Ataques con cloro y acoso diario: por qué se organizan las repartidoras en México
Berline Augustin, repartidora de comida a domicilio originaria de Haití, sufrió un ataque con cloro de parte de un compañero. Foto: Bex Griffin/The Guardian

Las mujeres repartidoras de comida en Ciudad de México sufren abusos en su trabajo, pero los sindicatos de la economía de plataformas digitales les ofrecen espacios seguros y exigen mayor protección para las conductoras.

Eran las 10 de la mañana del 24 de febrero de este año en la Ciudad de México y el calor del sol matutino empezaba a imponerse en la extensa capital. Berline Augustin, una repartidora de comida a domicilio originaria de Haití, había conducido durante más de una hora desde su casa en las afueras de la capital hasta el barrio de moda de la Roma Norte, donde abunda la comida a domicilio para los más pudientes. Estaba esperando para recibir un pedido cuando un repartidor se detuvo a su lado y le arrojó cloro.

“Sentí que me quemaba a través de la ropa”, cuenta Augustin. Por poco no le tocó directamente la piel. Augustin, de 23 años, no tiene dudas de por qué se produjo este violento ataque: fue otro ejemplo de la agresión misógina a la que las repartidoras, especialmente las no mexicanas, se enfrentan cada día por parte de compañeros, clientes y personal del restaurante de donde recogen la comida.

El hombre forma parte de un grupo de compañeros que a menudo la acosan, a ella y a otras mujeres afirmando que ellas reciben más trabajo y propinas que ellos. “No es cierto. Me levanto temprano, por eso recibo muchos pedidos. Nos dicen que deberíamos estar en casa con nuestros hijos, ¡pero yo no tengo hijos!”.

Augustin dice que recibe regularmente comentarios racistas de los repartidores masculinos, mientras que algunos le preguntan cuánto costaría el sexo. Rara vez responde y no se planteó denunciar a su agresor porque creía que no se haría nada. También es consciente de su condición de extranjera. “Este no es mi país”, afirma.

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La secretaria de género de la Unión Nacional de Trabajadores por Aplicación (UNTA), Shaira Garduño, y la sindicalista Yurexhi Valdivieso Rojas, ambas repartidoras, a las puertas del espacio seguro Punto Naranja, en la Ciudad de México. Foto: Bex Griffin/The Guardian

En otra ocasión, un hombre que sólo llevaba puestos los calzoncillos le abrió la puerta para recoger su sushi con el pene visiblemente erecto. Pero Augustin dice que, a pesar de denunciar el incidente, recibió poco apoyo de la empresa. “No van a perder un cliente por culpa de una repartidora”, afirma.

Para encontrar más vías de apoyo este año se afilió a la Unión Nacional de Trabajadores por Aplicación (UNTA), que representa a los trabajadores de cuatro grandes empresas de reparto de comida a domicilio, y de otras compañías, en México. El sindicato hace campaña para regularizar la situación de sus miembros como trabajadores, lo que les permitiría obtener derechos laborales básicos, y para defender a las trabajadoras repartidoras.

Un informe elaborado este año por Fairwork, un proyecto académico que analiza la economía de plataformas digitales, señala que muchas trabajadoras de apps en México sufren “acoso sexual constante por parte del personal de los establecimientos afiliados, durante su jornada laboral, en la vía pública y por parte de los usuarios del servicio”.

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Kruskaya Hidalgo, coautora del informe Fairwork y organizadora sindical del Centro de Solidaridad, que apoya al sindicato de trabajadoras de apps de reparto UNTA. Foto: Bex Griffin/The Guardian

Las mujeres contaron a los investigadores que habían sido “víctimas de peticiones de actos sexuales cuando hacían entregas a domicilio”. Algunos hombres abren la puerta completamente desnudos para recoger sus entregas, según Shaira Garduño, secretaria de género de UNTA, que se fundó en 2020 y ahora dice tener más de 700 miembros en todo el país. Garduño dice que sabe de hombres que se masturban en taxis conducidos por mujeres y de una repartidora que fue tomada como rehén durante varios días y abusada sexualmente.

Se sabe de otras conductoras a las que la policía les ha pedido favores sexuales para resolver supuestas infracciones de tráfico. No es de extrañar, entonces, que sean tan pocas las dispuestas a presentar denuncias oficiales a las autoridades. “Aquí en México no existe la cultura de denunciar a la policía, porque sabemos que el sistema de justicia no funciona”, afirma Sergio Guerrero, secretario general de UNTA.

