¡Déjenlos ser niños! ¿Es la crianza en libertad la clave para unos niños más sanos y felices?
¿Estamos limitando a nuestros hijos más de lo que es bueno? Foto: Nick Robinson

Ella se describe a sí misma como una madre “bastante precavida” antes de la pandemia, pero Shannon ahora se preocupa más que nunca por la seguridad de sus hijos. “La pandemia me ha vuelto más paranoica y temerosa de otras personas“, explica. Tiene dos hijos, de siete y cuatro años, y le causa ansiedad que se enfermen “porque son demasiado pequeños para vacunarse”. Cuando la escuela de su hijo mayor reabrió el año pasado, ella lo mantuvo en casa. “No entramos en las casas de otras personas y, si tenemos reuniones para jugar, las hacemos afuera”, comenta. Como capellán de un hospital en Indiana, Shannon ha visto a las personas morir por Covid-19, por lo que su miedo es comprensible.

Ha habido beneficios, sus hijos están más unidos que nunca, pero ella reconoce las desventajas. “Ese aspecto social de su desarrollo es algo que definitivamente me preocupa. Hay una parte de mí que dice: ‘Déjalos ser niños‘, y hay otra parte de mí que dice: ‘Necesito mantenerlos a salvo‘”.

Este estilo de crianza de los hijos que considera la seguridad a toda costa es uno con el que muchos padres estarán familiarizados, incluso si las ansiedades son distintas, y la pandemia puede haberlo evidenciado para muchos o empeorado. Desde la perspectiva de los niños, el último año y medio de confinamientos, escuelas y parques cerrados le ha transmitido un mensaje: el mundo exterior es peligroso; manténganse alejados de otras personas. Es más seguro en casa. Si estamos empezando a salir de la pandemia, este momento puede ser una buena oportunidad para replantear qué tipo de infancia queremos para nuestros hijos.

Lenore Skenazy, una escritora y activista que reside en Nueva York, aboga por lo que ella describe como “crianza en libertad“. Si bien menciona, entre risas, que le encanta la seguridad (“cascos, sillas para autos, cinturones de seguridad”), también cree que se les debería dar mayor libertad a los niños, lo que genera confianza e independencia. Debemos confiar en ellos para que tomen sus propias decisiones y, esto es aterrador para los padres actuales en cierta forma que no lo fue para las generaciones pasadas, dejarlos salir por sí mismos”.

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Lenore Skenazy con su hijo Izzy durante la época en la que la llamaban “la peor madre del mundo”.
Foto: Joe Kolman

En 2008 fue descrita como “la peor madre del mundo” después de que escribió un artículo sobre dejar que su hijo de nueve años encontrara su propio camino de regreso a casa en el metro. Desconcertada por el horror de la gente, se interesó en cómo los padres se habían vuelto tan temerosos de los riesgos y monitoreaban cada movimiento de sus hijos. Se preguntó cómo podría estar afectando esto a una generación de niños y escribió un libro, Free-Range Kids, el cual acaba de actualizar, además lanzó Let Grow, una organización que promueve la independencia de los niños y ofrece recursos gratuitos para las escuelas y los padres.

“Me preocupaba que se estuviera volviendo extraño dejar salir a tus hijos sin un adulto, un teléfono celular o un GPS de cualquier tipo. Los niños pasan de cuatro a siete minutos al día al aire libre en un tiempo no estructurado y sin supervisión en Estados Unidos“. Ella menciona un estudio británico que descubrió que a los padres actuales se les permitía jugar al aire libre sin supervisión desde los nueve años. Ahora es a los 11 años. “Eso es un salto gigantesco, o un paso atrás, en una generación. Entonces, ¿no se permitirá que los niños salgan hasta que lleguen a la pubertad? Eso no tiene precedentes”.

“Estamos en un punto en el que esto podría tomar cualquier dirección”, señala Helen Dodd, profesora de psicología infantil en la Universidad de Exeter (ella fue quien dirigió el estudio sobre la edad en que se les permitía a los niños jugar afuera sin supervisión). “Creo que hay muchos niños que se han acostumbrado a estar en la casa y a estar con sus padres la mayor parte del tiempo… han olvidado de cierta manera que el mundo está allá afuera, y que es divertido salir y estar activo. Para esas familias, es posible que no vuelvan a ser cómo eran antes, por lo que la pandemia puede terminar restringiendo aún más los movimientos y la libertad de los niños”.

Ellie Lee, directora del centro de estudios de cultura para la crianza de la Universidad de Kent, cree que fracasamos durante el apogeo de la pandemia, especialmente durante la primera ola del apoyo comunitario recién descubierto. En lugar de hacer que los niños participaran en grupos de ayuda, “elegimos el camino de decir que los mantendremos en casa”. Peor aún, los niños llegaron a ser considerados como vectores de enfermedades. “Me sorprendió mucho el miedo que habían generado los adultos respecto a los niños”, comenta.

