BTS, Blackpink, El juego del calamar, kimchi… ¿cuál es el secreto de Corea del Sur que conquista al mundo?
El barrio de Myeongdong, en Seúl, por la noche. Foto: fotoVoyager/Getty Images

Del K-pop a la K-cosmética, pasando por el cine y la moda, Corea del Sur pisa fuerte. Sólo la banda de chicos BTS mueve miles de millones al año. ¿Hay lecciones para otros países?

¿Qué te parece este lugar para pasar un día de inmersión cultural? Después de hacerte un lavado, te aplicas una mascarilla hidratante con secreciones de caracol mientras suena el grupo de chicas Blackpink. Para comer, un plato de bibimbap y una película de Bong Joon-ho. Por la noche, un atracón de la serie de zombis, Estamos muertos (All of Us Are Dead), con pollo picante yangnyeom y una botella de soju de fresa. Todo ello sin poner un pie en su país de origen.

Ni siquiera el hecho de que la banda de chicos BTS, que todo lo conquista, haya sido llamada a hacer el servicio militar puede aplacar el apetito mundial por todo lo surcoreano. El K-pop encabeza regularmente las listas de éxitos de Estados Unidos y el Reino Unido. Tres años después de que El juego del calamar se convirtiera en el programa de Netflix más visto de la historia, cuatro años después de que Parásitos (Parasite), de Bong, se convirtiera en la primera película de habla no inglesa en ganar el Oscar a la mejor película, y con el grupo de chicas de K-pop Twice en el número 1 de la lista de álbumes de Estados Unidos, el gigante del contenido coreano no muestra signos de desaceleración.

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De hecho, los estudios occidentales hablan ya de una “fiebre del oro” coreana. Netflix acaba de anunciar una inversión de 2 mil 500 millones de dólares (42 mil 178 millones 700 mil pesos) en proyectos surcoreanos para los próximos cuatro años, con la segunda temporada de El juego del calamar a la cabeza. Disney y Apple TV+ también están encargando más series surcoreanas. “Todo el mundo quiere contenidos coreanos”, declaró recientemente un ejecutivo de Disney al Hollywood Reporter. “Ha sido popular en Asia durante 20 años, pero el hecho de que ahora pueda viajar alrededor de todo el mundo es algo nuevo”.

Incluso la BBC se ha puesto manos a la obra. En febrero, CBBC y BBC iPlayer lanzaron Gangnam Project, una “comedia dramática” del género coming-of-age (crecimiento) que analiza “lo que se necesita para convertirse en una superestrella del K-pop”. Sarah Muller, responsable de la BBC de programas para niños de entre 7 y 12 años, señaló: “Corea del Sur es el centro moderno del mundo creativo”.

El país ha recorrido un largo camino en sólo unas décadas. Los Juegos Olímpicos de Seúl de 1988 marcaron su salida de casi 30 años de régimen militar, pero incluso a principios de siglo, Corea del Sur era conocida en el extranjero sobre todo por sus automóviles, su electrónica de consumo y la implacable dictadura con la que compartía frontera. Ahora, las crecientes corrientes de la Hallyu (la ola coreana) han consolidado sus credenciales como superpotencia cultural.

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Seúl de noche. Foto: Envato Elements

“La ola coreana es una nueva fuente de orgullo y confianza para los surcoreanos”, afirma Inkyu Kang, profesor de periodismo digital en la Universidad Estatal de Pensilvania. El fenómeno, añade, se ha desarrollado al ritmo del “notable” crecimiento económico del país en las décadas transcurridas desde el estancamiento que puso fin a la guerra de Corea de 1950-53.

Algunos han considerado que el avance cultural de Corea del Sur es una misión dirigida por el gobierno. Desde la presidencia de Kim Dae-jung a finales de la década de 1990 y principios de la siguiente, el Estado coreano ha contribuido decisivamente a convertir la identidad cultural en un producto exportable, un hilo conductor que ha atravesado sucesivas administraciones a derecha e izquierda de la política coreana.

Pero otros lo ven más como un fructífero esfuerzo público-privado. “El éxito mundial de la ola coreana es naturalmente el resultado de los esfuerzos del sector privado, pero el gobierno apoya indirectamente su difusión creando una base para que el sector privado dé rienda suelta a su creatividad”, afirma un portavoz de la división de cooperación de contenidos Hallyu del Ministerio de Cultura, Deporte y Turismo de Corea del Sur. “Los consumidores han llegado a centrarse en la competitividad del contenido en sí, más que en su nacionalidad”.

