Pobreza, vivienda y el Amazonas: la bandeja de entrada de Lula como presidente electo de Brasil
Foto: EFE.

La euforia de una victoria electoral es fugaz y mientras muchos brasileños se despertarán con resaca tras celebrar la derrota de Jair Bolsonaro, el presidente electo Luiz Inácio Lula da Silva pronto tendrá sus propios dolores de cabeza a los cuales enfrentarse.

Lula asumirá el poder el 1 de enero de 2023 y se encargará de reconstruir y reunificar una nación que ha quedado dañada y amargamente dividida tras cuatro años de políticas anárquicas de extrema derecha impulsadas por Bolsonaro.

Los retos son inmensos: 33 millones de brasileños se enfrentan al hambre aguda y 100 millones viven en la pobreza, las cifras más altas en años. Las políticas de Bolsonaro, sobre todo con respecto al Amazonas, han llevado a Brasil a convertirse en un paria internacional.

Lula mencionó estos y otros muchos temas en su discurso de victoria, no obstante, dejó claro que su primera prioridad era la que lo ha acompañado durante toda su larga carrera política: mejorar la situación de las personas pobres de Brasil.

“No podemos aceptar como normal que en este país millones de hombres, mujeres y niños no tengan suficiente para comer”, dijo a una multitud que lo adoraba. “Si somos el tercer productor mundial de alimentos y el mayor productor de proteína animal… tenemos el deber de garantizar que cada brasileño pueda desayunar, almorzar y cenar todos los días”.

El discurso fue una versión más emotiva de la carta que escribió al pueblo brasileño la semana pasada, en la que expuso sus prioridades.

La carta está llena de propuestas ambiciosas –según dicen los críticos, poco creíbles– que incluyen la igualdad salarial entre hombres y mujeres, la eliminación de todas las listas de espera para cirugías y exámenes médicos, y lograr que todos los niños tengan un lugar en las guarderías.

El plan fue publicado sin ningún tipo de detalles o costos claros, pero Lula apuesta por que los votantes confiarán en que puede repetir sus proezas de hace 12 años, cuando dejó el poder con índices de aprobación superiores al 80%.

Al igual que su promesa de erradicar el hambre, muchas de sus promesas son similares a las que hizo durante sus primeros gobiernos entre 2003 y 2011.

Promete construir un mayor número de viviendas asequibles y llevar la electricidad y las cisternas de agua a los pueblos desconectados y alejados.

Los principales proyectos de infraestructuras, como el transporte público, la energía y el agua, también serán gestionados como en el pasado, con el suministro de fondos por parte de los bancos estatales.

Prometió una reforma fiscal y el aumento del salario mínimo.

En virtud de la renovación del internacionalmente elogiado programa de alivio de la pobreza Bolsa Familia, las familias más pobres recibirán 600 reales (110 dólares) al mes, y las que tengan hijos menores de seis años, recibirán 150 reales (30 dólares) adicionales. La ayuda está acompañada de la obligación de mantener a los niños en la escuela y de vacunarlos.

El modo en que logrará todo esto sigue siendo una pregunta abierta, y muy grande.

El auge de los productos básicos que financió muchos de sus programas la primera vez ya terminó, y se enfrentará a un Congreso hostil, donde el bolsonarismo sigue siendo fuerte.

Un gran número de destacados diputados sin cargo están financiados por los agronegocios y podrían constituir un gran obstáculo en lo que será una de las áreas más prioritarias para Lula, el Amazonas.

La deforestación ha aumentado cada año desde que Bolsonaro llegó al poder. Lula detendrá las políticas de desarrollo a cualquier costo de Bolsonaro que alentaron a los ganaderos, buscadores de oro y explotadores de madera a asediar el Amazonas y a saquear sus recursos naturales.

Prometió “aspirar a la cero deforestación”, pero se conformará con que su gobierno pueda reducir la deforestación en un 83%, es decir, como ocurrió con Lula y Dilma entre 2003 y 2014.

También se prestará gran atención a las cuestiones indígenas. La rápida reconstrucción de las organizaciones indígenas y medioambientales que fueron socavadas por Bolsonaro será una señal del grado de seriedad del gobierno de Lula y también ayudará a combatir la deforestación.

“En lugar de ser líderes mundiales en deforestación, queremos ser líderes mundiales en la lucha contra la crisis climática y en el desarrollo socio-ambiental”, dijo Lula. “De esta manera tendremos alimentos sanos en nuestros platos, aire limpio para respirar y agua para beber y muchos empleos de calidad con inversiones ecológicas”.

El énfasis en la reindustrialización y en los proyectos de obras públicas puede ser un elemento necesario, sin embargo, también constituye una señal de cómo la política latinoamericana no ha logrado comprender plenamente las realidades del siglo XXI, comentó Shannon O’Neil, miembro senior del Consejo de Relaciones Exteriores.

“Lo que me parece desalentador en ocasiones respecto al futuro de Latinoamérica es que el tipo de discusiones que mantienen están basadas en las economías del siglo XX”, dijo O’Neil, sin nombrar directamente a Lula.

“No está relacionada con el capital humano, que es en realidad el futuro de cualquier fuerza de trabajo, no está relacionada con la automatización ni con la creación de propiedad intelectual, ni con la investigación y el desarrollo. En gran medida consiste en mirar hacia atrás, a las economías que están desapareciendo. No está relacionada con lo que nos depararán los próximos 25 años”.

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