Por qué Wally Funk no renunciará a su misión espacial de toda la vida
'No me preocupo por nada, cariño'... Wally Funk. Foto: David Levene / The Guardian

Cuando tenía apenas un año de edad, Wally Funk descubrió los aviones. Sus padres la llevaron a un aeropuerto cercano al lugar en que vivían en Nuevo México y se paró cerca del avión de pasajeros Douglas DC-3. “Fui directo al volante del avión y traté de girar la tuerca”, dice. “Mi madre dijo: Ella va a volar”. Solo veinte años después, en 1961, la madre de Funk la dejó en una clínica de Albuquerque donde se convirtió en la participante más joven de un programa para evaluar si las mujeres pilotos de Estados Unidos podían convertirse en astronautas. No llegó al espacio, pero, casi seis décadas después, todavía lo está intentando.

Nos encontramos en la casa de una amiga de Funk, la periodista Sue Nelson que ha escrito un libro maravilloso sobre ella. Funk tiene 80 años de edad, mantiene la espalda recta y luce maravillosa. Está vestida con una playera negra con el nombre “Wally” bordado en un lado y el logo de la organización de Mujeres en Aviación Internacional del lado contrario, perfectamente fajada bajo sus pantalones negros en los que ha cosido un parche del SpaceShipTwo, el avión suborbital Virgin Galactic. Funk gastó 200 000 dólares en un boleto en 2010 y sigue esperando la oportunidad de usarlo. Funk habla de forma enérgica y ruidosa, tienes que hablar fuerte si quieres que te escuche ya que pasó toda su vida cerca de los motores de los aviones. Funk no se parece a nadie que haya conocido.

“Bueno, suéltalo”, me dice mientras me ve directamente.

Marry Wallace Funk nació en 1939. Creció en Taos, un pueblo cerca de Nuevo México, donde sus padres eran dueños de una cadena de tiendas y la dejaban hacer lo que quisiera. Creció montando su bicicleta y caballos, esquiando, cazando y pescando. Cuando tenía 14 años, la Asociación Nacional del Rifle mandó sus increíbles resultados de tiro al presidente Dwight Eisenhower, quien la contactó después. “Hice todo lo que la gente no esperaba que hiciera una chica”, dice. “No había nada que no pudiera hacer“. Se esperaba que estuviera en casa, lavada y vistiendo vestidos diferentes a la hora de la cena, pero al contrario de ello, la motivaron a pasar tiempo fuera en la naturaleza. Cuando quiso construir una casa del árbol, su padre le dio las herramientas. “Los niños de ahora no sabrían qué pensar al respecto”, cuenta.

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Funk no había considerado por completo ir al espacio, pero sí quería volar. Cuando tenía siete años se dedicaba a crear aviones de madera de balsa. A los nueve tuvo su primera clase de vuelo. Ella recuerda “el aire y lo bonito que este era, y cómo se veía el suelo. Todo esto duró probablemente como 15 minutos”.

No volvió a volar hasta su adolescencia, cuando se inscribió en el Stephens College en Missouri y obtuvo su licencia de aviación. Después estudió Educación en la Universidad Estatal de Oklahoma, principalmente porque contaba con un equipo de aviación conocido como Flying Aggies. “Como integrante de Flying Aggies, podía realizar todas la maniobras que los hombres podían, sino es que mejor”, confiesa. Después de ello, se convirtió en instructora de vuelo, la única mujer instructora, en una base militar de Estados Unidos.

Posteriormente, Funk leyó sobre el programa Mujeres en el Espacio, dirigido por William Randolph Lovelace. La NASA logró poner a un hombre en órbita alrededor de la Tierra, un doctor que había trabajado en el programa Mercury. Lovelace lanzó su programa financiado de forma privada para descubrir si las mujeres eran igual de capaces que los hombres. Funk lo contactó, le detalló su experiencia y sus logros. A pesar de ser menores de edad, se suponía que las mujeres tendrían un rango de edad entre 25 y 40 años, Funk solo tenía 22 años, fue invitada a formar parte del programa.

“El primer día dijeron: ‘Entra, no bebas, no comas'”, recuerda Funk. “Lo primero que hicieron fue tomarme la temperatura, me hicieron todos los exámenes de sangre que pudieron y después me pusieron en una silla, atada y me inyectaron (en frío) agua en mi oído”. La prueba, la cual estaba diseñada a inducir vértigo para que los científicos pudieran registrar la forma en que las participantes manejaban la situación, era dolorosa, pero Funk dice que le enseñaron a nunca rendirse ante la incomodidad. “Lo hice. Puedo hacer todo. Puedes azotarme y no me molestará”.

La llevaron a otro cuarto para relajarse, después la regresaron para hacerle lo mismo en el otro oído. “Creo que dije: Wow. Me quitaron las cintas, no me sentía mareada, estaba normal”. Por el resto de la semana “no solo me metieron agujas todo el tiempo, sino también me clavaron tubos y me dejaron con ellos. Por qué razón, no tengo idea”.

