Romper con la norma: ser lesbiana en México es un acto de rebeldía  Romper con la norma: ser lesbiana en México es un acto de rebeldía 
Ana, Vanessa y Pilar cuentan cómo es ser una lesbiana en México pese a las normas heterosexuales. Foto: Majo Vázquez/La-Lista

Ana Sánchez tuvo su primera cita romántica con una mujer a los 19 años. Ese día regresó a casa y platicó con su familia como acostumbraba, pero nada en su interior se sentía igual que antes. Estaba experimentando una profunda felicidad y no podía expresarlo abiertamente. Así que entró a la cocina y se soltó a llorar, preguntándose por qué si estaba tan entusiasmada por una persona tenía que ocultarlo.  

En esa cita, Ana sintió algo que nunca había experimentado con un hombre: una conexión indescriptible. Pronto, se convirtió en su primera novia y, entonces, supo que no habría marcha atrás: acababa de descubrir que era lesbiana, pero ¿cómo se lo diría a su mamá?  

Decidió que la mejor forma era a través de una carta, que empezó sin titubeos: ‘mamá, soy lesbiana’ y continuó contándole lo contenta que estaba luego de su descubrimiento. La mamá de Ana se mostró confusa, y en una ocasión incluso le expresó que a ella “no le gustaban esas cosas”. Pero con el paso del tiempo lo asimiló, hasta que por primera vez le preguntó “esa chica es tu novia, ¿verdad?”.  

“Para mí descubrir que era lesbiana se sintió como unir una pieza de rompecabezas, como la última que me faltaba para ver mi historia anterior y decir que sí, que siempre fui lesbiana. Pero fue muy confrontativo saber que ahora me tocaba unir las dos vidas que estaba teniendo: por un lado, ser una morra que amaba a otra mujer y lo decía abiertamente en su círculo de amigos, pero que todavía no podía decírselo a mi familia”, recuerda Ana, hoy con 26 años de edad.  

En México, cerca de 490 mil mujeres mayores de 15 años se autoidentifican como lesbianas, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi)

El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) subraya que las lesbianas se enfrentan a una doble violencia estructural: una por ser mujeres y otra por ser lesbianas. Ambos factores están relacionados con una condición biológica que Lu Ciccia, doctora en Estudios de Género por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y docente en el Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM, define como “habitar cuerpos feminizados”.  

Es decir, comenta Lu Ciccia, si bien las lesbianas forman parte de un grupo vulnerable (la comunidad LGBT+), enfrentan más obstáculos que los hombres que se autoidentifican como gays u homosexuales, por el solo hecho de que ellos son varones, y las lesbianas no. 

“En la cultura general, la masculinidad es lo más valorado. Incluso si hablamos de una masculinidad cisgénero gay que sigue enfrentando menos obstáculos que las lesbianas. Somos muy castigadas porque, en primer lugar, encarnamos cuerpos feminizados, pero además no somos heterosexuales. Por el solo hecho de habitar cuerpos feminizados seguimos enfrentando obstáculos y marginalización que la persona cisgénero gay no vive de la misma manera”, explica la especialista. 

Visibilidad lésbica como forma de rebeldía

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Vanessa Quinta es geógrafa y ha usado su trabajo para visibilizar la violencia contra las lesbianas en México. Foto: Francisco Castillo/La-Lista

Desde pequeña, Vanessa Quintana sentía atracción por otras niñas, pero por mucho tiempo creyó que era algo efímero, pues las normas heterosexuales marcadas en su entorno familiar le decían que tenían que gustarle los niños. Además, nunca había escuchado la palabra “lesbiana”, hasta que entró a la preparatoria.  

“La palabra lesbiana u otras que se usan de forma despectiva no existían en mi mundo. Para mí, aquella mujer que amaba o se relacionaba con otra mujer no tenía nombre. En la primaria y secundaria llegué a besarme con otras niñas, pero nunca cruzó por mi cabeza decir ‘ah, soy lesbiana’, y esa fue una forma de silenciar e invisibilizar por mucho tiempo lo que soy”, dice Vanessa, de 28 años.  

El término “lesbiana” se usa para nombrar a una mujer que siente atracción emocional, romántica y sexual hacia otra mujer. El origen de esta palabra viene de Safo de Lesbos, una poetisa de la antigua Grecia que se relacionaba con mujeres. Durante décadas, las lesbianas han sido llamadas de forma despectiva, pero hoy más que nunca buscan resignificar su existencia en un mundo en el que persisten las normas machistas y heterosexuales.  

