Cómo la infidelidad financiera puede doler más que una aventura
Foto compuesta: Alamy/Getty Images/Guardian Design

Cuando Kirsten tenía poco más de 20 años, ella y su entonces novio, posteriormente esposo, estaban ahorrando para comprar una casa. Llevaban cuatro años juntos y ya tenían lo suficiente como para ir a ver a un asesor hipotecario. Sin embargo, recuerda: “Él evitaba incluso que fuera a las citas, diciendo: ‘Puedo ir en nuestro nombre, no hace falta que vayamos los dos'”. Él tenía un buen trabajo, ganaba un salario decente, tenía un buen carro, salían de vacaciones. La primera vez que se enteró de su deuda personal de 20 mil libras (unos 500 mil pesos) fue cuando el asesor hipotecario dijo: “Ni siquiera tiene sentido solicitarlo: no lo van a conseguir“.

Una encuesta realizada en enero por US News & Report esbozó cuán extendida está la denominada “infidelidad financiera“. Alrededor del 30% de las parejas encuestadas por los investigadores describieron las mentiras que experimentaron o dijeron en su relación, siendo la principal las compras secretas (31%), seguidas de las deudas ocultas (28%) y la falta de honestidad sobre los ingresos (23%). No se trata en absoluto de un fenómeno post-pandémico, ni es exclusivo de Estados Unidos. Una investigación británica realizada por Money Advice Service en 2015 también reveló que una de cada cinco personas le mintió a su pareja sobre sus ingresos y una de cada cuatro mintió sobre sus deudas.

El engaño puede constituir una forma de control coercitivo, ya que una persona intenta dominar las decisiones de la relación ocultando información clave. También puede ser simplemente una mala comunicación respecto al dinero, combinada con la poderosa vergüenza de la deuda, que corroe la confianza centímetro a centímetro. Y, por supuesto, puede deberse a otras mentiras, a otras humillaciones; una adicción a las apuestas o al sexo resulta increíblemente difícil de revelar, y ninguna de ellas es barata. No obstante, lo más frecuente, explica Susanna Abse, psicoterapeuta psicoanalítica que a menudo trabaja con parejas, es que el dinero simplemente se vaya “de poco a poquito”.

“En mi experiencia, generalmente no se puede llegar al fondo de lo que ocurrió con el dinero“, señala. Resulta difícil determinar la frecuencia con la que esto conduce directamente al divorcio, por varias razones, entre ellas y sin limitarse al hecho de que las parejas que se separan siempre terminan peleando por el dinero de una manera u otra.

La forma en que las parejas manejan el dinero ha cambiado de forma radical en los últimos 25 años, comenta Abse. Las feministas de los años 70 y 80 intentaban que las cuentas bancarias conjuntas y el compartir el dinero fueran la norma absoluta porque la mayoría de las mujeres dejaban de trabajar cuando tenían hijos. “Ahora, como las mujeres trabajan principalmente, existe una mayor autonomía en torno al dinero y no existe la idea de compartirlo en absoluto. Veo parejas con dos hijos que dicen: ‘Yo pagué la compra y tú no me has devuelto el dinero'”.

Ante la ausencia de supuestos básicos comunes sobre lo que es normal, a las parejas les toca negociar desde cero qué niveles de autonomía y transparencia quieren y necesitan. Pero eso parece muy fácil. De hecho, el punto de encuentro entre el dinero y los sentimientos es intenso y controvertido.

Sarah, una treintañera de Surrey, explica: “Uno de los aspectos de este tipo de engaño en particular es que debilita todo. Cada foto que aparece, todo lo que recuerdas, piensas: ‘¿Realmente podíamos pagar eso? ¿Fueron esas vacaciones la razón por la que estuvo de muy mal humor un mes después y se portó mal conmigo por nada?‘ Si hubiera tenido una aventura durante seis meses, esos meses habrían sido una farsa. Pero esto parece que es toda la relación”.

Después de esa cita con el agente hipotecario, Kirsten estaba desconcertada, ya que sabía que su pareja no apostaba, no fumaba y no bebía mucho. Él dijo que se había endeudado a finales de la adolescencia, que tenía moras y que le daba mucha vergüenza mencionarlo, y ella lo comprendió. Acordaron tener una cuenta conjunta a partir de ese momento y ser sinceros el uno con el otro en el futuro.

