La menopausia ha traído caos a mi vida, pero también paz
"Me desperté empapada en sudor, temblando. Fue espantoso encontrarme de repente con tanto frío y en la oscuridad”. Ilustración: Leonie Bos/The Guardian

Entre los 20 y los 30 años, me empeciné en vivir la vida plenamente. Quería quedarme despierta toda la noche manteniendo acaloradas conversaciones, coleccionar experiencias y aventuras, hacer arte y dar sentido a todo lo que sucedía. En algún lugar lejano me imaginaba llegando a los 40, pero nunca pensé más allá: Cumpliría 40… ¿y luego tendría 65?

Mi ingenuidad murió hace tres años en mitad de la noche. Me desperté empapada en sudor, temblando. Fue espantoso encontrarme de repente con tanto frío y en la oscuridad. Al cabo de un mes, me despertaba al menos dos veces por semana, tres, cuatro o incluso cinco veces por noche.

Pero no eran solo los sudores nocturnos. Mi ciclo menstrual cambió, bajó un día durante varios meses, luego volvió a subir y luego se acortó de nuevo. Los dos primeros días de la menstruación eran mucho más abundantes: “menstruaciones en la escena del crimen”, nos decíamos por mensaje de texto otra amiga de mediana edad y yo, aliviadas de no estar solas en este lío.

Una tarde, en un probador de Goodwill, un horno rugió en mi bajo vientre y e hizo que me ardieran la cabeza y las extremidades. Me quité el vestido de verano que me estaba probando y rompí una de sus costuras. Mi primer sofoco. No entendía lo que me estaba pasando. ¿Era la perimenopausia, el principio del fin de mi fertilidad? Y si lo era, ¿no era yo, a mis 43 años, demasiado joven para tenerla?

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Jessica Grose escribió en el New York Times que “el periodo perimenopáusico se asocia con hasta 34 enfermedades diferentes, desde la caída del cabello hasta el síndrome de la boca ardiendo, que consiste en una sensación de hormigueo o entumecimiento en los labios, las encías y la lengua”.

La larga y nebulosa lista de síntomas perimenopáusicos me provocó una sensación familiar. Cuando escribí Like a Mother, un libro sobre los anticuados mitos científicos y culturales del embarazo en 2016, casi todos los expertos a los que entrevisté dijeron alguna variación de lo mismo: en comparación con lo que deberíamos saber sobre este proceso humano básico, no sabemos nada.

La falta de información definitiva, especialmente cuando se trata de la salud reproductiva femenina, no indica que una afección sea demasiado confusa o misteriosa para entenderla. Lo más probable es que signifique que se ha desestimado, infravalorado e investigado poco.

Intentar encontrar información sobre la menopausia fue confuso y desorientador. Varios sitios web y textos ofrecían definiciones incoherentes. Pero me gustó el enfoque adoptado por la ginecóloga y obstetra Jen Gunter en su libro El manifiesto de la menopausia, en el que describe los años previos y posteriores al final de la fertilidad reproductiva como el “continuo de la menopausia”, que incluye todo el proceso desde la premenopausia hasta la posmenopausia. La idea de un continuo tiene en cuenta el hecho de que el viaje puede durar décadas. La menopausia puede ocupar un tercio o incluso la mitad de la vida de una persona.

A pesar de todo el tiempo que pasamos en esta zona, sabemos muy poco sobre ella. Muchas entran en esta era totalmente desprevenidas. Aproximadamente la mitad de los seres humanos pasarán por ella, pero rara vez se habla abiertamente de ella. Y cada una de nosotras lo experimenta de forma diferente. Está la biología, pero también el contexto de nuestras vidas: las relaciones, la raza, el acceso a la atención de la salud, los antecedentes familiares.

A mis 46 años, llevo tres experimentando lo que Gunter llama síntomas de “transición a la menopausia”. Tengo sudores nocturnos y menstruaciones abundantes. También necesito orinar todo el tiempo, incluso 10 minutos después de haber orinado por última vez. A veces siento la vagina como una cáscara quebradiza.

Es fácil centrarse en los inconvenientes. Pero junto a estos cambios hormonales, nocturnos y vaginales, he experimentado un relajamiento, una apertura. En los últimos tres años, he hecho cambios que apenas podía imaginar hace una década. Me han salido canas. Empecé a tomar antidepresivos. Dejé de beber. Pido ayuda más a menudo. Me peleo menos con mi madre. Me siento más porosa, abierta a los demás, menos preocupada por mí misma.

Mi primer instinto, cuando me miro al espejo, no es juzgarme, sino simplemente intentar verme, con los ojos claros y ser realista.

En su libro de no ficción Flash Count Diary, la novelista Darcey Steinke explica cómo descubrió que los sofocos pueden dar lugar a una mayor empatía. “Los sofocos surgen de forma espontánea. No puedes controlar tu cuerpo, y esto hace que las mujeres sean más empáticas con otras que sufren”, explica a Steinke Pauline Maki, del Centro de Investigación sobre la Mujer y el Género de la Universidad de Illinois en Chicago.

Me gustaría saber aproximadamente cuántos años más herviré mis copas menstruales de silicona, o si debo comprar un bote de lubricante a granel. Me pregunto si la abrumadora tristeza que siento a veces se debe a las subidas hormonales o a lo lúgubre del mundo.

Pero he alcanzado un nivel de paz que no creía posible. A menudo esa paz proviene, refrescantemente, de una falta de voluntad para que me importen un comino las trivialidades.

Mi anterior incapacidad para imaginar la mediana edad es tanto un fallo de mi propia imaginación como de la cultura estadounidense, hipercentrada en la juventud, que ofrece pocas imágenes significativas o debates sobre la mediana edad femenina. Esta etapa implica incertidumbre y pérdida, pero la conversación cultural también debería abarcar la riqueza, la expansión y el crecimiento que la acompañan. El devenir más profundo.

Puede que no reconozca del todo a la mujer que veo cuando me miro en el espejo, pero siento curiosidad por ella. Voy a seguirla. Creo que me llevará a algún lugar interesante.

Traducción: Ligia M. Oliver

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