Acosado por el hambre, pero luchando contra la obesidad: La crisis alimentaria oculta de Kenia
Alumnos del kinder Bees Haven, en Nairobi, practican taekwondo durante su sesión de bienestar a media mañana. Foto: Brian Otieno/The Guardian

Los niños del kinder Bees Haven llevan aproximadamente 15 minutos de su clase semanal de taekwondo cuando su instructora les dice algunas palabras severas. “Chicos, no están jadeando”, dice Lizzanne Adhiambo, con una sonrisa. “¡Quiero ver su fuerza! ¡A golpear!”

Aparte de una cierta confusión respecto a la mano izquierda y la derecha, los alumnos de Adhiambo obedecen. Alternando los brazos, dan puñetazos delante de ellos, 15 niños de cuatro a seis años, con uniformes blancos para entrenar, gritando “¡Sí!” mientras la instructora cuenta del 1 al 10.

“Les gusta mucho”, comenta Beryl Itindi, directora de la escuela de preescolar ubicada en Syokimau, en las afueras del suroeste de Nairobi.

Después de la clase, los niños se sientan a almorzar un guisado de carne, verduras de hoja verde, ugali –atole de harina de maíz– y fruta fresca. “Gracias por nuestra comida y por nuestras muchas bendiciones”, corean. “Amén”.

Estos niños se encuentran a la vanguardia de los nuevos esfuerzos para fomentar hábitos de ejercicio y alimentación saludable para toda la vida, y prevenir un enemigo cada vez más visible en los pueblos y ciudades de Kenia: la obesidad.

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El kinder hace hincapié en la importancia del ejercicio y la alimentación saludable. Foto: Brian Otieno/The Guardian

Como en gran parte de África, el número de personas clasificadas como obesas en Kenia está aumentando: para el año 2030, el Atlas Mundial de Obesidad indica que 1.4 millones de jóvenes de 5 a 19 años padecerán obesidad. La OMS considera que una persona con un índice de masa corporal (IMC) superior a 25 tiene sobrepeso, mientras que un IMC superior a 30 está considerado como obesidad.

Una encuesta realizada en 2015 –la más reciente– reveló que el 20% de los hombres de Kenia y más del 50% de las mujeres tenían sobrepeso u obesidad.

En un informe del año pasado, el gobierno de Kenia reconoció que la obesidad es uno de los principales factores de riesgo de enfermedades no transmisibles (ENT) como la diabetes y el cáncer, las cuales son responsables del 39% de las muertes en Kenia, en comparación con el 27% en 2014.

“Los datos estadísticos muestran que la obesidad está aumentando a un ritmo muy alarmante, no solo en Kenia, sino en la región y en el mundo”, señala Stephen Kimutai Tanui, director de estrategia de Wellness for Greatness, la organización impulsora de las clases de taekwondo.

La educación que el grupo imparte a los niños era muy escasa cuando Tanui, de 32 años, era un niño:

“No nos dijeron que la actividad física tiene muchos beneficios… no solo para disfrutar y tener un buen rendimiento en la escuela, sino para nuestra salud”.

En un país acechado por el hambre y en el que más de tres millones de personas están clasificadas en situación de inseguridad alimentaria grave, la prioridad consistía en obtener suficientes alimentos, independientemente de su valor nutricional, explica.

“Cuando éramos jóvenes, faltaba ese vínculo entre la buena nutrición y la buena salud”, comenta Tanui.

“En Kenia y en la mayoría de los países africanos tenemos un problema de desnutrición, y en eso se enfoca todo el mundo. Las personas deberían tener comida, pero también deberíamos enfocarnos en conseguir alimentos buenos y saludables, porque los índices a los que aumenta la obesidad, van a la par: desnutrición y obesidad. Es una carga terrible”.

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Un nutriólogo calcula el IMC de Magdalene Wanjiru durante una revisión en el Hospital Nacional Kenyatta en Nairobi: Benedicte Desrus/Alamy

En algunas zonas rurales del norte y el este, la peor sequía registrada en los últimos 40 años está obligando a miles de habitantes de Kenia a abandonar sus hogares. Según la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja, aproximadamente 755 mil niños menores de cinco años sufrirán desnutrición grave durante todo el año 2022.

