Las familias devastadas por los fallecidos en el tráiler de Texas
Rosa Ortega sostiene una foto de su hermano Pablo, que falleció en el interior de un tráiler en San Antonio, Texas. Foto: Félix Márquez

Antes de salir de Veracruz, Pablo Ortega le pidió a su hermana Rosa que hiciera dos cosas: cuidar a su esposa embarazada y, en caso de que le ocurriera algo en su camino a Estados Unidos, asegurarse de que su cuerpo fuera llevado a casa para que pudieran llevarlo por las calles donde creció. Esta semana, Rosa se vio obligada a cumplir ambos compromisos con su hermano pequeño

A las 18:20 horas del 27 de junio, se descubrió un tráiler abandonado en una remota carretera secundaria de San Antonio, Texas. En su interior se encontraban los cuerpos de decenas de personas que habían muerto al intentar migrar desde México, Guatemala, El Salvador y Honduras. Entre ellos se encontraba Pablo, de 20 años, cuyo cuerpo fue hallado junto al de su tío de 43 años, Jesús Álvarez. En total, 53 personas murieron y más de una docena fueron trasladadas al hospital, entre ellas cuatro niños. Se han presentado cargos contra cuatro personas.

El desastre, que está considerado como el episodio de contrabando más mortífero ocurrido en la frontera entre Estados Unidos y México, ha evidenciado el terrible costo humano de los cruces fronterizos.

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Rosa muestra los últimos mensajes de WhatsApp que recibió de su hermano Pablo. Foto: Félix Márquez

“Cuando subió al tráiler le dije que se quedara junto a las puertas para que no lo aplastaran“, comentó Rosa mientras comenzaba a preparar el funeral y a asegurarse de que, según las instrucciones de Pablo, se tocara una canción titulada La última caravana durante la procesión en su pueblo natal, Tlapacoyan.

A pesar de no haber recibido noticias de Pablo durante días, la familia no había perdido la esperanza de que hubiera llegado sano y salvo a Estados Unidos.

Sabíamos que no íbamos a poder contactarlo porque les quitaron a todos sus teléfonos y pertenencias cuando entraron al tráiler“, dijo Rosa. Cuando la familia finalmente contactó a los hombres que transportaban a los migrantes, estos dijeron que Pablo no podía hablar por “razones de seguridad”. Después dejaron de responder el teléfono.

Pablo se ganaba la vida como mecánico y como vendedor de algodón de azúcar en las ferias. Cumplió 20 años durante su viaje al norte y, a falta de un pastel, lo celebró con pan y mayonesa.

Tanto él como su tío, deportado de Estados Unidos bajo el gobierno de Donald Trump, estaban deseosos de cruzar la frontera. “Pablo solo iba a ir por tres años“, comentó Rosa. “Quería ahorrar el dinero para comprar una casa y poner un negocio de tatuajes”.

Los dos hombres se fueron el 29 de mayo. En su tercer intento, lograron cruzar el río Bravo en una pequeña embarcación y reunirse con los “coyotes”, o contrabandistas de personas. Pasaron los siete días siguientes en una casa de seguridad en Laredo, Texas, desde donde Pablo le llamó a su hermana para decirle que había escuchado a los coyotes negociando con los agentes fronterizos estadounidenses: “Dijo que pedían 3 mil dólares por persona para dejar pasar el camión“.

El tráfico de personas es un negocio lucrativo. De acuerdo con un informe de 2019 elaborado para el Departamento de Seguridad Nacional, solo en 2017 los traficantes ganaron entre 200 mil y 2.3 millones de dólares por ingresar personas a Estados Unidos desde Guatemala, Honduras y El Salvador. En una evaluación del riesgo nacional en materia de lavado de dinero publicada en marzo de este año, el Tesoro de Estados Unidos señaló que “los funcionarios gubernamentales corruptos también permiten la existencia de traficantes de personas”.

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Los cuerpos de Jair Valencia, Misael Olivares y Yovani Valencia llegan a su casa familiar en San Marcos Atexquilapan. Foto: Félix Márquez/The Guardian

Eduardo González, experto en migración y analista de las relaciones entre México y Estados Unidos, comentó que era evidente la complicidad entre las pandillas de traficantes y las autoridades mexicanas y estadounidenses.

“Estos hechos demuestran que las autoridades están claramente involucradas en el tráfico de personas”, comentó. ” ¿Si no, de qué manera un camión con 50 personas en él va a poder viajar por las carreteras federales sin ser detectado? Eso es prácticamente imposible. Algunos en Estados Unidos también sacan provecho de este negocio y el dinero termina en todos los niveles”.

A poco más de 100 kilómetros de Tlapacoyan se encuentra la pequeña ciudad de Naolinco, donde desde hace más de dos semanas hay velas encendidas y se reza por el eterno descanso de Misael, que tenía 16 años, Jair, de 19, y Yovani, de 16.

Los tres parientes –todos ellos zapateros y aficionados al futbol– salieron de Naolinco el 21 de junio, rumbo a Austin, Texas, donde un familiar se iba a reunir con ellos. Habían tomado la decisión de irse dos semanas antes, contactaron a un coyote, pagaron 8 mil 200 dólares y se hicieron una promesa: viajarían juntos a Estados Unidos y regresarían juntos a Veracruz al cabo de cuatro años.

Al final, regresaron mucho antes de lo previsto. Sus cuerpos fueron repatriados en un vuelo militar que aterrizó el miércoles.

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Fotos enmarcadas de Jair, Misael y Yovani Valencia colocadas en un altar. Foto: Félix Márquez/AP

Su abuelo Balbino Olivares no puede evitar atormentarse pensando en los últimos momentos de sus nietos; en el calor en el tráiler, en la sed, en la falta de aire y en la desesperación.

“No sabíamos cómo planeaban viajar”, comentó Teófilo Valencia, padre de Jair y Yovani. “Estaban contentos porque habían logrado cruzar y se estaban acercando a Austin”.

Como señala González, el endurecimiento de las leyes antimigrantes está obligando a las personas a buscar “formas más peligrosas y más costosas de entrar en Estados Unidos”. Pero para muchos, los beneficios potenciales superan esos riesgos.

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Un grupo de personas reza frente al monumento en memoria de Jair, Yovani y Misael Olivares. Foto: Félix Márquez

O, como dijo Rosa: “Sabíamos que era peligroso, pero Pablo quería una mejor vida”.

El jueves, 17 días después de que sus cuerpos fueran encontrados en un tráiler en otro país, Pablo, Jesús, Misael, Jair y Yovani finalmente regresaron a casa.

Una procesión de motocicletas acompañó el ataúd de Pablo a través de Tlapacoyan y una banda tocó La última caravana. Rosa también le compró a su hermano un pastel para compensar el pan y la mayonesa con los que se tuvo que conformar en su cumpleaños.

En Naolinco, colocaron tres balones de futbol junto a los ataúdes de Misael, Jair y Yovani, así como un vaso de agua y un pedazo de pan ante cada una de sus fotos.

“Estos son los peores días de mi vida”, dijo Yolanda Olivares, la madre de Jair y Yovani. “Ellos tenían sus sueños. Lo último que les dije fue que quería que estuvieran bien. No lloré cuando se fueron y ahora he llorado tanto que ya no me quedan lágrimas”.

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