El otro Valle de la Muerte: cientos de migrantes mueren en los remotos desiertos de Texas
Agentes de la patrulla fronteriza buscan los restos de un migrante fallecido en un rancho en el condado de Brooks, Texas. Foto: Gary Coronado/Los Angeles Times/Getty Images

Eddie Canales no puede olvidar el momento en que vio el cuerpo descompuesto de un joven de unos 20 años colgado de un roble en un rancho ubicado en el sur de Texas el pasado mes de septiembre.

El intenso calor y la humedad de este árido matorral rápidamente pudrieron su carne hasta dejar al descubierto gran parte del esqueleto, el cual llevaba al menos una semana en el lugar.

En una imagen gráfica que la comisaría proporcionó a The Guardian se ve claramente el cráneo, inclinado hacia un lado. Y le faltan los dos pies, que probablemente se los comieron los animales salvajes.

El hombre era de México, según los documentos de identidad encontrados. La policía estudió la posibilidad de que se tratara de un linchamiento, sin embargo, concluyó que se trataba de un suicidio.

“La mayoría de los cadáveres que encuentro ya son esqueletos”, comentó Canales, quien dirige el South Texas Human Rights Center, una organización sin fines de lucro con sede en el condado de Brooks, Texas, que trabaja para poner fin a estas duras y evitables muertes, y para reunir a las familias con los restos de sus seres queridos.

“Pero este fue particularmente desgarrador. Esa imagen se quedará conmigo para siempre”, añadió.

El condado de Brooks abarca casi mil millas cuadradas de tierras de rancho dispersas, cubiertas de maleza y arenosas, situadas cerca del extremo oriental de la frontera entre Estados Unidos y México, y se encuentra en el centro de una crisis migratoria letal que está viendo morir a personas desesperadas en cifras récord.

El sombrío número de víctimas es tan elevado que la región circundante, que abarca varios condados de Texas cerca del Río Bravo, ha sido denominada el otro Valle de la Muerte.

Los datos corroboran ese terrible sobrenombre: el Proyecto Migrantes Desaparecidos, una iniciativa impulsada por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), con sede en Suiza, que realiza un seguimiento de las muertes y desapariciones de migrantes a nivel mundial, registró 715 muertes de personas que intentaron cruzar la frontera de Estados Unidos desde México en 2021, es decir, más del doble que la cifra de 2015, lo cual la convierte en el cruce terrestre más letal del mundo.

De los cuatro estados de Estados Unidos situados a lo largo de la frontera, Texas posee el tramo más largo y el mayor número de muertes de migrantes, según indica un informe del Centro Strauss de la Universidad de Texas. El condado de Brooks, donde las autoridades recuperaron 119 cadáveres el año pasado, ha registrado el mayor número de muertes que cualquier otro condado de Texas en las últimas tres décadas.

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El Río Bravo, que fluye a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México. Foto: Peter Yeung/The Guardian

“Tenemos dificultades para ocuparnos de todos los cadáveres”, comentó Don White, ayudante del sheriff del condado. El año pasado, el estado le proporcionó al condado una morgue móvil como respuesta a la espeluznante cosecha de seres humanos. “Hace poco tuve que recoger tres cadáveres frescos en un día”, comentó.

Expertos externos creen que las políticas migratorias federales han agravado la tragedia, obligando a los migrantes a emprender cruces cada vez más peligrosos, y encaminando los viajes de los refugiados –que huyen de la violencia, la persecución y la catástrofe climática– a un angustioso callejón sin salida.

Eva Moya, profesora titular de la Universidad de Texas que estudia la precariedad a la que se enfrentan los migrantes, comenta que los Protocolos de Protección de Migrantes (PPM), también conocidos como “Quédate en México” –una política introducida en 2019 bajo el gobierno de Donald Trump– han supuesto el envío de más de 70 mil personas de regreso a México para esperar la resolución de sus procesos judiciales en Estados Unidos, muchas veces pasando largos periodos de tiempo en campamentos improvisados, donde con frecuencia se les niega la atención médica básica y se enfrentan a la violencia, las violaciones, los asesinatos y los secuestros por parte de los grupos del crimen organizado.

“El riesgo sigue aumentando”, comenta Moya. “Los solicitantes de asilo que están en México temen por su vida y los traficantes se aprovechan de esta situación. Harán cualquier cosa para sacar provecho de estas personas. Se trata del tráfico de personas en su máxima expresión”.

El gobierno de Biden finalmente está terminando esta política, después de las batallas judiciales, pero se desconoce cómo y cuándo cambiarán las cosas de forma sustancial en la práctica.

Al mismo tiempo, el Título 42, aparentemente una medida sanitaria relacionada con la pandemia que fue introducida en 2020, y que cierra los puertos de entrada en la frontera y permite que la patrulla fronteriza expulse sumariamente a los migrantes sin que se lleven a cabo audiencias de solicitud de asilo, ha contribuido a las muertes registradas en el condado de Brooks y en otros lugares, explicó Alma Maquitico, directora de la Red Nacional por los Derechos de los Inmigrantes y los Refugiados.

“El Título 42 ha provocado el aumento de las muertes”, señaló. “Las personas ya no están cruzando en las ciudades, sino en zonas más lejanas y peligrosas. Están muriendo en el desierto”.

Canales también mencionó la extensión rural y árida.

“Este es el verdadero Valle de la Muerte”, comentó, contrastándolo con su homónimo del abrasador desierto de California.

“El sistema de inmigración ha fracasado. El gobierno quiere culpar a los cárteles, pero no a la política que está creando este problema. La solución consiste en ofrecer una vía ordenada para el asilo. Esto se podría arreglar mañana mismo”, añadió.

