¡Ah, soberana soberanía la que nos venden!

Lunes 10 de marzo de 2025

¡Ah, soberana soberanía la que nos venden!

Mientras el crimen organizado siga dentro, en las entrañas de los gobiernos y las autoridades, solo se tendrá una soberanía vacía.

sheinbaum-cjng-coalcoman-michoacan

La presidenta Claudia Sheinbaum en su conferencia de prensa. Foto: Sáshenka Gutiérrez/EFE.

Trump ha amenazado con poner aranceles a México por no combatir el tráfico de fentanilo.
EFE.

El argumento de la soberanía se desvanece cuando el poder no está en las instituciones que deberían resguardarnos, sino en las sombras del crimen organizado y en la complicidad de quienes se suponía debían velar por nuestra seguridad. La soberanía no se defiende con multitudes en las plazas ni se construyen argumentos levantando la voz desde el zócalo.

Llamar a la unidad para proteger una independencia amenazada por enemigos lejanos es una ilusión, un juego de manos que manipula las conciencias. El verdadero enemigo no está en las fronteras, sino en las calles, en las sombras que se alargan bajo los puentes, en los rincones de cada barrio. ¿De qué soberanía hablamos cuando el verdadero poder lo tienen quienes nos acechan en cada esquina? ¿Cómo presumir de libertad cuando el impuesto más pesado es el derecho de piso, el que nos obliga a vivir bajo la amenaza constante de ser sometidos por la fuerza?

En cambio, se nos ofrece el populismo, ese mago de la ilusión, ese que inunda las plazas con grupos musicales, con gritos que bailan en el aire y engañan a la sociedad del verdadero desafío. Ese teatro de palabras que encienden las emociones del pueblo, y que llevan veneno dentro, oculto bajo las risas del disfraz que defiende a muchos funcionarios en el estrado. Cómplices.

Las multitudes, como sombras que buscan esperanza, se alimentan de consignas que avivan el fuego del rencor. Mientras tanto, la podredumbre crece en silencio, devorando las raíces de un sistema que se construye sobre el crimen, el olvido y la complicidad, una danza entre los poderosos y los invisibles, que nunca se atreve a denunciar a los suyos.

Esos gobernantes que, cruzando fronteras de partidos y sexenios, más preocupados por su imagen, intereses personales y popularidad, se alinean o se hacen de la vista gorda con los cárteles del narcotráfico y el caos. La soberanía se diluye.

No hay independencia ni control cuando quienes deberían velar por la nación están atrapados en su indiferencia o en su alianza silenciosa con lo que socava el orden. La soberanía no se preserva con discursos huecos ni con gestos de firmeza vacíos, sino con actos concretos, con el coraje de enfrentar ese poder real, el que se impone con miedo, violencia y corrupción. La soberanía no se defiende entregando un ejército de jueces a modo a la delincuencia y al gobierno en turno.

Así como defendemos un eco vacío, como si fuera un tesoro, así como entregamos 29 criminales como si fueran ofrenda sin importar el proceso, así, con esa misma fuerza ciega, deberíamos dirigir nuestras energías a encontrar a los desaparecidos, a ir al fondo de los feminicidios, a educar sin convertir la mente en campo de batalla ideológica, a garantizar que en cada rincón de este país haya medicamentos y no solo promesas rotas.

Así podrán llenarse las plazas, organizar festivales de orgullo nacional, ondear la bandera del nacionalismo, enarbolar el patrioterismo como estandarte de unidad, y levantarse como soldados en defensa de la nación. Pero mientras el crimen organizado siga dentro, en las entrañas de los gobiernos y las autoridades, solo se tendrá una falsa sensación de control, una soberanía vacía que no es más que un velo que oculta la verdad y mantiene vivo a ese cáncer que es la incertidumbre.

Porque mientras no nos enfrentemos a la verdadera amenaza interna, seremos vulnerables a los embates de los gobiernos ajenos. La soberanía se convertirá en un fantasma y en una moneda devaluada que se disuelve ante la impotencia del Estado. ¡Ah, soberana soberanía la que nos venden!

PUBLICIDAD - Estas notas son patrocinadas -