La Royal Shakespeare Company: a 60 años de una revolución teatral
Ambicioso… Jonathan Slinger en Richard III de la Royal Shakespeare Company en Roundhouse, Londres, en 2008. Fotografía: Tristram Kenton / The Guardian

¿Qué hay en un nombre? Mucho, como suele suceder. En 1960, Peter Hall creó una revolución teatral. Convirtió un festival de Shakespeare en Stratford-on-Avon en una empresa de todo el año, con un elenco permanente, con una segunda casa en Londres y con una mezcla de trabajo clásico y contemporáneo. Pero no fue sino hasta el 20 de marzo de 1961 que la aventura recibió el nombre con la que la conocemos ahora: la Royal Shakespeare Company. Y como cínicamente lo subrayó el director William Gaskill: en el nombre lo  “tiene todo, excepto a Dios”.

Sesenta años después, aunque celebremos la supervivencia de la Royal Shakespeare Company, RSC por sus siglas en inglés, surgen nuevas dudas. ¿Para qué sirve? ¿Cómo se adapta al mundo cambiante? ¿Todavía creemos en grandes instituciones de teatro? Lo fascinante, al revisar la historia de la RSC, es la cantidad de retos que enfrenta desde el principio. Los productores del West End, encabezados por el todopoderoso Hugh Beaumont en el HM Tennet Globe Theatre, se sintieron amenazados por su presencia en Londres. El Consejo de las Artes tardó en ayudar a subsidiar la empresa y siempre se aseguró de que se le tratara como al pariente pobre. Además, la gran visión de las compañías permanentes pronto perdió el lustre idealista. En 1973, Hall, enfrentándose a un panel de teatro del consejo de artes cuando se hizo cargo del National Theatre, indicó que “los sueños radicales del ayer se convierten en las instituciones del presente a las que hay que despreciar y combatir”.

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Al menos en la década de los 60, Hall tenía la ventaja de estar creando algo nuevo. También descubrió la forma de darle una identidad propia a la RSC. Una de esas formas fueron los grandes proyectos, como la producción de 1963 de The Wars of the Roses. Esta obra épica que reúne las tres partes de Enrique VI y Ricardo III fue el epítome de una década de fascinación con la brutalidad de las políticas del poder. Hall también apoyaba los experimentos. En 1963 le dio a Peter Brook, su codirector, la libertad para trabajar en un collage inspirado en Artaud, Theatre of Cruelty sin ninguna otra obligación que conseguir un resultado público pero de allí se originó la producción sensacional de Peter Weiss Marat/Sade. Para mi, sin embargo, algo de los mejor de los años de Hall fue su propia producción de The Homecoming de Pinter, que ofrecía el espectáculo sin precedentes de prestarle la misma atención al detalle del texto que la compañía daba a Shakespeare.

Es fácil tener un romance con los 60 pero fueron tiempos difíciles. El problema para los sucesores de Hall era redefinir la RSC en un mundo cambiante en contra de, por ejemplo, el contexto de las tormentas económicas de los 70 y el marketing de todo con Thatcher en los 80. Increíblemente, la RSC sobrevivió pero siempre con las cosas al límite. En 1986 fui parte de un estudio sobre el trato realizado por el consejo de artes encabezado por Sir Kenneth Cork. Durante una reunión nos presentaron un documento que buscaba la abolición de la RSC para que su subsidio se distribuyera entre los teatros regionales. Se rechazó la idea con base en que se estaría sacrificando un activo nacional y no se podría hacer lo suficiente para apoyar a las regiones. Sólo menciono esto ahora como ejemplo de lo complicado que era sobrevivir en ocasiones para la RSC.

Al retroceder en el tiempo desde 1976 hasta 1991, cuando Trevor Nun dirigía sólo la RSC, luego Nunn y Terry Hands, y finalmente Hands solo, me sorprende la calidad de las producciones individuales y el impresionante volumen de trabajo que realizaba la compañía mientras expandía su territorio. En 1976 absorbió The Warehouse, ahora llamado Donmar, en Covent Garden. En 1982 se mudaron del Aldwych al Barbican y tenían un estudio de teatro en el Pit. En 1986 abrieron un tercer teatro en Stratford in the Swan. En algún punto en 1987 la RSC estrenó 15 producciones nuevas en Stratford y 14 en Londres, además de reestrenos y transferencias. Fue un crecimiento tan grande que no podía durar mucho y con el tiempo empezó a sufrir de gigantismo.

Aunque tal vez sería fácil acusar a Nunn y Hands de construir un imperio, mucho del trabajo que hicieron ellos y sus asociados fue fenomenal. Se me amontonan los recuerdos. En 1974 en la temporada el Aldwych estuvo Travestis de Tom Stoppard, con la actuación estelar de John Wood, y la producción de David Jones, Summerfolk de Gorki, que rivalizaba con la puesta en escena del Teatro de Arte de Moscú. En una temporada en Stratford en 1976 Judi Dench y Donald Sinden estuvieron en Much Ado About Nothing de John Barton y la revelación de Trevor Nunn de Macbeth en The Other Place con Dench y Ian McKellen.

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En 1980 se tenían no sólo uno sino dos proyectos épicos en el Aldwych. Primero vino John Barton con un ciclo de 10 obras, The Greeks, basado en Eurípides y confrontando la cuestión central de cómo vamos a vivir nuestras vidas. En la misma temporada, Nunn y John Caird estrenaron una versión de dos partes de David Edgar de Nicholas NIckleby, que yo me tardé en apreciar pero que se convirtió en uno de los más grandes hits de la compañía.