Nombrar la existencia lésbica en el espacio público es un trabajo que Vanessa Quintana ha asumido desde que cursaba sus estudios de Geografía en la UNAM, lugar donde encontró una red de apoyo por parte de profesoras y compañeras feministas, pero donde también vivió discriminación de profesores y compañeros.  

Vanessa centró su tesis en identificar el lugar que ocupan las lesbianas en la geografía de México. Para sus detractores varones, “eso no era geografía, pues no concebían que las experiencias lésbicas pudieran ser objetos de estudio, pero yo les demostré, con teoría, que sí, que las geógrafas lesbianas también conceptualizamos la espacialidad”, dice.  

La joven enfrentó comentarios por parte de sus compañeros acusándola de “querer ser hombre” solo por existir como lesbiana, mientras que los profesores intentaron frenar sus proyectos. Al final, Vanessa logró construir el primer trabajo en México sobre lesbianas en la geografía, y le han seguido otros proyectos, como el Informe Socio–Espacial de Agresiones a Mujeres Lesbianas en México, publicado en diciembre de 2023.  

Vanessa se descubrió como lesbiana a los 18 años. Conoció el término que le fue negado durante su infancia y adolescencia, y empezó a nombrarse como tal, aun cuando sus padres –todavía en la actualidad– les cuesta trabajo aceptar su existencia como lesbiana. 

“Hoy más que nunca pienso que probablemente la sociedad le teme a la palabra lesbiana porque nos ven como rebeldes, pero desde una rebeldía ‘mala’ y nociva que quiere dañar a los hombres (…) Con mi proyecto demostré que los estereotipos de género afectan la movilidad y la seguridad de las lesbianas”, señala.  

La discriminación que enfrentan las lesbianas

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Pilar tiene 28 años y vive en la CDMX, un espacio que considera privilegiado para ser lesbiana. Foto: Francisco Castillo/La-Lista

Pilar Tlatempa se descubrió como lesbiana a los 20 años de edad. Antes de eso, creía que era asexual, pues no sentía atracción emocional ni sexual por los hombres, pero tampoco por las mujeres.  

“Luego me di cuenta que no, que más bien la heterosexualidad obligatoria era la que me hacía pensar a los hombres como mi única posibilidad, y después ya no existió esa posibilidad más que lo que sentía cuando estaba cerca de una mujer. Ese descubrimiento fue muy liberador, porque quitó mucha carga respecto a si había algo mal en mí”, dice.  

El descubrimiento de Pilar fue abrazado con amor por su familia, que lo único que hizo fue expresarle su preocupación de que al vivir como lesbiana fuera a ser discriminada. Es por eso que se dice feliz y privilegiada, pues su círculo más cercano la acompañó en su proceso. Además, en el espacio público, no ha percibido una discriminación directa hacia ella.  

“Creo que me desenvuelvo en un espacio muy privilegiado. Nunca he estado en una situación en la se me discrimine por ser lesbiana. Aunque sí he recibido tratos distintos, como que la gente hace caras o que pueden decirme cosas cuando me estoy besando con mi novia, y tal vez eso yo lo he minimizado, no lo he visto como discriminación, pero es que claro, si lo comparas con otras violencias estructurales si pienso que he vivido una vida bastante libre”, plantea. 

Pilar considera que el privilegio en el que se ha desenvuelto como lesbiana es también por el lugar en el que vive: la Ciudad de México, que a nivel nacional fue la primera entidad en garantizar el reconocimiento de los derechos de la población LGBT+, como el matrimonio entre personas del mismo sexo. Hasta 2020, 6 mil 137 parejas de mujeres habían contraído matrimonio en la capital del país, según las cifras oficiales.  

“En la CDMX se nota mucho más la diversidad y la apertura a las distintas formas de vida. Es un lugar donde sí existen los espacios para mujeres lesbianas y disidencias, y eso se traduce a espacios más seguros. Pero eso no es representativo al resto del país. El número de ataques a lesbianas en otros estados es más alto que en la ciudad”, enfatiza.  

