Netanyahu frena la reforma judicial, pero la lucha no termina
Manifestantes afuera de la Knéset en Jerusalén. Foto: Ahmad Gharabli/AFP/Getty Images

En estos días hay una palabra que se escucha más que ninguna otra en las calles de Jerusalén: “democratia”, o democracia.

Alrededor de 100 mil personas corearon, gritaron y golpearon ollas y sartenes afuera del edificio de la Knéset (Parlamento) en la tarde del lunes, muchas de ellas portando la bandera azul y blanca de Israel. Los manifestantes estaban cansados, algunos no habían dormido en toda la noche.

Sin embargo, tras tres meses de implacable presión pública, el movimiento de protesta más importante de la historia de Israel logró su objetivo: el primer ministro, Benjamin Netanyahu, anunció finalmente la suspensión de la reforma judicial de su gobierno de extrema derecha, que debilitaba al Tribunal Supremo, en un discurso transmitido por televisión en la noche del lunes.

“Estoy aquí hoy porque me preocupa el futuro, cómo será el futuro de mi hijo de seis años”, comentó Sharon Pelin, de 45 años, profesora de Jerusalén en la protesta que se llevó a cabo en la tarde. “Tengo la esperanza de que podamos conseguir que las personas que rodean a (Netanyahu) lo detengan”.

Aunque los israelíes y palestinos de izquierda critican abiertamente al movimiento por defender al Tribunal Supremo, que desempeña un papel fundamental en el mantenimiento de la ocupación de los territorios palestinos, la movilización de amplios sectores de una sociedad normalmente muy polarizada resulta extraordinaria.

Las manifestaciones que comenzaron en el centro de Tel Aviv en las frías y lluviosas noches de los sábados de enero, justo después de que el nuevo gobierno entrara en funciones, han evolucionado hasta convertirse en un movimiento de masas sin precedentes que no se había visto antes en Israel.

El lunes, las 12 semanas de continuas protestas culminaron en una huelga general en todo el país que cerró los hospitales y las guarderías, y dejó en tierra los aviones que operaban en el aeropuerto de Tel Aviv.

A medida que se acercaba la noche, a los manifestantes se les unieron varios miles de contramanifestantes, movilizados por los canales de redes sociales del partido Likud de Netanyahu. Se incrementó el número de efectivos policiales para gestionar posibles problemas, después de que se publicaran mensajes en los que se instaba a atacar a los israelíes izquierdistas.

Las huelgas se produjeron después de una noche de protestas sin precedentes, provocadas por la decisión de Netanyahu de despedir a su ministro de Defensa por oponerse a los planes judiciales, y se suman a la importante oposición del ejército, el sector vital de alta tecnología de Israel y los aliados de Estados Unidos contra los planes del gobierno.

Aunque al parecer el primer ministro se vio sorprendido por la magnitud de las protestas y buscó la forma de retractarse sin desestabilizar su gobierno, no cedió a las importantes presiones internas e internacionales ejercidas para que retrasara la aprobación de la ley o llegara a un compromiso al respecto.

Los defensores de la reforma sostienen que los cambios son necesarios para limitar los poderes del Tribunal Supremo, el cual desempeña una enorme función como sistema de controles y equilibrios en un país que carece de una constitución formal y que solo cuenta con una cámara legislativa.

A nadie se le escapa que las propuestas podrían ayudar a Netanyahu en su juicio por corrupción, en el que niega todos los cargos. Los críticos de la propuesta señalan que socavará las normas democráticas y el Estado de derecho, pues permitirá que los miembros de extrema derecha de la coalición de Netanyahu impulsen medidas drásticas que limiten los derechos de las minorías, las mujeres y la comunidad LGBTQ+.

Incluso mientras Israel lidiaba con la agitación nacional, un comité parlamentario siguió impulsando algunos elementos de la legislación para someterlos a votación en el pleno de la Knéset (Parlamento) y los artífices de extrema derecha de la reforma reiteraron su determinación de aprobar los elementos más importantes antes de que la Knéset entre en receso con motivo de las vacaciones de Pascua, el 2 de abril.

Después de un día de tensas negociaciones con la oficina del primer ministro, el partido Jewish Power (Poder Judío) de extrema derecha de la coalición emitió un comunicado en la noche del lunes en el que indicó que había acordado aplazar la legislación hasta la próxima sesión parlamentaria.

Para ambas partes, la lucha dista mucho de haber terminado. El compromiso suscita el espectro de que se lleven a cabo nuevas elecciones en caso de que el gobierno colapse a causa de las luchas internas. Muchos israelíes temerían esta posibilidad: los votantes se mostraron divididos en partes iguales sobre si Netanyahu es apto para dirigir el país en cinco encuestas realizadas desde 2019.

Tras pasar un breve período de tiempo en la oposición, el primer ministro regresó al cargo en diciembre para un sexto mandato récord después de convencer a tres pequeños grupos de extrema derecha de que se postularan como un solo grupo para que pudieran superar el umbral de la Knéset. La estrategia funcionó, y le otorgó al bloque de Netanyahu una mayoría de cuatro en los 120 escaños de la Knéset, aunque solo obtuvo el 49.57% de los votos.

Gran parte de la opinión pública israelí, harta del interminable ciclo electoral, no previó la amenaza que suponía la extrema derecha. En el poder, para la mayoría del país, los socios de Netanyahu han resultado ser desagradables.

“Creo que la coalición se va a derrumbar. Estoy preparado para las elecciones… Sí, antes tuvimos cinco, pero ahora la gente entiende realmente qué significa la democracia”, comentó Yoav Mazya, de 77 años, procedente de una localidad cercana a la ciudad septentrional de Haifa.

“He estado en muchas de las protestas y me llenan de esperanza. Ver a todas las personas aquí… es como un sueño”, señaló. “Estoy muy orgulloso de formar parte de este país. No me sentía así hace unos meses”.

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