Cómo fue ser circuncidado en mis 60 años
Foto: Kellie French/The Guardian

El día antes de que me realizaran la circuncisión visité la National Gallery de Londres para analizar una pintura del Niño Jesús. Sin querer ponerme demasiado en plan tipo CSI: Belén al respecto, hay muy pocas pruebas físicas que justifiquen el título de La Circuncisión. En este cuadro pintado por alguien del taller de Giovanni Bellini, el mohel de suntuosa barba, encargado de extirpar el prepucio, oculta la operación de nuestra vista con su mano. Por mucho que lo observara, no podía ver ni el cuchillo ni el pene sagrado.

Al día siguiente de mi encuentro con Jesús, me iban a extirpar un centímetro de prepucio debido a una enfermedad llamada fimosis, que significa prepucio tenso. Mientras que la fimosis es normal entre los bebés de sexo masculino, ya que el prepucio se une al glande en el desarrollo temprano del pene, en los adultos la condición es patológica.

No he podido averiguar cuántos hombres británicos han sido circuncidados en la edad adulta, sin embargo, mi urólogo me dijo que no es inusual: durante lo que él llamó graciosamente “relaciones sexuales insertivas”, el prepucio se retrae, causando desgarros cuando no se puede retraer. En mi caso no hubo ningún desgarro, pero la fijación del prepucio al glande causaba dolor y, sin querer sugerir que se trató de un procedimiento cosmético, tenía mal aspecto.

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La Circuncisión del taller de Giovanni Bellini, hacia 1500. Foto: Stefano Baldini/Bridgeman Images

Esta condición se puede tratar con cremas con esteroides, no obstante, mi cirujano me sugirió que unos minutos en su quirófano bastarían. Dado que el año pasado me operaron cuatro veces de un desprendimiento de retina con anestesia local, la perspectiva de que me cortaran, suturaran y cauterizaran las bolas no me aterraba tanto como lo habría hecho hace unos años.

“¿Qué le pasó a mi prepucio?, le pregunté a la enfermera cuando vino a recoger la bandeja para el té”.

Un amigo que se realizó la misma operación me contó: “Me daba tanta vergüenza que se me pegara el prepucio al pene que me daba miedo tener relaciones sexuales. No sabía qué hacer, así que me armé de valor y fui al médico familiar. Me ayudó mucho y me dijo que existía una intervención quirúrgica que cortaría una parte de mi prepucio y me permitiría ver mi glande en todo su esplendor, desenfundado por primera vez en mucho tiempo”. Y así fue. Mi amigo dice que su vida sexual ha mejorado un 100% desde entonces.

En muchos aspectos, mi experiencia no se pareció en nada a la de Jesús. Mi circuncisión fue una elección. No se llevó a cabo en un zócalo galileo, sino en un hospital en Hendon, en el noroeste de Londres. No tengo ocho días de edad, sino que tengo derecho a recibir un pase de autobús gratuito.

A pocos de mis compatriotas les han extirpado el prepucio (en el Reino Unido, las últimas cifras indican un 20.7% de los hombres, en comparación con, por ejemplo, el 71.2% en Estados Unidos, el 13.5% en la India, el 96.4% en Pakistán y solo el 1.3% de los hombres brasileños). Lo más importante es que me operaron con anestesia general. Sin esos medicamentos, habría hecho mucho más que apretar los puños y mirar al cielo: habría corrido por las calles de Hendon gritando con mi bata quirúrgica ondeando detrás de mí hasta que me detuvieran.

Después de la operación, me recosté un rato en la cama de una habitación privada (aunque la operación corrió a cargo del Servicio Nacional de Salud, se llevó a cabo en un hospital tan lujoso que la enfermera me enseñó un menú antes de que me llevaran al quirófano) y pensé, delirante, en el gracioso documental de Miles Kington para Channel 4 titulado In Search of the Holy Foreskin (En busca del santo prepucio).

En el programa, Kington recorrió Italia intentando en vano encontrar la reliquia sagrada favorita de todo el mundo, el prepucio de Jesús, que ha sido venerado durante siglos como icono religioso. ¿Qué pasó con el mío?, le pregunté a la enfermera cuando vino a recoger la bandeja para el té. Lo tiraron con el resto de los residuos médicos, me explicó.

Qué vergüenza: lo imaginaba en una vitrina, con los fieles abatidos ante su majestuosidad. O en el dedo anular de Santa Catalina tras su matrimonio místico con Cristo. O, como sostuvo un teólogo del siglo XVII, saliendo de la Tierra para encontrar una nueva identidad como anillo de Saturno.

Mi esposa me llevó a casa un par de horas después de la operación. La anestesia estaba empezando a desaparecer y cada tope era una patada en lo que quedaba de mis bolas. De regreso en casa, me recosté una vez más y busqué en Google preguntas que me inquietaban. Me preguntaba para qué sirve el prepucio. Debe cumplir alguna función evolutiva, de lo contrario se habría marchitado en la vid proverbial, se podría pensar. ¿Y por qué, históricamente, tantas culturas se lo extirpaban ceremonialmente a sus bebés de sexo masculino?