El ministerio actúa como organización paraguas de organismos que configuran las políticas promocionales y creativas, respaldados por billones de wones (moneda coreana) en fondos gubernamentales: la Agencia Coreana de Contenidos Creativos, la Fundación Coreana para el Intercambio Cultural Internacional y el Consejo Cinematográfico de Corea. Y se ha alimentado a una nueva generación de creadores liberando a las empresas privadas con préstamos, exenciones fiscales e inversiones en instituciones, como la Academia Coreana de Artes Cinematográficas y la Universidad Nacional de Artes de Corea, junto con el influyente Festival Internacional de Cine de Busan.

Los parámetros del género coreano, cada vez más amplios, abarcan no sólo la música pop, la televisión y el cine, sino también la belleza, la moda, la cocina y la literatura.

Hordas de turistas internacionales acuden al barrio de Myeongdong, en Seúl, para comprar cosméticos a granel en Face Shop, Skin Food y otros establecimientos, cuyos productos forman ya parte de un mercado mundial de la belleza coreana que alcanzará los 18 mil 320 millones de dólares (309 mil 85 millones 514 mil pesos) en 2030, según un reciente informe de Straits Research. “Gracias a la tradición coreana de emplear sustancias naturales, exclusivas y no agresivas, transmitida a lo largo de muchos años, los productos de belleza coreanos tienen composiciones mucho más suaves”, dice el informe.

La cocina coreana sigue una trayectoria igualmente vertiginosa. Su versión de las banderillas de salchichas capeadas con harina de maíz (salchichas con una capa crujiente y un centro pegajoso) ha sido una de las comidas callejeras más solicitadas en Estados Unidos en los últimos años. Los supermercados británicos tienen a la venta frascos de kimchi, el encurtido surcoreano con fama internacional de mejorar la salud intestinal, los cocineros añaden sabor a sus platos con gochujang, pasta de chile fermentado, y los bebedores descubren por qué el soju, licor destilado de granos fermentados, es desde hace tiempo la bebida favorita del país.

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La cocina coreana sigue una trayectoria igualmente vertiginosa. Foto: Envato Elements

Esta producción mundial ha reportado dividendos a la quinta economía asiática. Las exportaciones de contenido cultural surcoreano alcanzaron un máximo de 12 mil 400 millones de dólares en 2021 (209 mil 206 millones 352 mil pesos), superando los ingresos de electrodomésticos y vehículos eléctricos. Según un estudio realizado por el Instituto de Investigación Hyundai en 2019, se cree que el valor de BTS para la economía surcoreana es de unos 3 mil 670 millones de dólares (61 mil 918 millones 332 mil pesos) al año en exportaciones, consumo y turismo entrante; se cree que el sencillo de la banda Dynamite, que alcanzó el número 1 en Estados Unidos en 2020, ha creado casi 8 mil puestos de trabajo.

Muchos proveedores de contenidos son pequeñas empresas independientes que se dedican a la edición, la música, los videojuegos, la radiodifusión, el cine y la animación, pero coexisten y colaboran con los chaebol, enormes empresas familiares (Lotte y Orix son dos de las más destacados) tradicionalmente vinculados a los altos cargos políticos. Las pequeñas y medianas empresas también se benefician de la generosidad del Gobierno. El año pasado recibieron 790 mil millones de wones coreanos (10 mil 4 millones 787 mil 640 pesos) para aumentar las exportaciones de contenido cultural coreano, según la agencia de noticias Yonhap.

Pero considerar el Hallyu como un proyecto nacional urdido en despachos gubernamentales y salas de juntas ignora la naturaleza orgánica de Brand Korea. “Sería un error considerar que la ola coreana es producto de una empresa planificada desde arriba”, afirma John Lie, profesor de Sociología de la Universidad de California en Berkeley y autor de K-pop: Economic Innovation, Cultural Amnesia and Popular Music in Contemporary South Korea. “Una vez que los dramas y la música pop se pusieron de moda, el gobierno estuvo encantado de apoyarlos con medidas como exenciones fiscales y utilizando el Ministerio de Asuntos Exteriores y las embajadas surcoreanas para promover la cultura pop, y luego atribuirse el mérito”.

