Un glosario sobre el ‘buen hacer’ periodístico
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Un glosario sobre el ‘buen hacer’ periodístico
Foto: BryantBob

En mi vida profesional he visto lo dramático que suele ser el cambio de directores de grandes medios. De un día para otro, deja de sonar el teléfono, no llegan mensajes directos y esos periodistas todopoderosos sienten el vértigo de volver a la vida normal tras años de experimentar el poder y prestigio que ofrecen esas posiciones de privilegio.

Y lo mismo sucede en muchas profesiones. Fíjense ustedes en políticos como el bruto de Donald Trump, y cómo se aferran a sus cargos. Se niegan a dejar de mandar. Se sienten imprescindibles. A muchos de estos salva patrias hay que, literalmente, echarlos a patadas. Está claro, hay que irse cuando las cosas van bien y no cuando se fracasa.

El modelo de negocio del futuro se llama Periodismo de Investigación-Alan Rusbridger

Mi paisano Josep Guardiola es un ejemplo de ese saber irse. Dejó de entrenar, voluntariamente, a un Futbol Club Barcelona tras ganar todos los grandes títulos posibles, idolatrado por sus jugadores, admirado y querido por los aficionados y respetado por sus rivales. Pero, se fue; dijo que nadie debe perpetuarse en los cargo, que era necesario sangre nueva y que convenía cambiar para seguir siendo líderes. Hoy sigue triunfando en otros equipos y otras ligas mientras su fama es ya legendaria.

La misma sensación he tenido leyendo el último libro de Alan Rusbridger que hoy inaugura este espacio en La-Lista. Entre 1995 y 2015 fue director de The Guardian, vivió la brutal transición digital de un medio impreso tradicional, se rodeó de gente muy valiosa y hoy se reinventa como pensador sobre el “buen hacer” periodístico.

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Esta introducción sirve para presentarme como columnista de este nuevo medio. Pretendo recomendar los mejores libros que sobre los medios periodísticos se vayan publicando y mientras ustedes tengan la paciencia de leerme.

Serán críticas informativas muy alejadas del cobarde “si, pero no” de tantas recensiones que quieren quedar bien con amigos y colegas, que son más reseñas que textos de valoración personal. Por tanto, no ocultaré mis preferencias, trataré de justificar mis puntos de vista y lo haré sin insultar ni descalificar a nadie ni a nada.

El placer de aprender a ser crítico

Hace años fui redactor jefe de Aceprensa en Madrid, una agencia de reportajes culturales, y allí descubrí el placer de escribir centenares de minirreseñas sobre las últimas novedades editoriales. Cada semana llamaba a una magnífica librería de la calle Serrano y solicitaba el envío de media docena de libros recién publicados que, pocas horas después estaban encima de mi mesa, y poco a poco iba reseñando.

Años mas tarde, siendo becario de la Fundación Ford en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia en Nueva York tuve la suerte de ser admitido al seminario del profesor Robert K. Merton que, en realidad, se llamaba Meyer Schkolnick y era hijo de una familia de emigrantes judíos. En su biografía cuenta que su interés por la sociología se debía al influjo de Pitirim Sorokin, fundador del primer Departamento de Sociología de la Universidad de Harvard. Sorokin era otro emigrante ruso con una historia rocambolesca ya que antes de la revolución soviética fue encarcelado tres veces por los zaristas y luego otras tres por los bolcheviques, aunque fue secretario de Kerensky y sufrió una condena a muerte que Lenin conmutó por el exilio. Tal vez por esta vieja amistad, Merton fue por muchos años visto como un sospechoso izquierdista.

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Fui a su despacho y Merton me atendió con especial afecto, se interesó por mi beca postdoctoral; sin falsa modestia me dijo que su seminario estaba muy sobrevalorado y dudaba que me sirviera para nada, pero “tomo nota de su interés”, dentro de 15 días, me dijo, publicaré la lista de admitidos. Y me entregó el programa de ese año que era sobre “The Review of Reviews”.

Tengo que confesar que estas fueran las diez únicas clases formales a las que asistí ese año en Columbia. El ritual era siempre el mismo. Merton presidía en un extremo de una mesa rectangular que estaba dentro de su propio despacho. Un día nos explicó que éramos solo nueve porque no había ni mesa ni sillas para nadie más. Las sesiones eran de 60 minutos y se le podía interrumpir en todo momento. No seguía ningún guion; hablaba de memoria. El arte de valorar recensiones de libros y artículos académicos era parte de una práctica habitual en los journals y editoriales científicas que, antes de publicar nada, sometían los originales al parecer de varios expertos. Nos confesó que este tipo de trabajo le gustaba sobremanera porque exigía ejercer un agudo sentido crítico y a veces a escribir memorándums que llegaban a ser más largos que los propios textos sometidos a revisión.