Indudablemente, la circuncisión es una ceremonia que marca el pacto entre Dios y Abraham, no obstante, como sostenía el periodista Elon Gilad en el periódico israelí Haaretz, parece que ese pacto es un acontecimiento posterior. Cuando los antiguos pueblos semitas se convirtieron en agricultores, argumentaba Gilad, llegaron a asociar la poda con la mejora de la fertilidad. De hecho, Levítico 19:23 vincula la circuncisión a esta práctica agrícola: “Y cuando ustedes entren en la tierra, y planten cualquier árbol frutal, tienen que considerar impuro su fruto como incircunciso; por tres años continuará incircunciso para ustedes. No debe comerse”.

En la actualidad, en Israel, el 91.7% de los hombres (no todos los judíos, por supuesto) están circuncidados. Para un escritor orgullosamente judío como Philip Roth, la circuncisión constituía un momento simbólico. “De forma bastante convincente, la circuncisión desmiente el sueño del vientre materno de la vida en el bello estado de la prehistoria inocente, el atractivo ideal de vivir ‘naturalmente’, sin la carga del ritual hecho por el hombre”, como lo expresó en su novela The Counterlife.

Existen otras perspectivas. Por ejemplo, el erudito islámico Dr. Khalid Zaheer cita las razones médicas y religiosas que justifican la circuncisión infantil masculina. “Una persona no circuncidada no puede, en ocasiones, mantenerse limpia después de orinar. Tenemos que mantenernos limpios mental y físicamente cinco veces al día para poder recordar formalmente a Dios en nuestras oraciones”.

En Gran Bretaña, la circuncisión es una práctica poco habitual. En parte, esto se debe a un influyente y sorprendentemente fascinante artículo de 1949 titulado The Fate of the Foreskin (El destino del prepucio), de Douglas Gairdner, en el que el pediatra de Cambridge se oponía rotundamente a la opinión predominante en Estados Unidos de que los niños están mejor sin prepucio.

“Tan pronto como (el prepucio del niño) se vuelva retráctil, lo que generalmente ocurrirá entre los nueve meses y los tres años, su aseo (es decir, su limpieza) debería ser incluida en la rutina del baño … Si este procedimiento se convirtiera en costumbre, la circuncisión de los niños se convertiría en una operación poco común”.

En cambio, en Estados Unidos la circuncisión masculina es tan común que un hombre no circuncidado sobresaldría en el vestidor. Esto se debe principalmente a los sólidos argumentos médicos que sostienen que la extirpación del prepucio reduce el riesgo de padecer varias infecciones y enfermedades.

Según la Academia Estadounidense de Pediatría (AAP), el riesgo de infecciones urinarias en niños no circuncidados menores de dos años es de aproximadamente el 1%; en los niños circuncidados, el riesgo se reduce entre tres y diez veces. El riesgo de desarrollar cáncer de pene también disminuye aparentemente con la circuncisión, aunque, como informó el periódico New York Times, el cáncer de pene es tan poco frecuente –al menos en Estados Unidos– que se calcula que sería necesario circuncidar a 300 mil recién nacidos para evitar un solo caso. También se ha afirmado que la circuncisión reduce el riesgo de contraer algunas infecciones de transmisión sexual, entre ellas el herpes genital (disminuye un 28%, según indica un estudio).

Leí estos trabajos y muchos otros informes y artículos, fascinado, mientras me recuperaba. Hasta el momento he tenido suerte: las vendas y los puntos se cayeron, el dolor era mínimo y los geles que me habían recetado lograban calmar mis dolores. Otros no tuvieron tanta suerte. Terry Brazier, de 70 años, fue noticia en 2019 después de acudir al hospital Leicester Royal Infirmary para que le realizaran una operación de vejiga y, en su lugar, lo circuncidaron por error. Brazier recibió una indemnización de 20 mil libras.

Hace tres años, bajo el titular “Me asusta mi pene”, un hombre de 21 años llamado Curtis comentó a la cadena BBC que desarrolló un trastorno de estrés postraumático después de que su herida se infectara tras una circuncisión parcial que le realizaron a los siete años.

Me estremezco de dolor ante los problemas que sufrieron estos hombres, pero prefiero ver el lado positivo. Según una encuesta realizada en 1988, las mujeres estadounidenses favorecían la apariencia de los penes circuncidados. El 90% de las mujeres indicaron que los penes circuncidados tenían mejor aspecto, el 92% señaló que eran más limpios y el 85% dijo que resultaban más agradables al tacto.

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Foto: Kellie French/The Guardian

Para mi decepción, Georganne Chapin, autora de las próximas memorias tituladas This Penis Business: Circumcision in the US, se muestra escéptica ante este tipo de afirmaciones. Chapin es fundadora y directora de Intact America, una organización que lleva 15 años presionando contra la circuncisión de los bebés de sexo masculino en Estados Unidos.

