Trump y Tucker Carlson eran codependientes, su diagrama de Venn era un círculo de blancos enojados
Tucker Carlson y Donald Trump en el torneo de golf Bedminster Invitational LIV en julio de 2022. Foto: Seth Wenig/AP

En un mitin celebrado el 18 de febrero de 2017, Donald Trump despotricó contra los migrantes y la violencia. Se centró de forma inusual en Suecia, advirtiendo a la multitud sobre los recientes ataques terroristas perpetrados en dicho país: “Miren lo que pasó anoche en Suecia. Suecia, ¿quién lo creería?”.

Si un atentado terrorista en Suecia parecía algo increíble, es porque lo era. No se produjo ningún atentado perpetrado por migrantes la noche anterior al discurso de Trump. Los ataques más recientes en Suecia, en ese momento, fueron una serie de atentados con bombas entre noviembre de 2016 y enero de 2017 que supuestamente estaban relacionados con el grupo neonazi Movimiento de Resistencia Nórdico.

Los habitantes de Suecia compartieron fotografías de sus casas, que no habían sido bombardeadas. Los periodistas cumplieron con su diligencia debida y escribieron artículos sobre cómo no ocurrió absolutamente nada en Suecia la noche anterior. Fue un ciclo de noticias de nada. Sin embargo, toda esa nada no logró persuadir al presidente de que estaba equivocado. Trump repitió la historia una y otra vez. Él tenía razón, insistió en múltiples entrevistas: Suecia fue bombardeada por terroristas migrantes y él lo sabía porque lo había visto en el programa Tucker Carlson Tonight.

Trump y Carlson estaban atrapados en un trastorno psicótico compartido (o folie à deux) que impulsó las carreras de cada uno. Mientras Trump exigía la construcción de un muro entre México y Estados Unidos, Carlson emitía un episodio tras otro seleccionando noticias para exagerar los peligros de la migración. Mientras Trump arremetía contra los musulmanes, Carlson emitía segmentos agraviados sobre la venta de hijabs en las tiendas Macy. Juntos, aprovecharon la ira innata de Estados Unidos.

La audiencia de Trump era la audiencia de Carlson. El diagrama de Venn era un gran círculo de blancos enojados. Y Carlson llegó incluso más lejos que Trump. Mientras Trump instaba a sus seguidores a vacunarse, Carlson comparaba la vacuna con los experimentos nazis.

Aún hay preguntas sobre las razones exactas por las que Fox despidió a Carlson en la mañana del lunes. Sin embargo, es evidente que a su paso deja restos. No solo de aconsejar a sus espectadores de edad avanzada que no necesitaban la vacuna. No solo de minimizar la insurrección como “mayoritariamente pacífica” y “vergonzosamente desganada”. No solo de normalizar la ideología racista y neonazi o por la forma en que satanizó a personas con las que discrepaba, aunque no fueran figuras públicas. Sino por la forma en que redefinió la verdad y contribuyó a definir la presidencia de Trump.

Ciertamente no fue el primero, ni siquiera el más elocuente, pero Carlson fue el “Juan el Bautista” más estridente que lideró el camino de la era Trump, evangelizando a favor de una política creada a partir de agravios mezquinos e indignación.

Y la conexión entre Trump y Carlson no fue casual. Con frecuencia se enviaban mensajes de texto y conversaban. Trump buscó el consejo de Carlson en su candidatura presidencial. Y aunque otros presidentes mantuvieron estrechas relaciones con figuras de los medios de comunicación, la de ellos tenía un carácter más transaccional. La desinformación de Carlson influyó en la estrategia de Trump para su presidencia y Trump sacó provecho del enojo que provocó Carlson.

Richard West, profesor de Comunicación en el Emerson College y autor de un libro de próxima publicación sobre los medios de comunicación, me explicó que Carlson convirtió la “factitis” en un arte. La factitis, como la define West, es “(un) miedo irracional y la tendencia a evitar informar sobre los hechos”.

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Trump y Carlson sabían que una de las herramientas más poderosas de las que disponían era convertir a las personas en chivos expiatorios. Foto: Richard Drew/AP

“Él introdujo esta idea de que cualquier cosa que pienses es correcta, cualquier cosa que sientas puede ser considerada real y objetiva”, explica West. “Y tiene que ser así porque yo salgo en la televisión leyendo un teleprompter. Hace unos años, a esto se le llamaba bloguear. Ahora se le llama ser presentador de televisión en Fox“.