Entonces me volví muy entrometida con el dinero“, recuerda, “lo cual estaba bien cuando él estaba arrepentido. Pero después, cuando estuve de permiso de maternidad, la situación cambió. Simplemente lo sorprendía con mentiras todo el tiempo pero, para entonces, todo era mi culpa. Su frase era: ‘Tú me hiciste mentirte. Fuiste criticona, te entrometiste, sabía cómo reaccionarías si te lo decía'”.

Tras saldar esa primera deuda hace una década, la pareja compró una casa, se casó y formó una familia. Entonces, Kirsten descubrió que su esposo había pedido otras 40 mil libras en préstamos, además de pedir prestado a sus amigos, lo cual arruinó su vida social. “Literalmente es una telaraña. Encontraba cualquier motivo para que yo no tuviera contacto con la gente que él conocía. Hay amigos suyos que todavía me culpan del dinero que él les debe”. Cuando se separaron hace unos años, él llevaba meses sin pagar la hipoteca. “No creo que la ansiedad y la desconfianza desaparezcan alguna vez”, comenta. “Puedes pensar que entiendes el concepto de matrimonio, pero no fue hasta que él dijo: ‘No puedo permitirme darte mi mitad de la hipoteca’, que me di cuenta de que sigo siendo responsable de la cantidad total. No puedo llamarle al prestamista y decirle: ‘Mi esposo no ha recibido su mitad este mes’. Pensé que iba a perder mi casa. Todavía me siento increíblemente avergonzada en cuanto a las mentiras que creí”.

Daniel Coombes, director de la firma londinense de abogados especializados en divorcios Family Law in Partnership, señala: “Tengo que dedicar un poco de tiempo a explicarle a las personas que no deben sentirse tontas, ni culpables, ni avergonzadas, porque es algo muy común”. Y no se trata únicamente de las deudas ocultas, sino de las finanzas en general. No es nada extraño que una persona de la pareja sepa mucho más que la otra sobre la contabilidad conyugal. Pero cuando se trata de un divorcio, “la acumulación de deudas es una situación realmente triste. El tribunal solo puede trabajar con lo que existe. Si alguien se gastó todo el dinero, ya no está“.

Existe una excepción, llamada Norris add-back, “en la que uno intenta efectivamente decir: alguien gastó dinero de forma inapropiada y quiero que usted, juez, lo añada de nuevo a los fondos para que salga de su parte de los activos“, explica Coombes. Pero no basta con que el gasto lo hayan realizado a escondidas; tiene que haber sido “imprudente y sin sentido”, y el umbral es ridículamente alto. Coombes recuerda un caso en el que se demostró que el esposo gastó una gran cantidad de dinero en cocaína y trabajadoras sexuales, pero como tenía un grave problema de adicción, eso no fue considerado como una imprudencia. “Si hubiera sido con fines recreativos, quizás hubiera funcionado”, conjetura Coombes, y añade (con cautela de abogado): “Es muy difícil saberlo; se reduciría a la discreción del juez”.

Con mucha frecuencia, la infidelidad financiera, o el alcance de la misma, no resulta evidente hasta que se ha iniciado el divorcio, y las parejas tienen que revelar sus gastos mutuamente. Muchas personas no se dan cuenta de que esto no es negociable y de que el secretismo a la inversa –ocultar los ingresos, acumular un fondo de ahorro con la intención de separarse– es un juego vano, ya que saldrá a la luz en el divorcio. La gente no siempre piensa racionalmente sobre el dinero. Acumular dinero en secreto si no tienes intención de separarte también carece de utilidad, ya que tienes que explicar de dónde procede para poder gastarlo. Tendrías que lavarlo de nuevo en tu matrimonio. “Creo que si estás apartando dinero, en realidad no estás del todo en la relación“, comenta Abse. “Tienes un pie fuera”.

Sarah se dio cuenta por primera vez de que había algo raro en las finanzas de su familia durante el confinamiento, cuando tuvo la posibilidad de analizarlas. “Antes solo pensaba: ‘Dios, parece que nunca nos queda tanto para ahorrar‘”. La pareja había estado junta desde la universidad y tenía dos hijos. Una vez más, al principio de la relación hubo un incidente en el que salieron a la luz las deudas personales de él, y elaboraron un plan para pagarlas juntos. Sin embargo, después de más de una década, Sarah asumió que eso era cosa del pasado. No fue hasta que se divorciaron que pudo analizar con detenimiento los gastos de él. “En este momento, tiene una deuda de unas 40 mil libras. Es extraño, básicamente es por nada. Es por cantidades excesivas de comida para llevar, gastos en cafeterías. Salía a tomar lo que yo creía que eran un par de cervezas con sus amigos, pero en realidad eran bastantes personas y él pagaba todas las bebidas“.

