.

Las medidas enérgicas de China también se están extendiendo a los activos de criptomonedas, logrando que el valor del bitcoin caiga. Corea del Sur recientemente embargó decenas de millones de dólares en criptoactivos de sus ciudadanos ricos como una medida de restricción por evasión de impuestos, justamente lo que los anarquistas tecnológicos esperaban que el dinero digital hiciera imposible. Y a principios de este mes, el Departamento de Justicia de Estados Unidos anunció que había logrado rastrear y recuperar la mayor parte del rescate pagado en bitcoins a los piratas informáticos del Oleoducto Colonia. Las divisas sin rastro sí dejan huella después de todo.

Encadenadas a la Tierra por medio de cables y alambres, las criptomonedas tienen mayor probabilidad de vivir como una extensión del estado-nación que como medio de escape del mismo. Así como los goldbugs anteriormente, los seguidores de las criptomonedas tendrán que adaptarse a que su caballo de batalla sea, por mucho, una nueva clase de activos volátiles para las coberturas de alto riesgo, en lugar de una alternativa real a las monedas globales, aunque incluso en este caso las opiniones difieren. La mayoría de los viajeros a la locura por las critpmonedas desde su pico inicial a finales del 2017 parece que son atraídos, no por la posibilidad de traer a la vida la visión de Hayek, sino por una voluntad de tomar riesgos sobre recompensas especulativas. De hecho, el futuro para las criptomonedas ahora luce menos como un sueño tecnológico utópico o una fantasía libertaria, y más como una subordinación a lo que fue diseñado para derrocar: el monopolio del estado-nación sobre la oferta monetaria.

Quinn Slobodian es profesor asociado de Historia en Wellesley College.

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