Dibujando monstruos en el sótano: el último niño de un pueblo ucraniano en ruinas
Tymofiy y su tía Yana Sotnikova marcan los días en un calendario, para recordar el tiempo que han pasado en el oscuro sótano y para saber que no durará para siempre. Foto: Ed Ram/The Guardian

Tymofiy Seidov es el único niño que queda en su pueblo, cerca de la ciudad de Kharkiv, en el noreste de Ucrania.

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Tymofiy no ha visto a ningún otro niño desde el 30 de abril, cuando la mayoría de las personas en el sótano fueron evacuadas. Foto: Ed Ram/The Guardian

Este niño de ocho años pasa gran parte de su tiempo dibujando en una mesita, débilmente iluminada desde la parte superior por una pequeña luz LED, en un rincón del sótano de 40 por 5 metros, que por lo demás está casi completamente oscuro y que comparte con otras 23 personas, entre ellas su madre, su tía y su abuela.

Los tanques aparecen con frecuencia en sus dibujos. Pero hoy, en la penumbra, está trabajando en unos monstruos parecidos a los Dalek que dice recordar de una caricatura que vio en YouTube antes de la guerra.

También dibuja escenas más alegres, algunas veces, de casas bajo el sol y con un arco iris en el cielo. Sin embargo, el mundo fuera de este tianguis subterráneo, lleno de desorden, colchones, sillas, tendederos, tarros gigantes de verduras en escabeche, edredones marcados por el polvo, bolsas de plástico llenas de ropa e iconos enmarcados que están orgullosamente expuestos encima de cajas volteadas, ha estado fuera de sus límites durante meses.

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Tymofiy Seidov, su tía Yana Sotnikova y los demás residentes del refugio en el sótano no tienen ningún lugar al cual ir, pero se tienen los unos a los otros. Foto: Ed Ram/The Guardian

Hay una figura de Spiderman, unas cuantas barajas de cartas, un juego de mesa de Mike el Caballero y una colección de rotuladores y lápices en su rincón, pero Tymofiy no ha visto a ningún otro niño desde el 30 de abril, cuando la mayoría de las personas del sótano fueron evacuadas.

Este niño tranquilo y educado y su familia han estado viviendo aquí, bajo las ruinas de un kínder y centro médico de dos pisos que hay en el pueblo de Kutuzivka, a 19 km al este de Kharkiv, desde que comenzó la guerra en Ucrania el 24 de febrero.

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Las exhaustas y llorosas personas que se encuentran en el sótano de Tymofiy saben que los rusos pueden regresar con la misma rapidez a Kutuzivka, o al menos la artillería. Foto: Ed Ram/The Guardian


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Mientras que la llegada de las fuerzas ucranianas ha llevado esperanza, los residentes que se encuentran en la destruida Kutuzivka no saben qué es lo que ocurrirá después.

Los combates en los alrededores de Kutuzivka han sido amargos. Más cercana a Rusia que cualquier otra gran ciudad ucraniana, Kharkiv era un objetivo clave para Vladimir Putin y este territorio constituía la vía de acceso. Antes de la guerra, la población de Kutuzivka era de mil 500 habitantes. Actualmente es inferior a 50.

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Un soldado ucraniano camina entre ropa y cascos en un edificio utilizado como base rusa en Kutuzivka. Foto: The Guardian.

Los rusos tomaron el pueblo el 18 de marzo antes de perderlo ante las fuerzas ucranianas hace aproximadamente dos semanas. Los chalecos de protección abandonados, los cascos, los vendajes de las heridas y los platos de polenta (harina de maíz amarillo) a medio comer esparcidos por lo que era el cuartel general ruso en el centro comunitario del pueblo sugieren que se trató de una salida precipitada.

No obstante, si los rusos pueden marcharse en un abrir y cerrar de ojos tras muchas semanas de ocupación, las exhaustas y llorosas personas que se encuentran en el sótano de Tymofiy saben que podrían regresar con la misma rapidez, o al menos la artillería.

Gran parte de los daños causados en su pueblo y en sus viviendas en la parte superior se produjeron tras la llegada de los soldados ucranianos, que fue cuando los rusos comenzaron a bombardear sus posiciones… y cualquier otra cosa que se interpusiera.

