¡Auxilio! ¡Estamos a 1,000 billones de grados! La obra de arte del Big Bang que hace llorar a los científicos
Los datos se convierten en sensación. Foto: Claudia Marcelloni CERN

“Adéntrate en el corazón del Big Bang”, dice el anuncio de Halo, una instalación audiovisual de 360 ​​grados que abre ya Brighton, Reino Unido. Sí… cómo no. En realidad no podrías “dar un paso” en el Big Bang sin viajar primero 13,800 millones de años atrás en el tiempo y luego ser miniaturizado al extremo. Después de todo, el universo tenía, según un cálculo, apenas 17 centímetros de diámetro en sus inicios.

Además, estaba oscuro dentro del Big Bang. No había luz en absoluto. Y si te hubieras quedado ahí por 380,000 años, según la NASA, hubieras podido ver algo porque fue entonces cuando los electrones libres se encontraron con los núcleos y crearon átomos neutros que habrían permitido el paso de la luz. Pero, ¿quién tiene 380,000 años para esperar en la oscuridad?

Y luego estaba el calor, Dios mío, el calor. Si entraras al Big Bang, habrías obtenido más que un bronceado. No soy un científico, pero incluso yo sé que no había selfies, ni tampoco globos oculares, ya que sus puntos de fusión son mucho más bajos que los 1,000 billones de grados Celsius que prevalecían en ese momento. Y eso está muy por encima de los parámetros de salud y seguridad en el Centro Attenborough de Artes Creativas de la Universidad de Sussex, donde Halo se estrenará esta semana.

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A punto de tener 93,000 millones de años luz de ancho… los visitantes entran en Halo. Fotografía: Claudia Marcelloni / Cern

Halo es la obra de Ruth Jarman y Joe Gerhardt, artistas a los que les gusta dramatizar eventos cósmicos extremos con ayudas visuales. A los astrofísicos también les gusta hacer esto. Stephen Hawking imaginó a un astronauta que pasaba como si fuera espagueti mientras cruzaba el event horizon (ese punto en el que nada afecta a quien lo ve) hacia un agujero negro (un astronauta más delgado habría quedado reducido a ser un fideo). El término Big Bang fue acuñado por el astrónomo Fred Hoyle, aunque en realidad él rechazó la teoría. Tal vez, como yo, encontró términos insuficientes para “big” y “bang” para un evento que explotó incluso más rápido que mi cintura durante el confinamiento, pasando de casi nada a un diámetro de 93,000 millones de años luz (o sea, el universo, no el tamaño de mi cinturón).

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Sin perder el ímpetu, Jarman y Gerhardt han convertido datos en bruto extraídos de colisiones de partículas subatómicas en el CERN en Suiza (donde han estado trabajando como artistas) en una mezcla de luz, sonido y curiosos efectos tangibles. “Hemos puesto los datos en un formato en el que se pueden sentir”, dice Jarman. “Los datos se convierten en sensación”.

Entro en Halo para probar esto. Las luces parpadean en las pantallas y bajo los pies, creando puntos que se convierten en espirales, senderos y otras formas evanescentes. Al mismo tiempo, escucho un estruendo sintetizado de sonidos que se asemeja a un cruce entre el ciclo de secado rápido de una lavadora y un alboroto industrial. No siento que haya entrado en el Big Bang, pero todavía tengo que experimentar lo que ellos llaman “lo sublime tecnológico” en el que los datos se traducen en algo mucho más desquiciante que patrones bonitos.

“Lo que no queremos hacer”, dice Gerhardt, “es producir algo como esas fotografías coloreadas de nebulosas y supernovas”. Sus imágenes, por el contrario, son de baja fidelidad en blanco y negro, mientras que lo que escucho es cualquier cosa, menos sinfónico. “Tratamos de hacer sonidos que resuenen físicamente en tu cuerpo y provoquen un efecto emocional”. Ciertamente me emociona, tal vez porque estoy captando fuerzas hasta ahora más allá de mi experiencia.