Un vocero de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP), que supervisa a los 20 mil agentes de la patrulla fronteriza que trabajan entre los puertos de entrada terrestres, indicó que el número de muertes era consecuencia de los traficantes.

“Las organizaciones criminales siguen poniendo en peligro de forma temeraria la vida de las personas que trafican para su propio beneficio económico, sin ninguna consideración por la vida humana”, indicaron en un comunicado. “A pesar de estos peligros inherentes, los traficantes de personas les siguen mintiendo a los migrantes, afirmando que las fronteras están abiertas. Las fronteras no están abiertas, y las personas no deberían intentar realizar el peligroso viaje”.

Aunque el condado de Brooks se encuentra a aproximadamente 112 kilómetros de la frontera entre Estados Unidos y México, tiene el control fronterizo de la patrulla fronteriza más grande de Texas. Ubicado a lo largo de la carretera estadounidense 281, una de las pocas autopistas en dirección al norte que hay en los cientos de kilómetros de la región fronteriza del sur de Texas, el control fronterizo procesa un promedio de 10 mil vehículos –que atraviesan la ruta más transitada desde México y América Central hacia Estados Unidos– todos los días.

Al igual que otras políticas de disuasión, el control fronterizo, en lugar de reducir el número de migrantes que intentan entrar, los ha conducido a rutas letales, según indicó el ayudante del sheriff Don White.

Los traficantes de personas, que suelen ser conocidos como coyotes, exigen miles de dólares para ayudar a los migrantes a cruzar el Río Bravo en balsas, generalmente hasta McAllen, Texas, ciudad donde se esconden en refugios sucios y hacinados.

Después, los migrantes son dejados a 80 kilómetros al norte en carreteras secundarias arenosas, antes de ser enviados a un viaje de varios días a través de un terreno brutal, donde las temperaturas regularmente superan los 37°C durante los veranos cada vez más calurosos de Texas y caen por debajo del punto de congelación en invierno, con el propósito de evitar el control fronterizo.

Según Oscar Carrillo, sheriff del condado de Culberson, que también está lidiando con el incremento del número de cadáveres, los traficantes suelen enviar grupos de migrantes camuflados y con mochilas llenas de cannabis, lo cual les permite reducir el precio que deben pagar al entregarle la mercancía de contrabando a un contacto, si sobreviven al viaje.

En febrero de 2020, Carrillo detuvo a un grupo de más de 50 personas en ruta. “Les dan un itinerario como el de un crucero”, explica Carrillo. “Ha habido un gran aumento del número de intentos para cruzar. Pero es un lugar peligroso: hay serpientes, pumas. Si no pueden continuar, los dejarán atrás”.

Para aquellos que logran superar los primeros obstáculos en su intento de llegar a ciudades densamente pobladas como Houston, Dallas y San Antonio, donde pueden vivir bajo el radar de las autoridades, el riesgo dista mucho de haber terminado.

En junio, 53 inmigrantes, en su mayoría procedentes de México, fueron encontrados muertos en el interior de un sofocante tráiler en las afueras de San Antonio, Texas, en lo que constituyó el incidente de tráfico de personas más letal del país a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México hasta la fecha.

Desde 1999, se calcula que más de 7 mil 500 migrantes procedentes de México, El Salvador, Honduras, Guatemala y otros países han muerto en la frontera entre Estados Unidos y México, según indican los datos de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP).

La mayor parte de estas muertes se pueden atribuir a un golpe de calor o a la deshidratación, según explicó Canales, quien se encarga de gestionar 90 estaciones de agua ubicadas en la maleza.

Sin embargo, el número real de muertes probablemente sea mucho mayor, comentó, debido a la limitación de datos y a la falta de apoyo de las autoridades federales.

Puesto que el 95% de las tierras que hay en la frontera sur de Texas –y el 99% en el condado de Brooks– son privadas, los ganaderos y agricultores de los terrenos remotos –algunos de hasta 50 mil acres– suelen ser los que descubren a las personas que fallecieron recientemente o hace tiempo. La comisaría del condado de Brooks calcula que encuentra solo uno de cada cinco cadáveres.

“Es una carga que recae en los voluntarios”, señaló Canales. “Normalmente nosotros somos los que tenemos que ocuparnos de los cadáveres”.

No obstante, la labor de Canales y su equipo de voluntarios es limitada. Un análisis realizado por el Center for Public Integrity reveló que más de los 2 mil cuerpos de migrantes recuperados en Estados Unidos no han sido identificados. El Instituto Nacional de Justicia (NIJ) ha calificado la actual tragedia de personas desaparecidas, que deja a las familias sin poder guardar el debido luto, como el “desastre masivo silencioso del país”.

Jonathan Alberto Callejas Corado, que en ese momento tenía 25 años, desapareció en junio de 2021 cuando intentó cruzar desde México a través del condado de Brooks. El guatemalteco tenía previsto reunirse con sus tíos en Los Ángeles, pero desde entonces está desaparecido.

“No sabemos si está vivo o muerto”, comentó Glenda Corado, su tía, a The Guardian. “Es muy doloroso para nosotros. No podemos guardar luto porque no sabemos qué pasó”.

En un intento para encontrar a su sobrino perdido, del que se supo por última vez que se encontraba en este remoto rincón del país que se ha convertido en un cementerio al aire libre, ha visitado el consulado guatemalteco, organizaciones de derechos humanos e incluso la sede de la patrulla fronteriza.

“No nos han dado ningún apoyo”, explica Corado. “El sistema está roto. ¿Qué le pasó a nuestro muchacho?”.

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