West describió la simbiosis de la influencia de Carlson, que alcanzó su apogeo bajo la administración de Trump, como la “amenaza transaccional Tucker-Trump”. Lo describe como un bucle de retroalimentación, “en el que una persona informa sobre algo que no es un hecho. La otra le dice: ‘Eso es cierto’. Y el otro responde: ‘Sí, te dije que era verdad’. Es simplemente una extraña aversión transaccional a la verdad”.

El periodista Brian Stelter, expresentador del programa Reliable Sources de la cadena CNN, describió el devastador legado de Carlson de forma más concisa. “Tucker Carlson hizo que las noticias por cable fueran más crudas, más feas, más tóxicas. Y por mucho que entusiasmara a algunos fanáticos, también ahuyentó a mucha gente”.

Trump y Carlson sabían que una de las herramientas más poderosas a su disposición era convertir en chivos expiatorios a las personas, muchas veces a aquellas que no estaban acostumbradas a estar en el centro de atención de los medios de comunicación.

La investigadora Nina Jankowicz fue el objetivo de Carlson después de que fuera designada para dirigir la recién creada Junta de Gobierno de Desinformación del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos. La junta fue disuelta tras convertirse en el objetivo de la desinformación, y Jankowicz sigue lidiando con situaciones de acoso. Me comentó en una entrevista que siempre podía distinguir cuando la habían mencionado en el programa de Carlson, debido a la nueva ola de acoso.

Jankowicz no alberga ninguna esperanza de que la persona que sustituya a Carlson será mejor: “E incluso si sustituyen a Tucker por alguien que sea más aceptable, ese legado consiste en mentir con fines lucrativos, mentir por deporte y mentir sin tomar en consideración las consecuencias de tus mentiras. Y eso realmente engendró esta especie de normalización de la violencia política en Estados Unidos”.

Jankowicz no fue la única mujer que Carlson atacó; era un aspecto habitual en su programa. Las periodistas Kim Kelly, Taylor Lorenz y Lauren Duca experimentaron la ira de Carlson. En ocasiones perdieron su trabajo como consecuencia de ello, pero siempre sufrieron el acoso de sus fanáticos, un ejército de espectadores enojados, dispuestos a enfocar sus fuertes críticas en cualquier objetivo.

El legado Trump-Carlson consiste en transformar tanto a la derecha como a la izquierda en una nación de shitposters, una república de tuiteros dunk (usuarios que se burlan o critican a alguien). Un lugar donde la crueldad y la desinformación son un modelo de negocio rentable.

Entrevisté a Carlson para un perfil en la revista Columbia Journalism Review en 2018. Le pregunté si se sentía responsable de las palabras que pronunció y del impacto que causó. Había visto a seres queridos que repetían el discurso de Carlson sobre los afroamericanos y los migrantes, en formas tan desagradables que me dejaron devastada. Mi vida y mi comunidad quedaron destrozadas por la retórica de Carlson. Él se mostró despectivo y me acusó de promover la censura.

No obstante, desde que se publicó el perfil, se ha hecho evidente que las vidas de sus espectadores y de las personas a las que atacaba no eran más que una estrategia retórica para él. No le importaba ni le preocupaba el daño que causaba ni las vidas que arruinaba. Y hasta su reciente despido, hubo muy pocas consecuencias.

En aquel momento, las personas con las que hablé para el reportaje insistieron en que Carlson no creía en lo que decía porque no era más que entretenimiento. Y como demuestran sus escritos sobre la demanda contra la empresa Dominion, no creía algunas de las cosas que afirmaba cada noche. Sin embargo, todo aquel que haya leído Hamlet sabe que uno se convierte en lo que pretende ser. La gente muere; se arruinó un reino.

Trump se postula ahora a la reelección sin la plataforma de Carlson. Queda por ver cómo afecta eso a su poder político. Pero no hay duda de que otro de los apóstoles de Murdoch ocupará el lugar de Carlson en la programación nocturna de Fox, del mismo modo que Carlson sustituyó a Bill O’Reilly. Quizás su sustituto será aún más extremista, más dispuesto a urdir teorías conspirativas para la derecha MAGA.

De O’Reilly a Glenn Beck, pasando por Carlson, esa suele ser la dirección que ha seguido. Al igual que Juan el Bautista, a pesar de que le cortaron la cabeza y se la entregaron en una bandeja a Rupert Murdoch, perdurará el evangelio del odio de Carlson. Está demasiado arraigado en la naturaleza de la política estadounidense –tanto su tono como su lenguaje– como para deshacernos de él. Y es demasiado rentable. El legado de Carlson es muy real y estamos viviendo entre sus ruinas.

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