En su Informe Socio–Espacial de Agresiones a Mujeres Lesbianas en México, Vanessa Quintana documentó que siete de cada 10 lesbianas en México han sufrido violencia verbal; tres de cada 10, simbólica; dos de cada 10, física; y una de cada 10, sexual. Casi el 70% de las agresiones se cometieron en el espacio público, y el Estado de México es el lugar con mayor incidencia. 

Según un informe de la organización civil Letra S, solo en 2023 fueron asesinadas cuatro lesbianas en México, siendo el tercer grupo de la comunidad LGBT+ más vulnerable, después de las mujeres trans (43) y de los hombres homosexuales (16).  

La doctora Lu Ciccia señala que los principales obstáculos que las lesbianas enfrentan se encuentran en la calle y en el pleno goce de sus derechos, por el simple hecho de hacerse visibles. “Los roles de género y las orientaciones sexuales también atraviesan a la heterosexualidad, y les toca cuestionarse la heteronormatividad, porque de ahí es de donde viene la discriminación y la violencia hacia nosotras”, agrega.  

Un factor importante que ha protegido a Ana, Pilar y Vanessa es que sus relaciones de amistad fueron cambiando. Hoy se rodean mayormente de otras mujeres lesbianas, que cuando van acompañadas se sienten más seguras en espacios en los que, aunque sean señaladas, pueden habitar en libertad. 

La carga que pesa sobre las lesbianas 

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Ana Sánchez asumió la lucha de hacerse visible su existencia como lesbiana en todos los espacios. Foto: Melissa Galván/La-Lista

En Vanessa Quintana aún persiste el temor de hacerse visible como lesbiana en algunos lugares, quizás es por la discriminación que atravesó en su universidad, o por las celdas de Excel que llena para sus proyectos cada vez que una mujer lesbiana es asesinada.  

“Para las lesbianas hay una restricción de afectos. He tenido novias que, muy valientes, te pueden besar en el espacio público y tomarte de la mano sin temor, pero a mí, todavía hoy en día, hay espacios en los que digo: aquí no hay que tomarnos de la mano porque nos están viendo, nos pueden hacer algo. El miedo persiste, pero sí trato de habitar esos espacios”, aclara.  

En un acto de reivindicación, Ana asumió la lucha de hacerse visible en todos los espacios, aunque no tengan un letrero que diga “abierto a lesbianas”. Eso le ha facilitado más su proceso y vivir sus relaciones con otras mujeres en libertad. 

“El ‘clóset de lesbianas’ es para mí algo a lo que tú no te metes, solo está. Tú te enamoras y vives, pero la gente no nombra como opción que puedes salir con una mujer. Entonces tú tienes que corregir: si te preguntan ‘¿y el novio?’ Tú tienes que decir ‘es novia’. Y eso es lo que te confronta, cuando ves que es una responsabilidad tuya”, lamenta.  

Hace años, Pilar decidió que su forma de rebeldía y de protesta contra la normatividad sería disfrutar plenamente su vida como lesbiana. “Estar todo el tiempo en resistencia, en un sistema que siempre te está dictando una norma, también es cansado, eso me orilló a asumir una postura política de goce y de construcción colectiva”, expresa.  

Lu Ciccia refiere que la sociedad –regida por normas heterosexuales y binarias– pone sobre las lesbianas la carga de “tener que cambiarlo todo”, como si fueran las responsables de garantizar sus propios derechos, cuando en realidad están enfrentando obstáculos de acceso a una vida libre en el trabajo, la escuela, la salud.  

“Encima de todo, nos toca hacer la revolución con nuestra subjetividad. Poder resistir y politizar es también un privilegio que muchas lesbianas no pueden tener, pero aún así se nos imponen exigencias, no importa si nuestros derechos o posibilidades están más limitados. La sociedad normativa suele poner el peso de la revolución a las personas que formamos parte de la comunidad”, expone.  

Desde que se descubrieron como lesbianas, a Ana, Pilar y Vanessa les tocó unir las piezas del rompecabezas que por años estuvieron revueltas en sus vidas. Desde sus vivencias y posturas políticas, cada una rompió con la norma, por eso consideran que el solo hecho de ser lesbianas es un sinónimo de rebeldía.  

“El ser lesbiana sí es un sinónimo de rebeldía, porque nosotras rompemos ese pacto, rompemos ese sistema patriarcal desde la raíz, que es la heterosexualidad”, concluye Vanessa Quintana.  

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