El seminario fue muy ameno porque se basaba en su experiencia de más de 50 años haciendo lo mismo. Contó muchas anécdotas, prodigó consejos:

  • Léalo siempre tres veces, la primera sin tomar notas y si le impresiona no lo relea más;
  • Si no le impresiona en la segunda lectura tome nota y haga observaciones al margen;
  • En la tercera, repase y edite a fondo sus comentarios hasta que no tenga dudas sobre lo que critica o elogia.

El último día nos dio las gracias por nuestra paciencia y nos anunció que aquel había sido su último seminario porque al año siguiente se jubilaba. Pasados los años, leyendo el currículum de un conocido catedrático británico vi que entre sus logros se vanagloriaba de ser antiguo alumno de aquel seminario.

Cómo usar las noticias

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Alan Rusbridger, autor de News and How to Use It. Foto: Tomada de su libro.

Dicho todo esto, hablemos del libro de este exdirector de The Guardian.

Alan Rusbridger acaba de publicar News and How to Use It, un libro ameno y relativamente corto (315 páginas) que se lee con facilidad porque no es un ensayo académico ni filosófico sino un glosario de un centenar de temas sobre el oficio periodístico, ordenados alfabéticamente y con una extensa bibliografía (27 páginas, en su gran mayoría de links a publicaciones digitales). Un “abecedario” con términos de la nueva y vieja jerga periodística (de “agregadores” a “influencers” pasando por “presstitutes” o “flood the zone with shit”, lo mismo que de la “pirámide invertida”, los “rumores” o la “formación de periodistas”).

La mayoría de estas 127 entradas están redactadas en un estilo coloquial que podría haberse editado como si fuera una entrevista al estilo de The Paris Review.

Tras dejar la dirección del diario británico publicó BEAKING NEWS, una especie de memorias sobre sus años al frente del Guardian, pero que eran también un grito de impotencia ante el modelo de negocio de un periodismo digital que no aseguraba su futuro.

Algunas afirmaciones permiten entender bien el contenido de su nuevo libro.

Califica de “bandidos” a los (supuestos) periodistas que “copiando y pegando” piratean contenidos sin citar ni autores ni fuentes. Reivindica el valor de la “exactitud” y la “imparcialidad” que no está muy lejos de la necesaria y deseable “objetividad” de los informadores. Advierte que es necesario desarrollar el sentido crítico (“crap detection”) para saber leer entre líneas y detectar bulos, rumores y filtraciones interesadas. Y previene ante el “aburrimiento” de muchos contenidos periodísticos “serios” que, en realidad, son artículos pensando en unos pocos y cuya ininteligibilidad es mortal para el futuro del buen periodismo.

Muchos podrían pensar que Rusbridger quiere moralizar sobre una profesión cada vez mas criticada, pero no, esto no es un manual de ética periodista formal o normativa sino un conjunto de reflexiones prácticas lejos de mandatos legalistas o códigos profesionales.

Al leer este conjunto de sabias observaciones he recordado algo que siempre escuché de Carlos Soria, antiguo decano de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Navarra que durante años dio clases magistrales sobre “ética y derecho de la información”

“Ante cualquier dilema ético”, decía y dice el doctor Soria, “no conozco mejores soluciones que las que ofrecen los que son o han sido grandes periodistas; ellos son los que de un modo natural y sin artificiosos argumentos leguleyos, si se les da tiempo, son capaces de discernir lo que es justo y razonable; su buen hacer profesional les convierte en personas investidas con la auctoritas de los oráculos.

Por esto este libro es de lectura obligada, mucho mas hoy en tiempos de una pandemia informativa donde el Periodismo debe ser un “servicio esencial” si queremos sobrevivir a la manipulación, la propaganda o las “fake news”.

Y dos afirmaciones finales de Rusbridger sobre el periodismo de largo recorrido (“long reads”):

  • Cuanto mayor es la “cultura del click” mayores la debilidad de un medio;
  • El “modelo de negocio” del futuro se llama Periodismo de Investigación.

Rusbridger es hoy, a sus 67 años, presidente del Reuters Institute of Journalism, y director del Lady Mrgaret Hall de la Universidad de Oxford.

Un ejemplo de cómo jubilarse a tiempo, y seguir siendo un referente para las nuevas generaciones de periodistas.

*El autor es periodista y doctor en Derecho. Es socio fundador de Innovation Media Consulting Group

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