‘Puedo cambiar la forma en que se ve a las mujeres afroamericanas’: Viola Davis habla sobre los estereotipos, el éxito y la interpretación de una guerrera
'No soy Dios. Lo que puedo hacer es lo que puedo hacer'... Viola Davis. Foto: Kirk McKoy/Contour RA

Viola Davis está cansada. Lo sé porque me lo dijo: “Déjame ser honesta, estoy cansada”, dice en un momento determinado, con todo el énfasis sincero de esos ojos ganadores del Oscar, pero también lo sé porque vi su última película, y cualquiera se sentiría cansado después de lograr eso. La mujer rey es una épica histórica ambientada en la década de 1820 y llena de acción sobre las Amazonas de Dahomey (Mino), la unidad de guerreras del reino de Dahomey, que en su día existió en lo que hoy es Benín. Davis ofrece una interpretación de fenomenal fuerza física y emocional como la general Mino Nanisca. Entre sus coprotagonistas se encuentra John Boyega, de Star Wars, en el papel del rey Ghezo, pero mientras él pasa la mayor parte de la película pavoneándose por el palacio, las mujeres se dedican a librar sangrientas batallas. La coreografía de las peleas es emocionante, y Davis, que entonces tenía 56 años, realizó casi todas sus escenas de riesgo.

Para prepararse, Davis y sus compañeras de reparto, entre las que figuran la antigua 007, Lashana Lynch, y Thuso Mbedu, la estrella en ascenso de El ferrocarril subterráneo, de Barry Jenkins, se embarcaron en un período de ensayos como ningún otro. “Quiero decir, soy una mujer que hace ejercicio, pero no como cinco horas al día”, comenta Davis. Hoy, parece estar preparada para la alfombra roja con un vestido blanco nacarado, un maquillaje impecable y el cabello recogido. Solo sus pantuflas de hotel estampadas con un monograma sugieren que aún está en modo de recuperación. “Thuso y yo hacíamos coreografías en las que teníamos que luchar contra 15 o más hombres, diariamente”. Las carreras cortas, el levantamiento de pesas y las artes marciales continuaron incluso después de que hubieran volado al lugar de rodaje en Sudáfrica, en aquel entonces con un calor de 30 grados. “Créeme”, añade Davis con una risa ronca, “para cuando llegué a la última acrobacia, definitivamente lo celebré con una copa de pinotage”.

Este entrenamiento guerrero que duró ocho meses fue solo la fase más reciente de los siete años de lucha de La mujer rey para llegar a la pantalla. “Es una lucha”, explica Davis, que también fue una de las productoras de la película a través de su empresa JuVee Productions. “Yo lo llamo La lucha. Es una lucha para encontrar socios que tengan la misma visión que tú, que sean capaces de darle luz verde. Y además, la otra lucha, si se trata de un reparto mayoritariamente femenino afroamericano, supone que, como no hemos liderado la taquilla mundial, no hay precedentes de que la película vaya a prosperar y recuperar el dinero de quienes invierten en ella… Lo fundamental es el dinero. No se trata del impacto cultural, sino del dinero”.

Davis comenta que el contar las historias que quiere contar sigue siendo difícil, incluso ahora. En 2016 completó la codiciada “triple corona de la actuación” (un premio de la Academia, un Emmy en la categoría de actuación y un Tony –o dos, en el caso de Davis–) cuando ganó el Oscar a la mejor actriz de reparto por su papel frente a Denzel Washington en el drama de los años 50 Fences. Es la primera y, hasta la fecha, única actriz afroamericana en lograrlo. Solo ocho años antes, saltó a la fama con un papel de ocho minutos, en una sola escena, nominado al Oscar junto a Meryl Streep en la película de 2008 Doubt. Y, aun así, dice: “No puedo entrar a cualquier sala y lograr que se haga cualquier película. En realidad, me siento muy segura, pero no puedo hacerlo”.

No obstante, está acostumbrada a luchar por lo que quiere. En abril, su libro de memorias Finding Me reveló lo mucho que tuvo que superar durante su juventud.

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Davis con Denzel Washington en ‘Fences’ (2016), por la que ganó el Oscar a mejor actriz de reparto. Foto: Paramount Pictures/Allstar

Davis creció siendo la segunda más joven de seis hijos, en medio de la pobreza extrema, el racismo, los abusos sexuales, la violencia doméstica y el alcoholismo. Viviendo en un edificio ruinoso e infestado de ratas, a las hermanas les aterrorizaba ir al baño por las noches y todas se convirtieron en personas que mojaban la cama de forma crónica. Cuando las tuberías se congelaban, durante los despiadados inviernos de Rhode Island, no tenían cómo limpiarse y tenían que ir a la escuela oliendo a orina, solo para enfrentarse a más acoso. Davis cuenta que ella y todas sus hermanas fueron objeto de agresiones sexuales por parte de familiares, niñeras y los “viejos rabos verdes” del barrio, mientras sus padres se encontraban demasiado inmersos en su propia lucha por la supervivencia como para ofrecerles alguna protección. (Desde entonces ha perdonado y se ha reconciliado con ambos).