De acuerdo con Lee, la facilidad con la que encerramos la vida de los niños es un reflejo “de la falta de seriedad con la que la cultura ha tomado el problema de lo que está pasando con los niños, lo que esperamos de ellos y cuáles son sus vidas”.

Tim Gill, un experto en juego teatral y autor de Urban Playground: How Child-Friendly Planning and Design Can Save Cities, dice que “habrá algunos padres e hijos que adquirieron conocimiento sobre lo que realmente importa: algunas de las cosas buenas que hay en su casa o el valor de pasar más tiempo en familia. Pero habrá otros que habrían tenido un año y medio traumático y turbulento. Para las familias que se encuentran en circunstancias difíciles, las cosas han empeorado“.

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“Es una buena idea que los niños puedan caminar y andar en bicicleta con mayor frecuencia”.
Foto: mrs/Getty Images

Algunos niños sí se vieron beneficiados, señala Skenazy, al menos al principio. Con las escuelas y los cursos extraescolares cerrados, los niños –especialmente los de los denominados padres helicóptero, quienes siempre habían tenido sus vidas programadas– de repente tuvieron mucho tiempo no estructurado para llenar. Let Grow encuestó a niños de ocho a 13 años durante los primeros dos meses del confinamiento y encontró que era más probable que se describieran a sí mismos como “felices” en lugar de “tristes”: el 71% comentó que sus padres les permitían hacer más cosas por sí solos, y el 72% informó que encontró cosas nuevas para ocupar su tiempo. “Mi parte favorita fue cuando les preguntamos: ‘¿Qué cosa nueva estás aprendiendo por tu cuenta?’ Y respondían, como, ‘bichos’ y ‘finalmente jugar con mi hermano’. Parecía que los niños pasados ​​de moda ocupaban su tiempo “. Si esto continuó o no, particularmente cuando el aprendizaje remoto y los horarios se establecieron, Skenazy no está seguro. (No tenían los fondos para continuar con el estudio).

Hay lecciones más amplias que surgen de la pandemia, comenta Gill, como que “es una buena idea que los niños puedan caminar y andar en bicicleta con mayor frecuencia, y que tengan mejores lugares para jugar en sus colonias“. Seguro que también hemos aprendido “el valor de las zonas verdes y los espacios públicos”. Y espera que los ayuntamientos inviertan más dinero en ello, “porque han estado gravemente mal financiados durante la última década aproximadamente”.

Otro aspecto, comenta, es “tal vez darse cuenta de que la tecnología simplemente no es suficiente. Existía este tipo de mito de que los niños de hoy en día no necesitan realmente jugar afuera o ver a sus compañeros en la vida real, y creo que la pandemia ha sido un experimento forzado sobre hasta dónde se puede llevar esto”. No fue suficiente con mantenerse en contacto por internet, señala, “por lo que espero que haya una especie de reevaluación de la importancia de las amistades frente a frente en la vida de los niños”.

Como era de esperarse, una encuesta para Natural England encontró que el 81% de los niños pasaron menos tiempo al aire libre jugando con sus amigos durante la pandemia. Sin embargo, esto ha estado disminuyendo desde hace mucho tiempo. Los niños permanecen más cerca de casa en comparación con las generaciones anteriores, y se les da independencia de forma tardía. Mi propia infancia a finales de los 80 es algo de otra época: pasaba las tardes después de la escuela jugando en los arroyos y campos que estaban detrás de la casa de mi amigo, sin la supervisión de los adultos, cuando todavía no pasábamos de los ocho años. Me encantaba, pero es imposible imaginarme permitir que mis propios hijos lo hagan. ¿Qué pasó?

Varias cosas, responde Skenazy. Una son los medios de comunicación y una serie de asesinatos de niños de alto perfil que, aunque son aterradores, son extremadamente raros. La versión moderna, explica, es la publicación de Facebook donde una madre dice: “‘Ayer estaba en la tienda y había un hombre que veía fijamente a mi hija. Y tenía una camioneta afuera y no tengo ninguna duda de que ella estaba a punto de ser traficada”.

Después está el ejército de padres expertos en la crianza “que siempre nos están diciendo: ‘Lo estás haciendo mal’, para que tengan algo que decir y puedan escribir su libro”. Y está el capitalismo. Existe una gran variedad de productos que puedes comprar para supuestamente mantener a tu hijo más seguro: en su libro, Skenazy escribe sobre las rodilleras para bebés, como si durante toda la historia de la humanidad los bebés se hubieran estado lastimando innecesariamente mientras gateaban.

