Tilda Swinton: ‘Mi ambición siempre fue tener una casa junto al mar y unos perros’
'Tengo ganas de expandirme hacia algo diferente' … Tilda Swinton. Foto: Murdo MacLeod/The Guardian

Tilda Swinton me está esperando cuando aterrizo en el aeropuerto de Inverness, en Escocia. Sonríe y dice que tiene una sorpresa. Nos dirigimos hacia su carro, con Swinton avanzando imperiosamente. En el carro hay cuatro springer spaniels ingleses en la parte de atrás y un quinto, la mayor, Rosy, se encuentra en el asiento del copiloto.

La última vez que entrevisté a Swinton en su casa en las Tierras Altas de Escocia fue en 2008, Rosy era una cachorra y se pasó todo el tiempo sentada en mis rodillas. Swinton la levanta del asiento del copiloto del Volvo para que pueda subir, y luego la pone sobre mis rodillas.

En los 14 años transcurridos, han cambiado muchas cosas. Rosy tuvo sus propios cachorros y se convirtió en una estrella de cine galardonada: en Cannes, ella, su hermana Dora y su nieto Snowbear (ambos sentados en la parte de atrás con dos de los cachorros de Rosy, Louie y Dot), ganaron el Palm Dog por sus apariciones en The Souvenir Part II, la continuación del drama semiautobiográfico de Joanna Hogg sobre la transición a la edad adulta.

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Swinton en la playa Kingsteps, con sus springer spaniels ingleses Snowbear, Dora y Rosy. Foto: Murdo MacLeod/The Guardian

Respecto a Swinton, a sus 61 años, se mantiene increíblemente igual, sigue siendo hermosa y sobrenatural; una doble del David Bowie de 1976. En las películas de The Souvenir, es la madre privilegiada de Julie, una aspirante a cineasta (la hija de Swinton, Honor Swinton Byrne, que ofrece una encantadora interpretación inocente). En la primera película, Julie se enamora de Anthony, un misterioso hombre mayor que resulta ser un adicto a la heroína y un mentiroso compulsivo. En la secuela, Julie indaga en su antigua relación con Anthony mientras se lamenta por su amor perdido. La madre, interpretada por Swinton, que la apoya pero que está reprimida emocionalmente, parece lo suficientemente mayor como para ser la abuela de Julie. En la vida real, podría pasar como la hermana mayor rebelde de Honor.

Estamos aquí para hablar sobre las películas, aunque a Swinton no le gustan las entrevistas y rara vez las concede. Prefiere platicar con los periodistas en lugar de responderles, por lo que planeó un viaje por carretera al Lago Ness (ella vive al otro lado de Inverness, en Nairn). Es extraño, comenta, que la gente asuma que tienes algo profundo que decir solo porque saliste en algunas películas. “No tengo nada que decir. No sé nada. Lo que sí sé es que no quiero ni siquiera fingir que sé algo. Así que mejor vamos a dar un paseo con los perros”.

Swinton es una extraordinaria intérprete muy versátil que se convierte en una mujer ardiente en A Bigger Splash, en una mujer monótona en We Need to Talk About Kevin, en una mujer anciana en The Grand Budapest Hotel y en una mujer grotesca en Snowpiercer. Como el homónimo Orlando, en la película de Sally Potter, cambia entre sexos y siglos. Tal vez la más audaz de todas es la distinguida anciana Dra. Klemperer en Suspiria. La actriz ocupa un lugar único en el cine, dotando a las películas convencionales con credibilidad independiente, y a las películas independientes con viabilidad convencional. Swinton es la reina del cine independiente-convencional.

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Swinton como Madam D en la película de Wes Anderson de 2014 The Grand Budapest Hotel. Foto: Fox Searchlight Pictures/Allstar

Sus películas suelen llegar en tandas, con frecuencia trabajos realizados con amor que tardan una eternidad en materializarse. La próxima semana se estrenará Memoria, 15 años después de que Swinton y el brillante cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul conversaron por primera vez sobre ella. Memoria es una inquietante meditación sobre una mujer atormentada por un sonido que solo ella puede escuchar, y en ocasiones es tan lenta que uno piensa que está viendo una fotografía; y al minuto siguiente salta de su asiento. No se parece a nada más: es un thriller neorrealista de viajes en el tiempo que te deja con un intenso sentido del sonido y un menor sentido sobre las certezas de la vida.

