Narcocarretera creadora de caos en una selva hondureña
La narcocarretera justo antes de llegar a Krausirpi. Fotografía: Jeff Ernst

A varias horas de camino por una carretera clandestina (narcocarretera) que se desliza a través de los restos podridos de lo que alguna vez fue una selva tropical protegida en el noreste de Honduras, apareció una excavadora oxidada cubierta de enredaderas y una reja cerrada con llave.

Una pancarta de vinilo colgada en una valla de madera anunciaba la venta de ganado para cría. Detrás, una palmera se alzaba sobre un corral vacío como una torre de vigilancia. El conductor salió para recuperar una llave, llevaba una pistola metida en su cinturón.

Aquí, el camino se dividía en dos. La bifurcación a mano derecha hacia la comunidad indígena Tawahka de Krausirpi generó controversia en 2020 cuando se convirtió en el primer corte a través del bosque para llegar al remoto departamento de Gracias a Dios. La izquierda era un camino más nuevo hacia un lugar desconocido. La tierra en ambas direcciones era suave y fresca.

Todo era parte de una red de caminos ilícitos que atravesaban la Moskitia, un territorio indígena rico en tradiciones que se extiende desde la costa del Caribe hasta Honduras y Nicaragua y abarca el bosque de la Moskitia, un corredor biológico fundamental del tamaño de Nueva Jersey que entreteje cuatro reservas naturales.

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Con el avance de estas carreteras, la pérdida de selva virgen en Gracias a Dios casi se duplicó entre 2019 y 2021 a partir de un ritmo ya acelerado. Si la tala continúa al ritmo actual, la mayor parte del bosque de la Moskitia, y la forma de vida que sustenta, podría perderse para 2050, mucho antes en muchas zonas.

“En 20 o 30 años, habremos perdido todo Tawahka (biosfera de Asagni), todo Patuca (parque nacional) y probablemente solo nos quede un poco de la zona central de la biosfera de Río Plátano”, dijo Héctor Portillo, destacado biólogo hondureño, sobre las tres reservas que se unen a la reserva de la biosfera de Bosawás en Nicaragua para formar el bosque de la Moskitia.

“Vamos a tener un caos, a nivel de pérdida de cobertura, biodiversidad y aspectos de bienestar social, económico y de salud en la zona”, dijo Portillo, quien también destacó la función vital del bosque como guardián contra la crisis climática.

Apuntalando gran parte de la destrucción están los traficantes de drogas y sus socios, financiados por el consumo de cocaína en Estados Unidos y Europa, que están construyendo carreteras y lavando grandes sumas de dinero a través de la ganadería y la especulación de tierras.

El narcotráfico despegó en la Moskitia hace aproximadamente dos décadas cuando los narcos cambiaron de ruta hacia esta región en respuesta a las tácticas de interdicción de drogas de Estados Unidos en México y el Caribe. Un golpe militar en 2009 ayudó a marcar el comienzo de una era dorada del narcotráfico en Honduras.

Madereros y ganaderos ya habían abierto los primeros tramos de la carretera, adentrándose en territorio indígena Pech y en la zona de amortiguamiento de la biosfera del Río Plátano, patrimonio de la humanidad de la Unesco. Pero, a medida que se intensificó el tráfico, una facción narco se adentró más en el bosque e instaló una puerta fuertemente vigilada. Cuando ese clan cayó, otros arrasaron con la biosfera de Tawahka Asagni.

“Nadie vigilaba esa entrada a La Moskitia y, en cierto modo, se abrió más ampliamente tanto a los delincuentes como a los especuladores de tierras”. Erik Nielsen, profesor de la Universidad del Norte de Arizona

La narcocarretera se convirtió en una vía de destrucción para el lavado de dinero

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La narcocarretera atravesando la reserva de la biosfera Tawahka Asagni. Fotografía: Jeff Ernst

“Obtener dinero del narcotráfico significa que tienes acceso a mucho dinero y muchas formas de dañar a otros”, dijo Kendra McSweeney, profesora de la Universidad Estatal de Ohio. “Puedes conseguir lo que quieras, y todos quieren convertirse en ganaderos”.

Los investigadores llaman a estas personas los “narco-enriquecidos”. En la Moskitia hay muchos nombres, de los cuales uno es quizás el más adecuado: los poderosos. Y mientras menos kilos de cocaína pasaban por la región en los últimos años, la explotación del bosque ha sostenido su fuerza.

En enero de 2022 la presidenta de centroizquierda, Xiomara Castro, asumió el cargo después de una docena de años de gobierno conservador, comprometiéndose a combatir el narcotráfico y proteger los recursos naturales. La deforestación se desaceleró en comparación con el año anterior, pero se mantuvo a un ritmo muy por encima de los niveles anteriores a 2019. Los miembros de la administración de Castro atribuyeron la desaceleración a una renovada atención a los problemas ambientales y la creación de un Batallón Verde, una unidad del ejército encargada de proteger los bosques.

Pero el conductor de la narcocarretera tenía una teoría diferente. Las fuertes lluvias del año pasado dificultaron el tránsito por las carreteras. “El bosque vio que nadie lo iba a proteger, así que se protegió a sí mismo”, dijo.

Al final del camino en el pueblo de Krausirpi, pastos humeantes dieron paso a hierba alta, luego a árboles de color esmeralda y un puñado de casas de madera sobre pilotes antes de que la grava rodeara un cementerio y bajara hasta el río Patuca.

En el acantilado, las tiendas recién construidas con bloques de cemento rodean una especie de plaza donde camiones repletos de personas o mercancías entraban y salían. El pueblo una vez aislado de unos mil habitantes bullía como una ciudad fronteriza.