Aunque los sucesivos gobiernos han estado encantados de asociarse con el Hallyu, los artistas surcoreanos prosperan más cuando el Estado pasa a un segundo plano, dice Kang, que menciona que el principio rector de la misión de Kim Dae-jung en los años 90 y la siguiente década para convertir la cultura en una industria era “apoyar, pero no interferir”. “Puede sonar cínico, pero lo mejor que ha hecho el gobierno surcoreano es dejar en paz a los creadores”, afirma.

Las relaciones entre el gobierno y algunos de los abanderados culturales del país no siempre han sido fáciles. “La financiación no siempre se ha distribuido de forma justa y transparente”, dice Kang, citando la revelación de que, entre 2008 y 2017, la administración conservadora puso en una lista negra a cantantes, actores, escritores y cineastas por su percibida política de izquierdas, privándoles de ayudas e incluso presionando a los productores para que no los contrataran. Entre sus objetivos figuran el ganador del Oscar Bong y Song Kang-ho, protagonista de Parásitos (Parasite), así como Hwang Dong-hyuk, creador de El juego del calamar, y el director Park Chan-wook, conocido por las películas Oldboy: cinco días para vengarse (Oldboy) y La doncella (The Handmaiden).

En ocasiones, el Hallyu también ha revelado un lado más oscuro que plantea interrogantes sobre la actitud de Corea del Sur ante la salud mental, las agresiones sexuales y la explotación, especialmente de las mujeres. Se ha visto sacudido por una serie de escándalos y aparentes suicidios de alto nivel, como el más reciente de Lee Sun-kyun, conocido por su papel en Parásitos (Parasite). Las revelaciones de que estrellas del K-pop se habían filmado a sí mismas manteniendo relaciones sexuales con mujeres sin su consentimiento llevaron la epidemia de cámaras espía en miniatura de Corea del Sur al ámbito del K-pop, y se consideraron una prueba de la misoginia descontrolada en el corazón de la industria del entretenimiento del país.

Irónicamente, el K-pop es ahora una operación internacional. “El K-pop emplea una amplia división global del trabajo, desde compositores suecos y diseñadores de vestuario italianos hasta coreógrafos estadounidenses”, afirma Lie. La industria lleva mucho tiempo tomando géneros musicales internacionales reconocibles, como el R&B y el hip-hop, e infundiéndoles “características coreanas”, desde las vibraciones uniformemente andróginas que desprenden los miembros de las bandas de chicos hasta la evasión de temas “controvertidos” de sexo y violencia.

Los grupos de mayor éxito del K-pop llevan mucho tiempo interpretando versiones de la misma canción en distintos idiomas según el mercado al que se dirijan, un planteamiento que el año pasado ayudó a Jungkook, de BTS, a dispararse a lo más alto del Billboard Hot 100 estadounidense y de la lista británica de sencillos con su primer sencillo en solitario, Seven. A los intérpretes multilingües se han unido muchos grupos de K-pop que no son para nada coreanos. La gigantesca banda de chicos coreana NCT cuenta ahora con las submarcas NCT Wish, integrada por seis miembros japoneses, y WayV, cuyos miembros son chinos y tailandeses. Vcha, por su parte, es un grupo de chicas estadounidense con sede en Los Ángeles.

La ola coreana aún no da señales de desvanecerse. Incluso crece el interés internacional por aprender el idioma. La demanda de clases el año pasado llevó al gobierno a ampliar de 244 a 270 el número de escuelas pertenecientes al Instituto Rey Sejong, un organismo de enseñanza de coreano patrocinado por el gobierno, ya que ha aumentado el número de matriculados en cursos de coreano en el extranjero, desde los aficionados a Duolingo hasta los estudiantes universitarios de lenguas modernas.

“Preveo que la próxima gran cosa será la literatura”, dice Kang. La notable capacidad narrativa de Corea se ha puesto de manifiesto en películas, series de televisión y dibujos animados, pero a pesar de su creciente visibilidad, la literatura coreana aún no ha recibido el reconocimiento que merece”.

Los elogios de la crítica a la novela debut de Min Jin Lee en 2017, Pachinko, basada en su historia familiar, dieron lugar a una versión en pantalla en Apple TV+. “Las profundas experiencias y la resistencia del pueblo coreano, que ha soportado duros desafíos como el colonialismo, la división, la guerra, la indigencia y la dictadura, todo en el mismo siglo, están encapsuladas en la profundidad y riqueza de su literatura”, dice Kang. “Los coreanos tienen muchas historias apasionantes que compartir con el mundo”.

Traducción: Ligia M. Oliver

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