De colgados, embolsados y otras falotopías
Columnista invitado

Sociólogo por la Universidad Autónoma de Tamaulipas, antropólogo social egresado de El Colegio de Michoacán y actualmente investigador titular en El Colegio de la Frontera Norte, Departamento de Estudios Sociales. Analiza las dinámicas de migración, violencia y crimen organizado en la frontera México-Estados Unidos.

De colgados, embolsados y otras falotopías
Foto: Oscar Misael Hernández Hernández

A inicios de septiembre de este año, cuando mi familia y yo retornábamos a Matamoros, Tamaulipas, lo que parecía el cuerpo de una persona colgaba de un puente peatonal en la entrada sur de la ciudad. A un costado del puente alcancé a ver una lona con la fotografía de una mujer. De inmediato supuse lo peor y bajé la velocidad del vehículo en el que viajábamos. Al acercarnos nos dimos cuenta de que alguien había colgado un gran oso de peluche y la lona a lado promocionaba la venta de terrenos.

Rápidamente tomamos una fotografía y continuamos. Después subí la fotografía al Facebook y las reacciones me llamaron la atención: la mayoría usaron el emoji de la cara con la boca abierta, que representa sorpresa o incredulidad, mientras que el resto usó el emoji de la cara llorando, que transmite decepción o tristeza. De los únicos tres comentarios que recibí, uno expresaba “nada más espantando gente, qué bárbaros”, otro decía “es que ya viene Halloween” y el último era de alguien que no le dio importancia a la fotografía y más bien aprovechó para decirme que me había visto en un noticiero.

La escena de inmediato me hizo pensar en lo que el psicólogo y antropólogo Rodrigo Parrini denominó falotopías, a propósito de las imágenes de hombres colgando de puentes en tiempos de la narcoviolencia, entre otros casos. Una falotopía –escribió Parrini-, es la visibilidad del falo como vector espacial que de forma violenta ocupa el territorio y organiza sus usos; es el mapa de una imposición agresiva de los modos de vida. Para retomar el caso de hombres colgando: es como si fueran falos entumecidos y, al mismo tiempo, una escenografía de terror que marca el territorio.

Aquél día lo que colgaba del puente en Matamoros no era un hombre, sino un oso de peluche. A pesar del ácido humor negro de alguien, se trataba del montaje de una falotopía que no sólo había cobrado significado sobre un territorio (como Matamoros), un espacio (como el puente peatonal) o trazado un mapa (de sur a norte) de violencia; sino también en el mundo de lo virtual generando reacciones (sorpresa-incredulidad/decepción-tristeza) o comentarios (espanto-barbaridad/etc.) como los descritos. Desafortunadamente, el montaje de falotopías “irreales” como ésta no es asunto aislado.

Hace unos días un medio de Ciudad Juárez, en su página de Facebook, divulgó una fotografía de un manojo de ropa que figura ser una persona colgada, envuelta y encintada en una bolsa negra, y con un letrero que decía: Esto le pasa X no redondear. La fotografía fue tomada en una conocida tienda de autoservicio en la frontera. Lo que también llamó la atención fueron los comentarios, mismos que iban desde: “No es obligatorio redondear”, “Es por la temporada que se aproxima”, “Sólo es humor pero nunca faltan los ofendidos”, “Yo por eso siempre redondeo”, hasta “Qué mello”, “Está chido” y “¡¡Qué estupidez!!, ¿¿¿se les hace tan natural eso???”, “Veremos cosas peores” o “Esto es juaritos”.

De un espacio público abierto (como el puente peatonal en Matamoros) a un espacio público-cerrado (como la tienda de autoservicio en Ciudad Juárez), el montaje de la falotopía parece causar el mismo efecto: una mezcla de humor negro y temor discrecional. Sin embargo, hay matices de diferencia entre ambas falotopías: la primera fue montada por algún particular mientras que la segunda por una empresa, o los empleados de esta, aunque usando un viejo debate entre consumidores (como es redondear o no) que desde hace años ha puesto en entredicho la responsabilidad fiscal y social empresarial.

Pero más allá de los efectos, de las diferencias o los fines de los montajes, no perdamos de vista el medio utilizado en ambas falotopías: la figuración de personas muertas, colgadas, embolsadas, que causan un espectáculo de terror. A menos, claro, que alguien esté por demás familiarizado con tal cosa, que no tenga amigos, vecinos o familiares que hayan sido víctimas de una violencia literal –y no figurada o metafórica-, entonces y sólo entonces tales montajes no causan impacto alguno y sólo se consideran humor negro. De lo contrario, me parece que lo menos que puede esperarse es una reacción no de miedo, sino de indignación. Considerar tales montajes como algo normal o gracioso es, a final de cuentas, naturalizar la violencia que se vive.

No obstante, la tendencia actual es esa incluso en otros espacios. En el mes de junio de este año algunos medios difundieron que un niño de 10 años de edad, llegó a una escuela primaria de Tijuana vestido de “sicario”: portaba lo que simulaba ser un chaleco antibalas, un pasamontañas y una gorra, mientras que uno de sus compañeros iba a su lado fingiendo ser su escolta. El caso causó controversia entre padres de familia y autoridades escolares. No fue el único. Un mes antes, algunos estudiantes de un tecnológico de Guaymas difundieron un video –grabado en su plantel- en el que simulan una ejecución sicaria y lanzan amenazas mientras de fondo se escucha un corrido de “El Chapo” Guzmán.

Estos últimos montajes son aun perores que los primeros: la falotopía no echa mano de los objetos (como el oso de peluche en Matamoros o el manojo de ropa en Ciudad Juárez), sino de personas (niños y jóvenes) que reproducen la cultura de la narcoviolencia. Son ellos mismos los actores de un performance de la violencia criminal, los que intentan encarnar el papel de verdugos sin reconocer que, en la vida real, la frontera entre víctimas y victimarios es muy delgada, en especial cuando se trata de varones jóvenes que asesinan a otros varones jóvenes. Pero esa es precisamente la otra intención de una falotopía: no sólo ocupar territorios de forma violenta, sino también hacer creer que son los hombres los que pueden hacer una imposición agresiva y vivir para contarla.

Las falotopías, por supuesto, no sólo son montajes performáticos, también son muy reales y terroríficas. Aquellas que se tejen desde el narcomundo son las más conocidas, pero no hay que olvidar que la violencia criminal, como afirmó el politólogo José Miguel Cruz, también es reproducida por el Estado, y no sólo por la ineficiencia de sus instituciones para prevenirla o eliminarla, sino también porque es el responsable directo de crímenes y actos de violencia que sufre la población.

“Pues yo tampoco confío en ustedes”, por ejemplo, fue la frase que en agosto de 2022 externó el entonces titular de la Secretaría de Gobernación, acompañado de sus asistentes varones, en respuesta a una madre buscadora que le dijo que no confiaba en las autoridades y por ello requería de garantías de apoyo. La escena falotópica es más que evidente: un hombre de poder añade más terror con sus palabras al terror ya vivido por una madre que buscaba ayuda para encontrar a su familiar desaparecido.

El falo político se apropió del espacio público, se impuso agresivamente contra una mujer dolida, aunque después en redes sociales los publicistas gubernamentales dijeron que el secretario dialogó con colectivos y reiteró su apoyo en un marco de legalidad. Fue como colgar un oso de peluche en un puente peatonal, o simular una persona embolsada en una tienda comercial, y después decir que sólo es humor negro y que por lo tanto no hay que hacerse los ofendidos. Las falotopías, donde sea que emerjan, causan terror, pero también imponen y naturalizan la violencia tanto en espacios sociales como políticos.

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