Llama a sus cuatro hermanas “mi pelotón”, mientras que su ciudad natal, predominantemente blanca, era “un campo minado… en el que constantemente intentabas esquivar pequeñas y grandes explosiones que podían aniquilarte”. No es de extrañar que sienta una conexión tan personal con La mujer rey. “Esta es la cuestión: somos hermanas, las Mino son hermanas. No se trata simplemente de la mentalidad de pasar el rato, ir de compras y tomar un Aperol spritz. Es un espíritu de ir literalmente a la batalla, y es por el amor a la otra que estás luchando”. Nanisca es el tipo de papel de acción que en otras manos podría haber consistido solo en patadas altas y bromas inteligentes, pero Davis infunde la suficiente emoción auténtica como para que ya se hable de ella como candidata a más premios. “No considero que Nanisca sea una heroína de acción”, comenta. “Es una mujer que es una guerrera”.

Uno de los momentos más impactantes de la película procede de esta comprensión. Se produce en una escena en el mercado de esclavos, donde Nanisca y sus tropas se reúnen con el General Oba del Imperio Oyo enemigo, para lo que él supone será el pago de un tributo. En cambio, Nanisca le tiende una emboscada con la intención de provocar una guerra, pero justo antes de ese momento de no retorno una fugaz expresión de terror atraviesa su rostro. Es la demostración física de una frase que Davis cita con frecuencia de la novelista Anne Lamott: “El valor es el miedo dicho con oraciones”.

“Cada vez que me acercaba a Oba”, explica Davis, “me acercaba al hombre que abusó sexualmente de mí. No me acercaba simplemente al enemigo. Escucha, las cosas que han abatido al ser humano más fuerte han sido un recuerdo traumático contra el que no pudieron luchar”.

¿Se refiere a “mí” en el sentido de la actuación de método? ¿O se basa directamente en su propia experiencia? “Hablo de Nanisca, pero también hablo de Viola en términos de enfrentarme a mis miedos, todos los días… Toda mujer que ha sido abusada sexualmente sabe exactamente lo que quiero decir en ese momento”.

Estos atisbos de lo humano debajo de las apariencias del género se han convertido en una especialidad de Viola Davis. En el melodrama televisivo de seis temporadas How to Get Away With Murder, fue el momento en que el personaje de Davis, la profesora de derecho, adúltera y posible sociópata Annalise Keating, llega a casa después de un largo día de ser feroz y fabulosa, se sienta y se quita la peluca. En Fences, son las lágrimas y los mocos a raudales que Rose nunca se limpia cuando finalmente se desahoga de décadas de decepciones con su esposo.

Es evidente que Davis respeta profundamente el potencial terapéutico de la actuación, sin embargo, se muestra más ambivalente con respecto a su educación formal. Describe sus cuatro años en el prestigioso conservatorio de artes escénicas de Nueva York, Juilliard, como “eurocéntricos… Sentí que entré con una paleta equivocada. Era demasiado grande. Era demasiado afroamericana. Mi voz era demasiado grave”. No obstante, al mismo tiempo, atribuye a Juilliard el mérito de haber financiado su transformador primer viaje a África, allá por los años 90.

Davis cuenta que fue en Gambia, mientras veía una actuación de las kañeleng –una asociación de mujeres sin hijos–, cuando todo encajó. “Solo estaban gritando, ni siquiera con el objetivo de cantar maravillosamente. El objetivo era simplemente hacer ruido, para que Dios lo escuchara”. En ese momento comprendió lo que significaba hacer arte, y cuál podría ser su propia contribución: “Si no empiezo con la paleta de lo que es Viola, entonces no estoy haciendo absolutamente nada. Si es recibido o no por las masas, no puedo controlarlo. Pero sí puedo controlar aquello”.

