Los ‘nepo baby’ afirman que su parentesco es exagerado. La verdad es que se les ayuda en todo momento
La modelo Kaia Jordan Gerber con su madre Cindy Crawford en 2021. Foto: Casey Flanigan/REX/Shutterstock

¿Por qué nos indignan tanto los “nepo baby”? Se trata de una pregunta que interesa particularmente a los propios niños del nepotismo que, desde la publicación de un reciente artículo en la revista New York sobre los niños a los que sus padres famosos les dan un empujoncito, han estado atrayendo un nivel de infamia que consideran innecesario e injusto. Después de todo, dicen, puede que den el primer paso, pero luego tienen que trabajar el doble y ser el doble de buenos o, al menos, demostrar que están a la altura del trabajo. Kaia Gerber, la hija modelo de Cindy Crawford, fue la semana pasada la última en comentar una variación de este punto, que ha sido repetido tantas veces por los “nepo baby” a lo largo de las décadas que se ha convertido en una especie de proverbio.

En primer lugar, cuestionemos este dicho. Simplemente no es cierto. Los hijos e hijas de los famosos reciben ayuda en todo momento. Las fuerzas que los impulsan a su primer trabajo –los miembros de la industria que quieren complacer a sus padres– siguen presentes en su segundo y tercer empleo. Nadie despide o no promociona lo suficiente al hijo de alguien muy importante si puede evitarse: ¿para qué arriesgarse a arruinar la propia carrera? En su lugar, se rebajan los estándares, en ocasiones literalmente (Lily-Rose Depp, hija de Johnny, solo mide 1.60 m, pero es una modelo de enorme éxito). Y lejos de tener que trabajar más duro para demostrar su valía, los “nepo baby” tienen la posibilidad de fracasar en su ascenso, una y otra vez. La hija de Björk, Ísadóra, tuvo su gran oportunidad a los 17 años con la película El hombre del norte, que fracasó. Sin embargo, solo dos meses después firmó un importante contrato como modelo. Dale una segunda o tercera oportunidad a un “nepo baby” y ganarás aún más gratitud de parte de esos influyentes padres.

Además, también están protegidos de muchos de los desagradables obstáculos con los que tienen que lidiar sus compañeros. Nadie en su sano juicio hostiga o acosa a un “nepo baby” ni lo expulsa de una industria por delitos que no sean de los más atroces. Estos afortunados niños pueden permitirse el lujo de alejarse con confianza de los parámetros habituales de comportamiento, lo cual constituye un riesgo, pero en las artes puede ser una ventaja. La “baby” por excelencia de la industria, Dakota Johnson (hija de Don y Melanie Griffith) socavó hábilmente a Ellen DeGeneres en su propio programa, lo cual impulsó la carrera de Johnson, pero habría sido una locura para un actor con menos contactos. En los medios de comunicación, los “nepo baby” pueden acercarse a lo indecible –mucho mejor para el tráfico web– y mantenerse en el juego.

De acuerdo, pero ¿a quién le importa que algunos hijos e hijas tengan mejores carreras, siempre y cuando cumplan los requisitos exigidos? ¿Realmente afecta en algo que sea la hija de Gwyneth Paltrow, Apple Martin, en lugar de otra chica igual de bonita, la que consiga el trabajo? ¿Por qué nos preocupan tanto los “nepo baby”?

Bueno, es posible que nuestra reacción tan exagerada diga algo sobre el efecto que tienen en nosotros los sistemas de recompensa injustos, independientemente de dónde surjan. Resulta que son tóxicos. Numerosas investigaciones y montañas de libros de negocios nos dicen que el hecho de desviar ligeramente los incentivos de los logros tiene un efecto terrible en las organizaciones, sumiendo a los trabajadores en una especie de cinismo exhausto.

Un solo caso llamativo de nepotismo puede infectar a toda una empresa, provocando que la satisfacción laboral se desplome junto con la productividad. Los mejores empleados se van y a los demás ya no les importa competir. Y lo que resulta cierto para las empresas también lo es para las industrias en general, o incluso para las sociedades. Ver a los hijos de los famosos pasearse triunfalmente por las artes es como ver a Gavin Williamson nombrado caballero o a los directores de la City concediéndose a sí mismos primas en un año mediocre. Si los brillantes premios del mundo no están tan relacionados con el desempeño, ¿qué sentido tiene siquiera intentarlo?

¿Acaso no es natural que los padres quieran ayudar a sus hijos? Sí, y ese es el problema. Es difícil erradicar el nepotismo, ya que se lucha contra uno de los instintos humanos más fuertes: los padres dedican sus vidas y fortunas a dar a sus retoños incluso la más mínima ventaja. (La actriz Felicity Huffman se arriesgó –y lo consiguió– a ir a la cárcel para darle a su hija una ventaja en la admisión a la universidad). Sería extraño que los padres famosos no pidieran favores para que su hijo hiciera audiciones. Y en trabajos en los que la capacidad es más bien subjetiva y las conexiones lo son todo, es completamente racional que las personas encargadas de tomar decisiones den trabajo a los parientes de los famosos. Si eliges a un nepo baby para tu obra, puede que sus padres acudan al estreno, le digan a sus amigos que la apoyen o te hagan un favor personal posteriormente.

De hecho, todos los incentivos suelen alinearse hacia el nepotismo. Hasta finales del siglo XIX, la mayoría de los puestos de trabajo se heredaban, y la cima de profesiones como el deporte y la política estaba ocupada por los hijos de los ricos y las personas con contactos. Como Zoë Kravitz, hija de Lenny, comentó recientemente a la revista GQ: “Es completamente normal que la gente se dedique al negocio familiar. Es literalmente de donde proceden los apellidos. Fuiste herrero si tu familia era, por ejemplo, la familia Black”.

Tiene razón, el nepotismo es algo totalmente normal. Eso es lo que hace que las meritocracias del último siglo aproximadamente sean un logro tan asombroso. Las sociedades en las que el talento puede ascender a la cima son excepciones maravillosas dentro del amplio abanico de la historia, pero son más difíciles de combatir y más frágiles de lo que podríamos imaginar. Lo percibimos, y quizás por eso reaccionamos con tanta fuerza ante la idea de los actores y políticos hereditarios. Los “nepo baby” nos perjudican a todos.

Martha Gill es periodista política y excorresponsal parlamentaria.

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