Los arqueólogos chilenos luchan para salvar las momias más antiguas del mundo del cambio climático
Las momias de los chinchorros se ven afectadas por patrones meteorológicos inusuales relacionados con la crisis climática. Foto: Panther Media GmbH/Alamy

Jannina Campos sube una ladera arenosa en Arica, una ciudad portuaria situada en el límite del desierto de Atacama, el lugar más seco del planeta.

La ladera está salpicada de decenas de indicadores naranjas colocados en diciembre. Cada uno de ellos indica restos óseos recientemente descubiertos por los vientos inusualmente fuertes y el aumento de las lluvias.

Cada vez que aparece un cuerpo colocamos una bandera y lo volvemos a enterrar”, explicó Campos, arqueóloga. “Se han conservado ahí durante 7 mil años”.

El extenso cementerio pertenece a los chinchorros, una antigua cultura de cazadores y pescadores que momificaban meticulosamente a sus difuntos. Tras quitarles a sus seres queridos la piel y los órganos, envolvían sus esqueletos en elaboradas confecciones de juncos, pieles de lobo marino, barro, lana de alpaca y pelucas de cabello humano, confiando en que el árido clima del desierto los conservaría por toda la eternidad.

Sin embargo, sus tumbas, repartidas por el extremo norte de Chile, se ven cada vez más afectadas por las condiciones meteorológicas anómalas relacionadas con la crisis climática, y sus restos quedan expuestos a la intemperie.

Esto plantea un dilema para los arqueólogos, que cuentan con poco presupuesto: intentar rescatar todo lo que puedan, o simplemente tapar los cadáveres y enfocarse en conservar y estudiar las momias ya excavadas.

“Los museos se encuentran un poco desbordados con todo este material”, comentó Bernardo Arriaza, uno de los principales expertos en los chinchorros de la Universidad de Tarapacá, en Arica.
El aumento de la humedad en la zona de Atacama está dañando las momias que ya se encuentran en las colecciones. A algunas les está saliendo moho; otras están sucumbiendo a la pudrición seca o son mordisqueadas por los insectos.

Su variada mezcla de materiales hace que sea difícil conseguir las condiciones de almacenamiento exactamente adecuadas, añadió. “No existe una solución mágica”.

En un museo situado a poca distancia bajando la colina, Campos señaló, a través de un piso de cristal, docenas de cuerpos esqueléticos de chinchorros que se encontraban abajo, con la arena a su alrededor salpicada de fragmentos blancos. “Esos son los huesos que se están convirtiendo en polvo”, señaló.

Un rayo de esperanza surgió el pasado mes de julio, cuando las momias chinchorro fueron incluidas en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco tras un laborioso proceso de solicitud de 20 años.

Muchos prevén que el creciente interés por las momias -y el inicio este año de la construcción de un nuevo museo climatizado de 19 millones de dólares cerca de Arica- podría ayudar a detener la desaparición de lo que Arriaza llama “una maravilla de la prehistoria mundial”.

Las momias de los chinchorros son los primeros ejemplos de momificación deliberada en todo el mundo, según indican los expertos.

Datan del año 5 mil a.C., más de dos milenios antes de que los faraones egipcios fueran embalsamados y enterrados en pirámides.

También poseen un sorprendente valor estético y una conmovedora resonancia humana.

Los habitantes seminómadas de la costa no funden cerámica ni construyen monumentos. En su lugar, “el cuerpo se convierte en una especie de lienzo en el que expresan sus emociones”, explicó Arriaza. “Los chinchorros transforman a sus difuntos en auténticas obras de arte prehispánico”.

Una pista sobre el motivo por el que pudo surgir esta extraordinaria efusión de sentimientos se encuentra en Caleta Camarones, a 96 kilómetros al sur de Arica.