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La actuación de Davis en Viudas (2018), de Steve McQueen, la hizo merecedora de una nominación al Bafta. Foto: Crédito de la foto: Cortesía de Twentieth Century Fox/Film4/Allstar

Davis ha tenido sus propias luchas contra la infertilidad, como detalla en sus memorias. Cuando era una mujer soltera de 30 años, una operación para extirpar los fibromas de su útero le dejó un pequeño margen para quedar embarazada. Esto dio lugar a un incidente, que ya ha pasado a la historia de Viola Davis, en el que manifestó a su futuro esposo con una franqueza propia de una kañeleng. “Dios, hace tiempo que no sabes nada de mí. Sé que estás sorprendido. Mi nombre es Viola Davis”, recuerda haber dicho, antes de pronunciar, en forma de oración, una lista de citas que incluía “exatleta”, “alguien real del país” y alguien que “tuviera una esposa antes que yo e hijos también”, para que no existiera la presión de quedar embarazada. Tres semanas después conoció al actor y productor Julius Tennon, que era todo eso, y en 2011 adoptaron a su hija, Genesis.

Pero regresemos al presente. “Tengo 57 años”, comenta Davis, con todo ese cansancio de nuevo en su voz. “No tengo el mismo entusiasmo que tenía a los 28, o cuando era más joven. Cuando vi a Cicely Tyson por primera vez, pensé: ‘Vaya, puedo ser la señorita Tyson. Puedo ser una gran actriz de teatro y cine, ¡la gente me echará flores!”. Su papel en Doubt, junto a Meryl Streep, le proporcionó un gran impulso, a los 42 años. “Y dije: ‘¡Oh, Dios mío! ¡Lo logré!’ Pero eso dura dos segundos o menos. Porque con eso llega la desilusión, con eso llega el agotamiento… Existe un vacío que llega con la lucha por el éxito”. Davis explica que ahora comprende su trabajo no solo como un medio para escapar de la pobreza o adquirir una sensación de autoestima, sino como su pequeña parte de una lucha más grande por la justicia. “Al mismo tiempo, tengo una verdadera comprensión de mis limitaciones como ser humano. No puedo cargar con el peso del pasado sobre mis hombros. No puedo hacerlo. No soy Dios. Lo que puedo hacer es lo que puedo hacer”.

Para Davis, la lucha también consiste en romper esa estrecha caja de la pantalla en la que tienen que encajar las mujeres que se parecen a ella. “Lo que está en mi poder para cambiar es enseñarle a la gente que somos más que la marca que la gente ha puesto en las mujeres de piel oscura. Que somos sexuales, que somos deseables, que podemos ser inteligentes, que somos mucho más extensas y que nuestra identidad no la determina tu mirada. Yo puedo cambiar eso. Puedo cambiar la forma en que se ve a las mujeres afroamericanas, hasta cierto punto, dentro de la industria”.

Davis sabe algo sobre esa “caja”, ya que obtuvo su segunda de cuatro nominaciones a los premios de la Academia por interpretar a una criada –algunos dijeron que era una Mammy moderna– en el drama de la época de los derechos civiles de 2011 titulada Historias cruzadas. El reparto estaba repleto de impresionantes actrices afroamericanas, entre ellas la heroína de la infancia de Davis, Cicely Tyson, y su amiga Octavia Spencer, que ganó un Oscar por su papel. La protagonista, sin embargo, fue la actriz blanca Emma Stone, que interpretó a una periodista bienintencionada que se propone denunciar el racismo de su pueblo. Desde entonces, Davis ha expresado su arrepentimiento por haber hecho la película, diciendo que sentía que se había “traicionado a mí misma y a mi gente”.

Ahora que La mujer rey finalmente ha llegado, se siente, explica Davis, como “la culminación de mi carrera en los últimos 33 años”. Es una película que no se podría haber hecho sin ella y representa su ascenso a un nivel completamente nuevo. “Llegué a Hollywood teniendo esperanzas y sueños respecto a mi carrera, pero nunca tuve la propiedad ni la agencia”, comenta. “La mujer rey me ha parecido el regalo definitivo y el conducto para darme esa agencia”.

También es un momento de “culminación” muy esperado por muchas otras personas. Es para todos aquellos que se atrevieron a esperar que el éxito de Black Panther pudiera cambiar Hollywood; para todos aquellos que quieren que los dramas de época cuenten historias diversas, historias no contadas que confronten el legado del colonialismo, y también para todos aquellos que alguna vez se han preguntado por qué las mujeres en las películas de acción suelen ser veinteañeras con tacones altos, pero Liam Neeson sigue perforando paredes cuando tiene más de 70 años.

¿Puede Davis verse a sí misma dando un giro similar hacia más papeles de acción? Le da a esta sugerencia el tipo de mirada burlona que Annalise Keating reservaba para sus estudiantes de derecho más bobos. “Oh, no. No. Eso no me atrae para nada. Mi cuerpo está tan adolorido en este momento”.

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