El año pasado las propuestas de reforma respaldadas por la UNTA que habrían clasificado a los trabajadores de app como empleados chocaron contra un muro de ladrillo, lo que condenó a medio millón de trabajadores, una décima parte de ellos mujeres, a una inseguridad continuada, sin apoyo si se lesionan en un accidente o quedan embarazadas. “Si no tienes un contrato, las leyes laborales federales no te protegen”, dice Guerrero.

Igual que otros repartidores y taxistas en la economía de plataformas digitales en todo el mundo, estos trabajadores en México son considerados socios. Pero la situación en México es peor que en otros países porque los trabajadores sin contrato no reciben prestaciones básicas de seguridad social. En promedio, los conductores de apps ganan unos 500 dólares (8 mil 700 pesos) al mes con largas semanas de trabajo, lo que deja a muchas familias en la pobreza en la cada vez más cara capital mexicana.

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Garduño, repartidora, señala una calcomanía en su bicicleta que dice “Por un movimiento sindical con equidad de género”. Foto: Bex Griffin/The Guardian

La rabia por estas injusticias se está canalizando en el creciente movimiento sindical, alentado por la reescritura del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 2019, para facilitar enormemente el funcionamiento de los sindicatos independientes. En la Ciudad de México, en octubre, representantes de sindicatos de siete países latinoamericanos exigieron a las empresas de apps mayores acciones contra la violencia de género, así como transparencia en sus algoritmos. “Somos trabajadoras discriminadas luchando contra dos monstruos: los políticos y las plataformas digitales”, dijo a medios locales Angélica Salgado, consejera nacional de la Central Unitaria de Trabajadores de Chile.

“Las empresas de aplicaciones hacen poco para proteger a las mujeres, incluso cuando presentan denuncias”, afirma Garduño. “Nuestras afiliadas son regularmente intimidadas e insultadas en la calle en el ejercicio de su trabajo”.

Hace poco se le ocurrió una idea que llevó a la apertura, en octubre, del primer punto naranja del sindicato: un lugar donde las repartidoras pueden descansar y reponer fuerzas durante sus turnos, cargar sus dispositivos, ir al baño y conocer a otras conductoras. También es un lugar donde las trabajadoras pueden pedirle ayuda al sindicato en caso de acoso o algo peor.

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Conductores, organizadores, miembros del sindicato y amigos se reúnen para charlar, organizarse y comer en el punto naranja, ubicado en el interior de un restaurante venezolano. Foto: Bex Griffin/The Guardian

UNTA abrió otro en noviembre y tiene previsto abrir cuatro más en otras ciudades antes de que acabe el 2023, siguiendo el modelo de los espacios seguros para mujeres en situación de riesgo de otros lugares del país. “Ahora las compañeras tienen un lugar al que acudir en caso de acoso o simplemente para ir al baño”, dice Garduño.

El sindicato le pide a las empresas de apps de reparto que sigan su ejemplo y creen centros vigilados por toda la ciudad donde las conductoras puedan esperar sus pedidos libres de acoso.

“A falta de iniciativas verdaderamente favorables para las mujeres por parte del gobierno y de las plataformas digitales, el punto naranja envía el mensaje de que se pueden tomar acciones positivas fácilmente”, afirma Kruskaya Hidalgo, coautora del informe Fairwork y organizadora sindical del Centro de Solidaridad, que apoya a UNTA.

A falta de apoyo empresarial, los trabajadores se esfuerzan por protegerse mutuamente. En Mérida, decenas de conductoras se siguen la pista unas a otras mientras trabajan, en caso de peligro. “Ante la discriminación y la violencia que sufren las trabajadoras de plataformas digitales, se hace fundamental una red de apoyo y compañerismo”, escriben Hidalgo y sus coautoras sobre el grupo, que se hace llamar Círculo Violeta.

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Un panfleto de la UNTA llama a la gente a defender sus derechos y a afiliarse al sindicato, destacando que ofrece apoyo en vehículos de emergencia, asistencia legal y otros servicios. Foto: Bex Griffin/The Guardian

De vuelta en el punto naranja de Ciudad de México, Augustin, que llegó a México hace cinco años y realizó repartos en bicicleta, luego en motoneta, antes de poder comprarse una moto, cuenta a sus compañeros sus planes de convertirse en enfermera. Un día a la semana estudia en una universidad local y se financia con lo poco que le sobra de lo que gana repartiendo. “Mi sueño es ser enfermera desde que era pequeña: Me encanta ayudar a la gente y me encantan los niños. Pero aún me queda mucho camino por recorrer. Hay mucho trabajo por hacer”.

Traducción: Ligia M. Oliver

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