Fue la primera visita desde 2019 de Juan Pablo Suazo, director de programas del Instituto Forestal y de Conservación federal que lleva décadas viajando por la Moskitia.

Suazo se encontró con algunos viejos amigos en la plaza justo antes del atardecer y resumió lo que había visto en el camino. “Parece que se lanzó una bomba atómica”, dijo.

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El humo sale de las brasas de un gran árbol en un pastizal a las afueras de Krausirpi. Fotografía: Jeff Ernst

A la mañana siguiente, estaba preocupado por otra cosa. En visitas anteriores a Krausirpi, se despertaba antes del amanecer con una cacofonía de morteros golpeando con fuerza. “Me volvió loco”, dijo.

Esta vez, sin embargo, no se oyó a nadie descascarillar arroz.

La mayor parte de la tierra donde la gente cultivaba arroz había sido vendida, a menudo bajo coacción, o tomada por la fuerza, explicaron los residentes, a pesar de los títulos de propiedad de las tierras comunales que prohíben la venta o transferencia de propiedad. Ahora la mayoría de los lugareños compran arroz en las tiendas construidas por los recién llegados.

El ritmo vertiginoso del cambio hace que los residentes sientan nostalgia por el pasado y se arrepientan de los errores. “No había peligro, había mucha comida, todas estas tierras bajas eran lugares donde la gente sembraba, pescaba, era abundante”, dijo el maestro Gil Cardona. “Por el descuido de todas las partes, estamos como estamos”.

Muchos han pedido que se destruya la narcocarretera, pero Cardona dijo que tal movimiento sería complicado dado que la principal ruta de transporte de antaño se ha vuelto poco confiable. Señaló el río lento Patuca, donde las lanchas motoras derrapaban sobre las rocas mientras navegaban por estrechos pasajes en las aguas poco profundas. Los niveles de agua fueron inusualmente bajos este año al comienzo de la estación seca a mediados de marzo, lo que complicó los viajes. Cardona culpó a una represa hidroeléctrica construida río arriba y a la deforestación por el marchitamiento de la vía fluvial.

A las afueras del pueblo, una excavadora con el emblema de una asociación de ganaderos tapaba los baches. Durante unos meses, en lugar de un viaje de varias horas en bote y luego un vuelo a la capital del departamento para visitar un hospital, la carretera significa que los Tawahka están a solo medio día en automóvil de uno aún mejor en Catacamas, una opción que es particularmente importante por la noche cuando la bajamar hace que el río sea peligroso para navegar en la oscuridad y no haya vuelos. Un lugareño sobrevivió recientemente a un machetazo en el cráneo gracias a la carretera, dijo Cardona.

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Una vista de Krausirpi desde la cima de una colina cerca del cementerio y la narcocarretera. Fotografía: Jeff Ernst

A finales de 2022, el gobierno de Castro instaló un puesto de control en Krausirpi con el apoyo de la Wildlife Conservation Society y la Unión Europea para frenar la deforestación… y la carretera. Llegaron alrededor de una docena de soldados del Batallón Verde, pero sin un camión o botes propios para patrullar.

Los residentes dijeron que los soldados brindaron cierta seguridad bien recibida, pero no suficiente. Incluso algunos de los jóvenes soldados confesaron que se sentían superados en armas por el enemigo al que fueron enviados a enfrentar. “¿Qué pasa si aparecen con 20 o 30 hombres fuertemente armados?” dijo un soldado. “¿O 50?”

Y en gran parte del territorio Tawahka, el bosque ya se ha ido, al igual que gran parte de una antigua forma de vida para la gente.

“Si tienes cáncer y a los primeros síntomas buscas tratamiento, quizás te puedas curar”, dijo Rommel Sánchez, presidente de la Federación Indígena Tawahka de Honduras. “Pero un cáncer muy avanzado, cuando ves que la vida ya es agotadora, ahí es donde empezamos a reaccionar”.

Durante los últimos 15 años, los poderosos han expulsado a los Tawahka de cuatro comunidades, dijo Sánchez. Aunque la población ha crecido durante ese tiempo, estimó que en la actualidad hay 3 mil 500 Tawahkas, muchos de los cuales han huido a las ciudades. Algunos están haciendo lo que era impensable: intentar migrar a Estados Unidos.

“Fuimos olvidados y abandonados para luchar contra gente poderosa contra la que nosotros, como minoría, no tenemos la capacidad de luchar”, dijo Cardona.

Es una experiencia compartida por las comunidades indígenas Miskitu, Pech y Garífuna en todo el territorio de la Moskitia hondureña, y una advertencia para otros.

Mientras Suazo esperaba un bote para dirigirse río abajo, jóvenes con palos y caballos guiaban una manada de vacas blancas que chapoteaban en el Patuca. “Nunca pensé que vería eso”, dijo, explicando que el agua aquí normalmente es demasiado alta para cruzar el ganado a pie.

Durante siglos, los Tawahka han criado cerdos, gallinas o alguna que otra vaca en un lado del río y tenido cultivos en las fértiles orillas del otro.

Entre los hombres que vadeaban las vacas por el agua turbia estaba un amigo de Suazo. “Su familia vendió su tierra”, dijo. “Me dijo que le habían prometido (cuatro dólares) por el trabajo”.

Los gritos resonaban desde los acantilados mientras familias corrían a sus piraguas y remaban frenéticamente a través del río para cosechar lo que podían antes de que las vacas destruyeran todo a su paso.

Traducción: Ligia M. Oliver

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