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Un elenco de color… Simon Manyonda y Paterson Joseph en Julio César en 2012. Fotografía: Tristram Kenton / The Guardian

Con el tiempo, la RSC tuvo que someterse a la presión y diferentes directores han tratado de adaptarse a nuevas circunstancias. Adrian Noble, de 1991 a 2002, recortó la operación, marginó la creación de nuevos textos y dio preferencia a las producciones independientes, lo cual contradecía los principios de la compañía. Cuando se hizo cargo de la compañía, Michael Boyd restableció el ethos de la compañía y supervisó la remodelación radical del teatro Royal Shakespeare y realizó grandes proyectos: el más ambicioso fue un ciclo completo de las historias de Shakespeare que en 2008 se llevaron de Stratford al Roundhouse de Londres.

En 2012, Gregory Doran tomó el lugar de Boyd. Al presentar las 36 obras en el First Folio logró evitar la repetición mortal en las taquillas. Doran también aumentó la diversidad en el reparto. Una de sus mejores producciones fue la de Julio César con un reparto entero con gente de color. Con la ayuda de Erica Whyman, su subalterna, logró presentar el trabajo de más mujeres directoras. Además, utilizó nueva tecnología para The Tempest en 2016, con un avatar digital en el escenario, y en la actualidad está la co-producción en línea de Dream con su mezcla de actores y tecnología de videojuegos.

Pero ¿en realidad necesitamos todavía a la RSC? Y ¿cómo tiene que cambiar en el mundo post Covid? Yo diría que tiene que sobrevivir sobre las bases de que mantiene vivo el repertorio clásico, no sólo Shakespeare sino la riqueza de obras de 1580 hasta el siglo XIX que de otra forma nadie vería. Pero hay mucho que hacer. Yo diría, con toda la pasión que cabe dentro de mí, que incluso en esta época en la que se subordinan las palabras a la imagen, se necesita revivir el enfoque en el texto y en la voz siguiendo el camino de sus pioneros John Barton y Cicely Berry. Lo que antes era lo más importante ahora es una consideración menor. En la actualidad, me gustaría ver obras nuevas que retomaran lo que antes era básico. En momentos en los que la vida parece estar llena de mentiras y corrupción, los escritores del calibre de Lucy Prebble , Lucy Kirkwood, Laura Wade y James Grahan deberían recibir encargos para escribir obras de gran escala que traten los temas de la época. Aunque la televisión sea muy atractiva, resulta vital que la RSC atraiga a los mejores actores. Nada más al revisar la lista de los actores asociados uno muere por ver a artistas como Adjoa Andoh, Paapa Essiedu, Noma Dumezweni, Alex Jennings, Greg Hicks y David Suchet presentándose regularmente en los escenarios. 

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La vida en Gran Bretaña cambió radicalmente desde que se creó la RSC. Pero Hall creía en la interacción entre Shakespeare y la nueva escritura, en la importancia del texto y en el valor de la permanencia y eso me parece que es tan importante ahora como entonces. Harold Wilson alguna vez dijo que el partido laborista es una cruzada o no es nada. En la misma vena, yo diría que la RSC es una compañía o no es nada.

La-Lista de las 10 mejores obras de la RSC según Michael Billington

  1. King Lear (1962). La producción innovadora de Peter Brook tenía ecos de Brecht y de Becket y se construyó en torno a la actuación magnética de Paul Scofield de Lear como un autócrata irascible.
  2. The Wars of the Roses (1963). Un gran logro de la compañía con Peggy Ashcroft y David Warner a la cabeza. La lucha por el poder de los Plantagenet se volvieron muy relevantes en los 60s.
  3. Macbeth (1976). La íntima producción de Trevor Nunn hacía sentir al público que era cómplice de las maquinaciones de McKellen y Dench como los Macbeth ambiciosos y asesinos.
  4. The Greeks (1980). Una pieza fenomenal de historias en las que la producción de John Barton nos lleva desde el sacrificio inicial de Ifigenia de Aulide hasta su redención en Tauris.
  5. Cyrano de Bergerac (1983.) Una hermosa producción pictórica de Terry Hands en la que Derek Jacobi y Sinéad Cusack capturaban el doloroso romanticismo detrás de la conmovedora fábula de Rostand.
  6. Les Liaisons Dangereuses (1985). Las matemáticas de la conquista sexual exploradas de manera brillante en la adaptación de Christopher Hampton, la producción de Howard Davies y las actuaciones de Alan Rickman y Lindsay Duncan.
  7. Ghosts (1993). La producción de Katie Mitchell no sólo contaba con un gran reparto, incluyendo a Jane Lapotaire y Simon Russell Beale, además imaginativamente capturó la atención del crudo clima de Noruega en el comportamiento individual.
  8. The History Cycle (2008)La culminación de la exploración de Michael Boyd de los logros centrales de Shakespeare: una producción que nos recordaba los ecos internos de las obras y la presencia inescapable de la muerte.
  9. Julius Caesar (2012). Gregory Doran revivió este debate ético sobre el asesinato al transportarlo a un estado moderno de África y por la puesta en escena con un reparto de gente de raza negra encabezada por Paterson Joseph Cyril Nri y Ray Fearon.
  10. Kunene and the King (2019). La obra de John Kani, con la memorable actuación de él mismo y de Antony Sher, se desarrolla en Sudáfrica post apartheid y, utiliza al Rey Lear como punto de referencia, y demuestra cómo no se resolvieron los antagonismos ancestrales.

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