Las sirenas de Natividad, la isla de las mujeres que se hicieron buzas

Mitzi no pensó que pudiera ser buzo como su padre. No porque no lo quisiera, sino porque nunca se había visto a sí misma como uno. En la isla donde creció no se acostumbraba que las mujeres participaran en los trabajos de los hombres. Por esto le sorprendió cuando siendo adolescente vio a un grupo de biólogas bucear. Eso le sembró inquietud.

Así como a Mitzi, le pasó a otras mujeres de Isla Natividad, ubicada en el Pacífico norte, a unos 40 minutos de tocar tierra con Baja California Sur. El buceo era común en este pueblo de hombres pescadores, pero se volvió una necesidad en 2006, cuando voluntariamente acordaron no pescar una de sus especies más importantes: el abulón (Haliotis).

Llevaban algunos años con caídas en la producción pesquera y acordaron detener la captura para contribuir a la regeneración de la especie. Una consulta local llevó a que la Sociedad Cooperativa de Buzos y Pescadores, principal figura de autoridad de Isla Natividad, reservara áreas marinas. Se destinaron dos bloques en el mar de los que no se extraería nada por al menos seis años. Sin embargo, necesitaban un monitoreo para medir los resultados de sus decisiones y conseguir datos científicos sobre lo que ocurría bajo el mar.

Así que se capacitaron como buzos monitores con un programa de Comunidad y Biodiversidad (COBI), una organización que trabaja con comunidades pesqueras en aquella región. Y fue en una de esas capacitaciones dictadas por buzos y buzas donde Mitzi Leal, a sus 17 años, vio que las mujeres también podían bucear. 

“Pero en ese momento nosotras no pensábamos en incluirnos en una actividad así. Ni los hombres pensaban que se iban a unir las mujeres”, dice Mitzi más de 10 años después.

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Vista del pueblo en Isla Natividad. Foto: Patricia Ramírez.
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Costado inhabitado de Isla Natividad. Foto: Patricia Ramírez.

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En la Isla Natividad hay menos de 700 habitantes y la pesca es la actividad que mueve al pueblo. Por la cooperativa han pasado generaciones de hombres que se dedican a la captura de especies como la langosta, el abulón y el blanco. También están en otros trabajos como el procesamiento del producto o la vigilancia marítima. 

Aunque ya tienen 80 años siendo una comunidad que vive por y para la pesca, las mujeres no solían involucrarse en las tareas del mar. La mayoría cumplió con una educación básica y después se dedicó a ser esposa y madre. Los trabajos que habían podido ocupar en el ámbito eran como secretarias o trabajadoras en la planta procesadora. Algunas otras aprendieron un poco más de la pesca porque acompañaban a sus esposos a algunas capturas, buceos o rondines, pero siempre al margen de las labores principales.

Elba López recuerda que ella ni siquiera sabía lo que era una reserva marina o en qué consistía un monitoreo. Incluso cuando se trataba de un tema de importancia en la isla. A esto se sumaba que a diferencia de la mayoría, Elba no había crecido en Natividad, sino en un pueblo de Sinaloa, y fue a los 16 años que se mudó con sus papás. 

“Yo llegué sin saber nadar. Sin saber nada del mar”, dice Elba. Y aún cuando los años en Isla Natividad le hicieron aprender —al grado de tomarle gusto en mirar a los peces cuando hacía snorkel—, sus planes de vida no contemplaban la pesca, el agua ni ningún otro lugar que no fuera su propia casa.

“La verdad no tenía una visión a futuro más que criar bien a mis hijos, estar con mi esposo y vivir una vida tranquila en la isla… No tenía ningún proyecto en lo personal”, recuerda Elba.

En 2011 se armó la iniciativa para que el grupo de capacitadores les enseñara a las mujeres a bucear. A Elba le interesó formar parte, pero no pudo inscribirse. Estaba embarazada y ya tenía un niño pequeño, así que entre la crianza, los cuidados y las labores del hogar, era imposible sumarse. Para su asombro, al año siguiente se repitió la capacitación. 

En un inicio, ante los ojos de la comunidad, los cursos parecían una inquietud que iba a ser aplacada. Las mujeres tampoco estaban convencidas de que el buceo pudiera trascender. Pero bastaba sentir la emoción de ponerse los trajes, utilizar los equipos de buceo y zambullirse en el mar para ver y aprender de las especies que toda la vida habían conocido fuera del agua.

Fue en 2013, dos años después de la primera capacitación, cuando COBI invitó a aquellas que habían sido capacitadas a integrarse en un curso de monitoreo para ir con los hombres a obtener datos. La cooperativa no se negó, pero surgieron molestias, principalmente, entre los pescadores más grandes de edad. 

Las buzas recuerdan que recibían comentarios desaprobatorios sobre su participación: que si sólo estorbarían, que no serviría tenerlas bajo el agua, que sólo era una inquietud. Trabajar en el mar les parecía más un reto que un logro.

“Nosotras somos mamás, somos esposas, somos mujeres de la comunidad que no estábamos acostumbradas a algo más que estar en nuestra casa y cumplir con el rol del hogar. Entonces tuvimos que subir a la lancha y demostrarles que podíamos ser compañeros, tener participación igualitaria y trabajar hombro con hombro”, cuenta Elba.

