El consumo regular de slow-journalism nos separa del maniqueísmo y del extremo. Nos abre la posibilidad de ver distinto lo que nos rodea.
Estos son días en los que el periodismo, como concepto, como ejercicio profesional y como labor-función social, ha estado al centro (o cerca del centro) de la conversación general en redes sociales, y en algunos casos más allá de estos espacios virtuales.
También son tiempos en los que muchos confunden la opinión con el periodismo. La columna o el blog, el tuit o el post con la investigación y el análisis serio, argumentado y detallado.
En la era de la posverdad, como se ha documentado y estudiado a cabalidad, la opinión y la interpretación sin mayor argumento o fondo (que pasan más por la empatía del lector, la coincidencia de puntos de vista, la preferencia o la ideología) son para muchos tan importantes, sólidos, válidos o respetables como los datos y los hechos. Eso que investigaban y compartían los colegas asesinados en Baja California o Veracruz.
Mucho hemos leído en estos días de la necesaria y urgente defensa, valoración y aprecio por los periodistas y su trabajo. No pocos ciudadanos participaron con hashtags, posts, stories y tuits al respecto. Pero la pregunta que se mantiene sin responder es qué tanto se traduce esto en apoyo y consumo al periodismo serio y/o de investigación fuera del click, el like o el uso de hashtags. Para nadie es un secreto los enormes retos que actualmente enfrentan proyectos periodísticos y de información para alcanzar una rentabilidad o viabilidad económica que les permita hacer su trabajo, sin tener que caer en estrategias o tácticas de click-bait, superficialidad y poco más que el resumen de lo viral o de la declaración exagerada y maniquea del día en Twitter o en otras redes. Mucha nota sacada de redes, poco reporteo, aún menos investigación.
Todo en un contexto donde el consumo masivo de información y de todo tipo de contenidos aún está definido por cierta idea de gratuidad. ¿Quién paga por las noticias en internet? ¿Quién paga por buen periodismo? Muchos tendrán dos o tres servicios de entretenimiento en línea (streaming musical o de películas-series) contratados pero no una suscripción a algún medio o proyecto periodístico serio. Pagamos por buen contenido de entretenimiento, no por buena información. Esa, nos conformamos, que sea gratuita.
Estas reflexiones me alcanzaron tras tomarme unos días de descanso y cuando abrazaba la moderna idea y sugerencia de en lo posible tratar de desconectarnos un poco más regularmente del mundo digital, de leer noticias todo el tiempo o estar pendiente del siguiente ciclo noticioso y de lo viral del momento. Bajar la velocidad. Bajarnos del tren bala del consumo de información que la modernidad demanda u obliga. De darse una pausa, de tomarse un respiro, de abrazar un ritmo más lento y dejar atrás el vértigo.
Mientras de rato en rato leemos a amigos y conocidos mencionar necesarias pausas o retiros de redes sociales o de la locura de información que nos rodea, una pregunta válida sería si no deberíamos buscar hacer lo mismo con la información que consumimos, con el tipo de periodismo que consumimos, y también cuestionarnos si estamos haciendo nuestra parte, más allá del click a un link, en apoyar estas propuestas. De acercarnos a quienes buscan explicar las cosas, eventos e historias lejos del frenesí del breaking news o de lo viral o de lo inmediato.
En los últimos años ya hablamos más de esto, en redes sociales o entre amigos, en relación a nuestra salud mental o nuestra alimentación. No a tanto fast food y fast living. Pero sospecho que no hemos traducido este concepto hacia lo que podríamos denominar nuestra dieta informativa. Esto me llevó a recordar el concepto y propuesta que bajo el nombre de slow-journalism ofrecen algunos proyectos. Dejar ir la noticia del día para darle espacio y tiempo a la información y a la vuelta de ciertas semanas o meses presentar ejercicios periodísticos valiosos, interesantes y propositivos. Es en esa lógica y comparación en saber elegir (o quizás solo saber encontrar un mejor equilibrio) entre comer Fast food y comer algo mejor y más conscientemente preparado. Cuidar nuestra dieta alimenticia o digital.
Recordé la revista digital-trimestral-británica Delayed Gratification, donde periodismo y diseño se unen para presentar ejercicios de visualización de datos e infografías que funcionan bajo otro ritmo, lejos de la vorágine del momento. Ejercicios que necesitan tiempo para realizarse, para concebirse y trabajarse adecuadamente. Y que a la distancia temporal no dejan de ser atractivos e inteligentes, y que permiten nuevas perspectivas, reflexiones y conversaciones.
Ahí están como botones de muestra Delayed Gratification y su visualización de datos, o Radio Ambulante y sus narrativas en pódcast de periodismo de investigación en Latinoamérica. También destaca el trabajo de la Fundación Gabo en promover e impulsar este perfil de periodismo.
El consumo regular de slow-journalism nos separa del maniqueísmo y del extremo. Nos abre la posibilidad de ver distinto lo que nos rodea. De asimilar o conocer más datos, de cambiar un poco lo que pensamos, de ajustarlo o matizarlo. De ver los grises y alejarnos de la dicotomía del blanco o negro que suele acompañar a la cobertura actual noticiosa, de lo que sucede en “tiempo real”.
Debemos priorizar incluir en nuestra dieta el slow-journalism como una alimentación informativa valiosa. Que aporta y provoca lejos del ejercicio de la opinión, el género informativo que parece ser lo más relevante y popular. Desde el mea culpa de un columnista más, hay que admitir que en los medios sobran opiniones con poco sustento o argumento más allá de “lo que yo siento o prefiero”. En la era de la posverdad, el creer y el sentir son mas valiosos o confiables, para muchos, que los datos o los hechos. Ahí donde muchos solo buscan leer y compartir aquello que confirma sus propias opiniones y poco más. Eso que en la vorágine de las noticias diarias consumimos como lo express, lo rápido, lo opinado y lo que confirma nuestras posturas. No hay mucho espacio a la reflexión, a la paciencia, a la investigación.
Por supuesto que el estado debe asegurar y proteger la labor de los periodistas. Evitar sus muertes, las amenazas que reciben del crimen organizado o de políticos (que en gran parte son otro tipo de crimen organizado, y que de acuerdo a investigaciones y estudios, son quienes en tiempos recientes más veces están detrás de atentados contra periodistas).
Por eso lanzo la pregunta sobre nuestra dieta actual, ¿que tanto consumen ustedes fast food y fast news? Si como comentábamos, la conversación actual sobre nutrición y salud mental habla de la necesidad de reducir la velocidad, de procurarnos un poco más con más calidad que cantidad y ser mas conscientes de lo que leemos y comemos, ¿no deberíamos apostar por consumir mas slow-journalism?
Pero también requiere preguntarnos si en estos días que leemos de la importancia y relevancia de proteger el trabajo y la labor de periodistas, ¿qué hacemos para apoyar ese trabajo mas allá de click o lecturas o hashtags? Pagamos por buenas noticias cómo pagamos por buen entretenimiento con nuestras suscripciones a plataformas de streaming? ¿O nos quedamos con las opciones gratuitas? ¿No sería esto algo inmaduro, hipócrita o poco sensato de nuestra parte?
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