Han pasado 36 años desde que Swinton debutó en el cine con Caravaggio, de Derek Jarman. Se convirtió en la musa de Jarman, y él en su mentor. El trabajo de Jarman era experimental, colectivo y desafiante, perfecto para la joven Swinton, que no tenía formación formal y durante gran parte de su carrera se sintió en desventaja técnica. En ocasiones, Jarman la utilizaba más como modelo o presencia que como actriz convencional, algo que a ella le encantaba.

Es cierto que Swinton nunca quiso ser una estrella. “Solo tenía la intención de hacer una película“, comenta. ¿De verdad? Asiente con la cabeza. “Me gusta ver a las personas por primera vez en una película. Es una de las razones por las que me encanta el documental. Me encanta ver a las personas, para nada me interesa ver a los actores. Y la mejor manera, si eres actor, de evitarle esa molestia al público es hacer una sola película; de modo que ya te vieron, te conocieron, fuiste interesante y nuevo y no tienen que volver a verte”.

Terminó participando en nueve películas con Jarman, y desde entonces ganó un Oscar por su abogada dispéptica en Michael Clayton y trabaja regularmente con los directores más talentosos del mundo: cuatro películas respectivamente con Jim Jarmusch y Wes Anderson (incluida la próxima Asteroid City), en camino hacia su tercera con Joanna Hogg, y dos con Bong Joon-ho y los hermanos Coen. Comenta que es como tener diferentes familias, y que trabajar constantemente con diferentes personas es una forma de renovarse.

El año pasado, el gran director español Pedro Almodóvar realizó su primera película en inglés, una adaptación de media hora de duración para una sola mujer de La voz humana, de Jean Cocteau, protagonizada por Swinton. Conoció a Almodóvar en una fiesta previa a los Oscar en 2008. Los dos congeniaron, dice, porque ambos eran forasteros que estaban disfrutando de un gran momento. “Él y yo tenemos esta larga y encantadora historia de encontrarnos en eventos de Hollywood y ser los dos tímidos: ambos tímidos y encantados y pellizcándonos y deseando contárselo a la gente en casa, pero que no tienen la suficiente confianza para dar un paso adelante y hablar con, por ejemplo, Angelina Jolie”.

Llegamos al Lago Ness. Rosy y Dora salen a trompicones del carro para estirar sus piernas. Ninguno de los dos está dispuesto a dar un paseo completo, por lo que regresan al carro mientras que Dot, Louie y Snowbear se lanzan al exterior. El aire es fresco, las hojas crujen, los perros están eufóricos.

Katherine Matilda Swinton nació en Londres en el seno de una familia militar aristocrática anglo-escocesa cuyo linaje se puede rastrear hasta la Edad Media. A los 10 años la enviaron a un internado; un año adelantada a su grupo de compañeros, fue acosada debido a su inteligencia y prácticamente no habló durante cinco años. Fue a la Universidad de Cambridge con la intención de convertirse en poeta, pero una vez que estuvo ahí no volvió a escribir ningún poema.

“Esa es la vergüenza de mi vida”, cuenta. “Soy un auténtico fracaso con mayúsculas“. Asumo que está bromeando, pero lo dice en serio. “Se suponía que me iba a dedicar a una cosa y lo abandoné inmediatamente. Lleva consigo una verdadera y oscura vergüenza”. ¿De verdad nunca volvió a escribir poemas? “Muy, muy esporádicamente y en privado”.

Después de renunciar a la poesía, comenzó a actuar junto a compañeros con más vocación que ella. Eso la hizo sentirse como un fraude. “Me avergonzaba mi falta de ambición. De niña, mi ambición siempre fue tener una casa junto al mar, un huerto, hijos, algunos perros y muchos amigos. Quería trabajar con mis amigos. No importaba de qué fuera, podía ser una tienda de lana. Esas eran mis aspiraciones y lo siguen siendo, y solo quiero que todo eso continúe”.

