¿Por qué el Covid golpea con más fuerza a países con culturas de reglas ‘relajadas’?
Familiares de una víctima de Covid-19 rezan sobre un ataúd en el Cementerio General en la ciudad central de Huánuco, Perú. Foto: Oscar Rosario/AFP.

Con una cifra de 2 millones de muertos y casi 100 millones de personas infectadas, el Covid-19 todavía es causa de desastre aún cuando ya se empezaron a aplicar las vacunas. Sin embargo, estas cifras no están distribuidas de manera uniforme. Algunos países ya derrotaron a la pandemia, a otros los derrotó la pandemia de una manera atroz. Japón, que tiene una población de 126 millones de habitantes, registra 5,000 decesos. México con un número casi idéntico de pobladores lleva 150,000 muertos y todavía faltan.

¿Por qué es tan grande la diferencia? ¿Riqueza? ¿Capacidad hospitalaria? ¿Edad? ¿Clima?

Resulta que la mortalidad del Covid-19 depende de algo más simple y más profundo: las diferencias culturales y nuestra disposición a seguir las reglas.

Todas las culturas siguen normas sociales, o reglas no escritas de comportamiento. Nos apegamos a estándares de vestimenta, educamos a nuestros hijos, y no nos damos de codazos en las estaciones de metro repletas de gente, no porque se trate de códigos legislativos sino porque ayudan a nuestra sociedad a funcionar. Los psicólogos han demostrado que algunas culturas son muy estrictas en sus normas sociales. Son duros. Otros rompen las reglas, y su actitud  es más relajada.

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Herodoto habló por primera vez de esta diferencia  que en la actualidad pueden cuantificar los psicólogos y los antropólogos. En comparación con EU, Reino Unido, Israel, España e Italia, los países como Singapur, Japón, China y Austria son más estrictos. Estas diferencias no son casuales. Estudios en países y en sociedades de menor escala demuestran que las comunidades con historias de amenazas crónicas, ya sea de desastres naturales, enfermedades infecciosas, hambrunas o invasiones, desarrollan reglas más estrictas para asegurar el orden y la cohesión. Esto tiene sentido en términos de evolución: seguir reglas te ayuda a sobrevivir al caos y a la crisis. En el otro extremo, los grupos más relajados han padecido menos amenazas y pueden darse el lujo de ser permisivos.

Ninguno de los dos es mejor o peor, hasta que una pandemia los golpea. En marzo pasado, me empecé a preocupar por las culturas relajadas que con su costumbre de romper las reglas tardarían más en establecer las medidas de salud pública y las consecuencias iban a ser potencialmente trágicas. Yo esperaba que con el tiempo apretaran un poco. Todos nuestros modelos de computadora realizados antes de Covid-19 indicaban que lo harían.

Pero no lo hicieron.  Mi equipo y yo realizamos un estudio que consideró a más de 50 países, y que publicó Lancet Planetary Health esta semana. Tomando en cuenta otros factores, las culturas relajadas tienen cinco veces más números de casos que las culturas estrictas, y al menos ocho veces más muertos.

Cabe destacar que nuestro análisis de la información de la firma británica YouGov reveló que la gente de las culturas relajadas tuvo  menos miedo del virus del Covid-19 en 2020 aún cuando los casos se dispararon. En las naciones estrictas, el 70% tenía miedo de contagiarse. En las culturas relajadas sólo el 49%.

Estas poblaciones nunca consideraron la realidad, en parte porque la gente de culturas que están adaptadas a niveles bajos de peligro no responden con tanta eficiencia a las “señales de amenaza”, que en este caso fue la pandemia. En la naturaleza pasa lo mismo. El mejor ejemplo es el del temerario pájaro dodo de Mauritius que se desarrolló sin predadores y que se extinguió en menos de un siglo a partir del primer contacto con los humanos.

La historia del Dodo muestra que los rasgos que son buenos en un ambiente se pueden convertir en un lastre si el ambiente cambia. Eso es lo que los científicos llaman un desajuste evolutivo y que ha provocado miles de muertes innecesarias por Covid-19 en las sociedades relajadas. Obviamente, los grupos relajados no están destinados a desaparecer de la faz de la tierra. Pero su lucha continua con una pandemia que durante un año muestra las dificultades de adaptación que están teniendo.

