Hogar de sanación: el santuario hondureño para las defensoras de los derechos
Rebeca Girón, que dirige el centro de sanación La Siguata en Honduras, en el recinto, un lugar en el que las mujeres se pueden relajar y conectar con la naturaleza. Foto: Jeff Ernst

Una piedra de color blanco lechoso y azul cielo cuelga de un hilo rojo alrededor del cuello de Ethels Correa, y de vez en cuando la frota entre sus dedos.

“Cuando siento enojo, agarro esta piedra y empiezo a relajarme, porque me enseñaron a respirar, a relajar mi cuerpo y a relajar mi mente”, comenta. “Siempre la traigo conmigo”.

Correa, de 41 años, procedente de la costa sur de Honduras, forma parte de un grupo que visita La Siguata, un centro de sanación para mujeres que, como ella, sufren traumas como consecuencia de haber defendido los derechos humanos en el país.

“Cuando llegué aquí, me sentía vieja, arrugada”, cuenta Correa, madre de cinco hijos que lleva dos décadas participando en la lucha por la tierra en su pueblo natal, Zacate Grande. Pero ahora, cuando se ve en el espejo, ve un reflejo diferente. “Me veo hermosa”.

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El lema escrito arriba de la entrada de La Siguata se traduce como ‘Tú para mí, yo para ti’. Foto: Jeff Ernst

Inaugurado a principios de este año, el retiro de 10 días en La Siguata forma parte de un pequeño pero cada vez más grande movimiento liderado por la Iniciativa Mesoamericana de Mujeres Defensoras de Derechos Humanos, que financia este y otro centro en Oaxaca, México, para tratar los problemas de salud mental que conlleva el trabajar en una de las regiones más peligrosas del mundo para los activistas y las mujeres.

“Nos dimos cuenta de que existía un gran desgaste y también un fuerte efecto en las defensoras como resultado de la violencia estructural, así como de la violencia patriarcal que era muy invisible y estaba normalizada”, explica Ana María Hernández, del centro de sanación Casa La Serena, en Oaxaca, México, que abrió sus puertas en 2016 y desde entonces ha recibido a cientos de mujeres de toda la región.

“La dinámica tan demandante del activismo de las defensoras provoca que no tengamos tiempo para recuperar nuestras energías, para conectarnos con nuestros cuerpos y necesidades. Se produce un desequilibrio entre el dar y el recibir”, añade Hernández.

Hernández y sus colegas del Consorcio para el Diálogo Parlamentario y la Equidad en Oaxaca desarrollaron una estrategia holística para ayudar a las mujeres a superar los traumas y a recargarse, para que puedan continuar su trabajo con energías renovadas.

Durante sus visitas de 10 días a los centros, las mujeres participan en actividades que abarcan desde lo artístico hasta lo espiritual, en grupos e individualmente, y se les proporciona un plan de autocuidado personalizado para que se lo lleven a casa.

La Siguata –que significa “la mujer” en la lengua náhuatl uto-azteca– está ubicada detrás de altos muros en las montañas cubiertas de pinos que se encuentran sobre la capital, Tegucigalpa.
“Desde que entré por esa puerta, me sentí conectada, me sentí una mujer protegida”, comenta Correa.

La solidaridad es una regla de oro del centro, que se resume en un lema adoptado de la cultura garífuna de la costa norte del país, pintado arriba de su entrada. Se traduce como “Tú para mí, yo para ti”.

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El recinto de La Siguata es un espacio donde las mujeres se pueden relajar y sentirse ‘protegidas’. Foto: Jeff Ernst

Los jardines llenos de flores y árboles frutales ofrecen un marcado contraste con el paisaje de concreto de la ciudad que se encuentra en la parte baja. Las mujeres se pueden relajar en hamacas o reunirse alrededor de una fogata rodeada de cempasúchil.

“Este espacio nos enseña a amar la naturaleza, a sentir esa energía de la tierra y el aire, algo que yo no había experimentado”, comenta Sandra Laínez, de 63 años, miembro de la Red de Trabajadoras del Hogar, que formó parte del primer grupo que visitó La Siguata.

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Un altar con velas y flores dedicado a la ecologista hondureña asesinada Berta Cáceres. Foto: Jeff Ernst

El centro cuenta con instalaciones para masajes, baños y acupuntura. “Llegué con mucho dolor en el cuerpo y no me sentía bien”, comenta Correa, quien ha sufrido mucha violencia a lo largo de su vida, incluido un golpe en la cabeza del que dice que tuvo suerte de sobrevivir. “Si estoy enferma, no puedo ayudar a la organización”.

Dentro de la casa hay dormitorios, una amplia cocina donde se imparten clases de cocina y un altar con velas y flores dedicado a la ecologista Berta Cáceres, asesinada después de años de amenazas por oponerse al proyecto de una presa. Constituye un emotivo recordatorio de la hostilidad hacia las activistas en Honduras, una nación con la mayor tasa de feminicidios de Latinoamérica.

“En medio de esta lucha, hemos perdido a nuestras hermanas y compañeras”, dice Rebeca Girón, de la Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos, que dirige La Siguata.
El centro también está abierto a supervivientes de abusos sexuales y a familias de migrantes desaparecidos. En un futuro próximo, esperan que las mujeres de Nicaragua -donde el gobierno ha reprimido brutalmente la disidencia, causando más de 300 muertes solo durante la serie de protestas de 2018- puedan visitarlo.

“Sabemos que estos 10 días no serán los 10 días que transformarán sus vidas, con cambios bruscos de un día para otro”, dice Girón. “Pero sí consideramos que abrimos el camino”.
“La Siguata representa la recuperación de esa llama interna de la pasión, de querer volver a vivir e incluso disfrutar de nuevo la labor por los derechos humanos”.

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