Inventan cápsulas para dormir en vuelos económicos en Nueva Zelanda
Air New Zealand presentó el diseño del prototipo de sus cabinas con literas, que permitirán que los pasajeros de clase turista paguen 400 dólares neozelandeses por una siesta en el cielo. Foto: Fraser Clements/Air New Zealand

En un momento determinado, durante mi intento de siesta, saco mi celular y busco las dimensiones de un ataúd. Resulta que un ataúd estándar para adultos tiene una altura de 58 cm. Contemplando el techo pintado de blanco de mi “nest” (nido), calculo que ofrece unos 7 cm más de espacio libre que un ataúd normal.

Se trata del Skynest: anunciado como un diseño pionero en el mundo, es un conjunto de literas en un avión, creado por la aerolínea Air New Zealand para “revolucionar” los viajes en avión económicos. Disponibles a partir del próximo año, ofrecen a los pasajeros de clase turista la posibilidad de estirar sus extremidades, extraer sus cuellos de las almohadas inflables en forma de boomerang y estirarse en un lujoso estilo horizontal.

Una siesta en una de las seis camas –apiladas de tres en tres– le costará al pasajero entre 400 y 600 dólares neozelandeses (entre unos cuatro mil y seis mil pesos) por una sesión de cuatro horas. Esta habitación con literas representa todo un reto de ingeniería, puesto que caben seis personas en posición horizontal en el espacio de una pequeña galley (cocina) de avión.

En el centro de Auckland, Air New Zealand construyó una maqueta completa del diseño, para probarla con cientos de personas como estudio de mercado, y mostrarla a los periodistas curiosos que preguntan si pueden probarla.

Air New Zealand invirtió 18 meses en la fase de investigación, según explica su responsable de programas de aviones, Kerry Reeves, dedicando varios meses a realizar entrevistas que ahondan en las motivaciones y deseos de los pasajeros. Algunos de los hallazgos están registrados en grandes listas con viñetas. Los pasajeros de las clases altas, por ejemplo, quieren “darse un gusto” y “escapar de la locura”.

Las necesidades de los viajeros con poco presupuesto –también enumeradas junto a grandes viñetas– son más triviales: “proteger mi propio espacio”, “combatir el aburrimiento” y “sentirme humano”.

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Diseño del prototipo de sus cabinas con literas de Air New Zealand. Foto: Fraser Clements/Air New Zealand

El Skynest brilla en una luz rosa tenue detrás de una cortina negra. No es una experiencia para claustrofóbicos. Para acceder a la litera inferior hay que ponerse a gatas y gatear, y para salir es necesario darse la vuelta y arrastrarse a la inversa.

“De todos los grupos demográficos de las personas que han participado en las pruebas –y son bastantes, 100 personas”, comenta Reeves con cierta nota de orgullo–, “todavía no hemos tenido ni una sola persona que no haya podido entrar”.

Cada cápsula está equipada con su propia cobija, almohada, tapones para los oídos y puerto USB de carga.

Las personas que duerman aquí estarán protegidas de sus compañeros de siesta por un visillo transparente. Los visillos son un requisito legal, explica Reeve: la tripulación debe poder ver a los pasajeros para garantizar que no están fumando o realizando otras actividades prohibidas.

“Son de ocupación individual –es decir, una persona por cápsula– por muchas razones”, explica, “estructurales y de seguridad, además de, ya saben, los demás aspectos humanos que conlleva”.

Aunque se permitiera, la ocupación doble supondría un reto importante. Dentro de la cama no hay espacio para sentarse, y al acostarse uno se da cuenta de que su cabeza está separada unos treinta centímetros de los cráneos de las personas que duermen en las literas que hay arriba y alrededor de uno.

El nido cuenta con grandes instrucciones en su exterior, las cuales recuerdan a las personas “lo que se debe y lo que no se debe hacer” al utilizarlo: no introduzca niños, perros ni adultos adicionales. No coma bocadillos en las camas.

Y, de manera un tanto alarmante: “Recuerde que los ronquidos son perfectamente naturales. Si usted ronca, no se preocupe. Sus compañeros de nido tienen tapones para los oídos”.

Reeve comenta que la empresa realizó una gran variedad de pruebas de sonido: emparejaron a compañeros de nido y le encomendaron a uno de ellos, por ejemplo, que pasara las páginas de una revista haciendo mucho ruido o que viera una película con los audífonos puestos. Aún no han hecho pruebas con una persona que ronque en la unidad, señala, pero confían en que el ruido del avión, un par de tapones para los oídos o unos audífonos con cancelación de ruido mitigarán cualquier problema.

“No decimos que podamos garantizar que duermas cuatro horas. Pero es un descanso horizontal”, señala.

En aras de la investigación, me pongo cómoda en mi propia litera, le pongo “play” a una pista de audio titulada “12 horas de ronquidos de hombre” y la coloco en la litera de abajo. Retumba en el nido. Después de unos minutos, enfurecida, lo cambio a “ruido calmante de avión” y me pongo el antifaz de cortesía.

Al estar acostada en el resplandor rosa pálido, surge la pregunta de qué precio se le pondría a semejante siesta. Aún no se ha determinado por completo su precio, aunque la aerolínea cree que oscilará entre 400 y 600 dólares neozelandeses (unos cuatro mil y seis mil pesos). Se trata de un precio muy elevado para aquellos que quizás ya estén pasando apuros con el precio de los boletos, ya que los precios de algunas rutas se han duplicado con creces desde la pandemia.

Es difícil fijar el precio, comenta Reeves: 400 dólares neozelandeses parece mucho comparado con una habitación de hotel, pero es mucho menos que un boleto de clase ejecutiva o de primera clase.

Sin embargo, a pesar del ruido blanco del avión, la proximidad de las literas a mi alrededor y arriba de mí, además de la evidente sensación de estar en un ataúd, es una pequeña cápsula relajante. Unos minutos más tarde, casi me duermo.

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