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El virus ha demostrado ser muy efectivo al poner en su propia contra a las sociedades que rompen reglas. Los estadounidenses son ejemplo de este espíritu. Es por esto que Estados Unidos hace alarde de su creatividad e innovación. Pero es un gran problema en momentos de amenaza. Se supone que este tipo de comportamiento debería suavizarse en tiempos de emergencia. Pero una gran cantidad de ciudadanos estadounidenses siguen llevando a cabo fiestas, comprando sin mascarilla y en general burlándose del virus. Cuando se dispara el reflejo del miedo, normalmente sucede en forma perversa; con temor al confinamiento y a las mascarillas obligatorias más que al propio virus.

Estos desajustes culturales les impidieron identificar las amenazas. Los mensajes del expresidente Trump las silenciaron para millones. “Sólo mantengan la calma. Va a desaparecer”, dijo el 10 de marzo de 2020. Incluso en enero de 2021, después de más de 300,000 estadounidenses muertos, se quejó de las supuestas exageraciones del Centro de Control de Enfermedades y Prevención.

El primer ministro británico Boris Johnson también interrumpió el reflejo del miedo en Reino Unido. Los casos aumentaron en marzo pasado y él alardeaba: “Estuve el otro día en el hospital y había muy pocos pacientes con coronavirus, y saludé de mano a todos, para que lo sepan, y sigo saludando de mano… obviamente la gente puede hacer lo que quiera”.

De manera trágica, y citando la preocupación por la “fatiga de comportamiento”, Johnson y sus ministros tomaron con calma las medidas de salud que sólo consistía en tocar la señal de alarma para que los ciudadanos la sintieran. No sorprende entonces que el King ‘s College London encontrara que sólo una persona de 10 que había estado en contacto con un portador del virus siguiera las órdenes de confinamiento durante dos semanas, o que menos de uno en cada cinco personas se hubieran aislado al desarrollar síntomas.

Para reducir las muertes por Covid-19 y para prepararse para futuras amenazas colectivas, un experto llamó a esto “un ensayo general” de lo que se aproxima. Los países relajados tienen que adaptarse y seguir las señales correctas. Podemos empezar a construir la inteligencia cultural para vencer a la amenaza. Se necesitan tres acciones clave.

En primer lugar, tenemos que agilizar la forma en la que nos comunicamos sobre el tipo de amenaza a la que nos enfrentamos. Respondemos con disciplina cuando se trata de una amenaza vívida o concreta como es un ataque armado. En contraste, como los gérmenes son invisibles y abstractos, es más fácil ignorar las amenazas. Los funcionarios de salud pública necesitan darle forma a las amenazas del Covid-19. Pero espantar a la gente puede resultar contraproducente. Cuando nos sentimos desolados, los psicólogos señalan que adoptamos una postura defensiva y pasiva. Para convencer a la gente de cambiar su comportamiento, tenemos que ser cándidos frente a los síntomas del Covid-19 pero apelar a nuestro espíritu de “lo que podemos hacer”.

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En segundo lugar, tenemos que dejar claro que las restricciones son temporales. Una sociedad de rompedores de reglas puede aceptar procedimientos estrictos si saben que tienen un fin cercano. Mientras más apretemos, más rápido se reducirá la amenaza, y la libertad regresará antes. Lo que todos los países necesitan es ser ambidiestros culturales. Tenemos que tener la capacidad de adaptarnos a lo estricto o a lo relajado dependiendo de lo peligroso de las condiciones. Nueva Zelandia es ejemplo de este enfoque. Los kiwis normalmente son relajados, pero adoptaron unas de las reglas más estrictas desde un principio y domaron su espíritu libre y las muertes por Covid-19 fueron 25.

Tenemos que reconocer que estamos juntos en esto. The Washington Post publicó un perfil de una pequeña ciudad que da ejemplo de este enfoque. Durante meses, Tangier Island, en Chesapeake Bay, Virginia, no tuvo casos. Pero de repente empezaron los contagios y la gente se unió en un gran despliegue de coordinación de salud pública. Una de sus pobladoras, Reta Pruitt capturó la ética de la ciudad: “Se la están tomando en serio. Pero allí está el problema. La primera vez no lo tomamos en serio”. Una discrepancia cultural se acabó a tiempo con compasión y coordinación y, sobre todo, entendiendo que la amenaza era real.

Michele Gelfand es profesora de la Universidad de Maryland y autora de Rule Makers, Rule Breakers: How Tight and Loose Cultures Wire Our World.

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