Una estatua propia: la nueva escultura de Virginia Woolf que desafía los estereotipos
Laury Dizengremel trabaja en su estatua de la famosa escritora Virginia Woolf. Foto: Steve Robson

El miércoles se inauguró la primera estatua de bronce de tamaño natural de Virginia Woolf, situada a orillas del río en Richmond-upon-Thames, localidad en la que la autora fundó la imprenta Hogarth Press y vivió durante 10 años.

Fruto de una campaña de financiamiento de cinco años, la escultura estará sentada en una banca, con un libro en la mano, sonriendo. Se anima a los transeúntes a detenerse para tomarse una selfie.

“Tenía la intención de mostrarla feliz, para desafiar el estereotipo”, explica Cheryl Robson, una editora local que organizó la recaudación de fondos. Al principio de la campaña, la estatua se enfrentó a las objeciones que plantearon algunos miembros de la Richmond Society, que consideraron que su ubicación era “insensible e imprudente”, dado que Woolf murió posteriormente ahogada en el río Ouse. Evidentemente, los habitantes de la zona no estaban de acuerdo: en dos consultas, el 83% y el 92% votaron a favor del proyecto y gran parte del objetivo de 50 mil libras se recaudó gracias a cientos de pequeñas donaciones.

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FOTO: ‘Me parece bastante extraordinario que (Woolf) estará situada en un lugar por el que pasará tanta gente’ … La nueva estatua de Virginia Woolf por Laury Dizengremel. Foto: Steve Robson

La estancia de Woolf en la localidad de Richmond, entre 1914 y 1924, fue un “periodo muy creativo”, según explica la historiadora Anne Sebba. Allí terminó y publicó la novela Night and Day, así como ensayos y cuentos como Kew Gardens, y trabajó en los libros The Common Reader y Mrs Dalloway. En 1924, escribió en su diario: “(Nunca) me he quejado de Richmond, hasta que me desprendí de él, como una piel suelta. También he tenido visiones muy curiosas en esta habitación, acostada en la cama, enloquecida, y viendo la luz del sol temblando como agua dorada en la pared. He escuchado las voces de los muertos aquí. Y me he sentido, a través de todo ello, exquisitamente feliz”. Sebba vive cerca y comenta que está impaciente por llevar a sus nietas pequeñas, que sienten curiosidad por la autora, a ver su estatua.

Esto es música para los oídos de su escultora, Laury Dizengremel. “Hay muy pocas mujeres representadas en la escultura”, explica. “Me parece bastante extraordinario que (Woolf) estará situada en un lugar por el que pasará tanta gente, en el que se inspirarán tantas mujeres y niñas”. La idea de una Woolf sentada, que da cabida a la interacción, surgió en parte de la estatua del poeta Patrick Kavanagh, de John Coll, que está ubicada junto al Grand Canal en Dublín. “La gente pone sus manos en su rodilla y alrededor de su hombro”, comenta. “Me encanta cuando se puede ver el desgaste”.

Los habitantes de Dublín, por supuesto, disfrutan de un particular entendimiento con las estatuas de sus autores. Está Oscar Wilde, recostado sobre una roca en el parque Merrion Square; un abstracto monumento a WB Yeats en el parque Stephens Green; y James Joyce, de pie en medio de North Earl Street, cuya barbilla inclinada y su elegante bastón lo han hecho merecedor del cariñoso apodo de “el tarado del bastón”.

En Gran Bretaña, sin embargo, tenemos una relación más complicada con nuestros monumentos públicos. En 2020, por ejemplo, un grupo de hombres custodió una estatua de George Eliot en el mercado Nuneaton para “defenderla” de una manifestación del movimiento Black Lives Matter. Ese mismo año, el monumento de Maggi Hambling a Mary Wollstonecraft suscitó las críticas de las personas que consideraban desconcertante su forma metálica, diminuta y genérica. “La figura tenía que estar desnuda porque la ropa define a las personas”, argumentó Hambling. Una estatua de Jane Austen en la explanada del mercado de Basingstoke ha resultado ser más popular. “A mis hijas siempre les ha encantado”, comenta Fiona, una profesora que vive cerca, “creo que se debe a que está a ras de suelo, por lo que pueden tocarla y verla de cerca”.

Esta conexión a nivel de los ojos es importante, según explica Lucy Branch, escritora, restauradora de bronce y presentadora del podcast Sculpture Vulture. “Los hombres blancos sobre plintos son los temas abrumadores de la escultura pública en el Reino Unido… Sin embargo, en los últimos cinco años, creo que se ha producido un cambio, esculturas públicas como Our Emmeline en Manchester, de Hazel Reeves… tiene elementos simbólicos dejados para su día a día, (y) está vestida con diferentes prendas para representar a mujeres de diferentes profesiones… Ella es cada mujer y su estado, en términos de conservación, sigue siendo bueno porque las personas están comprometidas con lo que ella representa”. Al igual que Dizengremel y muchos escultores modernos, Branch es una fanática de los héroes con los que uno se puede identificar que no tienen pedestales.

Lo mismo ocurre con Martin Jennings, escultor de Philip Larkin en la estación de Hull Paragon, de George Orwell en la BBC Broadcasting House, de Charles Dickens en Portsmouth y de John Betjeman en la estación de St Pancras. Al crecer, sus héroes fueron los escritores y artistas, no los políticos, y relee toda la obra de un escritor y al menos una biografía antes de empezar una escultura, “de modo que habitas su mundo, y de ahí surge una idea con la que la gente se identificará”.

En St. Pancras, un observador discreto puede ver cómo los ajetreados viajeros se detienen y siguen la mirada de Betjeman en dirección al techo, y después miran hacia abajo para encontrar los versos de poesía a sus pies. “Es algo que esperaba que sucediera”, comenta Jennings, quien espera que sus esculturas, sus ubicaciones y las citas inscritas se complementen entre sí. También le divierte saber que Betjeman está desarrollando una brillante mancha de bronce en el lugar donde la gente ha acariciado su barriga.

Dizengremel espera que Woolf se vaya puliendo de forma similar a medida que las personas que pasean por la orilla del río la conozcan. “Se va a poner en carne viva y de vez en cuando necesitará que le vuelvan a poner pátina; algo muy importante”, dice. La Virginia de bronce no dice nada, y solo se sienta y sonríe.

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