La gran idea: ¿Deberíamos dejar atrás los salones de clase?
Conectarse a la era digital. Ilustración: Elia Barbieri/The Guardian

Mi ahijada de 21 años, estudiante de segundo año de licenciatura, mencionó de paso que ve los videos de las clases de forma offline a una velocidad doble de la normal. Impresionado por esto, le pregunté a otros estudiantes que conozco. Muchos de ellos aceleran sus clases de forma habitual cuando aprenden en modo offline, con frecuencia a una velocidad de 1.5 veces, y a veces incluso más. El aprendizaje rápido no es para todo el mundo, pero existen hilos enteros en Reddit en los cuales los estudiantes discuten lo extraño que será regresar a los salones de clase. Un colaborador escribió: “La velocidad normal ahora parece la velocidad de un borracho”.

La educación se estaba adaptando al mundo digital mucho antes del Covid-19, pero, como en tantas otras actividades humanas, la pandemia impulsó enormemente el aprendizaje hacia el mundo virtual. De la noche a la mañana, las escuelas y universidades cerraron y los profesores y alumnos tuvieron que buscar la forma de hacer lo que hacían de forma exclusiva a través de internet. Naturalmente, hubo problemas, pero como explica la profesora Diana Laurillard, del Knowledge Lab del University College de Londres, básicamente lograron llevar a cabo un experimento extraordinario, y global. “No puede volver a ser como antes”, dice. “Se ha descubierto la clave”.

Los académicos que piensan en la educación reconocen que no todos los cambios impuestos han sido buenos. El Covid-19 puso de manifiesto lo fundamental que es el aspecto social del aprendizaje, y que algo extra ocurre cuando los alumnos y su profesor comparten un espacio físico. El experimento también se desarrolló de forma diferente en las escuelas y en las universidades, en parte porque los beneficios del aprendizaje “copresencial” pueden variar según la edad. La tensión se da ahora entre aquellos que ven en la pandemia una oportunidad para revisar la educación y los que están impacientes por regresar a la “normalidad”.

Este es el momento para que las escuelas y los sistemas reimaginen la educación sin escuelas ni salones de clase“, dice el profesor Yong Zhao, de la Facultad de Educación de la Universidad de Kansas. El Dr. Jim Watterston, de Melbourne Graduate School of Education en Australia, opina que los salones de clase tradicionales siguen vivas, pero que por el contrario “la educación debe ser más aventurera y cautivadora” y, sobre todo, más flexible.

A principios de este año, Zhao y Watterston fueron coautores de un artículo en el que identificaron tres grandes cambios que deberían producirse en la educación tras el confinamiento. El primero se refiere a los contenidos, los cuales deberían hacer hincapié en aspectos como la creatividad, el pensamiento crítico y el espíritu emprendedor, en lugar de recopilar y almacenar información. “Para que los humanos prosperen en la era de las máquinas inteligentes, resulta fundamental que no compitan con las máquinas”, escribieron. “Por el contrario, deben ser más humanos”.

El segundo consiste en que los estudiantes deberían tener más control sobre su aprendizaje, cambiando el papel del profesor de instructor a curador de recursos de aprendizaje, consejero y motivador. Aquí es donde entra en juego el llamado “aprendizaje activo”, ya que cada vez hay más investigaciones que sugieren que la comprensión y la memoria mejoran cuando los alumnos aprenden de forma práctica, por ejemplo, mediante debates y tecnologías interactivas. También es donde entra en juego el concepto de “fracaso productivo”. El profesor Manu Kapur, de Swiss Federal Institute of Technology de Zürich, sostiene que los estudiantes aprenden mejor de sus propios intentos fallidos o de otras personas al resolver un problema, antes o incluso en lugar de que se les diga cómo resolverlo.

La tercera propuesta de Zhao y Watterston es que el lugar que ocupa para el aprendizaje debería cambiar: “del salón de clases al mundo“. Con el confinamiento, todo el aprendizaje se llevó a cabo en línea, pero siguió los horarios preexistentes, y fue esta rigidez temporal la que causó angustia y desinterés en algunos estudiantes, señalan.

Con las herramientas digitales ya no es necesario que los alumnos aprendan al mismo tiempo que los demás. Lo que se necesita, dicen, es una mezcla de aprendizaje en línea y presencial, el llamado blended learning o clase invertida, en el que los alumnos leen o ven clases en su tiempo libre, más allá de las paredes de la escuela, y resuelven problemas en presencia de su profesor y sus compañeros.

Esa desvinculación del tiempo de aprendizaje y del horario escolar significa que se puede ampliar el primero, algo que resultará especialmente importante para la recuperación tras el Covid-19, señala Laurillard. No le sorprende que los estudiantes aceleren sus clases, ni que los profesores hayan comenzado a dividir sus presentaciones en segmentos de video de cinco y diez minutos, ni que todo esto estuviera ocurriendo incluso antes de la pandemia. ” Existe una gran cantidad de redundancia en una clase de 50 minutos”, dice.

Pero, ¿realmente se pueden adquirir conocimientos de forma adecuada a gran velocidad? Woody Allen bromeó una vez sobre un curso de lectura rápida en el que aprendió a leer hasta la mitad de la página y completó Guerra y Paz en 20 minutos. “Se trata de Rusia”, fue su resumen.

En la Universidad de Waterloo en Canadá, el profesor Evan Risko, psicólogo cognitivo, ha analizado la comprensión de la gente después de ver videos de clases a gran velocidad. Aunque depende de la naturaleza del tema, de los conocimientos previos del alumno y del estilo del profesor, su investigación indica que una aceleración de hasta 1.7 veces tiene poco impacto negativo y, por supuesto, ahorra tiempo.

Se podría decir que son preocupaciones del primer mundo. ¿Qué pasa con aquellos que no tienen el lujo de las herramientas digitales? La brecha digital no es un problema nuevo, dice Laurillard, pero tampoco debe frenar el cambio, “porque el mundo digital avanza más rápido en la facilitación del acceso que el físico”. Señala el Objetivo de Desarrollo Sostenible 4 de las Naciones Unidas, que consiste en proporcionar una educación de calidad para todos antes de 2030. La única forma de que esto ocurra, comenta, consiste en que los profesores de las zonas desfavorecidas reciban las herramientas y los materiales de forma digital, quizás a través de cursos abiertos masivos en internet, y posteriormente los transmitan a sus alumnos de la forma tradicional.

Si ni siquiera la brecha digital frena la revolución que se avecina, parece poco probable que el salón de clases vuelva a tener el mismo aspecto. Como dice Laurillard: ” Hizo falta una pandemia mundial para comprender lo que venimos diciendo desde hace 30 años”.

Más información:

  • Make It Stick: The Science of Successful Learning, de Peter Brown, Henry Roediger y Mark Mcdaniel (Harvard, £24.95)
  • Building the Intentional University, editado por Stephen M Kosslyn y Ben Nelson (MIT, £22.20)
  • How We Learn, de Stanislas Dehaene (Penguin, £9.99)

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