“Cada circuncisión deja un pene más pequeño y menos sensible de lo que era en su estado original”, señala a través de una videollamada desde Atlanta. “El prepucio está ahí para el placer del hombre y de su pareja. Contiene miles de terminaciones nerviosas altamente sensibles que hacen que las relaciones sexuales sean más placenteras. También protege al glande, o cabeza del pene, de las irritaciones cotidianas, de que se seque y pierda sensibilidad”. (Aunque es un tema que se sigue debatiendo, varios estudios han demostrado de hecho que la circuncisión tiene un efecto mínimo en la sensibilidad).

Chapin argumenta que existe una razón muy sencilla que explica la diferencia en las tasas de circuncisión entre Estados Unidos y el Reino Unido. “En la época victoriana, se proponía la circuncisión como medida preventiva de una enorme variedad de enfermedades en Estados Unidos y el Reino Unido. Sin embargo, ahora contamos con un servicio nacional de salud que no cubre servicios innecesarios, mientras que Estados Unidos tiene un sistema de salud en el que puedes realizarte cualquier cosa si puedes pagarla. Aquí, los seguros privados cubren en muchos casos la circuncisión. Es indignante que sea así. En Estados Unidos, forma parte del negocio de la medicina”.

Las memorias de Chapin revelan que tuvo conocimiento de esta práctica por primera vez a la edad de 10 años, cuando su hermano pequeño regresó a casa del hospital con los genitales ensangrentados después de una circuncisión, y que dos días más tarde, tras sufrir complicaciones, tuvo que volver al hospital para que lo trataran de una lesión en la uretra.

“Entonces la gente empezó a hablar de la mutilación genital femenina y yo pensé: ‘Bueno, eso se lo hacemos a los niños, pero ¿por qué?”. Cuando dio a luz a su hijo en 1980, no quería que lo circuncidaran. “No lo habría circuncidado, como tampoco le habría sacado un ojo. Cuando tenía 18 años me lo agradeció”. ¿Por qué? ¿Porque creía que tenía mejores relaciones sexuales? “Por supuesto. Obviamente era sexualmente activo y disfrutaba de todo su cuerpo. Por esa razón me lo agradeció”.

Sin embargo, seguramente no se opone a la circuncisión por razones médicas. “Hay casos en los que es médicamente necesaria, pero en lo que a mí respecta, si puedes dar tu consentimiento informado, está bien. Los bebés no pueden”.

Sin duda, la mutilación genital femenina y la circuncisión masculina son diferentes, ¿no? “Ambas son mutilaciones genitales infantiles. En el caso de las niñas, la mutilación genital puede consistir desde pinchazos sangrantes en alguna parte de los genitales, el clítoris o los labios, hasta la infibulación (la extirpación ritual de los genitales externos femeninos y la sutura de la vulva, practicada en algunos Estados de África oriental)”.

Se trata de una opinión polémica. Por ejemplo, Leyla Hussein, activista contra la mutilación genital femenina, rechaza el paralelismo, pues escribe en HuffPost que el propósito de esta práctica es “controlar la sexualidad de la mujer”. Punto final. La mutilación genital femenina se realiza para impedir que una mujer disfrute del sexo con el objetivo de mantenerla ‘pura’. La circuncisión masculina se realiza por razones completamente diferentes, entre ellas religiosas, estéticas, higiénicas… un hombre circuncidado puede seguir disfrutando del sexo, y no se realiza esta práctica con el objetivo de disminuir el placer sexual. La mutilación genital femenina es mucho más perjudicial para la sexualidad de la mujer que la mutilación genital masculina para la del hombre”.

Le pregunto a Chapin qué pasa con los millones de musulmanes, judíos y otros que, por razones culturales y religiosas, fueron circuncidados de niños en prácticas rituales que se remontan a milenios atrás. ¿Se opone a ellas? “¡Me opongo! No existe absolutamente ninguna razón por la que se deban cortar partes del cuerpo normales y no enfermas de una persona que no puede dar su consentimiento”.

De las 1.5 millones de circuncisiones que se practican cada año en Estados Unidos, calcula que solo 25 mil se realizan por motivos religiosos. El resto, argumenta, se realizan porque la profesión médica ha convencido a la población estadounidense de que los prepucios no son higiénicos.

Aunque mi experiencia no constituyó exactamente el tipo de trauma que describió Chapin, puedo entender a aquellos que sufrieron el corte más cruel cuando, es de imaginar, aún padecían el trastorno de estrés postraumático por haber nacido.

Busco una versión en internet de La circuncisión y vuelvo a ver los pequeños puños cerrados del pequeño y sus ojos levantados hacia el cielo como si dijera: “Hurra por esto, papá”.

En muchos aspectos tuve mucha más suerte, aunque todavía tengo mis dudas. Quizás cometí un error. Quizás debería haber probado las cremas con esteroides. Tal vez, si me preocupa la disminución de la sensibilidad de mi pene (algo que no me había preocupado hasta que hablé con Chapin), debería estirar lo que me queda de prepucio sobre el pene. O comprar el kit de expansión del tejido del prepucio para el tratamiento no quirúrgico de la fimosis de la marca Novoglan (precio de venta al público unos dos mil pesos), que promete dar resultados en cuestión de semanas, aunque las ilustraciones hacen que parezca que me voy a poner un sacacorchos Vacu Vin en el pene. No importa. Podría convertirse en un pasatiempo.

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