¿Por qué le resultaba vergonzoso? “Porque me parecía que era algo tan aficionado de querer. Una de las razones por las que digo que me resulta difícil describirme como actriz es porque en la universidad las primeras personas que conocí que querían ser actores se lo tomaban con mucha seriedad y a algunos de ellos les fue muy bien”. Uno de sus compañeros fue Simon Russell Beale. “Se enfocaban y eran profesionales, con mucha claridad respecto a formar parte de una tradición y una profesión. Yo era muy consciente de que yo no era así“.

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Swinton en su primer papel en la película Caravaggio, de Derek Jarman, de 1986. Foto: Bfi/Allstar

Para Swinton todavía existe un vínculo entre dejar de escribir poesía y empezar a actuar. “Tengo la corazonada de que tengo que dejar de actuar para después volver a escribir“. Hace una pausa. “Vamos a comer algo”. ¿Quiere dejar de actuar? “Sí. Oh, sí. Siempre he querido dejar de hacerlo“. Apuesto a que la mayoría de las personas preferirían tener tu carrera antes que ser poeta, digo. “Bueno, posiblemente, lo cual me convierte en alguien aún más tonto, ya que no sé reconocer algo bueno cuando lo veo”.

Pasamos junto a un hombre que tiene tres poodles. Swinton se detiene para platicar. Dot comienza a ladrarle a uno de los perros. “¡Dot! No utilices ese lenguaje”, la regaña en modo de madre decepcionada. “Lo siento mucho”, le dice al dueño del poodle. Esa es la razón por la que Dot es la única de los cinco springers que no tiene una carrera cinematográfica hasta ahora, explica. “Dot es una radical libre. No está dispuesta a realizar tomas tras tomas de lo que sea. Está por encima de todo esto. Es demasiado avanzada”.

Mientras paseamos, mira a su alrededor con asombro, el horizonte, el lago, los árboles. “Por esto vivo aquí”. Abre los brazos de par en par. “Por esto. Y para cotorrear con un hombre que tiene unos poodles”.

Me lleva al restaurante Dores Inn, en la orilla del Lago Ness. Haggis, neeps y tatties para mí, curry de cinco granos para Swinton. Me comenta que está entrando a una nueva etapa de su vida. Los mellizos ya se fueron de casa: Xavier trabaja en utilería para cine, Honor está en su tercer año de universidad en Edimburgo.

Durante la comida, Swinton habla de cómo su primera familia cinematográfica siempre será el grupo de Jarman, con el que hizo nueve películas en nueve años. Fue una época fantástica, hizo muchos amigos, descubrió muchas cosas sobre sí misma, vivió en una casa okupa en el suburbio World’s End de Chelsea y todos los fines de semana participó en manifestaciones, ya fuera en apoyo a los mineros o en contra del artículo 28 y la guerra del Golfo. Pero también le dejó horribles cicatrices.

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Con Matthias Schoenaerts en A Bigger Splash (2015). Foto: Frenesy Film Company/Allstar

Al igual que la mayoría de sus amigos de aquella época, se identificaba como una persona queer, pero para Swinton se trataba más bien de su lugar en el universo que de su sexualidad. “Viví mis veintes en un ambiente completamente queer y fue justo en el momento en que se estaba reivindicando el concepto queer, porque siempre fue un término ofensivo. Simplemente sucedió que yo también era una niña queer, no en términos de mi vida sexual, sino simplemente extraña. La gente decía que yo era queer, en el sentido de ella es una persona extraña“. Nunca había encajado en ningún sitio, y por primera vez sintió que encajaba.

Sin embargo, sus años con Jarman tuvieron un epílogo traumático. “Derek murió en 1994 y ese año fui a 43 funerales, todos ellos relacionados con el SIDA. La única persona que realmente entendía por lo que estaba pasando era mi abuela, que sobrevivió a las dos guerras mundiales, y me dijo: ‘Esta es la guerra de tu generación‘”.

