<i>Shōgun</i>, de Disney, rompe moldes con un cuidadoso respeto a la cultura japonesa
Tadanobu Asano como Kashigi Yabushige en una escena de Shōgun. Foto Katie YuAP

La serie de alto presupuesto, Shōgun, con un reparto mayoritariamente japonés, evita las trilladas fantasías orientales de occidente y se lleva los aplausos en Japón.

Se podría haber perdonado al público de Japón por haberse puesto en guardia cuando Disney anunció Shōgun, una adaptación en 10 episodios de la novela clásica de James Clavell de 1975.

Salvo contadas excepciones, las representaciones hollywoodienses de Japón y los japoneses se han basado en personajes unidimensionales cuyo propósito es confirmar estereotipos culturales, con el telón de fondo de un recóndito archipiélago cuyos habitantes tienen mucho que aprender del héroe occidental.

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Pero Shōgun, cuyos dos primeros episodios se han emitido esta semana, parece haber roto el molde, ya que la serie de alto presupuesto de FX ha cosechado aplausos en Japón no sólo por sus fastuosos valores de producción y su ilustre reparto japonés, sino también por su respeto por los más pequeños detalles de la cultura y la política del país.

Con ecos de anteriores producciones de temática japonesa, como Perdidos en Tokio (Lost in Translation) y Un americano en Japón (Mr. Baseball), Shōgun recurre en gran medida a la narrativa del encuentro entre Oriente y Occidente, esta vez a través de la llegada del náufrago inglés John Blackthorne (Cosmo Jarvis), cuyo personaje está basado en el aventurero de la vida real William “Anjin” Adams.

Pero mientras que la miniserie de 1980 protagonizada por Richard Chamberlain y Toshiro Mifune se narraba en gran parte a través de los ojos de Blackthorne, esta nueva serie eleva el papel del daimyo japonés a través de una interpretación aplaudida por la crítica del aclamado actor y artista marcial Hiroyuki Sanada.

La inclusión de Sanada, que interpreta a Lord Yoshii Toranaga (basado en el Tokugawa Ieyasu de la vida real), ha despertado el interés de los espectadores en Japón. “En cuanto empecé a verla, no pude parar”, escribió un espectador japonés en X. “Me sentí impresionado por primera vez en mucho tiempo”.

Si la novela de Clavell era “ojos azules mirando a Japón”, la serie se pone “lentes japonesas”, dijo Sanada poco antes de la emisión de los primeros episodios.

En declaraciones a la prensa en Tokio esta semana, el actor, que también ejerce de productor, dijo que creía que Shōgun era “una gran historia para presentar nuestra cultura al mundo, así que intenté hacerla lo más auténtica posible”.

Ambientada en 1600, durante el periodo Sengoku (estados en guerra) real, se centra tanto en la batalla por el control de un país al borde de 250 años de aislamiento oficial como en el papel de Blackthorne, un observador convertido en peón político.

Para garantizar que no se produjeran errores estéticos o culturales, se contrató a especialistas para que analizaran críticamente todos los aspectos, desde el lenguaje del Japón de principios del siglo XVII hasta el anudado de los cinturones de los kimonos obi y los entresijos de la ceremonia del té.

Shōgun, aunque rodada principalmente en Canadá, se aleja de las anteriores representaciones internacionales de Japón en la pantalla, sobre todo porque alrededor del 70% de las líneas son pronunciadas en japonés por un reparto mayoritariamente japonés.

Las representaciones cinematográficas de Japón y de los japoneses han recorrido un largo camino desde la “cara amarilla” de Sean Connery en la película de Bond Sólo se vive dos veces (You Only Live Twice), de 1967, y el inverosímil fotógrafo miope y de dientes saltones IY Yunioshi de Mickey Rooney en Diamantes para el desayuno (Breakfast at Tiffany’s).

Las que siguieron continuaron retratando fantasías orientalistas de occidente, como la dinámica del extranjero alto/japonés diminuto de la película Perdidos en Tokio (Lost In Translation) de 2003, en la que una trabajadora sexual insiste repetidamente al personaje de Bill Murray a “lamerme (sic) las medias”.

Dos años más tarde, la adaptación cinematográfica de la novela de Arthur Golden Memorias de una geisha (Memoirs of a Geisha) de 1997, hizo poco por cuestionar la fetichización de las mujeres asiáticas por parte de la industria, y un crítico comparó el baile de una de las intérpretes tradicionales en un escenario del Kioto de los años 30 con “un espectáculo de striptease de Los Ángeles”.

Mark Schilling, crítico de cine radicado en Tokio que trabajó como asesor de guiones en El último samurái (The Last Samurái), se mostró animado por la decisión de los productores de Shōgun de “respetar la cultura japonesa y hacer todo lo posible para que el espectáculo sea fiel a la realidad de la época, el lugar y la gente, desde los diálogos hasta el vestuario”.

“Esto me da una buena sensación sobre sus posibilidades de éxito en el mercado japonés, donde la primera serie Shōgun, que estaba dirigida exclusivamente a un público no japonés, fracasó tan estrepitosamente”, dijo.

Justin Marks, cocreador de la serie junto a su esposa, la escritora Rachel Kondo, afirmó que se había hecho todo lo posible para evitar la trampa del “salvador blanco” que había atrapado a anteriores representaciones occidentales de Japón.

El reparto y el equipo se guiaron, dijo esta semana, por “la idea de que si íbamos a hacer una historia sobre el encuentro entre Oriente y Occidente… necesitábamos encontrar un nuevo lenguaje, sobre los errores que hemos cometido en nuestro pasado cultural en las últimas décadas al intentar representar a Japón. Queríamos ser muy cuidadosos y respetuosos”.

Anna Sawai, la actriz japonesa nacida en Nueva Zelanda que interpreta a Lady Toda Mariko, noble y cristiana conversa, describió la serie como “la primera (representación) verdaderamente auténtica y exacta de nuestra historia, cultura y pueblo”.

Sawai dijo: “He tenido la sensación de que a las mujeres asiáticas… japonesas se las ha encasillado en el papel de la mujer sexy, la sumisa o la que actúa. Quería ver más profundidad, y creo que Mariko muestra realmente las luchas internas de las mujeres japonesas y lo que nos arraiga… un tipo diferente de fuerza que nunca se ha mostrado realmente en los medios de comunicación occidentales”.

Traducción: Ligia M. Oliver

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