Construir a un superhéroe: cómo Pelé se convirtió en más leyenda que hombre
La más grande del genio de Pelé existe principalmente en lo abstracto. Foto: Getty Images/Bettmann Archive.

Casa Pelé, la pequeña vivienda de dos habitaciones en Três Corações donde nació Pelé en 1940, ahora es una popular atracción turística. Como no hay fotografías o descripciones sobrevivientes de la casa original, la reconstruyeron completamente a partir de los recuerdos de la madre de Pelé, Dona Celeste, y su tío Jorge, con muebles de la época y adornos comprados en tiendas de antigüedades. Entonces, lo que hoy le da la bienvenida a los visitantes en realidad es una vaga interpretación de la casa donde uno de los futbolistas más famosos de la historia pasó sus primeros años: una mezcla de recuerdos nublados y detalles selectivos. En la entrada, un radio inalámbrico reproduce canciones de la década de los 40 en un bucle infinito.

Resulta que así también es como se recuerda a Pelé actualmente. Ya pasaron 50 años desde que jugó su último partido para Brasil. Sólo una fracción de su carrera rica y prolífica sobrevive en video. La mayoría de nosotros jamás lo vio jugar en vivo. Entonces, la mayor parte del genio de Pelé sólo es abstracta: algo que escuchaste o sobre lo que leíste, en lugar de algo que viste. Un hecho heredado en lugar de una experiencia vivida, un producto procesado en lugar de un documento orgánico.

Por ello, naturalmente las escenas más emocionantes y vívidas de Pelé, la nueva película biográfica sobre el legendario futbolista brasileño, son en las que juega futbol: su velocidad pura, los elegantes caños, los disparos implacables, y gambetas tan precisas como la música. El legado de Pelé se convirtió en una cosa fragmentada y disputada a través de las décadas, pero el futbol en sí mismo es, por lo menos, algo puro. Y en estos pasajes, cuando vuela entre los defensores como si funcionara en un plano de inteligencia distinto, o cuando las cínicas tácticas de sus rivales consisten en molerlo a patadas, o cuando define los partidos más importantes con demostraciones eufóricas de habilidad, Pelé vive como merece vivir: con el balón en los pies. Y en ellos, el balón se convertía en lo que tú quisieras.

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Hay un efecto cinemática natural en el arco de la carrera de Pelé, sería muy complicado hacer un guión más perfecto: su espectacular presentación a los 17 años en el Mundial de Suecia 1958, seguida por un mar de pruebas y crisis en la década de los 60, y el cierre impecable con el regreso triunfal del protagonista en el Mundial de México 1970. Este es el arco que Pelé sigue al pie de la letra: artísticamente hablando, el último medio siglo en la vida de Pelé (el New York Cosmos, la paz mundial, disfunción eréctil, Mastercard) pudo no haber pasado jamás. Lo que recibimos es a Pelé en su máximo esplendor, la fuerza de la luz y el calor y la alegría que a fin de cuentas sólo quiere hacer felices a los brasileños.

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Foto: El Gráfico, Argentina/Wikicommons

Y al mismo tiempo, no se trata de una hagiografía. Los encuentros extramaritales de Pelé y una relación incómodamente estrecha con la sanguinaria dictadura militar de Brasil se cuestionan a detalle, rearmados con metrajes de archivo, entrevistas con sus compañeros de equipo, políticos y periodistas, y con acceso sustancial al mismo Pelé. Por accidente o por diseño, Pelé no emerge como un virtuoso héroe conquistador, sino como una estrella imperfecta y crédula: el hombre que podía hacer todo en el terreno de juego, pero fuera de él sufrió bajo el producto de las fuerzas que no pudo controlar ni comprender. Tal vez las escenas más crudas y conmovedoras son del mismo Pelé, con problemas de salud a sus 80 años: entrando en silla de ruedas a la habitación donde las cámaras esperan para entrevistarlo, levantándose con dificultades, y suspirando profundamente.

Pelé nunca ha sido el más confiable de los narradores. Muchas de las historias que cuenta sobre sí mismo (como la ocasión en que supuestamente detuvo una guerra civil en Nigeria en 1969) ya han sido desmentidas. Sus número récord de goles anotados se han visto sujetos a sospechas y críticas. En un momento de la película, nos cuenta que jamás soñó con ser futbolista. Más tarde, cuenta que consoló a su acongojado padre después de que Brasil perdió la final del Mundial de 1950 contra Uruguay, y le prometió ganarla algún día. Una de estas es claramente mentira. Pero ambas se incluyen en el filme.