Una de las pruebas incluyó flotar en la oscuridad en un tanque de privación sensorial. “Desconecté mi cerebro y me fui a los cielos”, describe. “Me acosté ahí y me quedé. No tardaron tanto, varias horas después, aunque no tenía idea del tiempo, se escuchó una voz que me dijo: ‘Wally, ¿necesitas ir al baño?’ Yo respondí: ‘Ya lo he hecho'”. Se ríe. “Dijeron: ‘Está bien, ¿cómo te sientes?’ Dije: ‘¡Me siento genial!’ Después hubo silencio. “Y esa es la forma en la voy a dormir hoy”. Extiende sus brazos y piernas como alas de águila y dice: “Hoy dormirás mejor”. Cuando salió le dijeron que había estado ahí por 10 horas y 35 minutos y que había roto el récord. “Yo dije: Bien. Lo que sea que quieras hacer, sigue haciéndolo”.

Hubo numerosos escaneos de cerebro y rayos x. Algunos de estos exámenes fueron brutales, incluyendo uno que consistía en tragar un tubo de 90 cm para examinar su estómago. ¿Alguna vez quisiste rendirte? “Oh, cielos, no. Más alto, más rápido, más largo, ese es mi lema. Puedo salir y hacer lo que sea”. ¿Creíste que te volverías astronauta? “Absolutamente”.

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Funk y otras 12 mujeres, quienes se dieron a conocer como Mercury 13, pasaron y continuaron con la siguiente fase de la prueba. Para entonces, el programa, que no estaba autorizado por la NASA, fue cancelado después de que surgieron dudas sobre si las mujeres deberían siquiera ser parte de dicho programa. Dos de las 13 integrantes expusieron su caso en una reunión del subcomité del Congreso. Uno de los que testificó en contra de ellas fue el astronauta John Glenn, quien dijo que el incluir a las mujeres en el programa espacial “sería despreciable”.

¿Cómo te sentiste cuando terminó? “Bueno, eso no me va a detener. No importa”. ¿Te sentiste decepcionada? “No vivo ese tipo de vida. Soy una persona positiva. ¿Se cancelaron las cosas? ¿Y qué?”, continúa Wally. “¿Por qué es tan negativa la gente? Yo no me doy por vencida”.

Durante los siguientes años solicitó más pruebas para demostrar su capacidad. “Cada prueba que tomaba la superaba”, dice. “Realicé aproximadamente seis o siete pruebas diferentes en todo Estados Unidos. Después fui a Rusia y realicé los exámenes para cosmonauta. Vencí a todos“. Escribió frecuentemente a la NASA para poder entrar a uno de sus programas de entrenamiento, pero siempre le decían que no podía porque no contaba con un título de ingeniería. “Vivía en alguna parte de Ohio cuando fui a la universidad, fui con el director y dije: Quiero entrar y obtener mi título de ingeniera y él me golpeó solo así, fuerte”. Se levanta y me da un golpe en mi hombro. “Él dijo: Eres una chica, ve a economía doméstica”.

Funk continúo trabajando como instructora de vuelo y después se convirtió en la primera inspectora femenina de la Administración Federal de Aviación (FAA), como investigadora de choques de aviones. ¿Alguna vez te sentiste intimidada en todos estos ambientes dominados por hombres? “¿Por qué habría? Nunca me he sentido intimidada por nadie. Cuando estaba en la FAA, un chico se acercó un tanto a mi escritorio y trató de tocarme. Me levanté y me fui. Regresé y le comenté a mi secretaria sobre el suceso; lo despidieron al siguiente día”.

¿Hubo algún momento en el que pensaras que el tratar de convertirte en astronauta no estaba dando resultados? “No, nunca pensé eso”, asegura. “Me estás haciendo preguntas negativas. Nunca he pasado por algo negativo”. Experimentó la ingravidez en un vuelo parabólico cuando tenía 61 años. ¿Pero estás preocupada por no vivir lo suficiente para usar tu boleto de Virgin Galactic, dado que el proyecto de Richard Branson ha tenido años de retrasos? “No me preocupo por nada, cariño. Nunca has hablado con alguien como yo, ¿verdad?”, sonríe amablemente. “Soy positiva, no hay por qué preocuparse. Llegaré ahí de alguna manera”.

Su vida es extraordinaria. “Exquisita”, la llama ella. Apenas tenemos tiempo para abordar los dos años y medio que pasó viajando alrededor de Europa y África en una furgoneta con la única compañía de un perro y una ardilla. Las fotos que me muestra se vuelven más y más extravagantes. Aquí está ella con su primer avión, un biplano Stearman; ahí está la casa que construyó por sí misma; ahí está ella, montada sobre un lagarto.

Funk tuvo relaciones amorosas, pero los novios “no me enseñaron mucho”. Nunca quiso tener hijos. “No soy una persona a la que le gusten los niños”, dice, luego aclara: “Hablo de los bebés. Nunca en toda mi vida he deseado realmente tener un niño en mis brazos. ¿Sabes a cuántas personas conozco ahora, en diferentes organizaciones, que están ocupadas con sus esposos, niños, escuela y quehacer? Estoy simplemente contenta de que no tengo que lidiar con nada de ello”. Lleva una banda con unas alas grabadas en su dedo anular.

Funk todavía vuela todos los sábados cuando enseña a la gente. ¿Ves algún momento en el que tengas que detenerte? “¡No!”, grita. “Volaré hasta que me muera”. En cuanto a llegar al espacio, sería exacto decir que Funk, imparable como cohete, llegará ahí.

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