Japón se debate entre la “gente de fuera” y la crisis demográfica
El número de trabajadores extranjeros en Japón está aumentando como parte de los esfuerzos por aliviar la crisis demográfica, pero la barrera del idioma y los salarios poco competitivos están resultando ser un obstáculo. Fotografía: Tomohiro Ohsumi/Getty Images

Murumuru pasa los fines de semana trabajando duro en obras de construcción en Japón en el pegajoso calor del verano para complementar los ingresos de su otro trabajo en una panadería. Especialista certificado en informática, llegó a Tokio procedente de Sri Lanka hace un año con la esperanza de aprovechar las oportunidades laborales que se han abierto como parte de los esfuerzos de Japón para hacer frente a su crisis demográfica y fomentar una mayor inmigración.

Pero a Murumuru, apodo que le dieron sus colegas japoneses, le ha resultado difícil. A pesar de la escasez de personal, tanto él como su esposa, fisioterapeuta calificada, han encontrado un obstáculo en la barrera del idioma.

“Todos los hospitales solicitan el N1, al igual que muchos trabajos de informática”, explica, refiriéndose al examen japonés de más alto nivel para extranjeros, que requiere la capacidad de leer alrededor de 2 mil caracteres kanji.

A pesar de los planes iniciales de quedarse cinco años, la pareja está considerando mudarse a otro lugar, tal vez al Reino Unido. Tienen familiares allí y creen que su esposa podría encontrar trabajo en el Servicio Nacional de Salud.

Ante la previsión de un drástico descenso de la población en las próximas décadas, dejando un enorme vacío en la fuerza laboral, Japón está suavizando silenciosamente las restricciones y aceptando números récord de inmigrantes, en su mayoría de países asiáticos como Vietnam, China, Indonesia y Filipinas. Los datos publicados en julio mostraron una caída récord de la población de casi 800 mil personas, pero también revelaron un aumento en el número de residentes nacidos en el extranjero, a un máximo histórico de alrededor de 3 millones, casi un 50% más que hace una década.

El cambio proporciona un bienvenido aumento al tamaño de su población en edad de trabajar, pero requiere que las autoridades negocien la compleja relación de Japón con “gente de fuera”. Mientras tanto, los recién llegados a menudo tienen que cumplir con rigurosos requisitos lingüísticos para empleos que pagan menos que en países comparables.

Alguna vez pagados para que se fueran

Traer trabajadores calificados del extranjero requiere un cambio significativo en una nación que no hace mucho trataba la mano de obra extranjera como algo parecido a una molestia necesaria, aunque temporal.

El trato dado a los japoneses-brasileños que llegaron en los años 1990 a trabajar en las fábricas de Japón es un ejemplo de ello. La importancia otorgada al linaje significó que los descendientes brasileños de emigrantes japoneses tuvieran prioridad sobre otros trabajadores extranjeros a la hora de ofrecerles visas.

Sin embargo, quedó claro que la mayoría de los recién llegados no hablaban japonés y eran culturalmente brasileños. Cuando la crisis financiera mundial de 2008 obligó a las empresas a despedir trabajadores, el gobierno japonés les ofreció 3 mil dólares a cada uno para que se fueran a casa y no volvieran.

La población coreana de Japón tiene una historia mucho más larga que habla de los desafíos que plantea la acogida de inmigrantes. Durante la ocupación de la Península de Corea de 1910 a 1945, miles de coreanos se vieron obligados a trabajar en Japón.

Más de 400 mil de sus descendientes permanecen en el país, con un estatus de residencia especial, pero sin nacionalidad japonesa ni derecho a voto. Kwang Park, un descendiente nacido en Tokio, dice que su identidad se siente “neutral”, a medio camino entre las dos nacionalidades.

