Pablo Neruda: un poeta a la mesa
Pablo Neruda le profesaba un amor profundo a la gastronomía. Foto: Fundación Pablo Neruda

Dicen que no hay amor como el amor a la comida, y uno de los poetas de más renombre universal, Pablo Neruda, dedicó algunas de sus páginas más importantes al buen comer y beber que experimentó a lo largo de su vida.

Lo mismo a las papas fritas que a los tomates o a la chilena sopa de congrío, la exaltación gastronómica en la obra de Pablo Neruda, que habló con la misma pasión del amor o de los pueblos de América, quedó plasmada en sus Odas elementales, donde se dedica a desgranar los placeres de la vida.

“Quiero poemas mancillados / por las manos y el cada día, / versos de hojaldre que derritan / leche y azúcar en la boca, / el aire y el agua se beben, / el amor se muerde y se besa. / Quiero sonetos comestibles, / poemas de miel y harina”, detalló el vate chileno en su libro Estravagario.

Sus andanzas por todo el mundo lo llevaron a probar sabores de distintos puntos del planeta. Desde España hasta Hungría, y desde Chile hasta México, el también diplomático andino tuvo oportunidad de degustar numerosos sabores que fueron exaltados en odas culinarias.

“Para Neruda, ‘la alegría de convivir era la alegría de concomer’, y la amistad no sólo debe ser generosa sino sabrosa”, detalla José Luis Díaz-Granados en su libro El escritor y sus demonios. Ensayos y artículos.

La labor de Neruda, sin embargo, no se limitó a exaltar la comida. De acuerdo con Iratxe Agirre, académica de la Universidad del País Vasco, su gusto por las cosas esenciales le permitió desacralizar la poesía.

“Se podría decir que hasta antes de esa ola renovadora de la poesía con la Generación del 27 y poetas como Pablo Neruda o Vicente Huidobro, y posteriormente con Gabriel Celaya o Blas de Otero, el poema era el coto de lo inalcanzable. Con Neruda se pudo trasladar lo sensible cotidiano a ese universo”, señala.

Durante su discurso al aceptar el premio Nobel de literatura, Pablo Neruda se hizo un tiempo para dedicarle unas palabras a sus héroes: los panaderos.

“A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree Dios. Él cumple su majestuosa y humilde faena de amasar, meter al horno, dorar y entregar el pan de cada día, con una obligación comunitaria”, señaló.

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