Menciona la serie It’s a Sin de Russell T Davies, sobre un grupo de jóvenes amigos atrapados en la epidemia del SIDA. En la serie, la protagonista, Jill, que vive con los chicos, los visita en el hospital. Ella sostiene sus manos mientras se están muriendo, una sustituta de los padres ausentes que se avergüenzan de la enfermedad de sus hijos. “Yo era esa chica”, comenta Swinton. “Esa fue en gran parte mi experiencia. Ese fue el ambiente de los finales de mis veintes y principios de mis treintas. Lo más trágico fue la ruptura del apoyo familiar. Muchas personas no podían regresar a casa, así que se quedaban con nosotros y cuidábamos a todos lo mejor que podíamos”.

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Swinton con Quentin Crisp como Isabel I en Orlando (1992). Foto: Allstar Picture Library Ltd./Alamy

Al final, Londres y su relación con sus amigos fallecidos se volvieron demasiado dolorosos, y ella decidió irse. “El modo colectivo en el que vivíamos se rompió porque la gente se enfermaba y moría o regresaba a casa o dejaba el país. Vine a las Tierras Altas cuando nacieron mis hijos y nunca regresé. Todavía me cuesta regresar a Londres. No me alcanzan los dedos para contar las veces que pasé más de una noche ahí”. Al mismo tiempo que la epidemia del SIDA, la cultura británica se veía destruida por el thatcherismo, comenta, un tema que retoma The Souvenir Part II. “Cambió la forma en que se financiaban las películas. Si querías filmar una película tenías que redactar cinco páginas de formularios indicando que así puedo demostrar que mi película será rentable”.

En ocasiones, la prensa sensacionalista presenta a Swinton viviendo una vida de decadencia oscilante en las Tierras Altas. El padre de sus mellizos de 24 años es su expareja, el artista y escritor John Byrne. En 2008, Swinton fue objeto de historias libidinosas sobre un menage a trois con Byrne y su amante artista Sandro Kopp, que es 39 años más joven que Byrne. La verdad era más mundana, cuenta Swinton: ella y Byrne se habían separado pero compartían felizmente las responsabilidades de la crianza de sus hijos, mientras que Kopp era su pareja (y lo sigue siendo en la actualidad).

En la última década vivió otro prolongado periodo de duelo. En 2018, el padre de Swinton falleció, siete años después del fallecimiento de su madre. “Mi experiencia del duelo es una especie de vacío“, comenta. “Se detienen todas las historias, no hay ningún camino delante de ti. Simplemente todo se vuelve negro, y se necesita mucho tiempo para superarlo“.

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En una escena de Memoria, dirigida por Apichatpong Weerasethakul. Foto: © Kick the Machine Films, Burning, Anna Sanders Films, Match Factory Productions, ZDF-Arte and Piano, 2021

Swinton comenta que su cerebro también se vació de otra forma aterradora. Todavía se está recuperando del Covid-19 prolongado. Durante tres semanas en agosto, no pudo salir de la cama. “Tosía como un señor mayor que llevaba 70 años fumando en pipa, y tenía un vértigo horrible. (Del Covid-19) salí relativamente bien librada, pero lo peor es la forma en que afectó mi cerebro“.

“Hice dos películas para las que tenía que aprenderme muchísimo texto. Una de ellas era la de Wes Anderson y a él le gusta que hables como un tren a toda velocidad. Por lo general, soy bastante rápida estudiando y captando las cosas, pero esto fue como masticar un chicle realmente grande. No podía recordar mis líneas”. ¿Ahora lo está llevando mejor? “Más o menos, pero sigo olvidando cosas. Tengo que ejercitar mi cerebro“.

Sin embargo, dice, también se ha producido un vacío positivo derivado de la materialización de todo tipo de proyectos de largo plazo, desde aquellos que lo consumen todo (ver a sus hijos convertirse en adultos “amables, unidos y comprometidos”) hasta los escasos 15 años que dedicó a la película Memoria. Swinton menciona otro proyecto que ha sido especialmente importante para ella. “Teníamos esta campaña para comprar la cabaña de Derek en Dungeness y convertirla en un retiro para artistas, algo que pudimos hacer durante el confinamiento. Justo antes del confinamiento, muchos de nosotros, los jóvenes de Jarmania, nos unimos para recaudar fondos para Prospect Cottage. El que todos nos uniéramos fue maravilloso”.

