A Putin le cuesta vender la idea de una victoria tras la rebelión de Wagner
Una mujer rusa ve el video del discurso de Vladimir Putin dirigido a la nación el lunes en una pantalla de televisión en Moscú. Foto: Sergei Ilnitsky/EPA

Después del caos, los mensajes.

A raíz del frustrado levantamiento del fin de semana del grupo Wagner, Vladimir Putin y sus obedientes redes de medios de comunicación están intentando crear una narrativa sobre los disturbios que retrate al presidente ruso y al sistema que preside de la mejor manera posible.

“Como dijo Vladimir Putin hace unos minutos… se evitó una guerra civil en Rusia”, pronunció con tono severo un presentador de noticias al principio de la emisión de la tarde del martes.

Poco antes, Putin se había dirigido a más de 2 mil miembros de las fuerzas del orden y del ejército, reunidos en una plaza dentro de las murallas del Kremlin, para agradecerles su servicio.

“Ustedes han defendido el orden constitucional, la vida, la seguridad y la libertad de nuestros ciudadanos”, les dijo. “Ustedes han salvado a nuestra Patria de la convulsión. De hecho, han detenido una guerra civil”.

Incluso a los normalmente ágiles propagandistas de Putin les está resultando difícil pintar los impactantes acontecimientos del fin de semana como una victoria para el Kremlin. Al mismo tiempo que afirmaban que el país se encontraba al borde de la guerra civil, Putin y las cadenas de televisión estatales insistieron en que el levantamiento no contaba con ningún apoyo real y que siempre estuvo condenado al fracaso.

En uno de los principales programas de debates, los invitados coincidieron con Putin en que fue “la formidable unidad del pueblo ruso” contra el intento de golpe de Estado lo que lo había condenado al fracaso, una notable reinvención de una respuesta pública que fue, en el mejor de los casos, moderadamente recelosa ante la perspectiva de que estallara un conflicto, y en la que no se produjeron importantes muestras de apoyo espontáneo al gobierno.

Resulta aún más difícil de explicar cómo un régimen que se enorgullece de su capacidad de previsión pudo permitir que ocurriera esto. La televisión estatal ha pregonado la estabilidad política como un logro clave del sistema de Putin durante dos décadas. Esa estabilidad se ha visto gravemente mermada desde la decisión del pasado febrero de lanzar un ataque a gran escala contra Ucrania, sin embargo, la facilidad con la que un exsubordinado pudo ponerse en contra de Putin y ordenar a sus tropas que marcharan en Moscú constituye un hecho extremadamente incómodo.

El martes, en los normalmente estridentes programas de debates políticos, los invitados parecían no estar seguros sobre qué temas estaban permitidos y cuáles no. Algunos, siguiendo el ejemplo de Putin, se negaron a mencionar a Prigozhin por su nombre, mientras que otros lo calificaron de terrorista y señalaron que se enfrentaría a graves sanciones. En general, no se mencionó que los servicios de seguridad retiraron discretamente el caso presentado contra un hombre que amenazó con llevar a cabo una insurrección armada el fin de semana, y que simplemente se permitió que Prigozhin se retirara a Bielorrusia.

Desde la ciudad de Minsk, el presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, ofreció el martes su versión de los acontecimientos del fin de semana en un largo e inconexo discurso lleno de información inédita sobre sus conversaciones telefónicas con Putin, que probablemente el Kremlin no le agradecerá que hiciera pública.

¿La rebelión del grupo Wagner le costará el poder a Putin en Rusia?, video explicativo

Lukashenko se atribuyó el crédito de la resolución de la crisis, afirmando que cuando habló primero con Putin, el líder ruso le había respondido que no tenía sentido intentar la mediación, ya que Prigozhin no hablaría con nadie. “Mira, es inútil”, afirmó Lukashenko que le dijo Putin. “No contesta. No quiere hablar con nadie”.

Lukashenko explicó que posteriormente logró comunicarse con Prigozhin y, después de escuchar “media hora de insultos”, consiguió convencer al líder del grupo Wagner y llegar a un acuerdo para evitar el derramamiento de sangre. También afirmó que había convencido a Putin de que no matara a Prigozhin.

“Le dije a Putin: ‘Sí, podríamos eliminarlo, no habría ningún problema, si no funciona la primera vez, entonces funcionaría a la segunda’. Yo le dije: ‘No lo hagas, porque después no habrá negociaciones y estos hombres estarán dispuestos a todo'”, afirmó Lukashenko.

Desde hace mucho tiempo, Lukashenko ha sido más un amienemigo que un amigo de Putin, y al líder ruso no le habrá gustado tener que agradecer públicamente al dictador vecino su “ayuda” en la resolución de una crisis interna rusa, y mucho menos la posterior “franqueza” de Lukashenko respecto a su papel en el drama.

Los noticieros de la televisión rusa ignoraron los numerosos segmentos vergonzosos del discurso de Lukashenko, y se centraron en cambio en reforzar la cuestionable afirmación de Putin de que la lección aprendida durante el fin de semana era que el pueblo ruso está unido frente a cualquier amenaza.

El objetivo de esta retórica es “reescribir la narrativa del golpe de Estado de Prigozhin como una de consolidación y consenso”, escribió en Twitter Sam Greene, director del Russia Institute del King’s College de Londres.

“La retórica de Putin está dirigida tanto a la élite como a las masas: ‘Vean’, les dice. ‘Todos están conmigo, así que no abandonen el barco’. La cuestión reside en si la élite lo creerá”, añadió.

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