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Pero entonces, cuando has vivido una vida tan azarosa y celebrada como la de Pelé, la memoria se convierte en algo vago y astillado. Pelé no creó su historia de la nada, aún cuando probablemente disfrutó la mayor parte. No se la pasa todo el día alterando sus cifras de goles en Wikipedia. Pelé se cree por completo su propio mito porque durante más de 60 años, el curso de su vida lo ha llevado inevitablemente en esta dirección. Al final, tal vez lo que recuerdas termina siendo lo que recuerdas haber recordado, o lo que alguien más recuerda, la anécdota bien definida que has pasado más de la mitad de tu vida puliendo para una serie interminable de entrevistadores. Tal vez, a través del tiempo, los hechos y las leyendas se fundieron en uno solo, al punto de que no tienen sentido separarlos. Esto no se trata de héroes y fraudes, verdades y mentiras. Se trata de la urgente necesidad de la generación de Pelé de exaltar a este hombre sobre todos los demás en lo que es esencialmente la historia de un deporte de equipo.

“Pelé saltó a la fama en el momento del nacimiento de Brasil como un país moderno”, dice el expresidente Fernando Henrique Cardoso en la película. “Se convirtió en el símbolo de la emancipación brasileña”, dice el músico Gilberto Gil. “Hizo que los brasileños volvieran a amarse a sí mismos”, dice Juca Kfouri, periodista y amigo de Pelé. Todo esto se nos cuenta como si se tratara de verdades absolutas, en lugar de escrutarse como lo que es: una historia, una teoría persuasiva en la que el joven Pelé aparece imaginado como el emblema de la floreciente economía brasileña y la creciente autoestima nacional en la década de los 50.

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Pelé en el Mundial de Suecia 1958. Foto: Scanpix/Wikicommons

Una abreviación similar puede aplicarse a la creciente fama de Pelé, que se narra con la credulidad de un milagro bíblico. El adolescente estelar que regresa del Mundial de 1958 es guapo y carismático, joven, atlético y brillante. La virtud genera fama, y con el crecimiento de la televisión proyectando su rostro y talento ante una audiencia masiva, lo inverso también resulta ser verdad. ¿Hasta qué punto Pelé es digno de todo esto? ¿Hasta qué punto le otorga una carga intolerable? ¿Hasta qué punto su inocente e inofensiva persona pública (el Pelé de los comerciales) un medio para lidiar con los niveles ridículos de fama y expectativas puestas sobre él mientras era básicamente un niño?

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Sería interesante ver las escenas que no quedaron en la versión definitiva. Las mujeres en la vida de Pelé (su familia, su primera esposa, un número indeterminado de hijos) apenas se mencionan. El dinero casi no se menciona: durante más de una década, Pelé le confió sus asuntos financieros a su agente, Pepe Gordo, quien invirtió una parte significativa de la fortuna de Pelé en un gran número de negocios fallidos. A finales de la década de los 60, Pelé estaba en bancarrota y se vio obligado a pedirle a su club, Santos, un préstamo bajo términos no favorables. Este traumático episodio tuvo un impacto definitivo en Pelé, quien de alguna manera ha pasado el resto de su vida persiguiendo las riquezas que cree que le pertenecen.

En su lugar, la película toma un agudo, oscuro y emocionante giro hacia la política. En 1964, un golpe militar (respaldado por Estados Unidos) derrocó al gobierno democráticamente electo de João Goulart, y estableció un brutal régimen autoritario, caracterizado por la torura y asesinato de los disidentes políticos. El entrevistador le pregunta a Pelé si la dictadura cambió algo para él. “No, el futbol siguió igual”, responde Pelé, ecuánime, mientras escenas de él anotando goles se intercalan con noticias de las violentas protestas.

Por supuesto, admite, sabía poco sobre lo que estaba pasando, aún cuando posó para fotografías con el General Médici en eventos oficiales, sonriendo y estrechando manos en imágenes que seguramente sabía que serían distribuidas alrededor del mundo como propaganda del régimen. Pero incluso ahora, no tiene arrepentimientos, ni angustia moral, mucho menos remordimientos genuinos sobre el curso de las acciones que, insiste, eran la única opción realista. “¿Qué hacías durante la dictadura? ¿De qué lado estabas? Te pierdes en cosas así de vagas” dice con un tono que no evoca tanta incomodidad como indiferencia vaga.