Le pregunto si tiene pensado aminorar su ritmo de trabajo. “No, en todo caso tengo ganas de expandirme hacia algo diferente“. ¿Habla en serio cuando dice que quiere dejar de actuar? “Sí, estoy pensando en volver a estudiar para dedicarme a los cuidados paliativos“, responde de improviso. Habla sobre cómo fue testigo del apoyo cariñoso que sus padres recibieron de parte de los cuidadores profesionales al final de sus vidas, y el impacto que tuvo en ella.

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Protagonizando The Souvenir Part II junto con su hija Honor Swinton Byrne (izquierda). Foto: AP

La idea de que Tilda Swinton se dedique a los cuidados paliativos parece tan inverosímil, pero también lo son muchas de las cosas que ha realizado. Cuando los mellizos se graduaron de su escuela Steiner a los 14 años, ella cofundó una secundaria basada en los mismos principios para completar su educación. (Todos los alumnos que solicitaron continuar sus estudios en dicha escuela fueron aceptados sin necesidad de realizar exámenes). Cuando creyó que las Tierras Altas podrían beneficiarse de un festival de cine, creó uno itinerante junto con el cineasta Mark Cousins. Es el tipo de fantasía quijotesca que podríamos encontrar en una película de Werner Herzog, pero la hicieron realidad.

¿Ha considerado los cuidados paliativos como una opción profesional? “Un poco sí, porque durante el confinamiento hubo todo tipo de personas en nuestra localidad que necesitaban atención, no solo en los centros de asistencia, sino en los albergues y aquellos que vivían solos. Hay una señora que no ha salido desde hace dos años. No se debe a que sea incapaz de moverse, sino que está asustada y se desconectó de la posibilidad”. Swinton es consciente de que no podría hacer algo así por capricho. “He investigado sobre la capacitación y necesitaría unos buenos dos o tres años libres y todavía no los tengo”.

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‘Por esto vivo aquí…’ Swinton y sus perros en la playa Kingsteps, Nairn. Foto: Murdo MacLeod/The Guardian

Es el final de la tarde y está oscureciendo. El horizonte se ha convertido en un magnífico paisaje de color grisáceo oscuro.

Swinton me muestra los lugares más destacados mientras me lleva de vuelta al aeropuerto. “Aquí es donde realizan el festival de música RockNess”, dice. “¿No es un nombre genial? ¿Te imaginas el RockNess en este terreno? Me encantan los festivales”. Me cuenta que en Inverness hay una organización benéfica llamada Spokes for Folks, que provee bicicletas con doble asiento para personas mayores y discapacitadas. “Es como un bicitaxi, y andan por los centros de asistencia y le dan un paseo a la gente. Quiero ver si vendrán a Nairn solo para que algunas personas salgan de su casa y se acerquen al mar”. Sería estupendo para la mujer que lleva dos años sin salir, digo. “¡Exactamente! Eso es lo que estaba pensando”.

Ella ve a Rosy. “Puedo notar que está muy cómoda contigo. Se hunde en ti como un queso derretido”. Le digo que estaría feliz con los cinco perros sobre mis rodillas. “Cuando Sandro no está aquí, duermo con todos ellos en la cama. Es lo más indulgente. Esos abrazos”.

Pienso en sus planes de paseos en bicicleta para las personas mayores, en películas como Memoria que no se realizarían sin su tenacidad, en la escuela que construyó para sus hijos, en el festival de cine itinerante, y me doy cuenta de que Swinton es una de las grandes emprendedoras de la vida. Se ríe. “Si vamos a buscar una palabra para ello, en realidad siempre he estado produciendo, y me encanta producir. Siempre querré seguir produciendo; no necesariamente estando en la película, sino estando junto al ring con una esponja y una cubeta y una toalla alrededor de mi cuello. Lo he hecho desde el principio”.

No solo pienso en el cine. Es posible que en el futuro produzca en un ámbito completamente distinto. De lo único que podemos estar seguros es de que todavía tendrá la esponja en la mano y la toalla alrededor de su cuello.

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