Opinión

La felicidad y la nostalgia

En estos meses de pandemia me he reencontrado con textos que, como sucede siempre, toman nuevo significado al pasar del tiempo. Esta es una parte de lo que conversé en 2014 con Eduardo Sacheri.

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De las varias posibilidades de la literatura, la tenemos como un vehículo para encontrarnos y para cuestionar nuestro entorno, el personal y el que nos hace parte de una sociedad. Es una necesidad “atávica y ancestral”, me dijo Eduardo Sacheri en una conversación que tuve con él hace unos años y que se perdió en la red. No hay rastro de ella en lo público, pero sí quedó su fantasma vía mail. En estos meses de pandemia en los que los ratos libres se convierten en largas horas en casa, me he reencontrado con esos textos que, como sucede siempre, toman nuevo significado al pasar del tiempo. Esto una parte de lo que conversamos en 2014:

“Me gustaría empezar con la idea que me dejó la lectura del libro Ser feliz era esto (Ed. Alfaguara): lo inesperado como el camino más atinado para encontrar momentos de felicidad…

Sí. Esa es una interpretación personal que le endilgo a mis personajes. Parece que la felicidad es sobre todo un acto de búsqueda. Una disposición para el hallazgo.

Y que no tiene que ver con el camino que uno se traza para llegar a él…

No. Bueno, sin duda uno traza, establece ciertos caminos y supone que su vida irá hacia ciertos lugares y está bien que sea así porque así somos los seres humanos, pero la felicidad en general no tiene que ver con esas grandes metas profundas, sino con ciertos instantes de perfección que nos asaltan por una extraña constelación de actos humanos y azares. Creo que en todo caso, lo que nos cabe es detectarlos, disfrutarlos. Estar abiertos a lo que pueda suceder, porque sino, probablemente te los saltas, o lo que es peor, los veas cuando ya es tarde. Cuando ya está tan lejos en tu pasado. “En aquel momento debí haber sido feliz…”, es lo peor esa actitud nostálgica…

Es una gran definición de “nostalgia”…

Sí. Es un sentimiento al cual yo trato de huir. En Argentina con frecuencia catalogan a mis libros como nostálgicos y yo aborrezco que suceda eso, porque es un sentimiento, una actitud que deploro profundamente. La nostalgia, esa tristeza por lo que ya no. Mirar al futuro con la nuca, buscando, viendo cada vez más lejos, porque seguimos avanzando, pero observando algo que quedó en el pasado y que se nos esfumó de las manos. No, no, no… me parece que no sirve. El asunto es mirar, sí, pero mirar alrededor de uno en el presente, ver qué es lo que a uno puede volverlo feliz hoy, a sabiendas de que mañana ya no va a estar y tendrá que ser otra pequeñez la que te ilumine.

Y hablando un poco sobre los personajes de esta novela, entre Lucas y Sofía, pienso que esa complicidad que se genera entre ambos. Esa complicidad como la herramienta más precisa para hacer que una relación –de cualquier tipo– sea más fuerte. Y no es un “algo” que se da sencillo…

No, no pasa con cualquier persona, pasa con las personas de tu vida. Quise en esta novela evitar lo que para mí era un cliché posible: dos desconocidos, por lo tanto al principio se llevan mal, discuten, se pelean, se agreden. En algún segundo momento se calma esa agresión y en un último momento se llevan bien. Siento que eso lo hemos visto muchas veces, y también siento que no siempre pasa así. La vida te pone enfrente gente con la cual despliegas una empatía absoluta e instantánea. Y te puede pasar con un amigo o con un amor. Eso que decimos de la complicidad, pues en el fondo, es la materia prima de los mejores vínculos…”

Estos días de pandemia, platicando sobre la normalidad y el inminente regreso quién sabe en qué condiciones, agradezco tener a mi alrededor a personas que considero elementos que construyen esa felicidad, esa complicidad: a veces permanecemos en silencio, otras tantas somos, son, canales de desahogo, con llanto o ira, pero siempre tenemos la certeza de la permanencia. Allí estamos y en estos largos meses, en los que ha sido inevitable la nostalgia, cómo hemos necesitado esos refugios.

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