“La habilidad de ser omnisciente ahora no tiene precedentes en la historia de la humanidad: puedes ver dónde está tu hijo cuando no está contigo, leer sus mensajes, ver sus fotos”, explica. “Creo que eso les está dando a los padres la falsa idea de que, como son omniscientes, deben ser omnipotentes“. Sentimos que podemos, o deberíamos poder, controlarlo todo, y que si algo malo sucede, habrá sido por nuestra culpa. “Ahora, es como: ‘Si solo hubieras tenido esa aplicación, si solo te hubieras pasado toda la noche en vela vigilando el ritmo cardíaco de tu hijo’. Es una carga enorme para los padres, y parece que nadie está estudiando lo que significa crecer bajo una vigilancia absoluta“.

Todos los expertos están dispuestos a enfatizar que no culpan a los padres, sino a la cultura. Han existido cambios sociales, comenta Dodd. Las comunidades son más débiles, al haber menos personas relacionándose con sus vecinos. Si vivieras en una calle o una zona urbana donde todos se conocen y se cuidan unos a otros, “como padre, piensas: ‘Hay mucha gente alrededor que los ayudaría si algo sucediera‘”. Las actitudes sobre lo que es apropiado, y el miedo a ser juzgado, también juegan un papel importante. “Conozco historias de personas que llaman a la policía porque vieron a un niño jugando sin sus padres“. Los letreros que dicen “prohibido juegos de pelota”, por ejemplo, les transmiten el mensaje a los niños que no son bienvenidos a jugar al aire libre, a pesar de que en muchos lugares, esos espacios públicos son ideales, de fácil y seguro acceso.

El peligro de lo desconocido puede ser exagerado, pero existen otros riesgos reales: mayor tráfico, por ejemplo. “Muchas cosas tienen que cambiar” para crear un ambiente donde los niños puedan jugar de forma segura e independiente al aire libre, comenta Dodd. “Es complejo, se trata de la infraestructura y el acceso. Se trata de las actitudes de la sociedad respecto a que están afuera y jueguen en la calle, haciendo ruido“.

No estamos beneficiando a los niños, ya sea porque los padres los sobreprotegen y vigilan en exceso, o porque la sociedad no crea un entorno para el juego desestructurado e independiente. “El juego es bueno y permite que los niños se expresen”, explica Dodd. “También los mantiene físicamente activos, los ayuda a aliviar sus tensiones y contribuye a su salud mental. Si juegan con sus amigos, desarrollan habilidades sociales”. Pero más allá de esto, dice, “se trata de que los niños aprendan que pueden resolver problemas, tomar decisiones y evaluar los riesgos por sí mismos. Si hacemos todo esto por los niños, en algún momento de su vida tendrán que hacerlo ellos mismos… sin tener práctica ni experiencia”.

Existe la idea de que consentir a los niños puede generar mayores índices de ansiedad y depresión en su juventud. Aunque, según Dodd, no existe evidencia que vincule directamente ambos aspectos, a principios de este año publicó un artículo teórico que sugería que el juego desarrollaba las habilidades que necesitamos para prevenir la ansiedad. “El juego consiste en la exposición a la incertidumbre, en tener que enfrentarse a las cosas por sí mismos, en la experiencia de la agitación fisiológica, por lo que su corazón se acelera, y tienen mariposas en su estómago“. Si los niños experimentan esto en un entorno lúdico, explica que los prepara. “Aprenden: ‘Puedo sobrellevar la incertidumbre, sé cómo afrontar situaciones en las cuales las cosas salen mal, sé que mi corazón puede acelerarse, pero está bien'”. Dodd cree que mantener a los niños en casa significa que “no están aprendiendo las habilidades que necesitan para poder afrontar situaciones desafiantes“.

Skenazy menciona el Test de Pensamiento Creativo de Torrance, un estudio que analiza la resolución de problemas y las soluciones creativas, desarrollado en la década de 1960, el cual ha mostrado una disminución en la creatividad desde la década de 1990. “Eso no me sorprende porque cuando terminamos organizando actividades para los niños y supervisándolos, no hay espacio para la creatividad”. Conoce sobre “una pasividad. Los maestros dicen que los niños están tan acostumbrados a las órdenes constantes, tales como: ‘Saquemos los lápices, dibujemos ahora‘, que no parecen ser tan proactivos, creativos, logrando que sucedan las cosas“.

Hay indicios de que las cosas están cambiando a medida que la gente se da cuenta de los beneficios del juego no supervisado y no estructurado: una nueva organización benéfica, Roam, en Birmingham, organiza sesiones de juego independientes en un parque donde los menores de 12 años tienen permitido jugar por su cuenta en grupos de al menos tres niños durante un máximo de dos horas (los voluntarios los supervisan a distancia) y las sesiones se agotan en cuestión de minutos.

“Estamos hablando de las libertades de los niños, el juego y el acceso al aire libre con más frecuencia de lo que lo hemos hecho en mucho tiempo debido a la pandemia”, comenta Dodd. “Así que si alguna vez hubo un momento para pensar realmente en lo que necesitan los niños, y en cómo creamos el entorno social y físico que les permite esas libertades, ahora es ese momento.

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