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Kostantin Polovinkina rescata estatuas de porcelana de su casa destruida en Kutuzivka. Foto: The Guardian

Ocho soldados ucranianos fueron asesinados en las cercanías esa misma mañana. Aunque parece que no hay mucho más que atacar aparte de los edificios derrumbados y el metal desgarrado, el sonido de los bombardeos sigue siendo constante, con frecuencia muy fuerte y cercano.

Al hablar mientras se escucha otro golpe seco producido por la artillería, la madre de Tymofiy, Rita, de 32 años, comenta que nunca piensa en el mañana. “Solo pienso en sobrevivir”, dice.

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A ambos lados del calendario hay dos banderas ucranianas, dibujadas por un chico de 15 años que soñó con que las fuerzas ucranianas liberarían el pueblo. Foto: Ed Ram/The Guardian

Rita, que era pintora antes de la guerra, no ha vuelto a poner el pincel sobre el papel desde el 24 de febrero. “Quiero olvidar, nunca pensar en ello; de todas formas, no tengo los materiales aquí, pero no quiero pintar sobre esto”, explica. “Tymofiy está tranquilo hoy, pero durante los intensos combates se ponía histérico”.

El sótano tiene cuatro habitaciones sin puertas. En cada una de ellas se exhibe un calendario con los días del mes que han pasado tachados. Es importante, explican, para recordar el tiempo que han estado aquí abajo y para saber que no durará para siempre.

Un pequeño calendario situado arriba del lugar en el que trabaja Timofiy, pegado en la pared entre bocetos de dos banderas ucranianas, fue dibujado por un chico de 15 años después de haber soñado que los ucranianos liberarían el pueblo el 27 de abril.

Cuando se cumplió esa profecía, el chico se fue con sus padres, al igual que la mayoría de las 150 personas, entre ellas 40 niños, que habían estado viviendo en el sótano. Pero Timofiy y su familia no tenían dónde ir.

Sin embargo, los residentes del sótano se tienen los unos a los otros.

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Alla Lisnenko pelando berenjenas en el sótano con ayuda de una linterna. Foto: Ed Ram/The Guardian

Alla Lisnenko, de 59 años, es la cocinera. Con una linterna atada a su cabeza con una banda elástica, está cortando berenjenas para la cena de esta noche. Cuando todos bajaron al subsuelo el 24 de febrero, trajeron el contenido de sus despensas, pero los alimentos frescos han sido escasos. Fue un alivio cuando algunos de los hombres cavaron pozos poco profundos para obtener agua potable, no obstante, todos se enfermaron al poco tiempo porque el humo acre de las casas quemadas los había contaminado.

Fue entonces cuando intervino Natalya Leus, de 40 años, una enfermera que trabajó en el centro médico ubicado arriba. Utilizó los medicamentos disponibles para intentar mantener hidratados sobre todo a los niños, que se esforzaban por retener el agua y los alimentos.

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Natalya Leus (derecha) trabajaba en el centro médico que se encontraba arriba. Foto: Ed Ram/The Guardian

El esposo de Alla, Alexander, es uno de los favoritos. Construyó una estufa de leña para una persona antes de la guerra y, tres semanas después de que los rusos invadieran el país, la llevó al gélido sótano y la ha abastecido regularmente con troncos. También consiguió las cuatro luces LED conectadas a una vieja batería de camión que ofrecen al menos algo de iluminación a su hogar subterráneo.

Nadiya Ryzkova, de 75 años, cuya casa quedó destruida hace poco, proporciona un abundante suministro de leche. Se escapa en las primeras horas de la mañana para ordeñar las cabras ella misma.

“La bebemos todos los días”, comenta, sacando una gran botella. “Sin duda podemos compartirla”, se ríe.

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Nadiya Rykova observa el edificio de su departamento destruido en Kutuzivka. Foto: The Guardian

Mientras que algunos analistas occidentales sugieren que la batalla por Kharkiv prácticamente ha terminado, todos esperan que la llegada de las fuerzas ucranianas suponga el principio del fin.
Alla, la cocinera, fue la primera en ver los rostros amistosos cuando se dirigía rápidamente a su casa en busca de provisiones y llevó la noticia al sótano. “Escuché algunos tanques moviéndose y vi soldados ucranianos”, cuenta.

“Les estaba mandando besos, pero me hicieron señas para que me agachara. ‘Agáchate, abuelita'”, se ríe. “Grité gloria Ucrania”.

¿Lo celebraron? “Todavía no”, responde Rita. “No sabemos qué es lo que ocurrirá después”.

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