Desenvolví el terrible regalo de papá y exploté como rehilete, el regalo de Navidad que nunca olvidaré
A lo largo de los años, algunos famosos han recibido regalos navideños que preferirían olvidar. Foto: Yevhen Rychko/Alamy

Era el año 2001 y mi segunda y última madrastra seguía, creo, intentando civilizarnos a mis hermanos y a mí, un objetivo increíblemente tonto. Teníamos entre 10 y 22 años cuando la conocimos y ya estábamos bastante curtidos, incluso el de 10 años. Le hablábamos a nuestro padre como le hablábamos a él, que era para pedirle dinero y regañarlo por agravios históricos. Simplemente era nuestra forma de saludarlo.

Él, por su parte, reponía constantemente la reserva de agravios, olvidando que era Navidad y quedándose dormido sobre la taramasalata. Una vez se fue de una fiesta con todos mis regalos de mi 21 cumpleaños porque vio una bolsa con una botella de vodka dentro y no se fijó si había algo más en ella. Recuerdo que le llamé desde una cabina telefónica y le dije: “¿En serio robaste mi sombra de ojos?”.

En fin, probablemente era el 20 de diciembre, y yo (27 años) y mis hermanos –dos hermanas de 29 y 21 años y un hermano de 17 años– estábamos celebrando una cena navideña con nuestro padre y nuestra madrastra. (Faltaba otro hermano por llegar, pero aún no lo conocíamos. No porque fuera un bebé –tiene más o menos mi edad–, sino porque ese hermano en concreto no fue conocido hasta que cumplimos los 30).

Papá llegó con esta bolsa. Me gustaría decir que era algo extravagante, como una bolsa de regalo, pero lo más probable es que fuera una bolsa de Sainsbury. Sin embargo, dentro de ella había regalos que estaban envueltos. No puedo dejar de enfatizar cuán inusual era esto. Él siempre te compraba algo si lo querías y se lo pedías con frecuencia. Pero que él mismo eligiera algo, lo envolviera y recordara traerlo, y que hiciera todas estas cosas en el momento oportuno… “impropio” no es suficiente para describirlo. Tenía que ser cosa de nuestra madrastra, pero ¿cómo? ¿Con qué oscura magia se cambia de forma tan radical a un hombre de unos 60 años?

Simplemente supuse que ella lo había hecho todo –elegir los regalos, envolverlos y ponérselos en la mano al entrar a la casa–, pero eso fue un error, porque ella da regalos encantadores y estos regalos eran terribles. Él le había regalado a mi hermana pequeña un novedoso juego de cuatro tarros de mostaza, los tarros tenían forma de números, para deletrear 2000. Estaban en una caja de presentación que llevaba la palabra –no bromeo– Mustardlennium.

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Zoe Williams (izquierda) y sus hermanos con su padre en 2007. Foto: Collect /Graeme Robertson

“Pero”, dijo mi hermana, “es 2001. ¿Siquiera se puede comer?”. Él se puso a divagar sobre el hecho de que la mostaza nunca se echa a perder y que si adquiere un color ligeramente café es porque se ha oxidado. “Así que por supuesto que no pueden haberse echado a perder, ¡porque no están abiertas!”, terminó, y ella respondió: “Bueno, algo es algo, supongo”.

Y todo esto desvió la atención de la cara de mi hermana mayor, que era muy intensa. Le había regalado un libro sobre diseño de interiores. En aquel entonces ella era escenógrafa. Era como regalarle a un cirujano el juego infantil Operation. A mi hermano, lo olvidó. “¿Acaso lo dejaste en casa u olvidaste que yo existía?”, preguntó mi hermano. Se estaba divirtiendo bastante. Tenía un carácter nihilista y prefería la aniquilación a la mostaza caducada, pero ¿quién no lo preferiría.

El mío era evidentemente un libro, y vamos, pensé, ¿qué tan insultante puede ser? Él lee, yo leo, hay montones de libros en el mundo que son buenos. Desenvolví Milena: Life of Milena Jesenská, de Kafka. “¡La musa de Kafka!”, dijo mi padre encantado. “Ella era periodista”

Exploté como rehilete. “¡La maldita musa de Kafka! Esa es la cumbre del quehacer periodístico, ¿no? ¿Que escribas tan bien que alguien mucho más talentoso y famoso pueda acostarse contigo?”.
Estaba que echaba humo. Acababa de conseguir un trabajo en The Guardian. Estaba muy contenta conmigo misma

Definitivamente, no estaba merodeando por cafeterías, esperando a que un genio contemplativo, melancólico y, en general, bastante difícil se fijara en mí.

“Quiero decir, quién sabe, tal vez ella hizo alguna investigación impresionante sobre insectos una vez, y él le dijo: ‘Ven a la cama, cariño, las cucarachas pueden esperar’, y así fue como nació Metamorfosis, ¡y ella debe haber muerto tan feliz sabiendo eso!”. Hice una pausa. “¿LA MALDITA MUSA DE KAFKA?”

Con esto no pretendo desprestigiar a Milena Jesenská, que probablemente fue una gran periodista. Nunca he leído ninguno de sus trabajos, y definitivamente nunca he leído este libro. Sin embargo, nunca lo tiré a la basura. Simplemente está ahí, junto a los libros de no ficción de gran tamaño, y cada vez que paso junto a él, pienso: “Maldita musa de Kafka. Te extraño, viejo bastardo”.

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