Park recuerda haber sufrido discriminación en sus primeros años en la escuela, pero dijo que las cosas habían cambiado cuando su hermano menor fue a la escuela siete años después. “Ahora trabajo en una empresa global, así que, por supuesto, hay extranjeros y mi origen no es un problema. No sé si la situación sería diferente si estuviera en una empresa japonesa”, afirma.

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Japón se ha mostrado reacio a acoger refugiados, pero dio la bienvenida a 2 mil 500 que huían de la guerra en Ucrania, en el entendido de que regresarían a sus hogares más adelante. Fotografía: Eugene Hoshiko/AP

A pesar de los desafíos demográficos, Japón se ha mostrado reacio a aceptar refugiados y el número de solicitantes a los que concede asilo anualmente rara vez supera los dos dígitos. La cálida bienvenida brindada a unos 2mil 500 ucranianos desde que comenzó la guerra parecen a primera vista una sorprendente excepción a décadas de política.

Mariko Ukiyo es una consejera que dirige el centro Shibuya Himawari en Tokio y que brinda apoyo a unos mil 500 refugiados ucranianos que huyen de la guerra. “Hay mucha buena voluntad hacia los evacuados ucranianos porque la gente siente simpatía por su situación y comprende que su país ha sido invadido por Rusia”, afirma.

Sin embargo, Ukiyo reconoce que su designación como evacuados y el entendimiento de que regresarán a Ucrania una vez que terminen las hostilidades es un factor importante en el trato positivo.

¿Será suficiente?

La flexibilización de las restricciones de inmigración, como las exención de visas y ampliar la definición de trabajador calificado, es una parte clave de los esfuerzos de Japón para, como dijo el primer ministro Fumio Kishida, “seguir funcionando como sociedad”, pero queda una pregunta: ¿podrá Japón atraer a suficientes personas?

Park cree que será difícil para Japón atraer un gran número de trabajadores calificados debido a las dificultades lingüísticas, las complejidades de la cultura japonesa y los salarios poco competitivos en muchos sectores.

El profesor Naohiro Yashiro, decano de la facultad de negocios globales de la Universidad de Mujeres Showa en Tokio, está de acuerdo y dice que cree que Japón necesita darse cuenta de que está “en competencia con otros países por los mejores trabajadores” y que “el gobierno debería persuadir al público que aceptar inmigrantes es bueno para Japón”.

Por estas razones, Yashiro tacha de “tonterías” las proyecciones del Instituto Nacional de Investigación de Población y Seguridad Social, según las cuales en 2070 más del 10% de la población total de Japón, o 9.4 millones, procederá del extranjero (se prevé que la población total descienda a 87 millones en ese momento, desde los 125 millones actuales).

Yashiro señaló que, si bien el gobierno había ampliado la definición de trabajadores inmigrantes calificados, que anteriormente se aplicaba principalmente a los graduados, para incluir a los obreros calificados, se había elevado el requisito del idioma japonés, “una especie de restricción”.

Uno de los principales beneficios de una mayor inmigración es un aumento de la competencia en el mercado laboral, dice Yashiro. Con un desempleo que ronda el 2.5% y las vacantes a menudo superan a los candidatos, el mercado laboral no es exactamente feroz, dice, algo que también reduce la probabilidad de resentimiento contra los trabajadores recién llegados.

Pero en medio de todas las interrogantes y dificultades, hay señales positivas de un cambio.

Park nunca ha considerado seriamente renunciar a su pasaporte coreano, pero su hija tendrá que elegir su nacionalidad una vez que cumpla 20 años, suponiendo que se mantengan las leyes actuales. “Vivimos aquí y hablamos japonés, así que no me importará si ella elige Japón”, dice.

A pesar de los desafíos, Murumuru dice que hay muchas cosas que le gustan de su actual hogar en Tokio.

“Me gusta mucho Japón. No siento ningún racismo por parte del 99% de la gente aquí”, dice, y agrega: “La gente se respeta entre sí, ya sea que realicen trabajos de cuello blanco o azul”.

Traducción: Ligia M. Oliver

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