¿Deberían los doctores poder recetar psicodélicos?
Ilustración: Elia Barbieri/The Guardian

Los llamados hongos alucinógenos (los que contienen la molécula psilocibina) son utilizados por las personas en todo el mundo con fines medicinales y ceremoniales desde hace mucho tiempo. El arte rupestre en la región de Kimberley, Australia Occidental, que representa a seres con cabeza de hongo, sugiere que la gente los utilizaba hace 10 mil años para alcanzar estados de trance.

Se han encontrado imágenes sorprendentemente similares en las pinturas del pueblo Sandawe, en el este de Tanzania, y en el Sáhara de Argelia. Ahora, después de décadas en las que estos hongos alucinógenos han estado relegados a los sucios márgenes de la legalidad, los humanos parecen estar redescubriendo sus beneficios.

A partir de julio, los psiquiatras autorizados de Australia tendrán permitido recetar psilocibina a pacientes que padezcan depresión resistente al tratamiento. Esto no surgió de la nada: la droga es uno de los principales ingredientes de lo que se ha denominado el renacimiento psicodélico, es decir, un resurgimiento del interés público y de la investigación en torno a sustancias que empezaron a ser reconocidas por sus cualidades medicinales en la década de 1950, antes de que una ola de pánico moral y una legislación irracional las mantuvieran fuera de los límites legales durante años.

Para los pacientes australianos a los que se les ofrecerá el tratamiento, existirán pocas opciones terapéuticas que tengan alguna posibilidad de aliviar su desesperado sufrimiento. Los antidepresivos tradicionales, incluso cuando funcionan, tardan en actuar, pueden tener importantes efectos secundarios negativos y puede ser necesario tomarlos diariamente durante años.

Varios ensayos clínicos han demostrado ahora que dos dosis de psilocibina en el entorno adecuado, junto con una terapia de apoyo adecuada, parecen ofrecer un tratamiento de bajo riesgo, eficaz y tolerable para la depresión, que dura varias semanas o meses y tiene muy pocas desventajas. Es posible que los estudios sean pequeños e imperfectos hasta la fecha –hay ensayos de mayor magnitud en preparación–, pero los resultados iniciales son alentadores.

El interés que suscitan los efectos terapéuticos de drogas psicodélicas como la psilocibina –si se me permite el juego de palabras– se ha multiplicado como hongos en los últimos 15 años. En 2021, la inversión en el sector psicodélico alcanzó casi los 2 mil millones de dólares. Hay cientos de ensayos clínicos registrados que analizan los efectos de los psicodélicos en diversas afecciones.

Sin embargo, para poder utilizarlos de la forma más segura posible, aún queda mucho por aprender sobre estas potentes drogas psicoactivas, por ejemplo, la forma en que interactúan con otros medicamentos. Muchos ensayos clínicos tampoco suelen realizar un seguimiento de los pacientes durante mucho tiempo después del tratamiento. Aún queda mucho trabajo por hacer, no obstante, los investigadores y médicos se ven obstaculizados por la arcaica y errónea clasificación legal de los psicodélicos.

“Es importante mantener las cosas en perspectiva. Hay algo en los psicodélicos que induce a un tipo de fervor evangélico”. En el Reino Unido, los hongos alucinógenos aún están clasificados como drogas de clase A, codeándose de manera incongruente con sustancias extremadamente nocivas como el crack y la heroína. Por tanto, su simple posesión puede acarrear una pena de cárcel de hasta siete años. Su adquisición con fines legítimos de investigación es un proceso costoso y sumamente burocrático.

La decisión de Australia de permitir que los psiquiatras prescriban esta droga es al mismo tiempo progresista y pragmática. Es probable que, con el tiempo, los psicodélicos se conviertan en la tendencia dominante de nuestra sociedad, de una forma u otra, bajo la presión de las pruebas médicas cada vez más numerosas y la fuerza del capital. La cuestión radica en cómo queremos que lo hagan: ¿surfeando en una burbuja de exageraciones, vendidas a un alto precio por gurús del bienestar sin cualificación alguna ¿O, como decidió Australia, inicialmente en un entorno clínico con marcos éticos bien establecidos y un seguimiento a largo plazo, supervisado por profesionales que cuenten con los conocimientos y la experiencia necesarios para gestionar resultados inesperados o adversos?

Es importante mantener las cosas en perspectiva. Hay algo en los psicodélicos que induce un tipo de fervor evangélico entre algunos de sus defensores. Se les anuncia como un santo remedio. Tal vez no resulte sorprendente, dada la falta de innovación en los tratamientos psiquiátricos de los últimos 50 años y la enorme carga que suponen las enfermedades mentales contra las que lucha la sociedad actual. Drogas como la psilocibina tienen, de hecho, algunos efectos destacables: parecen ayudar a las personas a salir de un bache mental, interrumpiendo patrones de comportamiento mental nocivo y repetitivo en los que han estado atrapadas durante mucho tiempo.

Sin embargo, no son una cura mágica y, en raras ocasiones, pueden causar daños, especialmente si los consumidores tienen un mayor riesgo de padecer enfermedades psicóticas. Incluso para aquellos que no tienen probabilidades de desarrollar un problema clínicamente significativo por consumir psicodélicos, no se debe jugar con ellos.

El estado onírico de vigilia que pueden inducir, cargado de simbolismos e imágenes extrañas, tiene el potencial de ser una experiencia profunda y en ocasiones devastadora, incluso si el “viaje” no es malo. Sin embargo, con la orientación y el apoyo de un experto, incluso una experiencia desafiante se puede convertir en algo psicológicamente útil. La psilocibina tiene la capacidad de crear un estado de vulnerabilidad, abriendo el corazón y la mente. Para evitar su explotación, exige una conducta ética íntegra por parte de los proveedores.

La introducción de un uso más generalizado de psicodélicos de forma sobria, científicamente fundamentada y éticamente rigurosa minimiza el riesgo de que la historia se repita y se produzca una reacción represiva que podría excluir su utilidad potencial para atajar la crisis de salud mental.

Es posible que algunos deseen que se flexibilicen las restricciones sobre las sustancias no solo en el ámbito estrictamente médico, pero como sociedad tenemos que empezar en algún sitio. Aunque el campo de la psiquiatría británica no ha estado exento de graves problemas en el pasado, ahora es el mejor lugar para iniciar cualquier apertura, con sus garantías bien diseñadas y la obligación de registrar los acontecimientos.

Con el tiempo, puede que tengamos que llegar incluso más lejos. Los casos de miseria, dolor y sufrimiento mental que llegan al consultorio del médico de cabecera, por no hablar del especialista en salud mental, son la punta del iceberg. Quizás algún día drogas como la psilocibina llegarán más lejos en las comunidades, con personas capacitadas y autorizadas para usarlas de forma segura y eficaz a través de una farmacia, sin necesidad de receta.

Al fin y al cabo, no todas las dolencias necesitan un médico. Por el momento, haríamos bien en seguir el ejemplo de Australia: abrir la puerta del dispensario a los hongos alucinógenos e invitarlos amablemente a entrar.

Farrah Jarral es doctora y locutora.

Lecturas complementarias

  1. Cómo cambiar tu mente, de Michael Pollan (Penguin)
  2. La red oculta de la vida, de Merlin Sheldrake (Bodley Head)
  3. The Psychedelic Renaissance, de Ben Sessa (Aeon Academic)

Síguenos en

Google News
Flipboard