Dentro de Halo, 384 cables verticales forman un círculo que rodea a los visitantes, cada uno de los cuales muestra patrones de datos en sincronía con las luces. Si tocas un cable resonante puedes convencerte de que estás sintiendo que el universo comienza a existir. “Está en un ciclo de 60 minutos”, dice Gerhardt, sobre el sonido y la visión. “Pero no podrás decir eso”. Por mi parte, quiero quedarme hasta el final, pero, dado el reducido número de visitantes impuesto por el distanciamiento social, la demora sería egoísta.

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Jarman afirma que a los científicos de CERN les encanta entrar en Halo pues al parecer perciben ahí una simulación de la elegancia que encuentran en las ecuaciones y teorías. “Para mí”, dice la profesora Antonella De Santo, la física de la Universidad de Sussex involucrada en el proyecto, “esta es la primera vez que percibo la belleza científica que experimento en mi carrera en forma artística”. Ella me dice que se paró en el centro de Halo con los ojos cerrados y escuchó el ritmo de la formación de la materia en forma de sonido.

En realidad, Halo no consiste en conseguir que los científicos se emocionen. Semiconductor, como el dúo detrás de Halo se llama a sí mismo, es algo más desconcertante: pretende que los humanos experimenten lo que sucede más allá de los límites de la experiencia humana, las vastas fuerzas de la naturaleza que operan en la Tierra y más allá, o cambiar los imponderables de la física cuántica, en forma visual y auditiva.

En 2016, su instalación Earthworks utilizó datos sísmicos de volcanes, terremotos, glaciares e impactos humanos para crear una cautivadora animación de cinco canales generada por computadora que, en sonido y visión, simuló la evolución de los paisajes durante miles de años. Luego pasaron de lo macro a lo micro, creando una instalación llamada Parting the Waves que intentaba hacer perceptible lo subatómicamente imperceptible por medio de una película codificada por colores. El próximo proyecto de Semiconductor los llevará a trabajar con físicos de la Universidad de Dundee que han recopilado datos sobre la formación de los planetas.

Ni Jarman ni Gerhardt tienen formación como científicos. Más bien, lo que hacen es una especie de arte científico externo. Esa perspectiva ajena les da una idea refrescante de lo que significa la ciencia. “Pensamos en la ciencia como si se tratara de hechos”, dice Jarman. “Pero ¿qué son los hechos? ¿Y qué son los datos? Mucho de lo que saben los científicos se parece más a la ficción. Lo que estamos haciendo es revelar sus marcos teóricos de una manera que todos puedan entender. Sin un marco, no podríamos saber nada. Pero ese marco no está fijo. Eso es un asunto pendiente”.

La profesora De Santo está de acuerdo con ellos. “Los mejores científicos son humildes. No presumen de saberlo todo. Viven en la incertidumbre”. De hecho, para ella esa actitud humilde es lo que guía su trabajo, que está a la vanguardia de la nueva física que va más allá de lo que se conoce como Modelo Estándar. Ese modelo, explica, nos dijo que había 17 componentes básicos de la naturaleza: seis quarks, seis leptones, cuatro partículas portadoras de fuerza y ​​el bosón de Higgs. “Pero el cuadro estaba incompleto. No incluía la gravedad. Nos decía que los neutrinos no tienen masa, y la tienen. Y que no incluía materia oscura. No creo en una teoría del todo. No soy tan arrogante como para suponer que alguna vez lo sabremos todo“.

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Jarman se ríe cuando sugiero que Semiconductor está realizando una especie de encantamiento ritual, convirtiendo los datos grises en algo que nos sacude de nuestra cotidianeidad y que nos haga sentir la extrañeza y el encanto del mundo más allá de la experiencia humana, pero no lo niega. Cuando termina mi visita, me preparo para volver a entrar en lo cotidiano. Mientras sigo la señal de salida de neón verde y salgo de Halo, pienso que probablemente no había una señal como esa en el Big Bang real.

 Halo se estrena en el festival de Brighton a partir del 19 de mayo.

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