En la era de los atletas activistas, la inmaculada neutralidad de Pelé se presenta tan irritante como comprensible: el hastío de un no combatiente octogenario que simplemente funciona de cierto modo. “Podrías decirme que Muhammad Ali era distinto”, dice su amigo Kfouri. “De hecho lo era, y le aplaudo por ello. Ali sabía que lo arrestarían por rehusarse a ir al ejército, pero no corría riesgos de tortura o malos tratos. Pelé no tenía garantía de eso”.

Realmente, ¿qué esperábamos que Pelé, un deportista sin ambiciones políticas o afiliaciones, hiciera frente a una junta militar omnipotente y aterradora? ¿Que se revelara, resistiera y perdiera todo? ¿Echar una mirada desafiante durante las fotografías oficiales, sólo para mostrarle al mundo lo que en realidad pensaba? Tal vez, al comparar a Pelé con un deportista activista ideal, simplemente somos culpables de hacer lo que el mundo le ha hecho a Pelé desde que emergió: moldearlo y forzarlo dentro de nuestras expectativas preconcebidas de lo que un héroe debe hacer.

El personaje de Pelé se creó para satisfacer múltiples necesidades. Para los brasileños fue un héroe inmenso, una fuente de alegría y exuberancia para un país triste y oprimido. Para los políticos que efectivamente lo mantuvieron cautivo al evitar que se fuera a Europa en la década de los 60 y al obligarlo a salir del retiro internacional para jugar en el Mundial de 1970, fue un recurso: una útil herramienta de propaganda y un ícono de devoción nacionalista. Para los patrocinadores e intereses comerciales, era un inagotable catalista para las ventas de productos y patrocinios. Para los entrenadores y compañeros de equipo, era la ruta más rápida a la gloria. Para los locutores, periodistas, escritores y cineastas, era (y aún es) una fuente de contenido. Para los cazadores de autógrafos y memorabilia, era el mejor recurso. Para una generación de aficionados al futbol, es eternamente el más grande: es prueba irrefutable de que sus propios recuerdos felices son objetivamente mejores que los de las siguientes generaciones.

Por supuesto que Pelé disfrutó del camino. Tenía 17 años. ¿Qué otra cosa iba a hacer?¿Qué otra cosa conocía? Conforme maduró, descubrió que su vida ya estaba construida a su alrededor: una indetenible serie de futbol y más futbol y cosas entorno al futbol y más futbol. Aprendió que él, y nadie más, era el show (cuando se lesionó en 1962, la asistencia a los partidos de Santos cayó un 50%). Y una vez que concluyó el espectáculo, esencialmente lo pensionaron y lo abandonaron.

El año pasado, Edinho, el hijo de pelé, afirmó en una entrevista que las complicaciones de salud de su padre lo deprimieron y lo volvieron reculido y avergonzado de salir de casa. Pocos días después, la leyenda emitió un comunicado oficial rechazando las afirmaciones e insistiendo que tenía “varios eventos programados”. Y de cierto modo, los últimos años de Pelé se sienten cada vez más como un intento de seguir alimentando el personaje que en algún momento detuvo al planeta, incluso mientras sus logros deportivos quedan cada vez más atrás.

Hay un momento particularmente punzante cerca de la mitad de la película que parece encapsular su lucha eterna. En noviembre de 1969, una enorme multitud completamente extasiada, reunida en el Maracaná, a la espera de ver el gol 1,000 de la carrera de Pelé contra el Vasco da Gama. El juego iba empatado en el minuto 78, cuando Pelé cayó dentro del área y marcaron penalti. Mientras se preparaba para cobrar, Pelé miró a su alrededor para descubrir que sus compañeros no estaban en los límites del área, sino a medio campo, deseándole el bien a distancia. No por primera vez, Pelé estaba sólo, con el balón en sus pies.

No fue un cobro excelente. Tiró a su derecha. Edgardo Andrada, el portero, se lanzó hacia su izquierda pero no llegó a tiempo. Cuando el balón giraba en las redes, Pelé ya corría para recogerlo y estrecharlo entre sus brazos. Y en ese mismo momento, lo rodeó una multitud de cientos de fotógrafos, reporteros y aficionados. Fuertes manos intentan robar el balón, y Pelé lo aleja hacia el cielo. Y de pronto, entre el tumulto, lo tira, y éste desaparece entre la turba, la multitud sigue loca, mientras Pelé lo busca. Pero ya estaba perdido. 47 años después, en Londres, el balón se vendió por más de 113,000 dólares a un coleccionista privado.

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