“Simpatía” sería una palabra fuerte, pero definitivamente hay patetismo en la descripción de Sarah sobre su ex. “Ganábamos un buen salario entre los dos. Teníamos una buena vida. Siento que se hundió por Deliveroo”. De lo que no se arrepiente es del fin de la relación. “Solo el hecho de vivir con él se volvía cada vez más extraño. Nuestras conversaciones no tenían sentido, porque yo no era partícipe de toda la información. El 50% de su cerebro pensaba: ‘¿Cómo puedo obtener el resultado que necesito de esto sin que ella se entere de X?

Muchos motivos pueden conducir a los gastos secretos o impulsivos: puede ser un acto de desafío, de autoafirmación, de exhibición, de inseguridad o de represalia. Con frecuencia, en el caso de las parejas que son mutuamente reservadas, “al final no es el dinero“, explica Abse. “Es lo que el dinero simboliza sobre su miedo a depender del otro“. La seguridad es un concepto bastante difuso, con muchas ramificaciones, pero se siente muy real cuando uno carece de ella, por lo que la gente la vincula al dinero, algo que al menos puedes contar, y termina “intentando ganar más y más”, continúa Abse, “con la idea de la cifra mágica: un día tendrás esta cantidad y entonces estarás a salvo”.

Sin embargo, también te puedes endeudar porque simplemente no tienes suficiente, y entonces la vergüenza es tan catastrófica que no puedes admitirlo. Alan, un hombre de cuarenta y tantos años de Warwickshire, lleva cinco años divorciado. Él y su ex siempre fueron bastante consecuentes con sus finanzas y compraron una casa que estaba “bien dentro de nuestras posibilidades”. Pero entonces su esposa dejó de trabajar debido a una enfermedad, al mismo tiempo que formaban una familia. Comenzó a pagar con una tarjeta de crédito gastos básicos, como la compra de alimentos. “No derrochábamos. No había nada llamativo en nuestro estilo de vida, no gastábamos en carros lujosos, no nos íbamos de vacaciones al extranjero, no salíamos a comer tres veces a la semana. Teníamos una vida normal de clase media-baja, gastando 200 libras (5 mil pesos) al mes más de lo que teníamos. Simplemente nunca me sentí lo suficientemente fuerte como para decir: ‘Tenemos que cambiar la forma en que estamos gastando'”.

La situación se agravó rápidamente, y Alan solicitó nuevas tarjetas de crédito y transferencias de saldo a medida que se agotaban los acuerdos del 0%. Cuando compraron una carriola para su primera hija, él la pagó con el pánico de que ella viera y no reconociera la tarjeta que estaba usando. “Me aterraba que ella comprara los alimentos, porque intentaba apretarnos el cinturón sin que ella se diera cuenta”. Las cosas finalmente llegaron a un punto crítico cuando fue a trabajar habiendo olvidado su almuerzo para llevar. “Tenía todas estas tarjetas en mi cartera y no había ninguna que pudiera utilizar para comprarme un sándwich“.

Cuando finalmente tuvieron la conversación, esta deuda secreta era de 14 mil libras (unos 300 mil pesos). “Es el valor de un carro familiar”, comenta. “La gente suele pedir un préstamo de 14 mil libras y se compra un Golf”. No fue el dinero lo que los arruinó, en otras palabras, fue el hecho, explica, de que ella se sintió completamente traicionada. Sin embargo, ni siquiera eso es un hecho aislado. Se trata de algo que se apoya en una falta de comunicación que a su vez se retroalimenta con una falta de confianza. “Antes de que estuviéramos juntos, podía recortar mis gastos si quería ahorrar para algo. Simplemente nunca encontré la manera de hacerlo con otra persona”.

Mentir sobre el dinero es similar a tener aventuras solo en el sentido más amplio de que toda deshonestidad es igual. No obstante, aunque el gasto sea irracional, las mentiras suelen ser percibidas como algo calculado, por lo que pueden ser más difíciles de perdonar que la debilidad de la carne. “En cierto modo”, dice Abse, “puede ser incluso más doloroso para las personas que la infidelidad sexual“.

Se cambiaron algunos nombres.

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