Un momento que me cambió: al oír gente burlarse de mí, mi culpa se hizo rabia
Cuando llevaba a mi hija al trabajo me criticaban, igual que cuando la dejaba en casa. Con el tiempo me di cuenta de que las únicas opiniones que me importan son las de mis hijos, entonces, mi culpa se hizo rabia.
Cuando llevaba a mi hija al trabajo me criticaban, igual que cuando la dejaba en casa. Con el tiempo me di cuenta de que las únicas opiniones que me importan son las de mis hijos, entonces, mi culpa se hizo rabia.
En 2013 me invitaron a dar una conferencia sobre viajes en Dublín y me llevé a mi hija de 18 meses, sin culpa. Como escritora y fotógrafa profesional de viajes, mis presentaciones habían sido bien recibidas, y mi hija correteaba por la conferencia con pies tambaleantes, encantando a compañeros ponentes y asistentes. Después, llevé a mi hija y a mi amiga Germaine, que había venido a apoyarme, al bar reservado para los asistentes. Fue entonces cuando oí sus burlas.
Cuatro personas, tres hombres y una mujer, estaban sentadas justo enfrente de mí, compartiendo la misma mesa, lanzándome miradas de reproche y susurrando en voz alta para que pudiera escucharlos. “¿Quién trae aquí a un niño?”, oí decir a uno de los hombres. Su conversación en voz baja lo decía todo. Yo era una mala madre, entonces, mi culpa se hizo rabia.
Diez años después sigo repitiendo ese momento en mi mente. Hasta entonces, siempre me había sentido culpable cuando viajaba por trabajo. Al fin y al cabo, vivía en Estocolmo y el permiso parental sueco era uno de los más generosos del mundo, con más de un año de vacaciones pagadas. ¿Por qué no optaba simplemente por dejar de trabajar y quedarme en casa? ¿Qué quería demostrar?
Siempre he cargado con ese sentimiento de culpabilidad de mamá, tanto si me llevaba a mis hijos (ahora tengo dos) a un viaje de trabajo como si no. A lo largo de los años he derramado muchas lágrimas en los aviones y en las habitaciones de hotel, porque a menudo era demasiado agotador explicar a completos desconocidos que yo era el sostén de la familia y que necesitaba trabajar para mantenerla.
Fue en esa conferencia cuando mi sentimiento de culpa se transformó en rabia. ¿Cómo se atreven a juzgarme si no conocen mi historia? Lo irónico hoy es que Instagram está plagado de perfiles de personas influyentes que viajan en familia. Llevar a tus hijos de viaje se ha convertido en algo aceptable y normalizado, siempre y cuando lo hagas como una unidad familiar y no como una madre trabajadora.
Por desgracia, viajar por trabajo como unidad familiar no era una opción para mí, aunque lo ansiaba. Mi entonces marido quería que nos quedáramos en casa. Como inmigrante, no podía permitirme ser una madre que se quedaba en casa viviendo sin más de las prestaciones suecas de conciliación de la vida laboral y familiar. Así que empecé a viajar por trabajo sin mi hija. Cuando llegó mi hijo, las preguntas críticas de los demás se transformaron en “¿Quién cuida de tus hijos? ¿Cómo puedes dejarlos? Debes de ser muy afortunada por tener un marido que cuida de tus hijos…”.
¿Era realmente una mala madre por no elegir un trabajo socialmente más aceptable? ¿Por no encoger mis sueños y hacerlos manejables para que otros los consideraran suficientemente dignos de la maternidad?
Aquel momento de ira en la conferencia me hizo darme cuenta de que nada de lo que hiciera en la vida sería suficiente para quienes se empeñaban en hacer suposiciones sobre mí.
Seguí viajando precisamente por mis hijos. Trabajaba contra los estereotipos, les abría nuevos mundos de posibilidades profesionales, les permitía verse reflejados en su madre, una inmigrante africana en su tierra natal, Suecia. Hacerles saber que nunca tienen que conformarse con lo que la sociedad dice que es el límite superior para los niños suecos, que además resultan ser morenos o negros, en los países nórdicos.
He luchado con todos los mensajes contradictorios sobre si las mujeres pueden tenerlo todo. Sobre todo, porque yo formaba parte del grupo más duramente juzgado en lo que respecta a la crianza de los hijos: una madre trabajadora con hijos pequeños que viaja a menudo.
Es una elección para mostrar a mis hijos que hay muchas maneras de ser una madre cariñosa más allá de la mera domesticidad. Estoy rompiendo esas cajas para que sus mundos nunca estén enmarcados por “lo que no se debe hacer” ligado únicamente a los roles de género.
Aunque mi sentimiento de culpa como madre empezó a perder fuerza hace mucho tiempo en aquella conferencia, finalmente se evaporó este verano. Estaba en Estonia para un taller de fotografía de una semana. Mi hija, que ahora tiene 11 años, vio mi actualización de estado de WhatsApp y me envió este mensaje: “Me hace feliz verte sonreír”.
Ese día lloré en la habitación del hotel porque me di cuenta de que la opinión de mis hijos es lo único que me importa. Observan lo que ilumina los ojos de sus padres. Sienten nuestros cambios de humor y observan lo que nos produce una alegría desenfrenada, además de darles el beso de buenas noches y los abrazos más apretados. Son testigos de lo que significa aparecer plenamente en tu vida.
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