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Momias, entre ellas un infante, y piezas arqueológicas en el museo San Miguel de Azapa, en el norte de Chile. Foto: Ministerio de las Culturas de Chile HANDOUT/EPA

Situado en la desembocadura de un verde y fértil valle fluvial que se abre paso a través de un árido desierto, el lugar es un oasis parecido al Edén, y su agua potable y su abundante vida animal probablemente atrajeron a los primeros chinchorros a asentarse aquí. Pero había peligros ocultos, comentó Arriaza.

El río Camarones contiene mil microgramos de arsénico por litro: cien veces el límite de seguridad para el ser humano. Con cada trago de agua, los chinchorros se envenenaban a sí mismos sin saberlo, según indican los análisis de las muestras de cabello, y como resultado sufrían altos índices de abortos y muertes infantiles.

Las primeras momias chinchorro proceden de aquí: bebés pequeños y fetos nacidos muertos, con sus frágiles formas reforzadas por palos y adornadas con máscaras escasamente esculpidas de manganeso negro.

En el transcurso de 3 mil 500 años, la momificación de los chinchorros se extendió a los adultos y evolucionó desde los cadáveres pintados -con ocre- y rellenos de plumas hasta las vendas de piel de pelícano.

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Jorge Ardiles: ‘Toda esta ladera está llena de cadáveres’. Foto: Laurence Blair

En la actualidad, los residentes de Caleta Camarones sienten una fuerte afinidad con los chinchorros, comentó Jorge Ardiles, que forma parte de un grupo de familias de pescadores artesanales que se asentaron en este lugar hace 30 años.

“No es un vínculo genético, sino una conexión natural”, dijo. “Ellos fueron pescadores; nosotros también”.

Ardiles condujo su maltrecha camioneta a lo largo de la costa y señaló profundas excavaciones bordeadas de densos bancos de conchas de moluscos desechadas.

“Justo ahí es donde encontraron las momias más antiguas del mundo”, comentó con orgullo. “Toda esta ladera está llena de cadáveres”.

Unos metros por encima de la pista, descansando sobre antiguos tapetes de junco, varios esqueletos sobresalían de las rocas, descubiertos por el viento y la lluvia y ahora a merced de los ladrones de tumbas y los elementos.

“A las autoridades no les importa”, lamentó Ardiles. “Nosotros somos los que cuidamos la zona”.
El pescador argumentó que un museo de sitio básico debería exhibir los artefactos de los chinchorros encontrados por los lugareños: puntas de flecha de cuarzo, anzuelos de pesca, peines hechos con espinas de cactus.

Sin embargo, los esfuerzos para impulsar iniciativas turísticas a pequeña escala se han quedado estancados, en parte porque la comunidad es objeto de una disputa por la tierra que ha durado décadas.
Los visitantes suelen sentirse decepcionados al no encontrar cadáveres inmaculados en palacios estilo Inca, señaló Cristian Zavala, el alcalde local.

“Si vas a Machu Picchu, es evidente”, comentó. “Pero aquí, la historia está bajo el suelo”.

Zavala expresó su esperanza de que el estatus de la UNESCO, y la actual reelaboración de la constitución chilena que data de la dictadura, pudieran obligar al gobierno a proteger y promocionar mejor las momias.

“Miren la cantidad de cuerpos que están apareciendo”, añadió el alcalde, señalando la ladera llena de huesos. “Si no cuidamos a los chinchorros, desaparecerán debido al cambio climático“.

Los vivos también están sufriendo los efectos del trastorno ecológico. El cercano océano se está quedando sin vida marina, advirtió Ardiles, culpando a la sobrepesca de los barcos arrastreros y al calentamiento de las aguas.

Las generaciones más jóvenes abandonan la pesca y se incorporan a la industria minera de Atacama, que cada vez es más criticada por agotar los recursos hídricos y contaminar el desierto.

“No concibo que los pescadores sigan aquí”, reflexionó Ardiles. “Vamos a desaparecer, como los chinchorros”.

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