En Nairobi, ciudad en la que las cadenas de comida rápida, como KFC, Burger King y Domino’s, se encuentran en cada esquina, y donde los carteles publicitarios ofrecen bebidas de chocolate “enriquecidas con vitaminas” a los automovilistas que circulan por las congestionadas calles, el problema es “completamente diferente”, explica el Dr. Davis Ombui, especialista en diabetes. “Las personas llegan a sus trabajos en la mañana, entran a la oficina, regresan a sus autos y se van a casa. No caminan mucho para ir al trabajo, y la comida rápida ahora es un fenómeno importante en Nairobi”.

El resultado es evidente en sus consultorios privados. “Cada vez vemos a personas más jóvenes que son diagnosticadas a una edad más temprana. Hoy recibí a alguien que tenía 21 años. Diabetes tipo 2. Todo se debe a la obesidad; todo se debe al estilo de vida”.

El año pasado, el Ministerio de Salud publicó un plan estratégico para afrontar la “transición epidemiológica” de la carga de enfermedades desde las transmisibles, como la malaria y la tuberculosis, a la creciente carga de las enfermedades no transmisibles. Reconoció la obesidad como uno de los principales factores de riesgo, aunque los médicos temen que se adopten pocas medidas concretas.

“Es posible que estas políticas existan en teoría”, comenta Ombui. “Pero nadie las traduce en acciones prácticas. Estoy seguro de que si vas al gabinete encontrarás documentos normativos muy bonitos que fueron patrocinados por la OMS y (otras) organizaciones, simplemente acumulando polvo”.

El Ministerio de Salud fue contactado para obtener sus comentarios. El objetivo del gobierno consiste en reducir el predominio de la obesidad del 28% en 2020 al 26% en 2025, y el reloj sigue corriendo. Para el año 2030, se prevé que las muertes por enfermedades no transmisibles aumenten en un 55%.

Y todavía existe una asociación persistente en la sociedad entre el exceso de grasa y el éxito material.

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Steven Ogweno, CEO de Stowelink, una empresa dirigida por jóvenes cuyo objetivo es combatir las enfermedades no transmisibles. Foto: Brian Otieno/The Guardian

“Te das cuenta de que los jóvenes de la universidad quieren subir de peso y hacer crecer su panza como símbolo de estatus. Así de grave es”, señala Stephen Ogweno, CEO de Stowelink, una empresa dirigida por jóvenes cuyo objetivo es combatir las enfermedades no transmisibles. “Todavía existe esta percepción que debe cambiar”.

Para los habitantes pudientes de Kenia, el Dr. Wyckliffe Kaisha tiene la respuesta. Se trata de uno de los pocos cirujanos del país que realiza cirugías bariátricas –o de pérdida de peso–, como el bypass gástrico, y ha observado un aumento significativo de pacientes, en parte debido al Covid-19, el cual alertó a más personas sobre las repercusiones de la obesidad, la diabetes y la hipertensión.

Una de sus pacientes, de 29 años, que el año pasado se realizó una cirugía de manga gástrica –que implica la extirpación de una parte del estómago– no se arrepiente.

“Requiere que una persona esté preparada psicológica y emocionalmente, porque no es fácil, sobre todo si estás acostumbrada a comer mucha (comida) basura. A mí me encantaban las papas fritas. Ahora no soporto ni el olor de las papas fritas”, explica.

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En zonas urbanas como Nairobi, la comida rápida cada vez es más popular. Foto: Brian Otieno/The Guardian

La mujer, que no desea que se publique su nombre, comenta que ha perdido 40 kg: “Al menos ahora puedo subir las escaleras. No tengo que depender de los elevadores”.

La cirugía bariátrica es objeto de críticas, no obstante, Kaisha insiste en que es beneficiosa para la gran mayoría. Su problema son las aseguradoras, las cuales se niegan a cubrir la operación, lo que significa que solo los ricos se pueden permitir los 5 mil dólares que cobra.