A pesar de que había dificultades en enfrentar el rechazo comunitario, Elba dice que su mayor reto estuvo en su propio hogar, con ella misma. Tenía una niña de 10 meses y un niño de tres años cuando comenzó con el buceo, así que tuvo que buscar cómo cumplir con su labor de madre, al mismo tiempo que tomaba responsabilidad de monitora. 

“A nivel personal fue mostrarle a mi esposo que sí podía dejar a los niños y emprender una nueva aventura. Y más que nada demostrarme a mí misma que no por no tener estudios o no por no saber bien desde un inicio qué es una reserva marina, cuál es su función y cómo se sacan los datos, no podía”, recuerda Elba.

Al final del curso de monitoreo, Elba resultó seleccionada para integrarse como monitora. En esta elección también se integró Mitzi Leal.

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Fotografía de buceos de mujeres. Foto: Patricia Ramírez.
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Mujeres procesando pescado en la planta procesadora de Isla Natividad. Foto: Patricia Ramírez.

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Mitzi tiene una foto con su padre que es emblemática. Ambos se encuentran en la entrada de su casa. Ella, pequeña y dentro de la andadera, está de pie junto a su progenitor, quien viste el traje de buzo aún mojado tras haber salido del mar y le sostiene la mano. Ella dice que tiene la sangre salada como el resto de su familia que creció en Isla Natividad.

Así como esa fotografía, tiene otros recuerdos de cuando iba a las playas de Mulegé, en Baja California Sur, y su papá la subía en sus hombros, le decía que aguantara la respiración y la sumergía en el agua. Por eso, la primera vez que entró al mar para bucear, cualquier atisbo de miedo desapareció. “Ya tenía la conciencia de estar un momento debajo del agua, tranquila, respirando por la boca”, recuerda. 

Aunque Mitzi es hija de un buzo y se casó con un buzo monitor, hasta antes de los cursos ella mantenía su vida como ama de casa. Le parecía que en la sociedad cooperativa ellas no tenían la opción de ocupar un espacio para desempeñarse, por eso ni siquiera lo pensaba. Hasta que vio la oportunidad de aprender y convertirse en monitora.

A una década de aquel momento, Mitzi Leal, Elba López, Sulema García, Esmeralda Albañez y Elsa Cuéllar forman el grupo de buzas monitoras llamado las sirenas de Isla Natividad y se dedican a la ciencia de datos ciudadana (que es el nombre que se le da a los proyectos de investigación en los que se trabaja con ciencia más allá de los lugares tradicionales).

Actualmente, al menos una o dos veces al año, las sirenas dejan la isla y se pierden en el mar desde la mañana hasta después del mediodía. Gracias a sus observaciones y análisis es que la cooperativa pesquera puede seguir el monitoreo de las reservas marinas. Se conoce el incremento y decremento del abulón y otras especies, lo que les permite tomar decisiones sobre el rumbo de las pesquerías.

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Fotografía de Mitzi Leal con su padre Raúl Leal. Foto: Patricia Ramírez.
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Mitzi Leal. Foto: Patricia Ramírez.

Aunque no existe un momento clave en la aceptación de las mujeres de Isla Natividad en los trabajos del mar, su participación constante las llevó a encargarse del buceo de la cooperativa, incluso como líderes de los grupos de monitoreo. En el pueblo se habla frecuentemente de su trabajo. Predomina el ambiente de reconocimiento y el orgullo de más de 10 años de verlas desempeñarse.

Incluso, en 2021, Elba se presentó por primera vez ante la Sociedad Cooperativa de Buzos y Pescadores de Isla Natividad para hablar de los resultados de los datos recabados. Es un momento que marcó pauta en la isla. Nunca antes una mujer había acudido a alguna asamblea de los pescadores, mucho menos había tomado la palabra. El año siguiente se presentó de nuevo.

Las sirenas no sólo han estado frente a su comunidad. También en otros lugares, frente a otras comunidades pesqueras, como El Rosario, Baja California; y hasta países como Panamá, al que fueron invitadas para el Congreso Internacional del Instituto de Pesca del Golfo y el Caribe.

“Nunca me imaginé andar en un barco desde La Paz hasta Ensenada haciendo monitoreo, conociendo otros lugares de buceo, conociendo personas como biólogos y oceanógrafos de universidades como Stanford, Chicago o la Autónoma de Baja California. Si antes me hubiesen dicho que algún día iba a estar trabajando con esas personas, les hubiera dicho que están locos, que yo no tenía esas capacidades para poder aprender a hacer lo que estoy haciendo”, dice Elba.

El impacto también ha sido personal y tiene múltiples reflejos, coinciden ellas al contar sus historias. Su satisfacción está en el aprendizaje; en el nuevo pensamiento sobre quiénes son ellas y lo que pueden hacer; en el orgullo que reciben por parte de sus hijas, sobrinas y otras mujeres.

“No es malo ser ama de casa, pero aprender algo nuevo y poder enorgullecer a más mujeres, sí es un logro en mi vida que no pensé que iba a tener”, agrega Elba, ahora que trabajar en el mar se siente más como un logro que como un reto. 

Este artículo fue publicado originalmente en Causa Natura Media.

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