El doctor ha comentado a las aseguradoras que la cirugía bariátrica es rentable, ya que previene la aparición de enfermedades. “Siguen rechazándola y dicen que es una cirugía estética. Pero no lo es en absoluto”, señala.

La aldea de Njathaini, situada en los alrededores del norte de Nairobi, se encuentra en una realidad muy alejada de la clientela de Kaisha. Con un alto nivel de desempleo y escasos ingresos disponibles, en lugares como este es donde resulta apremiante la intervención, explica Ogweno.

Gracias a la genética, la dieta y la falta de ejercicio, Ogweno, de 26 años, llegó a pesar casi 127 kg. Impulsado por su deseo de “parecerse a Dwayne ‘La Roca’ Johnson”, perdió peso en la universidad y compitió en concursos de Mr Fitness.

Quiere demostrar que la obesidad, la diabetes y el cáncer no solo afectan a “los viejos y los ricos”. Lo que él y sus colegas descubrieron en Njathaini los sorprendió: “(Esta es) una comunidad de muy bajos ingresos, y casi el 70% de las familias de aquí viven con diabetes o hipertensión”, explica Ogweno, sentado en la oficina del alcalde de la aldea.

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En las zonas de bajos ingresos, los alimentos y aperitivos económicos están cargados de carbohidratos y grasas; las opciones más saludables son más costosas. Foto: Brian Otieno/The Guardian

Las dietas tradicionales de los barrios pobres recurren en gran medida a los carbohidratos y a las grasas para cocinar, con niveles vertiginosamente altos de grasas trans, conocidas por aumentar el riesgo de enfermedades cardíacas. En una tienda de Njathaini, se puede comprar una col por 70 chelines (50 centavos). En otra, a unas pocas casas, hay bolsas de papas fritas por 20 chelines, y los rollos de pan frito cuestan 10 chelines.

También está el tema del azúcar. “Los refrescos están más disponibles que el agua potable”, dice Ogweno. Las tiendas están completamente abastecidas de refrescos, y los banderines que anuncian Sprite, Coca Cola y Fanta, además de agua, reciben a todos los clientes”.

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Francis Njuguna, trabajador sanitario de la comunidad, asesora a la población local sobre el cultivo de vegetales. Foto: Brian Otieno/The Guardian

Francis Njuguna, trabajador sanitario de la comunidad, nació y creció en Njathaini. “Antes, (la obesidad) no era un problema. Había muy pocos casos. Pero en la actualidad hay muchos”, comenta.

Trabajando junto a Stowelink, Njuguna asesora a la población local sobre el cultivo de vegetales, así como de otros cultivos comerciales. El “kale, tomates, cebollas y espinacas” son posibles, dice.

Lo peor, señala Ogweno, es que una vez que las personas son diagnosticadas con enfermedades asociadas a la obesidad, tienen dificultades para recibir tratamiento.

“Si no tienes un empleo formal… casi nunca estás cubierto (por el seguro médico nacional) y si estás enfermo tienes que pagar de tu propio dinero”, explica. Esto ocurre, por ejemplo, con la insulina para los diabéticos. “La gente literalmente tiene que reunir a todo el pueblo para que contribuya con dinero en efectivo para después ir y hacerlo, porque de lo contrario es una sentencia de muerte”.

Ogweno, cuya tía murió de diabetes tras pedir ayuda a un curandero tradicional, considera que el gobierno avanza, lenta y tardíamente, respecto a tomar con seriedad las enfermedades no transmisibles.
Por el momento, entonces, los niños de Bees Haven están forjando el camino. Entusiasmados tras su entrenamiento, los artistas marciales del kinder comen su almuerzo con entusiasmo, incluso las verduras de managu. Con frecuencia, los niños llegan siendo bastante tímidos, comenta Itindi, la directora, y el ejercicio “realmente los abre tanto mental como físicamente”.

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Alumnos del kinder Bees Haven comiendo un almuerzo saludable. Foto: Brian Otieno/The Guardian.

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